lunes, 28 de abril de 2014

Los malideosos mangantes.


No, que no van bien las cosas, está claro. A veces van tan mal que te entra la risa floja, te da el encanamiento carcajeico y acabas cayéndote del sofá.  Este país se nos desmorona, se nos va de las manos, se nos sale de madre.  Casi a diario, las calles son escenario de batallas campales en las que la desesperación es el arma mas mortífera, en los que algunos caen en la trampa facilona de la violencia, en las que se pierden por completo los nervios.  ¿ Y por qué será? Porque el ser humano tiene un límite, un límite donde la razón se pierde y comienza la locura.  Dicen algunos gilipones - los que triunfan -, que fracasar enriquece, que perder motiva y te hace reaccionar, que la frustración es un reto... Pero también hasta un límite. Las situaciones duras que se alargan en el tiempo destrozan el ánimo y ahogan cualquier atisbo de ilusión. Queremos ser buenos, intentamos ser pacientes, procuramos no perder los nervios, pero hasta aquí hemos llegado. Nos han dicho que no hay dinero para sanidad ni para educación, pero hemos visto que si lo hay para rescatar bancos y autopistas de pago. Nos han dicho que había que atarse los cinturones bien prietos, pero no nos habían comunicado que nos los iban a atar al cuello hasta la asfixia. No somos héroes ni queremos serlo, ni mucho menos, mártires. 

Se pretende, entre otras muchas cosas,  que los discapacitados copaguen los servicios que reciben de la Administración porque está claro que, como decía Patricia Flores, viceconsejera de Asistencia Sanitaria de la ciudad de Madrid.  el Estado no tiene por qué mantener a los enfermos crónicos. Claro, tiene razón la muchacha, y puestos a dar ideas ¿por que no los tiramos a la hoguera como se hacía en la Edad Media con las personas que se atrevían a exponer lo que pensaban?  O los enviamos a un viaje del Inserso que, con un poco de suerte, se caen por un barranco. Así, posiblemente, las arcas del estado recuperarían su buena salud y los políticos podrían zamparse más mariscadas/centolladas.  
Pero ahí no queda todo. El presidente del Colegio de médicos, Juan José Rodriguez,  debe haber esnifado algo para poder esgrimir esta nueva idea: el tal señor afirma que las consultas a urgencias que no sean verdaderas urgencias  deberían ser penalizadas. Así que, según este docto doctor, debemos ser nosotros mismos los que evaluemos si ese incómodo dolor que sentimos en el pecho se debe a una leve crisis de ansiedad o a un infartito de muerte, si es mejor ir al médico de cabecera y estar esperando dos horas con el corazón partio o presentarse en urgencias y que encima te caiga la bronca del siglo y alguna que otra multa. 
Y es que verdaderamente los que sobran en esta sociedad nuestra son los malideosos, o sea, aquellos que gastan su tiempo - y cobran por ello-, en gestar  ideas tan malas que ni Mortadelo ni Filemón osarían llevarlas a cabo. ¿Queréis mas perlas cultivadas ? Pues las hay a paletadas. Arturo fernandez, de la CEOE, afirma que "Los hogares españoles ya sonríen", pues claro que sí, hombre, se mueren de risa mientras contemplan embobados el recibo de la luz, se parten el culo a carcajadas cuando se dan cuenta de que no pueden comprar la merienda a sus hijos, se tronchan cuando llega la orden de desahucio. ¿Quien había dicho que este país no tiene sentido del humor? 
Venga, que dentro de poco los niños dejarán de cantar y de tocar la flauta y las calles se nos llenarán de ratas. La música, de la mano del omnipresente Wert, desaparece de la educación primaria desoyendo por completo las sabias palabras de Platón que afirmaba  que la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo. Por cierto, hablando de filósofos, este mismo ministro ha tenido "a bien" convertir en optativa una asignatura tan importante como la filosofía, una asignatura que enseña a pensar libremente. ¿Será por eso?
Y para completar tan espectacular panorama de reyertas callejeras, tonterías varias, órdenes esperpénticas y desordenes morales,  llega Monseñor Rouco Valera -¿pero este hombre no se había jubilado?-, y pone la guinda al pavo al afirmar en el funeral por Adolfo Suarez que, dados las sucesos que acaecen en el país últimamente, podríamos estar sentando las bases de una próxima guerra civil.
¡Ay Dios, que me da un yuyu! Que no digo yo que en el fondo no tenga un pelín de razón, pero esas cosas no se dicen en voz alta y menos en un funeral por un hombre - añorado Suarez- que no tenía otra obsesión sino lograr la concordia entre todos los españoles, incluidos los que tengan ocho apellidos vascos, seis catalanes y cinco andaluces,
En fin, que estamos perdiendo el norte y los demás puntos cardenales, que diga, cardinales.  ¿Una buena noticia? pues que la Corte Internacional de Justicia  ha prohibido a los japoneses seguir pescando ballenas, ese bellísimo cetáceo que a partir de ahora vivirá libre en las aguas del Ártico. Decían los japoneses - pero qué listos son esos pequeñajos-, que era con fines científicos, pero claro, las mentiras siempre acaban flotando como las ballenas muertas y, sobre todo, si éstas acaban despedazadas en la isla de frío de cualquier supermercado de barrio. 
Y mientras, nosotros, que nadamos en aguas mucho más turbias que las del frío ártico, seguiremos esperando que el viento gire y nos refresque la cara, nos devuelva los sueños y nos haga sonreír de verdad. Eso si no estalla la tercera Guerra mundial, que por ahí arriba los ánimos están un poco alterados. Sólo falta encender la mecha. 
Yo, por si acaso, y en cuanto acabe estas líneas de desesperanza esperanzada, me bajo al mercadona a ver si lleno la despensa. 

