lunes, 11 de marzo de 2024

Libros y magia

 

Con un poco de resaca me fui a la feria de la magia. Mi hija me había dicho que era un poco bruja, y no es sólo ella la que lo piensa.  Yo les digo que no, que están equivocados, aunque en el fondo pienso que sí, que algunas propias experiencias me han demostrado que soy un poco brujilla. Pero dejando eso aparte, ya sabéis que tras la feria del vino, me invitaron a la feria de la magia blanca, negra y de colorines. 

Me sentí tentada, sobre todo para saber  hasta qué punto los participantes de este tipo de ferias son capaces de engañar a la gente inocente que cree en el poder de las cartas, el Universo, las piedras, los conjuros y las bolas de cristal. 

Y hacia allí que me fui, dispuesta a escuchar de todo, hasta  el relato de mi propio futuro, que todo puede ser.

Me vestí de negro de pies a cabeza, que siempre queda más esotérico y adelgaza, me eché polvos de talco por la cara y me pinté los labios de  rojo pasión. Cuando me miré en el espejo me pegué un susto de muerte. Me había convertido en una bruja de cuento, de esas que envenenan a la gente con una oronda manzana,  envenenamiento tipo kremlim vamos. 

Mi  pequeño stand  estaba situado entre la paraeta de la vidente Alberta y el de sanación por Reiki. En el ambiente sonaba una música extraña, subliminal, ese tipo de musica que, o bien te relaja o bien te saca de quicio. El público asistente pasaba de largo por delante de mi stand. Igual mi aspecto les daba algo de miedo. Sin embargo, no tardó mucho en acercarse la vecina vidente, que llevaba un largo vestido floreado, unas botas rojas y ocultaba sus cabellos bajo un pañuelo de formas geométricas

—¿Vende libros, amiga?

 —Eso intento.

—¿Quiere que le lea la mano?

Es probable que la susodicha diera por sentado que mi libro iba de magia y esoterismo, pero ni por asomo. 

No, no quería que me leyera la mano, no me iba a creer lo que pudiera decirme, fuera bueno o malo. Pero cómo me suele costar decir no, le dije que sí. 

 Entré en su stand con cierta desconfianza.  El aire estaba saturado de un perfume dulzón. Hacía calor. Era como una pequeña tienda de campaña con una mesa de camilla cubierta con un tapete de estampado étnico,  y  sobre él, una  gran bola de cristal .

—Siéntese querida amiga. 

 Y dale con lo de  amiga.  Si no la conocía de nada. Me senté al borde de la silla. Estaba incómoda. La mujer comenzó a  mirar la bola de cristal con ojos ansiosos. 

—Ha escrito usted un libro. 

—Lo acaba de ver —dije un poco mosqueada.  

—Veo que está teniendo un gran éxito con él. 

No pude reprimir una sonrisa que ella no supo interpretar.

—Parece ser que se está haciendo famosa. 

En eso llevaba razón. Pero no por el libro sino por mis travesuras. 

—Sus  numerosos lectores —dijo— están esperando su próximo libro. 

—Con ansia —repuse al borde de la carcajada.

—Sin duda es usted una mujer de éxito, afirmó convencida. 

Me había tocado la peor bruja del mundo. Seguí en silencio. 

— Veo que ha cosechado éxitos personales, laborales, literarios...

Y ahí ya no pude más. La carcajada brotó de mi garganta como un torrente, perdí el equilibrio, me cogí  del mantelito étnico que cubría la mesa, el cual arrastró la bola mágica y acabamos todos en el suelo. La mujer comenzó a increparme mientras  me revolcaba de risa en la moqueta. Sabéis que se puede morir de risa. A punto estuve. 

—No ha dado una —le dije, llorando de risa—.  Es usted una estafa, una pifia como la copa de un pino! 

Y tuve que salir de allí corriendo mientras el rostro iracundo de la bruja se reflejaba en los mil cristales que  había dejado la bola al estrellarse contra el suelo. 

Ni un solo libro vendí. Pero ahora sé que soy una mujer de éxito. 

Igual hasta sigo escribiendo. 


viernes, 1 de marzo de 2024

Libros y feria del vino. II parte.

  


Me di el gustazo de coger un taxi, más aún, de llamar por teléfono para que viniera a recogerme, como a una princesa. Y ya que, presuntamente, era una experta en vinos franceses, me vestí al uso. Suéter y falda negra, boina de medio lado y botas casi militares

 El taxista me miró con desconfianza. Creo que, o bien pensaba que era una espía belga surgida del frío, o una simple señora extravagante con ganas de llamar la atención. 

