jueves, 20 de marzo de 2014

El secreto de Maurice. Capítulo XXI.


Alice se recuperó en apenas dos días. La erupción se fue tan rápido como había llegado. Yo intenté centrarme en lo que realmente importaba: la niña y su entorno. Durante las últimas semanas mis intereses se habían vuelto tan locos como una peonza y me veía obligada a tirar de las riendas antes de verme absolutamente desbocada. El lunes se produjo una novedad y es que Javier me comunicó la intención que él y Juliette tenían de empezar a llevar a Alice a una guardería. Yo le vi las orejas al lobo y probablemente la expresión de mi cara cambió porque Javier se apresuró a decirme que serían sólo unas horas al día para que la niña fuera acostumbrándose a llevar una vida social – así lo dijo-. Por lo visto, Juliette ya había elegido guardería, una escuela infantil con profesoras especializadas, pedagoga y psicóloga, comedor propio y un enorme patio con frondosos arboles perennes. Javier me hablaba tan entusiasmado de la guardería como si tuviera que acudir él mismo. Yo, mientras él hablaba, sentía que algo se me rompía por dentro. Alice comenzaba una nueva etapa de su vida en la que yo no iba a ser tan necesaria. Supuse por un instante que aquello era el principio del fin, pero me alegré por Alice. Había conocido a niños que habían acudido directamente al colegio a los seis años, y las tragedias griegas en comparación con estos alborotos hubieran podido considerarse meras comedias. Separar a una niño o niña de su madre o niñera a los cinco o seis años tenía asegurada una buena representación de llantos, chantajes emocionales, estirones y rabietas. Pero Alice era tan pequeña y tan dulce.
Javier me había dado un sobre cerrado con la misma solemnidad que si me entregara un salvoconducto, y había llegado el día señalado para llevar a Alice a su escuela. Después me acercaría a hablar con François sobre el tema de Coraline. Si salía del hospital y no tenia sitio para ella me iba a ver en un serio problema. Javier me había dicho que no hacía falta que la llevara a la guardería antes de las diez, lo cual me proporcionaba un estimado tiempo para preparar a la niña y estudiar la estrategia de la mañana. Llené de aire mis pulmones y, como tenía tiempo de sobra, me senté de un salto en el sofá y abrí el sobre. Dentro había un par de folios escritos a ordenador, un folleto donde se explicaban las magníficas características de la escuela, una especie de carnet infantil donde supuse que debía colocar la foto de Alice y una cartulina color naranja con el horario del centro. Dejé el sobre a mi lado mientras me tomaba el café con leche, y comencé a asumir realmente la nueva situación a la que me enfrentaba. Si Alice conseguía adaptarse sin problemas a la guardería y no convertía en tragedia griega el hecho de que de repente la alejaran de todo lo que hasta entonces había frecuentado y conocido, yo ganaría dos maravillosas horas de tiempo libre, aunque estaba claro que al menos una de ellas - y algunas veces las dos- las tendría que dedicar a arreglar el apartamento y tener siempre a punto la ropa de Alice. Aún así, dispondría de otra hora que podría destinar a cualquiera de mis innumerables aficiones: leer, pasear, investigar e incluso meterme en algún que otro lío.
Y hablando de líos, tenía pendiente la conversación con François. Siempre he pensado que no hay nada peor que una conversación a medias, un libro que no se acaba, una película interrumpida por cualquier motivo. Presentía que aquel anciano sabía más de lo que contaba y, sobre todo, que tenía necesidad de contarlo. Y yo de escucharlo.
Alice se despertó pasadas las nueve con una sonrisa que podía alegrarle el día al ser más taciturno. Mientras la vestía, le iba hablando del nuevo plan que teníamos para ese día. Si me entendía o no, nunca lo sabré, pero lo que si es cierto es que según le iba hablando de un cole estupendo, lleno de dibujos en la pared, toboganes y columpios, ella iba poniendo unos morritos que no hacían presagiar nada bueno.