sábado, 26 de abril de 2014

El secreto de Maurice. Capítulo XXIII


Dos noches sin apenas dormir no fueron suficientes para acallar mi conciencia. Sin embargo, la suerte que a veces el bienhechor no encuentra, la tuve servida en bandeja muy pronto. Era consciente de que iba a embarcarme en una locura, pero no por ello dejaba de tener su atractivo. Esa misma noche hablé con Javier. Necesitaba sentar las bases del plan antes de que el alcohol que aún circulaba por mis venas se evaporase del todo. Sabía que debía ser concisa y no dar pie a preguntas que, en este caso, serían muy difíciles de contestar. Lo confieso: me sentía como una adolescente dispuesta a hacer una travesura, pero como dijo alguien: si no cometemos alguna locura cuando somos jóvenes o medio jóvenes ¿de qué podremos reírnos cuando seamos mayores?
- Necesito libre la tarde del viernes. 
Llevaba a Alice en brazos,. había bajado a que sus padres le dieran el beso de buenas noches y, de paso, obtener el permiso que necesitaba. Noté que a Javier se le dilataba levemente la pupila. Asumí una vez más que me costaba mucho mentir. 
- ¿Y eso? 
- Me han propuesto un viaje turístico a Versalles, y la verdad es que me apetece ir. 
El rostro de Javier se iluminó. 
- ¿Versalles? te encantará. Supongo que visitarás el Palacio, pero no dejes de ver la Aldea de la Reina y el Templo del amor. Hay por allí rincones preciosos. Ven, tengo unos folletos por aquí. 
Tanta amabilidad me hizo sentir muy mal. La mentira había colado como rata por alcantarilla y lo cierto es que me sentí culpable, culpable hasta la médula. Guillermo me había arrastrado hacia  aquella aventura loca y yo me había dejado llevar cual adolescente descarriada. Sin embargo, no estaba dispuesta a echarme atrás, entre otras cosas porque me apetecía pasar aquel fin de semana con Guillermo, me atraía la idea de volver a Normandía y me mataba la curiosidad de saber por qué aquel papel que contenía la lista había sido cortado. Y como ya he dicho, la suerte que el bienhechor merece, en ocasiones la encuentra el villano, en este caso la villana,  porque el mismo jueves por la noche  Javier me llamó.
- ¿Podéis bajar Alice y tu un momento? Juliette y yo tenemos que salir y estamos esperando una llamada en el fijo. 
- Claro que podemos bajar. Un segundo. 
 Claro que podía bajar, por supuesto que no tenía ningún inconveniente, es más, lo estaba deseando.  Después de todo, su sofá era más cómodo que el mío y su frigorífico estaba notoriamente más nutrido que el que habitaba mi pequeño piso. Y por si estas ventajas fueran insuficientes, tendría la posibilidad de poder buscar las llaves  aunque aún tenía una duda: ¿sería capaz de hacerlo? 
Bajé a la ocho en punto. La televisión estaba puesta y Javier había puesto una película de disney. Alice palmoteó encantada, aunque lo cierto es que a aquellas horas ya debía estar acostada. Javier y Juliette salieron apresuradamente, no sin antes decirme que no me cortase, que podía coger lo que quisiera. Era evidente que se referían a cualquier cosa que albergara el frigorífico, pero estaba claro que yo podía interpretarlo  de una forma más extensa. 
Recordaba a la perfección el cajón donde habían dejado las llaves el día que habíamos vuelto de Normandía. Aparador, segundo cajón a la izquierda. Después de dejar a Alice sentada en el sofá, abrí con sigilo el cajón y comprobé que allí seguían, en el rincón derecho medio ocultas por un par de facturas. Me sentía mal, muy mal, y al mismo tiempo sentía como si una corriente de adrenalina recorriese todo mi cuerpo con el ímpetu de un ciclón. Supuse en aquel instante que ese era el ingrediente que no sólo mi cuerpo sino también mi espíritu necesitaban con urgencia: la adrenalina. 
No lo pensé dos veces. Saqué las tres llaves del llavero y las metí en mi bolsillo. Saque de éste otras tres llaves de aspecto parecido y las introduje en la anilla del llavero. Volví a colocar los recibos sobre éstas y cerré el cajón suavemente. Los latidos de mi corazón se habían disparado como un tren de alta velocidad. Intenté respirar en profundidad y darlo por hecho. El primer paso ya estaba dado. Ahora sólo faltaba coger el coche y emprender el viaje. ¿Coche? Ni siquiera sabía si Guillermo tenía coche. Me aterroricé solo de pensar que podía ir de París a Normandía en moto. Era lo primero que iba a preguntarle a Guillermo en cuanto le viera. 
