sábado, 27 de septiembre de 2014

Mi blog cumple tres años.


Había escrito a mano un texto conmemorativo de mis tres años como bloguera. Lo había escrito concienzuda, ilusionadamente. Y lo perdido. ¿Qué queréis que os diga? Igual lo encuentro mañana, pasado o nunca. Así que he decidido volver a escribirlo porque tres años no se cumplen todos los días. 
Como muchos de vosotros, queridos blogueros y lectores. más de una vez me he sentido tentada de tirar la toalla, de dar carpetazo y decir hasta aquí hemos llegado. Pero no sé qué fuerza interna - o externa-, me ha hecho continuar escribiendo, algo que empecé a hacer cuando tan sólo contaba doce años. 
Así que hoy estoy de fiesta. Más de 15.000 visitas, 60 seguidores -´muy fieles, por cierto-, 900 comentarios y, sobre todo, muchos amigos, incluso allende los mares.  No voy a decir nombres porque siempre olvido a alguien y eso me da mucha rabia, pero mientras escribo estas improvisadas líneas, recuerdo cada uno de vuestros nombres y de vuestros blogs.
Hoy mi jardín de jazmines abandonados es un jardín florido lleno de gente que quizás llegó de forma casual y se ha quedado para siempre. 
En estos tres años he aprendido algunas cosas que no están de moda: trabajo constante, ilusión y perseverancia. Es verdad que en ocasiones la inspiración nos sopla cosas al oído y en otras parece que se toma vacaciones. Pero cuando hay algo que contar, al final se cuenta. Puede ser que con palabras más bellas o más vulgares, pero al final se cuenta.
Así que levantemos nuestras copas y brindemos por el placer de escribir unas palabras junto a otras y construir frases que puedan llegar, y conmover, el corazón de alguien. 
Y si mi blog cumple tres años es, sin duda, gracias a vosotros. Porque sin lectores un escritor no es nada. Gracias.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Si tu me dices ven...


Es curioso, pero si tu me dices ven, no dejo nada, posiblemente ni la incómoda silla sobre la que estoy sentada. Si tu me dices ven, correré en dirección contraria, hacia el ocaso de un sol hastiado. Si te atreves a ofrecerme tus momentos más ocultos, te diré que yo no oculto nada y  que tus secretos me importan menos que la liga sudafricana. 

Si tu me dices ven, vas a quedar esperando bajo la calima más asfixiante. Nada va a cambiar y no habrá más felicidad porque yo ya la tengo toda. Si tu me dices ven, vas aviado. 

Indecisiones - dices-, ya no las siento, porque estoy decidida a vivir mi vida con aplomo, para unir mi alma con aquellas almas de los que amo, para estrechar mi corazón con el de aquellos cuyo corazón late por mi.

No te atrevas a llorar conmigo, ni por asomo,  no quiero sucias lágrimas sobre mi blusa nueva. Si quieres la salvación búscala en otra parte, al precio que te pongan los predicadores de cualquier especie para salvar tu alma. 

Porque si tu me dices ven, no dejo nada. Ni se me va a hacer tarde para nada,  ni mucho menos me voy a encontrar perdida en la calle, sin rumbo y en el lodo. Si tu me dices ven, húndete en ese fango que auguras para mí, hasta que te llegue al cuello y te impida respirar. 

Si tu me dices ven, no dejo nada, ni siquiera la incómoda silla sobre la que estoy sentada. 

Has llegado tarde, muy tarde. 


(Basado en la letra de la canción Si tu me dices ven de Los Panchos). 







miércoles, 17 de septiembre de 2014

Hoy traigo un invitado

Castillo de Castro, en la Sierra Espadán. (Castellón)