Poco antes de las diez estábamos en la calle. En una pequeña mochila de Dora la exploradora había metido su almuerzo y un brick de zumo, aunque pensé que por el aspecto de la guardería era más que probable que esto corriese por su cuenta. Por el momento –y según me había comentado Javier- no querían comprarle el baby por si la niña no podía adaptarse a aquellos sus primeros pasos en sociedad.

Atravesé la calle de Saint Julien le pauvre con sus pequeños restaurantes pintados de vivos colores. Crucé el parque a toda velocidad mientras Alice levantaba las manos como queriéndome indicar que quería bajar a jugar como otros días había hecho. Pero esta vez no podía ser. La decisión no era mía y el simple hecho de saber que actuaba cumpliendo una orden establecida por alguien superior a mí en rango, hacia que no sintiera el pesar que sin duda habría sentido si la decisión estuviera en mi mano.
Llegamos a la guardería a las diez en punto. Un par de niños entraban en ese momento cogidos de la mano y muy sonrientes. En la puerta, que precedía a un minúsculo patio, una profesora de aspecto aniñado y enfundada en un baby de color azul me sonrió nada más verme. 
-Es Alice ¿verdad? 
Era una mujer menuda y delgada. Llevaba el cabello recogido en una coleta y, por su apariencia, calculé que ya había sobrepasado con creces los  cuarenta. 
- Vous parlez francais?- preguntó con una sonrisa mientras observaba a la niña- 

- Un peu- conteste- 

- No importa - dijo-. Yo hablo un poco español. ¿Han rellenado sus papás la ficha de salute?
- Sí -afirmé sin quererla corregir-
- Es una petite fille tranquila, verite?
.
- Sí - volví a decir-. Tiene muy buen carácter.
Me sentía como si estuviera defendiéndola ante un tribunal de la Inquisición. Cualquiera hubiera pensado que la niña era mía. 
- Tranquila - susurró porque probablemente había notado mi nerviosismo-. Vous pouvez le dir a sus papas que la petite estará muy bien aquí. 
La mademoiselle del baby azul  tomó el cochecito y se lo llevó hacia dentro. Yo sentí que algo se me desgajaba a la altura del corazón. La niña volvió la mirada hacia mi y alargó un brazo como si pidiera ayuda. Yo dí media vuelta y aceleré el paso.
Me alejé haciendo un esfuerzo para que mis lágrimas no afloraran a mis ojos y se deslizaran por mis mejillas. Caminé por la acera absorta en mis pensamientos. Alice comenzaba a dar sus primeros pasos en solitario y yo también. Sentía la necesidad de empujar el cochecito, de parlotear con ella mientras atravesaba extensos parques alfombrados de bandadas de gorriones hambrientos. 
Tenía tiempo libre, por fin, y me sentía tremendamente sola. Hasta las doce y media no tenía que ir a recogerla, así que disponía de dos horas largas para hacer lo que me diese la gana, incluso ver escaparates donde se exponían cientos de cosas preciosas que no podía comprar. 
Lo lógico, y quizás lo ético, es que me fuera a casa a reorganizar la ropa de Alice, poner una lavadora de ropa delicada y arreglar un poco los armarios. Eso hubiera sido lo sensato y lo correcto, pero recordé que tenía una cita pendiente con François, una cita que no quería aplazar por más tiempo. 
Después de llamar al timbre un par de veces, esperé con inquietud. Al momento pude escuchar como alguien se acercaba arrastrando los pies. Cuando abrió la puerta observé que su rostro se llenaba de luz. 
- Oh mademoiselle, qué alegria, s´il vous plait passer... Et la jeune fille?
- ¿Alice? la acabo de dejar en la guardería. 
- Oh -exclamó con abatimiento- la pépinière... pauvres enfants! La vida en solitario commence pour elle. 
