domingo, 23 de diciembre de 2012

El sol entraba por la ventana del comedor como si fuera primavera. Pero, según el calendario, era ya Navidad. A pesar de las mil y una predicciones de todos los chalados del mundo, éste no se había acabado el día 21 de diciembre, aunque más de uno lo estaba deseando con ganas.
Aurelia, que rozaba ya los cincuenta y se había quedado sin trabajo hacía ya varios años, se preguntó cómo podía felicitar a sus amigos sin ofenderles, porque era consciente de que en los tiempos que corrían, y en muchos casos, decir feliz Navidad a alguien era como pegarle una ostia en toda la mejilla, y en la otra si era capaz de ponerla. A Belén se va y se viene por caminos de alegría- rezaba el villancico- pero acaso los caminos de la alegría se habían perdido en la niebla de la ignorancia y la corrupción. ¿Cómo desear feliz Navidad a Maite, que está a punto de perder su casa? ¿Cómo decir feliz año nuevo a Enrique, que se ha quedado sin trabajo tras un sospechoso Ere? ¿Cómo encontrar la forma de felicitar a Ana y a Jose a quienes han rebajado tanto su sueldo que no pueden llegar a fin de mes? 
Aurelia observó las tarjetas de Navidad que tenía desparramadas por la mesa. Aún conservaba la ilusión de escribirlas a mano, meterlas en un sobre, ir a correos, ponerle el sello correspondiente y enviarlas. Muchas molestias, sí. ¿Pero no es acaso la molestia lo que mide el amor que podamos sentir hacia los demás?
Cogió el bolígrafo y comenzó a escribir con letra de colegiala: Para esta Navidad y Año nuevo os deseo coraje, fuerza, voluntad. No quiero que os hundáis en la ciénaga de vuestros problemas. Quiero que esperéis contra toda desesperanza. Quiero que no calléis lo que pensáis. Quiero que defendáis como leones vuestros puestos de trabajo y el derecho a seguir en vuestras casas. Quiero que denuncies la corrupción de los políticos y de la banca. Quiero que compartáis, si podéis, aunque sólo sea vuestro tiempo. De verdad, quiero que intentéis ser felices a pesar de tanto contratiempo. Y quiero transmitiros un mensaje que una vez leí y cambió mi actitud ante la vida: No desesperéis jamas, y aunque desesperéis, seguid trabajando.
Aurelia escribió el mismo texto en todas las tarjetas de Navidad, las metió en sus sobres y las llevó a Correos. Hacía un día espléndido, de primavera, a pesar de la lluvia de hojas amarillas que caían de los árboles y que anunciaban el fin del otoño.