Eran apenas las ocho y media. Javier y Juliette no me habían dicho si tardarían o no, pero supuse que un par de horas estarían aseguradas. Alice seguía con entusiasmo la película y yo decidí cotillear un poco por la casa, Después de lo que acababa de hacer ya no podía sentirme peor, así que puestos a ser mala había que hacerlo a conciencia. Abrí de nuevo el primer cajón y cogí el viejo álbum de fotos que había visto en mi primera inspección junto a las llaves. Como imaginaba, era un álbum de fotos antiguas, pegadas con unos diminutos adhesivos con solapa y cubiertas con un fino papel cebolla. Pasé las páginas con cuidado. Había fotos de una niña que supuse era Juliette de pequeña, otra instantánea en la que aparecía un grupo de hombres apoyados en un coche, y por último, una foto de Maurice acompañado de una mujer que sonreía abiertamente. Sin pensármelos dos veces, despegué las dos ultimas fotos y las guardé en mi bolso. De nuevo sentí el subidón de adrenalina y me pregunté por un instante si estaba perdiendo el juicio. Intentando tranquilizarme, tomé siento junto a Alice, deseando con toda mi alma que mis últimos e indeseables actos no se convirtiesen en una costumbre. 
La niña se caía de sueño. Sus párpados se desplomaban sobre sus dulces ojos como un telón sobre un bello escenario. La cogí en brazos y me senté con ella. Si permanecía un minuto más viendo las aventuras de Shrek, iba a desfallecer, pero quizás era la película la que la mantenía en calma. Cuando volviera de Normandía, si es que podía reintegrarme a mi trabajo, le enseñaría a François las fotos. Estaba segura de que él podría darme los nombres de las personas que aparecían en ellas. ¿Me estaba arriesgando demasiado? probablemente si, pero supuse que llegado un punto ya no hay vuelta atrás. 
Alice se había quedado definitivamente dormida en mis brazos cuando sonó el teléfono. Pensé que, con toda probabilidad, era la llamada por la que estaba allí, la que estaban esperando Javier y Juliette. Con la niña aún en los brazos cogí el teléfono. 
- Bone nuit. Juliette Girad?
- Maitenant, elle n´est pas a la maison - dije en un susurro para no despertar a la niña. 
Al otro lado de la línea sólo escuchaba silencio. 
- Ecoute- moi- dije-
- Asun?
Ya decía yo que me sonaba la voz.
- Guillermo ¿eres tú?
- Sí ¿he llamado a la casa de Juliette o a tu móvil?
- Has llamado a su casa, pero ellos han salido. Yo estoy aquí con la niña. 
Tenía la sensación de estar soñando. 
- El jefe de estudios me dejó el teléfono. Era para confirmar la charla de Juliette. 
- ¡Ah! - dije aún sorprendida ¿entonces le digo algo?
- Que la fecha que ella propuso le viene bien al colegio. 
- De acuerdo, se lo diré - dudé- Guillermo...
-Dime. 
-Tengo las llaves.
- Perfecto, pero no comentes nada por teléfono. 
- Por...
- Quien sabe. Hay que ser cautos. Te recojo el viernes por la tarde. Un beso. 
Colgó y yo lo hice también. Sentía una extraña sensación, una sensación desagradable. Sin saber por qué razón, me sentí traicionada. ¿Y si estaba dando un paso en falso? ¿Y si estaba cavando mi propia tumba? ¿Y si alguien me había tendido una trampa? Debía espantar aquellas ideas de mi cabeza. En ocasiones las casualidades no tienen razón de ser. ¿O sí? Recordé la lista y la cuartilla que me había entregado Guillermo en el restaurante. Abrí el bolso y la recuperé. Leí.
"los nombres que aparecen en la lista no pertenecen a personajes relevantes de la Resistencia, aunque imagino que la historia de muchas de estas personas permanecería en la sombra para siempre. Sólo he encontrado algo de uno de ellos, Roland Archin, redactor del periódico Combat y miembro de un grupo de sabotaje, fue capturado por la Gestapo y conducido al campo de concentración de Auschwitz donde murió. En referencia a Alex Villaplane ¿lo recuerdas? puedo decirte que fue un futbolista bastante reconocido hasta que con la llegada de la guerra, se unió con Henri Lapont y Pierre Bonny,  dos indeseables que formarían la llamada Gestapo francesa. Respecto a François, he encontrado muy poca información y ni siquiera se si se refiere a él. En este sentido, parece ser que colaboró sobre todo en acciones de información y comunicación, al igual que Maurice.  Espero haberte servido de ayuda. 
Doblé la cartulina. En realidad ¿quería saber más de todo aquello? ¿ Estaba dispuesta a viajar en el tiempo para saciar mi perversa curiosidad? Me caía de sueño y al final me quedé dormida mientras en la pantalla la princesa Fiona se transformaba en ogro, y a pesar de esa fatal circunstancia, Shrek la siguió amando. Después de todo él también era un ogro. 

