domingo, 13 de septiembre de 2015

Petra Laszlo


¿Se le fue la olla o si le hubieran dado un palo, Dios sabe lo que habría hecho? Me estoy refiriendo a la periodista húngara, Petra Laszlo, una profesional de la cámara que además de grabar las desesperadas carreras de los refugiados sirios por los maizales, aún ha tenido tiempo, y ganas, de ponerles unas cuantas zancadillas y arrearles unas buenas patadas.
La verdad es que este suceso pertenece a ese tipo de cosas que si no las ves, no las crees. La labor de un reportero gráfico es, nada más y nada menos, fotografiar, grabar lo que está sucediendo en un lugar en un determinado momento para darlo a conocer. Gracias a su labor, la de los buenos periodistas gráficos, conocimos los horrores de las Guerra mundiales, de los campos de concentración, de la guerra del Vietnam, de nuestra guerra civil, de la guerra civil en Ruanda, de la terrible guerra de los Balcanes y los de tantos otros sucesos que sin testimonio gráfico, ni siquiera hubiéramos llegado a conocer.
Afortunadamente, la reportera Laszlo ha sido despedida ipso facto y ha tardado más de una semana en pedir disculpas. Dice que le entró el pánico. Vaya. Hasta ahora yo pensaba que hay dos respuestas ante un ataque de pánico: quedarte de piedra sin ser capaz de reaccionar o simplemente huir como alma que lleva el diablo. Sin duda, los manuales de psicología tendrán que valorar esta nueva variante: ganas irresistibles de atacar a las personas poniendo zancadillas y dando alguna que otra patada a diestro y siniestro.
No quiero dedicarle mucho tiempo, ni muchas palabras, a esta entrada, porque ella no lo vale. Por último, sólo añadir algo. Uno puede desprestigiarse profesionalmente cuando comete un error, por ejemplo un locutor de televisión que, mientras da una mala noticia, se parte de risa. Pero uno, en esta caso una, puede desprestigiarse no sólo como profesional sino también como ser humano, y éste es el caso de Petra. ¿Quién, a partir de ahora, la va a contratar como reportera? Más aún, ¿Quién la pondría, por ejemplo, al cuidado de sus hijos? Yo no.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Aylan


Prefiero esta foto. Esta foto de risas y alegría. Aylan es tan feliz que su sonrisa enseña todos sus dientecillos y sus ojos se cierran. Junto a él su oso de peluche y su hermano. Probablemente, y a pesar de la sangrienta y salvaje guerra que asola Siria, eran niños felices, acostumbrados al sonido de las bombas y al terror de la guerra. 
Que nadie piense que no he puesto la foto del pequeño Aylan en la playa por miedo a herir sensibilidades. Me importan un rábano las sensibilidades de algunos, que parecen ofenderse porque se hagan públicas este tipo de fotografías. Y es que a veces nuestra adormecida conciencia sólo se puede despertar de un guantazo, y de un guantazo merecido. 
Pero la otra fotografía me hizo llorar. Andaba yo por Face buscando frases chorras de esas de autoestima y vídeos de gatitos revoltosos, y de repente, desde la pantalla, me saltó la foto. Como un escupitajo agrio, como una hostia - con perdón-, bien dada. Recorrí con mi mirada aquel cuerpecillo vestido con camiseta roja y pantalón azul, preparado para conquistar el mundo, para dejar atrás la sinrazón de los hombres que se creen humanos. Y sentí una necesidad inmensa de abrazarlo, envolverlo en una suave manta y contarle un cuento. Un cuento de esos que acaban bien, un cuento en el que los niños felices no mueren sobre la arena de la playa, un cuento de comer perdices y abrazar a  suaves osos de peluche.
Aylan, sin quererlo, se ha convertido en un símbolo. Pero hubiera sido un millón de veces mejor que ahora estuviera jugando en la guardería, correteando por la playa, dormido en su cuna. Que nadie hubiera conocido su rostro, que no se hubiera hecho tristemente famoso. 
Como un día dijo Woody Allen, si Dios existe, espero que tenga una buena excusa. 
Descanse Aylan en la paz que nunca llegó a conocer.