lunes, 28 de marzo de 2016

Holocausto 2016

No suelo tener insomnio pero desde hace unos días me cuesta conciliar el sueño, y eso que me levanto muy pronto por las mañanas. Me acuesto, me tapo con la manta y dejo que la luz de la luna entre a través de las cortinas. A los pocos minutos mi gato sube a la cama y se aposenta junto a mis piernas. Ya me lo dijeron pero no hice caso. Si un día dejas que se suba a la cama, estás perdida. Pues estoy perdida, y tan a gusto.
Me persigue desde hace unos días una imagen dolorosa, una imagen que me duele como una espina clavada, como un desgarro. Hay muchas más, sí, y tal vez peores, pero a veces el alma se rompe de repente, cuando la imaginación, que es muy perversa, pone en su lugar a cualquiera de tus hijos. Entonces piensas que no hay derecho, que es insoportable, doloroso, vergonzoso, asqueroso. Piensas que esta Europa nuestra es vieja, insolidaria, sospechosa, casposa. Se han cometido en ella tantas atrocidades que tiene la piel curtida y por ella resbalan el dolor, las lágrimas y la rabia de los refugiados. Me cuesta pensar que tantos horrores están sucediendo ahora mismo, mientras me tapo con la manta, estiro los pies y acaricio la cabeza del minino. Y me siento tan afortunada que llego a sentirme mal. 
Un compañero bloguero, Francisco Espada, ha escrito en su blog  un texto espléndido. En el habla de un nuevo holocausto, un holocausto inesperado que nos devuelve a la retina crueles imágenes que pensamos que nunca más veríamos. Un holocausto del que todo el mundo pasa porque las fronteras, y el dinero, son ya más importantes que las personas. Una tragedia de consecuencias imprevisibles que azota, e intenta despertar, las conciencias del primer llamado mundo, un mundo sin alma que no hace sino mirar su propio ombligo. Pero sin resultados.
  Mientras mi cabeza da vueltas y vueltas, mi gato me observa desde sus ojos verdes, como preguntándome por qué no puedo dormir. No sabe hasta que punto él es también un privilegiado.
Se duerme mucho antes que yo. 


sábado, 5 de marzo de 2016

En el ambulatorio a las cinco


Y ya que estamos, seguimos con esas historias cotidianas que a todos nos han pasado alguna vez. Y ésta seguro que no os es ajena. 
Pides cita en el ambulatorio porque ese dolor sordo que sientes no se donde  no acaba de irse a pesar de la sobredosis de aspirinas. Tu esperabas que se fuera solo porque dicen que el tiempo lo cura todo, pero parece ser que no es así.  Te citan a las cinco de la tarde, te joden la siesta, pero aceptas la cita porque  más vale esa hora intempestiva que el jueves de la semana que viene a las ocho de la mañana. Llegas diez minutos antes por si acaso y das una mirada ansiosa a la sala de espera. Bien, hay poca gente. Se nota que es la hora de los culebrones televisivos. Tomas asiento junto a una señora de mediana edad y te arrepientes a los dos segundos. Tose como un perro tuberculoso. Decides que es urgente cambiar de sitio pero te sabe mal, se va a dar cuenta. Al final te diriges  al cuarto de baño,  te observas en el espejo y dejas pasar el tiempo. Cuando sales te sitúas lo más lejos posible de la tosedora al tiempo que preguntas:
-¿Por qué hora van? 
Y la señora que tose murmura que ella tenía hora a las cuatro y aún no la han recibido. Sientes espanto y presientes que te queda, como poco, dos horas de espera, y que saldrás del ambulatorio con una bronquitis, una migraña, y en el peor de los casos, un herpes zoster en cada ojo. Respiras hondo intentando recuperar la calma y es entonces cuando por el fondo del pasillo aparecen dos ancianitos cogidos de la mano. Qué dulces - piensas-. Los ancianos llegan hasta la sala de espera, miran al respetable y formulan una pregunta: 
-¿Podemos entrar un momento en la consulta? Es sólo para entregar un papel.
Cómo no. Por Dios, pues claro que si, que entren y entreguen el papel, que eso son apenas un par de minutos. La puerta se abre y entran los ancianos con el papel en la mano. Salen de la consulta cuarenta y cinco minutos después. Se te ha acabado la batería del móvil, se te ha extinguido la paciencia y comienzas a sudar tinta china. 
 Cuando por fin te toca el turno y entras en la consulta, ya no sabes ni lo que te duele,  ni cuál es la razón por la que has ido al médico, pero estás convencida de que un potente ansiolítico no te vendría nada mal.
Y luego, si eso, te vas a Mercadona. 



P.D. Si alguien no entiende esta última frase, le aconsejo lea la entrada anterior "Por orden de cola". 

jueves, 3 de marzo de 2016

Por orden de cola.



Te bajas al Mercadona al caer la tarde. Hace calor en este invierno insoportable.  Presiento que el cansancio acumulado durante el día se nota en la mirada, en la piel, en  los pasos cansinos de unos pies doloridos. Coges cuatro chuminadas de los estantes pensando más en los gatos que en ti misma. Este principio de año está siendo duro de roer, tanto que la inspiración se ha ido a tomar viento, por no decir otra cosa. Las palabras andan enredadas en días agotadores y se repliegan como fuerzas de asalto acobardadas por las circunstancias. 
Te pones a la cola y compruebas  horrorizada que estás en quinto lugar. ¿Por qué la cajera de turno no llama para que abran otra caja? Será nueva - piensas-, pero observas a tu alrededor y ves que la gente se va poniendo nerviosa: un niño llora, una anciana deja caer el peso de su cuerpo sobre el bastón. Y de pronto llega la salvación. Otra cajera se acerca por la derecha. Avisa con voz melodiosa: pasen por esta caja por orden de cola. Como si hubiera dicho tírense por el acantilado. Los últimos de la fila salen corriendo y se sitúan los primeros en la recién abierta caja. Y es entonces, en ese instante de desbandada feroz, cuando escuchas tu propia voz diciendo: ha dicho por orden de cola. Pero no hablas, ruges. Podrías estar diciendo Al  abordaje, muerte el enemigo, a por ellos, no pasarán. Coges decidida la cestilla y pasas delante de los que iban detrás. Algunos  te miran de mala manera; uno susurra un conciliador vale vale. Y tu, con mirada desafiante, vuelves a repetir: ha dicho por orden de cola. Y sientes que, como un dragón feroz, te sale fuego de las mismas entrañas.
¡Dios! Ya no se respeta nada, ni las colas de los supermercados.  Maldito  invierno caluroso. Arde hasta la sangre.