jueves, 17 de abril de 2014

El secreto de Maurice. Capítulo XXII



Una semana después Coraline salió del hospital. El médico había querido asegurarse bien de que la joven no tenía ninguna lesión interna, y aunque su cuerpo estaba cubierto de enormes moratones por todas partes, no parecía que la cosa tuviera mayor importancia. 
Afortunadamente, le dieron el alta un miércoles por la tarde, así que pude quedar con ella en la cafetería que había enfrente, junto al jardín del observatorio. Hacía una tarde fría pero el sol brillaba con una luz anaranjada que arrancaba reflejos dorados de su corto cabello. Se le notaba cansada, dolorida, quizás asqueada. Pidió un café au lait y un croissant, y cuando el camarero se alejó, me miró con aquellos enormes ojos de niña que iluminaban su rostro. 
- Je ne sais pas que je dois faire. ¿Comprendes?
Qué debía hacer. Era la misma pregunta que yo me había hecho durante días, después de dejar a Alice en su cuna y disfrutar de mi momento diario de relax. 
- No puedes volver a tu casa - dije-. Sería una locura, una temeridad. 
-  Alors, que puis je faire?
Había lágrimas iluminando sus largas pestañas negras. No podía andarme por las ramas.
- ¿Tienes dinero?
- Un peu. Ce soir je vais dormir dans la maison d´une amie. 
- ¿Puedes dormir en casa de una amiga? pregunté con la esperanza de haber entendido bien. 
- Sí, pero seulement une nuit. Elle a des problèmes avec... son novio. 
- Ve con ella, pues, - dije aliviada-, y mañana buscaremos una solución. Lo cierto es que he tenido una idea...
Sonó mi móvil. Era Guillermo. Su voz sonaba alegre, como si estuviera sonriendo mientras hablaba. 
- ¿Tienes plan para esta tarde? - preguntó confiadamente-. 
- Estoy con una amiga que acaba de salir del hospital. Apenas le había hablado de Coraline a Guillermo, así que tuve la sensación de que aquello sonaba a excusa, incluso para mí misma.  
- Pues nada - dijo resignado-. Otro día...
- ¿Que querías? 
- Quería invitarte al cine.
Vaya por Dios. Dudé. 
- Pues...
Vi que Coraline me hacía toda clase de gestos con las manos. 
- Espera un segundo - le dije- 
- Vous avez un rendez-vous? - preguntó Coraline sonriendo con picardía-. Tranquila, je vais a la maison de mon amie. 
- Pero... - intenté protestar- 
- Pero nada - cortó Coraline tajante- Demain nos vemos
Volví a la conversación interrumpida. 
- Guillermo ¿sigues ahí? 
- Claro. 
- Puedo ir al cine. Mi amiga tiene que hacer una visita. 
- ¿Dónde estás? 
- En el jardín del observatorio.
- En veinte minutos estoy ahí.- aseguró precipitadamente-.
Le dí a la tecla roja y guardé el móvil en el bolso. Coraline me observaba con mal disimulado in terés. 
- Un rendez-vous?
- ¿Un qué?
La muchacha sonreía abiertamente. 
-¿Un... encuentro?
- Una cita, sí, pero con un amigo. 
- Bien -respondió Coraline levantándose con un pequeño brinco. Demain je te telefono. 
La vi alejarse con su contoneo particular. Observé que algunos hombres se volvían para mirarla, pero ella hacía caso omiso. Estaba claro - pensé aún en contra de mi voluntad- que no se podía dejar de ser puta de la noche a la mañana. E inmediatamente me odié por este indeseable pensamiento. 
Estiré las piernas por debajo de la mesa. Guillermo tardaría apenas quince minutos en llegar. Sonreí al pensar de qué extraña forma se estaban liando las cosas. En honor a la verdad, si no hubiera sido por Coraline, nunca hubiera conocido a Guillermo. O sea, que le debía una. Aunque sabía aún muy poco de él, tenía algo que me atraía poderosamente. ¿Podría ser su resolución? ¿El espíritu utópico que le movía? ¿su mirada verde turbio? ¿sus mocasines desgatados y su absoluto desprecio por la imagen? ¿O posiblemente todo ello junto?
En aquella gran ciudad llena de brumas que se extendían sobre el presente y el pasado, Guillermo era quizás la piedra angular, la que en ese preciso momento necesitaba para sostenerme, para no caer en el vacío de la soledad. El incierto futuro de Coraline me pesaba como una mala conciencia. La historia que poco a poco me iba contando François me había producido más de una pesadilla. Guillermo, en ese contexto de realidad presente y pasada pero siempre desgarradora, era el aire fresco en pleno desierto,  el minuto de  calma en la tempestad. Y ni siquiera me había dicho qué película íbamos a ver. 