—A la feria del vino —le dije con fingido acento francés. 

Mi primera sorpresa se produjo al llegar a la feria. La entrada a l recinto costaba diez euros, así que era obligado vender algún libro. Tenía que recuperar a toda costa tan arriesgada inversión. 

Comencé en la sección de vinos valencianos, por aquello de hacer patria. Había blancos brillantes, rosados afrutados y tintos seductores. 

—¿Cuál quiere probar? —me preguntó el responsable del stand. ¿Sabe que tiene derecho a dos consumiciones? 

—¿En este stand?

—No —contestó riendo—. En toda la feria. 

—Vaya. 

Y dije vaya por no decir otra cosa. Así que solo dos consumiciones. Tenía que elegir muy bien. 

—¿A qué casa representa usted? ¿O quizás es algún medio de comunicación?

—Les deux ivrognes, una bodega muy antigua del sur de Francia, aunque  soy toda experta en vinos franceses —mentí— . También escribo en la revista Vinos y vinilos. 

—Oh, eso es perfecto entonces  me va  a decir que le sugiere este vino.

 Y me ofreció una copa de vino blanco y fresco. 

Primero olisqueé la copa como había visto hacer en las películas. Luego  di un pequeño sorbo.

—Aromas del bosque —dije al tun tun—, con un toque de espino blanco y una base de… menta. 

Aquel vino sabía a vinagre, pero hay cosas que no se pueden decir. 

—¿Le parece bueno? 

—Bueno no, espléndido. 

Su sonrisa desapareció de repente. 

—¿Conque aromas del bosque? 

—De bosque Mediterráneo —maticé. 

—Pues se acaba usted de beber un vino de brick de cartón . Es usted una farsante. Lo supe desde el principio. ¿De qué va disfrazada? ¿De miembro de la resistencia francesa?

Me habían pillado. Me fui de allí lo más rápido que pude. No me pareció conveniente ofrecerle a aquel tramposo mi maravilloso libro. ¿O quizás la tramposa era yo? 

Con esa duda me acerqué al Stand de vinos riojanos. Apuesta segura. 

—Blanco, tinto o rosado. 

—Rosado, repuse con una sonrisa edulcorada

el hombre se  fijó en mis libros. 

—¿Es usted escritora? 

—Bueno, podría decirse. 

—¿Y alcohólica? 

—¿Qué?

—¿Qué si es alcohólica? 

—Por supuesto que no —contesté indignada— ¿Por qué lo pregunta?

 

—Porque muchos escritores de reconocida fama lo fueron. Hemingway, Baudelaire, Bukowsky, Margueritte Duras, Patricia Highsmith, e incluso Óscar Wilde, gran aficionado al consumo de absenta. 

—¿En serio? Nunca lo hubiera pensado. Lo conocí en la feria del chocolate y me pareció todo un  respetable señor.

—¿Lo conoció usted?

—Efectivamente. En la feria del chocolate. También tuve el placer de hablar con María Antonieta y con Hernán Cortés. Pero no me haga usted  mucho caso, en esa feria estaba yo un poco indispuesta después de pasar una noche en el calabozo con una mesalina y un narcotraficante de poca monta. 

El hombre estaba pálido como la cera.

—Me ha querido usted engañar. 

Y dale, otro que piensa que miento.Intenté defenderme.

— El vino es magnífico, en serio. 

—No me refería a eso.

—¿Entonces?

—Es usted alcohólica. Triunfará. 

—Eso me dijo una bruja, en no sé qué  feria…

—La invitó a una cerveza

— ¿En la feria del vino? bueno, Pero  que sea cero cero. Esto me está subiendo como la espuma. ¿Cuántos grados tiene este vino?

—Sobre catorce. 

—Dios mío del amor hermoso. Igual me tomo un agua mineral

 Me compró  dos libros, uno para él y otro para un vecino que sufría de agorafobia y se pasaba los días leyendo y sin salir a la calle. 


Llegué a casa como si me hubiera pasado por encima una manada de bisontes enfurecidos. Mis hijos me esperaban en el comedor. Pensé que tramaban algo. 

—¿Pasa algo?¿ por qué me miráis así?

—Te ha llegado otra invitación, mamá. 