- Está bien - afirmé con el fin de engañarle a él y convencerme a mí misma- Se adaptará.
- Quien no se adapta, mademoiselle, no puede vivir. C´est la vie.
Me miró como si esperase que yo dijera algo, pero no adivino a saber por qué razón, me quedé muda.
- Ha leído vous ce que j´ai dit? 
- Algo, pero poco -confesé-. He tenido que ir a ver a una amiga al hospital. 
- C´est malade? ¿Ha enfermado?
Estaba harta de dar explicaciones a todo el mundo, pero quizás en esta ocasión me convenía.
- No precisamente. Ha tenido un accidente. 
- Oh mon Dieu!- exclamó cariacontecido- cada día hombres y mujeres llevan mal son voiture...
A pesar de las ventajas que pudiera tener la explicación, no tenía ánimos para entrar en detalles y decirle que no, que no había sido un accidente de coche, aunque éste estuviera presente en la historia. Que lo que había ocurrido era simplemente que un hijo de la gran puta la había tirado del vehículo cuando éste estaba en marcha, pero me callé. 
- Alors - dijo volviendo al tema inicial- avez vous lu quelque chose de que yo te dije?
- He leído algo- volví a repetir. 
- Alors, vous connaissez la situation a la ville de Paris.
- Sí, un poco- afirmé al tiempo que me sentía absolutamente insegura-
- No sé si je le repete... repito las cosas - murmuró el anciano mientras buscaba un pañuelo en su bolsillo-, pero soy viejo y la mémoire...
- No se preocupe. 
Tomó asiento despacio, como si temiera que fueran a rompérsele todos los huesos del cuerpo. 
- Maurice y yo eramos tres jeunes...
-¿Jóvenes?- interrumpí- 
- Sí, jóvenes, et le jour que las tropas alemanas invadieron la ville de Paris, nous sommes humilies... como si nos hubieran roto la cara. 
Hizo una pausa como si quisiera encontrar las palabras exactas en su memoria. 
- Après, conocimos a Gerard en un café du quartier latin. Il était un hombre apasionado et très courageox...
- ¿Valiente?- dudé-.
- Eso, valiente. Yo creo que il étais un temeraire. Les amis le decían le loupil n´avait pas peur de nada. El nos dijo que si nous voulions estar in suo grupo pour petites acciones de información. 
No quería perderme en aquella historia, así que antes de que continuase volví a interrumpirle.
- ¿Acciones de información?
- Efectivament. Depuis le primer anneé que las tropas alemanas estuvieron a Paris, les dirigents solicitaron a la police francaise una lista de tous les juifs que habitaban la ciudad. 
-¿Cómo un censo?- pregunté. 
- Como un censo, parfait. Eso signifie que los alemanes sabían quienes eran, cómo se llamaban y dónde vivían. Ils sabian tout. Pour ce raison,  cuando le loup nos decía que era posible que la police francaise hicieran quelque rafle en un barrio, nous allons a informar avans pour que la gente pudiese abandonar su casa a tiempo. 
- ¿Rafle?
 Era consciente de que estaba siendo pesadísima. El anciano dudó durante un instante. 
- Comme un gran detención - dijo- 
- Una redada - confirmé. 
El anciano se levantó y se dirigió a la cocina con pasos cortos e inseguros. 
- Tengo la boca seca - se disculpó-. Vous voulez un soda?
 Afirmé haciendo un leve movimiento con la cabeza. La historia que estaba escuchando, quizás por inesperada, era difícil  de tragar  a palo seco. François volvió al cabo de unos minutos con una bandeja de plástico donde reposaban dos vasos de naranjada. Tomó asiento con un leve quejido y siguió hablando. 
- Fue en una de esas missions d´information cuando Maurice conoció a  Judith. Ella era la plus jeune fille de un matrimonio judío de clase media. Vivían en el barrio, en un piso antiguo lleno de luz y de grietas. Maurice se enamoró de ella como un adolescent. Il ne pense  en otra cosa. Il ne parle pas de otra cosa. Ella y la lucha contra los nazis étaient ses seuls deux  objetivos. Realmente, era una joven bellísima, bellísima. 