Veinte minutos más tarde llegó. Caía la tarde entre nubes azulonas y rojizas, lo que, según la sabiduría popular, presagiaba un día de viento. Entramos al cine con dos o tres minutos de retraso. La película llevaba por título Entre les murs y describía el día a día de un colegio de secundaria en un barrio marginal de París.

La sala estaba cálida, había poca gente, el asiento era muy cómodo y la compañía, excelente. Sin embargo, sin poderlo evitar, más de una vez desvié la atención de la pantalla para pensar en la posible solución al problema de Coraline. Había pensado que quizás podía quedarse en casa de Francois a cambio de ayudarle en las tareas del hogar, pero también era verdad que no conocía suficientemente bien ni a uno ni a otro para proponerles vivir bajo el mismo techo. A mi precioso pisito no me la podía llevar porque entre otras cosas no era mío, y tenia claro que Coraline no podía regresar a aquel barrio que supuraba abandono por cada una de sus destartaladas ventanas. 
La película acabó pasadas las siete y media. En la calle soplaba un aire frío y desde las cocinas de los pequeños restaurantes llegaban olores de especias que despertaron mi apetito. Aunque no dije nada, Guillermo pareció haber leído mi pensamiento ¿o quizás había escuchado el sordo ruido de mi intestino?
- ¿Tomamos algo? - preguntó -, yo invito- añadió sin darme tiempo a contestar. 
Acepté con un movimiento de cabeza. Nos sentamos en el interior de un pequeño restaurante que extendía sus toldos rojos sobre la acera. Sobre la mesa, un mantel de cuadros, una vela encendida y un pequeño ramo de flores. Guillermo me miró por encima de todo ello desde sus ojos verdes. 
-¿Te ha gustado la película?
- Es casi como un documental ¿no?
- Sí. Es el día a día de un profesor en un barrio marginal. Realmente es como mi día a día. Como no sabía cómo explicártelo, preferí que vieras la película. 
Me tomé un tiempo antes de decir: 
- Es duro, es muy duro. 
- Es duro, sí. A veces te encuentras con jóvenes inteligentes y llenos de ideas que no tienen presente y sabes que no van a tener futuro.  Cuando el día a día se convierte en una carrera por la supervivencia, la vida deja de tener sentido. 
- Eso suena a batalla perdida.
-  Bueno - suspiró profundamente-, aunque las batallas estén perdidas, nunca hay que darse por vencidos. 
Me miró fijamente por encima del humo blanquecino de la vela.
- ¿Qué te preocupa?
Noté que me sonrojaba. 
- ¿Tan transparente soy?
- Ahora mismo,sí.
¿Podía expresar en voz alta mi idea?
- He pensado algo, pero no lo tengo muy claro.
- Dime.
-Es Coraline, la chica con la que estaba hace un rato. Ya ha salido del hospital. 
-Y...?
- No tiene adonde ir. No puede volver a su casa.
- Es evidente ¿Has pensado algo?
- He pensado algo pero es posible que sea una estupidez. 
El camarero dejó sobre la mesa dos platos de salmón con guarnición y una botella de vino blanco. 
- Bon apetit - dijo-, y desapareció rápidamente después de hacer una leve inclinación de cabeza. Guillermo me animó a continuar. 
- Dime Asun. 
- He pensado que podría vivir con François, el anciano del que te hablé. Ese hombre es muy mayor  y está muy solo, y ella también. 