—Mañana, por Dios. Ahora estoy un poco perjudicada. 

—No, espera.  Es una invitación que igual te gusta.

—¿ De qué es la feria?

—Te han invitado a una feria de magia. 

— Para magias estoy yo ahora. ¿Os podéis creer que me han llamado alcohólica? Solo falta que me llamen bruja. 

—Un poco bruja sí que eres… en el buen sentido. 

—Ahí llevas razón. Igual me apunto. 

Y no sé si fue por el cansancio o por los tanganazos de vino que llevaba encima, caí desmayada sobre mis libros. 

Cuando desperté me di cuenta de que no había sido un sueño. Efectivamente, me habían invitado a una feria de magia, esoterismo y conjuros . 

Igual me encontraba a Harry Potter. O al mago Merlín. Quien sabe. 


miércoles, 21 de febrero de 2024

Libros y la feria del vino. 1ª parte


 Cuando llegué a casa era bien entrada la noche. No podía ni con mis pies ni con mis párpados ni con mi alma.  Me encontré a mi hija leyendo a Tolstói. 

—Llegas pálida, mamá. ¿Cómo ha ido?

—Ni te lo imaginas —dije mientras me dejaba caer en el sofá. 

—¿Eso es que ha ido bien o mal? ¿Te han dado chocolate?

—Yo no sé lo que me han dado, hija, pero algo raro he tomado…

Dejó a Tolstói descansando sobre la mesa. 

—Te has atiborrado de chocolate, seguro. 

—Qué va. No he tenido tiempo. Lo que he tenido son alucinaciones. ¿Te puedes creer que he estado hablando con Napoleón , María Antonieta…?

—¿Antonieta? —me interrumpió—,la vecina de la prima Amalia, la que vive puerta con puerta con Tonet, el hijo de Fina la filipina?

—No, no, María Antonieta, la reina de Francia, a la que le cortaron la cabeza.

Ahora era ella la que había palidecido. 

—¿Cómo?

—Cómo lo oyes. Y espera, que no he acabado. También he estado hablando con Óscar Wilde, muy elegante, él, y luego, cuando ya me iba al borde del soponcio, me he topado con Hernán Cortés. Parece ser que lo han contratado como guardia de seguridad.

Mi hija estaba ausente, no conseguía reaccionar. 

—¿No sería mejor que dejases ya lo de  ir a las ferias? Igual no te sientan bien. 

—Lo que me ha sentado mal es ese chocolate con algo que me han dado.  Por cierto, Napoleón me ha parecido  más listo que el hambre, y Hernán Cortés un poco brusco. ¿Qué es esa carta que tratas de ocultarme?  —pregunté al ver que mi hija escondía un sobre en un cajón.

—Otra feria, pero no creo que estés en condiciones…

—Pues claro que estoy en condiciones. ¿Quién no se encuentra a Napoleón alguna vez en la vida?  ¿De qué va esa feria? 

Me entregó el sobre con desgana

—Te invitan a la feria del vino. 

—¿Del vino? mira, para rematarme. Solo Dios sabe con quién puedo encontrarme entre los efluvios de un buen caldo.. 

—Sería mejor que te lo pensaras antes de aceptar.

—Ni hablar. Igual vuelvo con un buen rioja o una buena cogorza, pero vale la pena intentarlo . Cuando la gente bebe más de la cuenta, lo compra todo. Me voy a hacer de oro. ¿Dónde es la feria? 

— Aquí, en la ciudad.

—Hecho.  Hasta puedo ir en taxi, como los ricos. Diles que sí, que voy, que soy una gran experta en vinos…franceses, por ejemplo. 

—Pero si tú bebes don Simón.

—Pero ellos no lo saben. ¿Quieres que te cuente lo que me ha dicho Óscar Wilde? 

—Mamá!

—Un hombre muy interesante. Ojalá me lo encuentre en la feria del vino. ¿Sabes si bebía?

—Yo creo que más bien le daba al opio. 

—¿Al apio? Qué chico más sano

—¡he dicho al opio! No tiene nada de sano. 

—Y encima me estoy quedando sorda. Voy a pedir cita con el médico. 

—Será lo mejor. 

La noche cayó sobre la ciudad como una guillotina de niebla. 


miércoles, 14 de febrero de 2024

Libros y la feria del chocolate


Cuando se escucharon las llaves en la puerta de la casa, mis gatos salieron corriendo hacia ella.

