sábado, 22 de octubre de 2011

Osos de peluche y tartas de trufa

 

La canción suena machacona entre coles de Bruselas y pizzas de peperoni. Las cajeras del supermercado están hasta los mismísimos céntimos de escucharla durante todo el día. Hoy es el día de los enamorados, taratata taratata. Una y otra vez. Y todo para que la gente compre tartas de trufa en forma de corazón y embriagadores perfumes de vainilla y jazmín. Hoy es el día del amor y en los escaparates de los bazares chinos se amontonan los dulces peluches con enormes corazones rojos donde puede leerse un te quiero y, en el peor de los casos, un I love you. Y eso que los sentimientos, ya sea amor u odio, se generan en el cerebro, no en el corazón. Pero claro, regalarle a alguien un cerebro de nata sería, además de asqueroso, ofensivo. Y no, no me he olvidado de las rosas, de los enormes ramos de tulipanes o de margaritas, o aquellos otros más pequeños de delicadas violetas. Flores para perfumar la vida cotidiana donde ya sólo se habla de facturas impagadas y de patéticos subsidios. Bombones para endulzar una tarde ventosa de invierno que acaba demasiado pronto porque el tiempo corre como el mismo viento.
Lo admito. No quiero tartas de fresa ni regordetes osos de peluche. Ni siquiera bombones de caja roja o una solitaria orquidea para adornar el batín de terciopelo. Renuncio a un dulce perfume de precio medio para clase media. Este año de profunda crisis voy a ser realista y voy a pedir un regalo que cambie el color de la tarde, o quizás de la propia vida. Quiero, por ejemplo, un cheque en blanco. ¿Es demasiado? quizás sea mejor pedir una esperanza, un paseo por la playa, una tortilla de patatas, un anochecer de nubes rojas, un trabajo digno, una tarde de lluvia junto a la chimenea (la chimeneas la tengo; la tarde de lluvia es difícil por estos lares), un “profe” de matemáticas para mi hijo, una sonrisa, un recibo de la luz que no sea de infarto, una caricia recuperada, una cerveza muy fría, una canción que me devuelva los sueños, una buena noticia, una mañana soleada, una película de amor, un buen libro, un suspiro, una mirada cómplice, un correo inesperado, un geranio francés, una larga siesta, una palabra siempre esperada, un chocolate caliente, ver anochecer en el balcón, la luna, el sol, el mar, la tierra, la luz.
Y si es posible, una rosa roja, enorme como una luna llena, y cuyo perfume se extienda sobre esta tarde de febrero como un buen presagio.

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