- ¿Lo has hablado con él?
-Todavía no- admití- 
Esperaba que me dijera: ¿y a qué esperas? pero fue más generoso. 
- ¿Qué te detiene?- preguntó- 
-Meterme en un lío. 
Guillermo dio un sorbo al vino y sonrió. 
- Deberías estar ya acostumbrada. 
- No te burles de mí- respondí fingiendo que me había sentado mal-. Ya te dije que para la familia para la que trabajo ese hombre es como el mismo diablo. 
- ¿Por qué?
- Historias del pasado que ensombrecen el presente.  ¿Recuerdas que te hablé del padre de Juliette, Maurice, que fue amigo de François en su juventud?
- Sí, Claro.
- Pues a pesar de esa amistad y de que lucharon  juntos en la Resistencia,  algo les debió separar... Posiblemente, una mujer. 
-Y tu temes que tu jefa acabe enterándose que ahora  cuentas entre tus amigos a ese "diablo"- dijo con sorna-
Afirmé con la cabeza.
- ¿Nunca te ha pasado - inquirí- que a veces ocultas algo, una tontería, y eso te lleva a ocultar otra cosa mayor y al final tienes la sensación de que ocultas un gran secreto que ya no puedes desvelar?
- Me ha pasado, pero en tu caso creo que eres muy libre de hacer lo que quieras. Mientras cumplas con tu trabajo...
Guillermo se echó hacia atrás como si quisiera llenar sus pulmones de aire de un gran bocado. 
- Si te sirve de consuelo - dijo- yo muchas veces no se qué hacer cuando algún alumno me dice que no quiere volver a clase, que su padre se ha ido de casa o que su hermano está en la cárcel... ¿Cuál es la actitud, la respuesta adecuada?
- ¿Y qué haces?
- Actúo según mi conciencia, o procuro hacerlo, aunque en ocasiones sabes que eso va a acarrearte alguna que otra bronca, y a veces de las persona que menos te lo esperas. 
- Eso es lo que yo trato de hacer, pero mi conciencia también me dice que no puedo arriesgarme demasiado. 
- Habla con François. Ya sabes que la peor respuesta es un no. 
Sonreí. Era justo lo que quería oír. 
- Y ahora, Asun, procura no pensar y disfruta de la cena. 
El ambiente era agradable, el salmón estaba especialmente sabroso y el vino no podía ser mejor. Todos estos factores sumados hicieron que me sintiera bien, que me olvidara de mis problemas, que tuviera la sensación de que el tiempo se había detenido y que seguiría detenido durante mucho tiempo. Pero eso nunca ocurre. 
- ¿Cómo has dicho que se llama la mamá de Alice?
- ¿Lo he dicho?
- Si lo has dicho no lo recuerdo. 
- Juliette, Juliette Girard.
Guillermo parecía tan concentrado como si pretendiese resucitar al salmón que dormía su último sueño sobre su plato.
- Hace unos días me llamó.
Sentí que no había entendido bien.
- ¿Quién? -pregunté- 
- Juliette. 
El vino debía estar sentándome mal. Un atropello de incógnitas se daban cita en mi cerebro. 
- ¿A ti ?¿por qué? -pregunté-
Posiblemente mi tono de voz no había sonado muy amigable. 
- Bueno- rectificó-, no precisamente a mí. Preguntó por el responsable de Educación ciudadana y como no estaba, habló conmigo. 
Era consciente de que mi voz se había enfriado como el hielo de una cubitera.
-¿Qué te propuso?