El hombre se quedó como adormecido. O posiblemente su pensamiento estaba en otro lugar, en otro tiempo, en otro paisaje. 
- El 16 de julio de 1942 el gobierno de Vichy ordenó una gran rafle a Paris, una redada. Los nazis querían que fuesen detenidos tous les juifs adultes que residían en Paris...
 François tenía el rostro enrojecido. Temí por un instante que fuera a darle un ataque al corazón. 
- Mais le gouvernement de Vichy decidió entregar también a los niños de dos a doce años. 
- ¡Dios! - interrumpí- 
- Je ne sais pas en que lugar estaría Dios, pero no pudo ver la monstruosidad que iban a hacer. Miles de juifs fueron detenidos chez soi y conducidos al Velodromo de invierno.
- Pero ¿por qué los niños?
- ¿Qué cosa iban a hacer avec les enfants si sus padres eran detenidos?
Se detuvo para tomar aire. Yo sentí que a mí también me faltaba. 
- Los soldados alemanes no esperaban niños así que...
- ¿Qué? - casi grité- 
 Les enfants fueron separados de sus padres y cuatro o cinco días después.... Un moment. 
Se levantó despacio como, si además del cuerpo, le dolieran todos los recuerdos. Entró en una habitación y encendió una luz mortecina. Salió con un periódico en la mano. 
- Regardez-vous - dijo- 
Allí estaban los rostros  inocentes y los nombres, cientos de rostros, nombres y edades: Regine, Francine, Aline, Abel, Ann, Ariette, Jean, Jaqueline, Paul. Ida, Therese, Flora, David, Maurice, Albert, Esther, Susanne, Fanny, Albert... tres, cinco, siete, años. No quise ver más. 
- ¿Qué pasó con esos niños? -pregunté de nuevo levantando la voz- 
- Les enfants fueron separados de sus padres y más tarde, cuatro o cinco días después, trasladados aux camps d´extermination donde la mayor parte de ellos murieron en las cámaras de gas. 
François parecía agotado, derrotado, y yo estaba  comenzando a sentir un sudor frío en la frente acompañado de un leve mareo. La información me desbordaba, me repugnaba. No quería saber. Era una cobarde. No me atrevía ni siquiera a imaginar el terror de aquellos niños arrancados a la fuerza de sus vidas cotidianas, separados de sus padres y entregados a la peor de las muertes. Quería irme de allí. Debía recoger a Alice. Necesitaba encontrarme de nuevo con la alegría de su sonrisa. Intencionadamente miré el reloj. 
- Me tengo que ir, François - me excusé-. Alice sale a las doce. 
- Une seule chose...
Yo ya me había levantado y estaba cogiendo el bolso. 
- Le loup, el nos dijo de la gran...
- Redada. 
- Exactament. Le jour 15 de julio avisamos a todas las personas que pudimos. Maurice tuvo que hacer varias missions d´información et après el fue a casa de Judith.
Guardó silencio. Yo también. 
- Pero llegó tarde. Ella ya no estaba. Los vecinos le dijeron que ella et sa famille habían sido arrêtes
- ¿Detenidos?
-Sí, detenidos unos minutos antes. Maurice se volvió loco. Pocas veces he visto tanto dolor dans les yeux de un hombre. 
Tragué saliva con dificultad. No podía más. 
- Tengo que irme, François, pero volveré- dije tendiéndole la mano. 
El se levantó con visible dificultad.
- Como ve, Paris también tuvo su lado oscuro, mademoiselle. 
Salí a la calle con la necesidad imperiosa de respirar aire fresco, de reencontrarme con el tiempo presente, con los cafés repletos de gente charlando y riendo, con las jóvenes parejas parisinas paseando su amor junto al Sena. 