 La que llegaba era mi hija, que venía con una carta en la mano 

— ¿Otro recibo? —pregunté. 

—No, mamá. Parece ser una invitación para ir a otra feria 

—¿Otra feria? Dios me libre. Después de la feria del gurumelo, con todo el lío del calabozo, la mesalina, el tropezón, los toros y el narcotraficante, estoy un poco ya saturada . Creo que necesito un respiro. 

—Pues esta te va a encantar, mamá 

—A ver, dime ¿de qué va? 

—De chocolate

—¿Qué me estás diciendo? ¿En serio que hay toda una feria dedicada al chocolate? ¿Dónde se les ha ocurrido tamaña tentación ?

—En Torrent . 

—Bueno, y encima está cerca.  No estaría mal acudir a esa feria  del chocolate. Igual no vendo ni un libro, pero vuelvo con un empacho de acudir a urgencias. Llevo ocho meses sin probar el chocolate por culpa de la maldita vesícula. Voy a vengarme.

—Pero mamá ¿Tú sabes algo de la historia del chocolate, de las clases que hay, de sus orígenes, de sus tradiciones? Tendrías que investigar un poco 

—¿Y que tengo que saber del chocolate?  que se hace con el cacao, que  lo trajeron de América,  que está muy bueno, que levanta el ánimo, que sube el azúcar, que te pone como una ballena. ¿Qué  más debo saber  del chocolate? 

--Pues que hay muchas variedades, qué porcentaje de cacao llevan, si es mejor el blanco o el negro  Deberías…

—Debería ir. No me cuentes historias chocolateras. Sabes que lo único que pretendo  es vender mi libro.  Si tengo que decir alguna tontería con respecto al chocolate, la diré. Ya conoces mi capacidad de improvisación. 

—La conozco. 

—Por eso mismo no hay ningún problema. Cojo el metro en la estación de Turia y así no me lío con los transbordos. Me llevo seis o siete libros, me planto en la feria, me inflo a chocolate, y si vendo algún libro bien y si no, no pasa nada.

  Y llegó el día, un día de febrero más bien caluroso y ventoso. Este año el invierno se ha rendido y nos ha dejado en manos de los anticiclones.  Aún así, me puse mi chaquetita de lana,  mis mocasines de medio tacón y me fui a la feria cargada con mis libros y con mis ya cansadas ilusiones. Nada más llegar, comprobé que el ambiente era estupendo. Había muchos stands, diferentes y reconocidas marcas, algunas de chocolate artesanal, y un reguero de gente ávida de probarlo  todo.

    Después de curiosear un poco, me detuve en el primer stand, donde una amable señorita me ofreció probar una tableta de  chocolate a las finas hierbas con arándanos o  fresas o  algunos frutos rojos de origen desconocido.  Un regalo para el paladar. Compré una tableta y seguí paseando. Estaba ya llegando al segundo stand, cuando se me acercó una persona por detrás y me tocó en el hombro . 

—¿Le gusta el chocolate?—me preguntó .

    Me volví en redondo. Aquel hombre tenía una voz un poco cantarina. No podía creerlo.  Me encontré cara a cara con Napoleón, sí estáis leyendo bien, con Napoleón Bonaparte. 

me pegué un susto de muerte

—Usted se parece a…

—Napoleón, emperador de Francia. ¿Y se preguntará qué hago aquí? 

No sólo me estaba preguntando eso. 

—Pues ya que lo dice…

 —El chocolate es una delicia exquisita, señora. y no pueden hacer una feria dedicada al chocolate  sin invitarme a mí. 

—¿Por alguna razón en especial?— me atreví a preguntar.

Su rostro se endureció. 

  —¿Es que acaso usted no lee libros de historia ?

—Alguno ha caído en mis manos, pero no cuentan precisamente esas intimidades. Más bien se refieren a las batallas, a los muertos, invasiones, ya sabe, el dos de mayo y todas esas cosas desagradables que traen las guerras. Además, yo pensaba que lo que más le gustaba  a su... —dude—  excelencia,  era beber…

—Ese era mi hermano José, siempre dándole al trinqui. ¿Y de mi adicción al chocolate no dicen nada los libros de historia? 

—Nada.  Es la primera vez que lo oigo.

 —Pues ya ve, señora, yo preparaba la estrategia  de mis batallas encerrado en mi gabinete y tomándome un buen chocolate  caliente. 

Alucinada estaba.