- Fue muy amable. Me planteó la posibilidad de dar una charla en el colegio. Yo le respondí que quizá no era el lugar adecuado, pero que de todas formas tendría que hablar con mi compañero. Ella entonces insistió y la pasé con el director. No sé cómo quedarían pero está claro que me enteraré. 
Era curioso. Todo confluía hacia el mismo punto como si alguien, desde algún ignoto lugar, estuviera hilvanando los hilos de una tela de araña. Y lo peor de todo era que cada vez tenia más claro que la mosca atrapada  en esa tela era yo.
Sin duda, en ese momento mi rostro debía ser la expresión misma de la máxima idiotez. No se me ocurría decir nada que tuviera un mínimo sentido. 
En vista de mi silencio, Guillermo retomó el hilo. 
- Antes de que se me olvide - dijo al tiempo que abría una pequeña carpeta-, toma la lista, en la cuartilla que hay junto a ella he anotado los datos que he podido recoger. De todas formas- añadió-. es evidente que el papel está roto. Supongo que te has dado cuenta. 
Cogí el papel con precaución y observé su margen inferior. Era cierto. Estaba rasgado de la forma en que doblamos un papel y lo cortamos con la mano. 
- No me había dado cuenta - reconocí-. 
- Parece ser que alguien no quería que, si la lista fuera encontrada, pudiera acceder a todo el contenido. 
Pensé una vez más que estábamos rizando el rizo. 
- Y entonces- inquirí-, ¿por qué no la rompieron del todo?
- Esa es una buena pregunta, Asun. Supongo que para alguien esa lista era un as en la manga. 
Me estaba perdiendo por completo pero disimulé. 
- Es posible.
Dí un sorbo breve al vino y comprobé una vez más que su calidad era inversamente proporcional a mi capacidad para razonar. 
- ¿Qué propones? - interrogué sonriendo-. ¿Nos vamos a Normandía? ¿Buscamos el trozo de papel perdido? ¿Hacemos una locura? 
Definitivamente, estaba perdiendo el norte y los demás puntos cardinales. 
Guillermo se había quedado con un trozo de lechuga y otro de tomate enganchados en la punta de su tenedor, a medio camino entre el plato y su boca. 
- ¿Podrías pedir permiso para el viernes por la tarde?
- Tendría que hablarlo ¿por qué?
Guillermo se reclinó en el asiento. Sonreía con picardía. 
- Porque me apetece conocer esa hermosa casa de Normandía.
El vino había llegado a mi mejillas y las había coloreado suavemente. 
- Estás loco, loco - reí a carcajadas- 
- Como una puta cabra.
¿Y qué vamos a hacer con Coraline?
- Seguro que puede quedarse unos días más en casa de su amiga. 
El terror, aunque apaciguado, me asaltó. 
- ¿Y como entramos en la casa?
- Abriendo la puerta, Cenicienta. Ya sabes lo que debes hacer.
- ¿Pedir la llave?
Guillermo sonrió de oreja a oreja.
- No había pensado precisamente en eso -susurró como si alguien pudiera oírnos-.
Sí, era cierto, ya sabía lo que debía hacer. Conseguir un hogar para Coraline, hablar con François, pedir una tarde de permiso, mentir como una bellaca y, lo peor de todo, sustraer una llave e invadir una morada ajena. No era un mal plan. 
- ¿Hecho?- preguntó Guillermo levantado la copa-
- Hecho- contesté levantado la mía. 
Fue entonces cuando me dí cuenta de que mi mano temblaba. Y no era para menos. 