Pero mientras me dirigía a la guardería a buen paso, no podía quitarme de la cabeza no sólo las imágenes vistas sino incluso las imaginadas. Maurice desesperado, loco de amor; Coraline con el cuerpo apaleado ingresada en una oscura habitación de hospital; François resucitando los oscuros recuerdos de la ocupación. 
Recordé. El día que conocí a Coraline en Montpellier me había hablado de las sombras de París, y durante más de una hora, François me había arrojado hacia la oscura historia de un París enredado entre el instinto de supervivencia y la crueldad más absoluta. Pero aquella tarde de sábado París era una fiesta. La gente paseaba tranquila por los parques y tomaba el aperitivo en las terrazas instaladas en las aceras. Sin embargo,  en aquel momento era como si no  pudiese ver todo aquello. Las sombras enormes del pasado planeaban sobre mi ánimo y sólo deseaba dos cosas:  saber cómo había ido el primer día de guardería de Alice y conocer más de un personaje que a medida que pasaba el tiempo, me seducía más y más: Maurice. 

miércoles, 5 de marzo de 2014

Tiempo entre mentiras.


Hubo un tiempo, ya casi perdido entre las rendijas de la memoria, en el que creí que Dios era un ojo atrapado en un triángulo equilátero. En ese tiempo esfumado pensaba que el ratoncito Pérez vendría, con nocturnidad, a llevarse mi recién caído diente de leche. Llegaron después los años de catecismo diario durante los que pensé que había un cielo en flor para los buenos y un infierno en llamas para los malos. Durante la infancia feliz estaba convencida de que unos magos de Oriente traían regalos por Navidad, y de que los bebés los dejaban caer las cigüeñas que volaban desde París. Luego alguien, en un recreo bajo un tilo, me dijo que si besabas a un chico te quedabas preñada y que si entrabas a misa sin cubrir tu cabeza cometías un pecado venial. 
Más tarde, recién salida de la dictadura, hubo un tiempo el que creí que la democracia sería la cura de todos los males. Pensaba entonces que a la OTAN había que decirle "De entrada, no" y que siempre - como rezaba la canción- nos quedaría la palabra aunque lo hubiésemos perdido todo. Ese fue también el tiempo en el que opinaba que la justicia era ciega, que Hacienda éramos todos e incluso que el hombre era bueno por naturaleza, aunque en desgraciadas ocasiones presentía que el hombre acaba siendo un lobo para el hombre, con permiso de mis queridos lobos. 
Y el tiempo ha pasado con pasos de gigante y me ha abierto los ojos de un inesperado guantazo. He descubierto que Dios no está atrapado en una figura geométrica sino que está en el bosque, en los campos dorados de trigo, en el mar. Soy consciente de que el cielo prometido es estar cerca de los que amamos y el infierno es no volver a verlos nunca más. Descubrí que al ratón Pérez se lo había comido el gato con botas y que los magos de Oriente eran unos padres buenos que hacían lo posible y lo imposible para que tuviéramos regalos en Navidad. Supe, a tiempo, que los besos sólo transmitían amor, que los bebés salían del útero materno, que Hacienda, por desgracia, no éramos todos y que la Justicia tenía los ojos abiertos cual ensaladera y más vista que un joven lince. 
Hubo un tiempo en el que me dí cuenta de que la democracia no era la panacea, pues si bien era el mejor sistema, los hombres sólo sabían abusar de ella. Al final, y contra todo pronóstico, dijimos "OTAN, de entrada sí", y entramos de cabeza en todas las guerras habidas y por haber. 
Ahora, cuando las rendijas de la memoria se van haciendo más estrechas, se de sobra que ni el hombre es siempre un lobo para el bueno ni tampoco es bueno por naturaleza. Sin embargo, he visto demasiado para saber, a estas alturas de la vida, que no se puede crecer entre tantas mentiras sin que la inocencia muera en el intento.