Hoy no voy a escribir. ¿Qué pasa? ¿A quién le molesta? Oye, que hace mucho calor y las ideas se evaporan, que la gente está harta de mis historias de gatos y, además, tengo la cena por hacer y una lavadora por tender. ¿Os parece mal? pues lo siento.
Hoy voy a dejar que escriba mi padre. Murió hace doce años y dejó escritas algunas cosas, muy pocas. Hoy, por casualidad he encontrado uno de esos pequeños textos. Está fechado el 15 de junio de 1987, pero la historia que cuenta se remonta al 15 de junio de 1938. A él le hubiera gustado verla publicada, así que os dejo con un retazo de unas memorias que nunca llegó a terminar.
15 de junio de 1938. Siete de la tarde. 
Estamos en la playa de Cullera, varios paisanos destinados en el batallón de ametralladoras. Esperamos, como todos los días, la llegada de las barcas de pesca que nos suministrarán de pescado fresco para la merienda cena de dicha tarde. A lo lejos distinguimos más mástiles de los habituales. No eran cuatro o cinco barcas las que llegaban como todos los días, sino diez o doce. De momento, aquello era inexplicable, algo pasaba. Tendríamos que esperar la llegada para saber a qué atenernos. Tardaron en llegar un buen rato. A medida que se acercaban a la costa pudimos ver que las barcas venían a tope de gente. Cuando estaban ya casi medio varadas en la arena, empezaron a bajar mujeres, niños, ancianos, todos ellos dando unos gritos alucinantes: ¡los nacionales han cogido Castellón de la Plana! ¡Aquello es un espectáculo dantesco, la gente huye como puede, a pie, a campo través, por mar!. ¡Han entrado en Castellón y las fuerzas republicanas ya no oponen resistencia, no los pueden contener! - gritaba una mujer completamente angustiada., Con sus bardos y sus maletas  venían hacia nosotros. ¿Vosotros qué hacéis aquí? - nos decían-. Id a contenerlos - gritaba una joven. Si más pronto lo dice un toque de corneta nos puso a todos sobre aviso. El cornetín de órdenes de nuestro batallón tocaba generala. ¡Al cuartel todos! ¡urgente! nos dijo un oficial que acompañaba al cornetín. Rápidamente nos fuimos al cuartel que estaba junto a la estación del tren. Al llegar a la explanada de la estación ya vimos un convoy de siete u ocho vagones con una locomotora que echaba humo negro y denso, no había duda que estaba haciendo presión, así como que aquel convoy venía a por nosotros. La gente acudía a la estación comentando a voces: ¡se van los soldados! ¡los nacionales han cogido Castellón ¡se van a ver si pueden pararlos! 
Diez de la noche. El convoy se pone en marcha. La gente agita los pañuelos en señal de despedida; la gente, emocionada, llora. 
Doce de la noche. El convoy está parado en las afueras de la ciudad de Valencia. Hay un silencio sepulcral. Los haces de luz buscan en el cielo a los aviones enemigos, que intentan bombardear la capital. Se oyen unas estampidas. Están bombardeando el puerto. Las bombas caen en el Grao, según comenta un empleado de ferrocarriles que está hablando con varios de nuestros compañeros...


Y hasta aquí. No he encontrado la continuación, pero me ha parecido un testimonio interesante. En el año 38, cuando suceden los hechos, mi padre tenía 18 años y luchaba en la zona que le había tocado.  Ese tren que se había detenido en Valencia, les condujo hasta los camiones que les llevaron hasta Lliria, y de ahí al frente. Primera línea. Estuvo en el frente de Espadán donde tuvieron lugar terribles combates, entre ellos la batalla del Castillo de Castro que se cobró numerosas víctimas Pero, afortunadamente, pudo contarlo y escribirlo. Así que disculpadme por haberle dejado hoy este espacio a él. Sin duda, lo que escribimos nos sobrevivirá y, de alguna forma, nos hará eternos, y no sólo a nosotros sino también a nuestros recuerdos.  

viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Quién dijo que no tenemos memoria?