lunes, 14 de abril de 2014

La Leona y la gata de Cleopatra.



Qué vicio esto de escribir. Ronronear, comer, dormir a pata suelta, amasar,  jugar y escribir. A veces, cuando mi ama nos ve dormitando en el sol que da sobre los muebles del comedor, nos dice: "Quién fuera gato". Y yo pienso que quien fuera humano para tener una maquinita de esas a la que ellos le hablan, y unas botas de agua para cuando el suelo está mojado, que a mi no me gusta la lluvia, pero nada, nada. 
Hablando de lluvias y aguaceros, os puedo decir que en ese pequeño pueblo al que vamos en verano, nunca llueve, nunca. Pero cuando llueve parece que las nubes algodonosas exploten como globos de agua. El cielo se pone negro, hace ruidos extraños y lanza flechas de luz contra el suelo. Es entonces cuando la gente de la casa corre entusiasmada de una puerta a otra para ver como baja el agua por las calles. Mientras, yo me meto en la primera habitación que veo abierta y me tumbo a dormir sobre la cama. Se que las tormentas duran poco tiempo y luego siempre sale el sol, un sol de luz anaranjada que hace que todo brille. 
Pues uno de esos días de lluvia de hace dos veranos, vino a refugiarse a casa un gato-.gata de color naranja. Y digo gato-gata porque nadie tenía muy claro lo que era, ni Tito que para eso es un lince. Pasó por delante de nosotros en dirección a la cocina."Otra que viene a robarnos la comida -pensé-, pero como Tito no movía ficha, yo tampoco. Era enorme, me pasaba un palmo. Tenía una cara fiera, como de leona, y muy malas pulgas. Y es que vivir en la calle te hace desconfiada y feroz. Cuando te van a acariciar piensas que te van a pegar, y tiras zarpazo o a morder, aunque luego ni arañas ni muerdes. Así que, por su aspecto, mi ama le llamó la leona. Caminaba como una diosa, comía con nosotros y dormía en el destartalado sofá del siglo XIX, tapada con una sabanita bordada. 
Siguió viniendo día tras día. Era alta, ágil, soberbia y, como ya he dicho, un poco grandota... o grandote, porque a aquellas alturas del verano nadie sabía qué era. Mi ama, en un alarde de valor la muy cochina, le levantaba el rabo y decía: "A ver si eres machito o hembra", pero ella siempre se zafaba con un gruñido que quitaba las ganas de manosearla a cualquiera. 
Tal era su porte majestuoso, que un día alguien dijo: mírala, ni que fuera la gata de Cleopatra. Yo, por aquel entonces, era una gata poco culturizada y ni sabía quien era Cleopatra ni quien era su gata, pero mi ama, que dedica más tiempo a los libros que a la casa -hoy es una excepción y por eso aprovecho para escribir-, nos contó algunas cosas. 
Parece ser que hay un país que se llama Egipto y a los que vivían allí hace muchísimos años les gustaban mucho los gatos. En ese  lejano lugar lleno de arena vivía una reina - dicen que muy guapa y por lo que pude escuchar también un poco zorrilla-, que tenía dos pasiones: los gatos y los emperadores romanos. Su gata se llamaba Charmaine y vivía como una reina en el palacio de su ama, una mujer que aprendió a pintarse los ojos imitando el pelaje de los felinos. 
Según contaba mi ama, lo que tuvo que ver aquella gata egipcia. Parece ser que Cleopatra se casó con su hermano -no pongáis esa cara que entonces estaba bien visto-, y luego con Julio cesar - que era un emperador romano, y más tarde, cuando éste acabó sus siete vidas, se lió con otro romano,  -Marco Antonio, y tuvo tres hijos con él. 
Bueno, pues la leona, por su aspecto, bien hubiera podido ser aquella gata real que se deslizaba sobre los mármoles del palacio de su ama, pero lo cierto es que no pasaba de ser una gata vagabunda que acabó compartiendo con Tito y conmigo, nuestras interminables siestas de verano.


No la he vuelto a ver. Dicen que el invierno en el pueblo es muy duro, que el aire corta la piel y que a veces caen del cielo cubitos de hielo. Puede ser que sus vidas se gastaran por hambre o por frío. Pero puede ser también que alguien la recogiera de la calle pensando que era Charmaine, la gata soberana de la reina Cleopatra.

Nota de la autora: la foto pertenece a una de las estatuas del palacio de Cleopatra, en Egipto, sumergido en el agua del mar. 

viernes, 11 de abril de 2014

Visiones.


En la convulsa oscuridad veo muertos. Me cruzo con ellos en esta tibia caída de tarde de sol anaranjado. Algunos caminan ausentes, enredados en sus propios afanes; otros se deslizan sobre la acera con la mirada perdida en el más allá. No hace mucho tiempo que los veo, pero me perturba. Lo cierto es que comencé a verlos aquel día cuando tomé la decisión.
Todos intentaron disuadirme, los más allegados y los que poco tenían que ver conmigo. Pero yo seguí adelante con mi idea. Cuando no se alcanzan los sueños es posible que sea el momento de perseguir las pesadillas.  Pero entonces no sabía cuáles iban a ser las consecuencias.
Es la primera vez que lo cuento y no quiero que nadie me lo reproche. Los veo. En ocasiones es el color blanquecino de su piel el que habla; otras, son las ojeras como negras lagunas que se extienden bajo sus ojos. No sé si podré acostumbrarme a esto, a ver muertos no sólo entre la oscuridad de esta tarde que cae en picado, sino a plena luz, cuando el sol del mediodía ilumina cada surco de piel.
Es terrible y vergonzoso, lo acepto. Ya no veo personas, sólo clientes. Y todo desde aquel día, el día en que superé todas mis aprensiones  e inauguré la funeraria.