Estoy indignada y asombrada. ¿Por qué? ahora os lo digo, pero antes os diré que quien escribe estas es líneas es la Pequeña, la gata tricolor de Amparo que, pese al calor, anda por ahí haciendo recados. 
Y estoy tan moscagata ¿o es mosqueada? porque he sabido que hay por ahí quien aún se pregunta si los gatos tenemos memoria. ¿Memoria dicen? Más que muchos humanos que a veces ni siquiera saben dónde han dejado las llaves o han aparcado su megatransportín.  
Y ahora os cuento algo que ha pasado este verano. ¿Os acordáis de Pantera, aquel gatazo negro, enorme, brillante, de ojos amarillos que entró en la casa del pueblo el verano pasado? Pues ha vuelto. Entró con paso tranquilo y la seguridad de que iba a ser bien recibido, Mi dueña le dijo "Hola Pantera" y él se acercó ronroneando y haciendo topetes con su gran cabeza negra. Yo - la verdad-, gruñí como una fiera porque no quiero problemas. Si Pantera invadía nuestro territorio, Tito, mi pareja, se tendría que enfrentar con él, cosa que me alarmaba bastante porque Pantera le saca una cabeza y media, y no exagero. 
Pero no llegó la sangre al río. Después de unos cuantos bufidos, aullidos y algún encontronazo cuerpo a cuerpo, los dos acabaron compartiendo el suelo de porcelanosa de la gran entrada de la casa del pueblo. La verdad es que Pantera, a pesar de su aspecto feroz, es un gatazo tierno y ronroneador que siempre está buscando caricias y comida. Aún así, y para que no pensara que por ser hembra soy débil, cada vez que pasaba por mi lado, le daba un gran bufido para que tuviera muy claro de quien es la casa. 
A lo que íbamos. Pantera volvió después de un año y no se equivocó de casa, y es que, le pese a quien le pese, los gatos tenemos mucha memoria, más memoria que los canisperros y más útil que la memoria de los humanos (espero que mi dueña no lea esto).
Los gatos tenemos gran capacidad de aprender a través  de mirar y vivir (creo que a eso le llaman observación y experiencia). Los gatos podemos recordar perfectamente la cara y la voz  de quien nos trata bien y de quien nos da una patada en todo el morro. Además. -aprended humanos-, los mininos tenemos lo que vosotros dais en llamar una memoria útil, o sea, que sólo recordamos lo que realmente sirve para algo: nuestra comida favorita, dónde está el arenero y cuáles son  los lugares más soleados y agradables. Desde luego, también sabemos volver a casa aunque el camino no sea el más sencillo y, por supuesto, recordamos a las personas o a otros animales que hemos conocido y sabemos perfectamente hasta dónde podemos llegar con cada uno de ellos.
Se que ahora los niños juegan con maquinitas planas a las que no dejan de mirar. Creo que se llaman tabletas, como las de chocolate, pero ¿qué se creen que han inventado? La tabletilla esa, que de apellido creo que se llama IPAD, tiene 60 gigabytes para almacenar pensamientos y otras cosas, pero mi cerebro gatuno tiene unos 91.000 gatobytes, capaces de almacenar todo lo que me interesa: dónde se toma mejor el sol, quien te acaricia con más cariño, quien te pegó la patada o quien te estiró de la cola.
Por eso Pantera volvió a casa y reconoció a todos, incluso a mí y, afortunadamente para él, supo mantener las distancias porque aunque no lo parezca, cuando quiero soy una gata muy, muy fiera. 
Y un poco dulce. 



sábado, 6 de septiembre de 2014

Los gatos de Louis Wain



-Te pondrás bien. 

El hombre que está junto a la cama acaricia el cabello de la mujer con ternura. 
No estoy tan segura - contesta la mujer cuya palidez corrobora sus palabras. 
- ¿Quieres que te traiga a Peter?
- Por favor -, responde ella con una ligera sonrisa. 
El hombre sale de la habitación y vuelve con Peter, un hermoso gato que hace las delicias de la joven enferma. 
- Mira -le dice el hombre-, le voy a poner gafas y ahora va a leer el periódico. 
la joven, desde su debilidad, se rie. Peter será la musa de este joven ilustrador inglés para el resto de su vida. 



Louis  Wain nació en Londres el 5 de agosto de 1860. Un defecto congénito - labio leporino-, le apartó de la escuela y le obligó a pasar muchas horas vagabundeando por las calles de Londres. En su adolescencia estudio arte y pasó a ser profesor en la London School west of art. pero pronto se cansó y se convirtió en artista independiente, un ilustrador poco conocido hasta que comenzó a dibujar gatos, gatos antropomórficos, es decir realizando actividades propias de seres humanos. 
 Contrajo matrimonio a los 23 años con una mujer diez años mayor que él, Emily Richardson.Tres años después, su esposa enfermó de cáncer. Wain intentaba hacerle más llevadera su enfermedad con bromas en las que siempre participaba su gato Peter, un gatito callejero blanco y negro que habían rescatado después de oírle maullando una noche de lluvia. Fue entonces cuando su esposa tuvo una idea. Le aconsejó que dibujara gatos con actitudes humanas, gatos que ríen, que juegan al golf, que leen, que conducen. El ilustrador le hizo caso y a partir de ahí comenzó a tener un notable éxito y sus dibujos llamaron la atención y lograron el aplauso de toda la sociedad inglesa. Tarjetas, posters, tiras en periódicos... Su popularidad era tanta que el famoso escritos H.G. Wells - autor entre otras obras de la conocida Guerra de los Mundos-, afirmó que Los gatos ingleses que no se parecían a los que pintaba Wain se avergonzaban de sí mismos. 
Pero la muerte de su esposa lo hundió en un abismo de desesperanza, quedando destrozado por la pérdida. El resultado de esta profunda tristeza fue que malvendió todas sus ilustraciones, se quedó sin hogar y se vio obligado a emigrar a la ciudad de Nueva York en busca de un nuevo trabajo y una nueva vida. Pero no la encontró. Perdió el poco dinero que le quedaba y tuvo que regresar a Londres completamente desmoralizado. 
 El sufrimiento le venció. A los 57 años le diagnosticaron esquizofrenia. Su carácter cambió y se volvió irascible y desconfiado. Se encerraba en su habitación durante horas escribiendo textos que nadie conseguía entender. Sus hermanas, que lo habían acogido, se rindieron y se vieron obligadas a internarlo en un sanatorio psiquiátrico para pobres. A partir de ahí sus dibujos, antes amables, se volvieron inquietantes, atormentados. Cuando el primer ministro supo de su lamentable situación, fue trasladado al hospital real de Bethelem, en cuyos jardines vivían muchos gatos. Su inspiración volvió pero sus dibujos sólo podían expresar la pesadilla mental que vivía. Sus gatos abandonan el rostro dulce para convertirse en gatos electrizados, devorados por el color y la rabia. 

Poco a poco, sus repentinos cambios de humor se calmaron y él continuó dibujando por placer. Su obra, durante este periodo final, se volvió más abstracta, aunque siguió nutriéndose de su principal fuente de inspiración, los gatos. 
Falleció en 1939. 


martes, 2 de septiembre de 2014

Qué difícil es viajar para nosotros, los gatos.


Hace unos días mi ama y yo volvimos a Valencia desde el pueblo en el que nunca llueve. Primero tuvimos que ir del pueblo hasta la estación de tren más cercana. A mí - lo confieso- no me gusta el transportín porque no sé adonde me llevan, pero en vez de pegar cabezazos contra la puerta, como hace Tito, yo me conformo, doy dos maullidos y me pongo cómoda. 
La luz amarilla de la tarde entraba por las rendijas de mi jaula, hacía calor  y soplaba un poco de aire en aquel andén insulso y desierto. Cuando subimos al tren mi ama me dijo: 
- Tu calladita, porque de lo contrario me harán pagar medio billete. 
- Mau -contesté yo escandalizada-, que quería decir: Cómo voy a pagar medio billete de tren si no voy en un asiento, si estoy aquí metida en esta cárcel portátil como si fuera una tigresa salvaje, que ya me gustaría. 
Pero cuando se acercó el revisor, mi ama dio una patadita al transportín y lo introdujo bajo el asiento. Yo me quedé muy callada y muy quieta para que nadie se diese cuenta de mi presencia. El viaje se me hizo rápido. Llegó la noche como una sorpresa y me quedé medio dormida. Cuando llegamos a Valencia era ya oscuro, pero en la estación había mucha gente cargada con bolsos, maletas y transportines. Yo intenté avisarles de lo del medio billete, pero mi mau se perdió con el ruido de la entrada de un talgo procedente de no se dónde. Mientras cruzábamos el semáforo de la calle Xátiva, mi ama me dijo: 
- Lo vamos a intentar pero ya verás lo que pasa. 
Yo no sabía lo que íbamos a intentar, quizás es que en el autobús también tenía que pagar medio billete. 
Pero no. Era peor que todo eso. Cuando por fin llegó el autobús de la línea ocho, el conductor le dijo a mi ama. 
- No puede subir con el transportín. 
- ¿Por que?
- Lo dice la normativa. Imagine que lleva usted una boa. 
- Pero si llevo un gato. 
- Pues no puede. Lo siento. 
- Pues en Barcelona y en Zaragoza  se pue...
- Pero está usted en Valencia...
- ¿Y a quién le puede molestar mi gato? 
- A quien tiene alergia a los gatos, por ejemplo. 
Os voy a contar un secreto: yo creo que eso de la alergia a los gatos es algo que se han inventado los médicos cuando no tiene ni putgata idea de a qué le tiene alergia el paciente. Puede ser que sea al sapenco o a los carunchos, pero como ni ellos ni yo sabemos qué significan estas palabras, pues se ponen las gafas, se alisan el pelo y afirman: esto es sin duda alergia a los gatos. 
 Yo creo que ella, mi ama, lo sintió más que el conductor de aquel autobús porque  no le quedaba más remedio que volver a casa a pie, por Guillém de Castro. Y volver a casa en agosto, sola, con una mochila a la espalda y una incómoda jaula con una gata preñada, bordeando el barrio chino de Valencia (en el que supongo viven todos los chinos de la ciudad), pues no era muy agradable. 
Pero el caso es que vinimos hablando. Ella decía: jolín, cómo pesas, y yo le contestaba Mau, que en este caso quería decir  la culpa la tienes tu, no me cebes.
 Cuando llegamos a casa, Tito nos esperaba tras la puerta. Le brillaban los ojos y movía la cola de alegría. A mí se me pasó enseguida el cansancio; a ella también. Porque el hogar está donde están los seres que amas.  
Qué cursi me pone este calor.