—Vaya lo que una aprende en las ferias 

—Y no se crea que soy el único personaje famoso al que le gusta el chocolate. 

—A mí también me gusta —afirmé con arrogancia.

—Pero usted no es famosa 

Recordé mi atolondrado paso por tantas ferias..

—Voy camino de serlo.  tiempo al tiempo. .

—Pues mire por ahí viene otra persona a la que también le encantaba el chocolate, la misma María Antonieta, reina de Francia,

Me giré. Era cierto. Se acercaba una bella dama con el cuello un poco torcido.

     —A ver, señor o emperador Napoleón, que yo sepa a esa señora le cortaron la cabeza.   Espero que no fuera por comer chocolate. 

   —Sin duda no fue esa la causa, pero hasta tal punto le gustaba esta ambrosía que realmente podría haber una marca hoy en día que se llamara chocolates María Antonieta, perderás la cabeza cuando lo pruebes 

“Qué bruto”—pensé—, pero yo no me iba a quedar atrás.  

—Se me ocurre otro, chocolates que te cortaran la respiración. 

—Ese lema es tan sádico como el mío, señora. Debo dejarla. Me han ofrecido probar chocolate con gurumelos. ¿Quiere acompañarme? 

    Negué con la cabeza mientras hacía una torpe reverencia. No quería saber nada de los gurumelos. Ante mi negativa, Napoleón se fue a probar chocolate con hongos y yo me quedé esperando a María Antonieta.

    La reina llegó caminando como un pavo real, altiva, enfundada en un hermoso vestido de seda y encaje. 

   —Majestad María Antonieta —le dije—, un placer encontrarla en esta feria 

—El placer es mío contestó con voz susurrante—.  ¿Ya le han contado que soy una gran amante del chocolate? 

—Pues tiene buen gusto, todo hay que decirlo. Yo también, pero yo no soy en ningún caso una reina degollada 

—No me traiga ingratos recuerdos, amiga mía. La vida no me trató bien.  Mejor hablemos de chocolate, una de mis pasiones.. 

Yo sabía que tenía otras pasiones más nórdicas. ¿Quizás un atractivo conde sueco? 

—Voy a seguir probando chocolates. Si desea acompañarme…

Volví a negar con la cabeza, y mientras ella se alejaba  contoneándose entre la gente que parecía no verla, yo empezaba a pensar si aquello era la feria del chocolate, una fiesta de disfraces o un pabellón del hospital psiquiátrico. no lo tenía yo nada claro cuando vi que se acercaba un hombre muy elegante, de buena planta, con mirada interrogante.   Supuse que la palidez de mi rostro, después de haberme encontrado con dos personajes tan importantes de la historia, debía ser dramática.

—¿Se encuentra bien señora? la veo extremadamente pálida.

—No se apure —le dije—, lo cierto es que después de hablar un rato con Napoleón Bonaparte y María Antonieta,  me siento un poco rara, confusa diría yo 

el hombre me miró un poco alarmado 

—¿Quiere que llamemos a alguien de su familia? 

—No, por Dios, a qué santo.  Yo he venido aquí a vender mi libro y por ahora no me he estrenado.  Los señores históricos que me han salido al paso no han tenido a bien comprarlo. 

Lo cierto es que, con tanta sorpresa, ni se lo había ofrecido.  

—De todas formas —me dijo el hombre—, si usted se encuentra indispuesta o si tiene algún problema, no dude en llamarme. He sido siempre un caballero y lo seguiré siendo a lo largo de la historia 

—Muchísimas gracias —le susurré con una sonrisa de oreja a oreja—. Es usted realmente  muy amable. Si sigo viendo esta serie de fantas… personas extrañas,  no dudaré en llamarle. ¿Por quién debo preguntar?

     El hombre se volvió muy despacio. Tenía los ojos almendrados y unos  labios muy finos Me miró.  

—Pregunte usted por Óscar Wilde. Siempre a su servicio 

    Fue en ese momento cuando pensé que alguno de los chocolates que había probado me estaba sentando mal.  Quién sabe si junto a los arándanos le habían mezclado alguna hierbecilla extraña de esas que hacen ver cosas que no existen.  Así que, antes de caer redonda y montar de nuevo un espectáculo, salí por la puerta con todos mis libros. En el vestíbulo me topé con una especie de guardia de seguridad, bastante extraño. Llevaba el pelo y la barba muy largos y vestía una especie de armadura con un casco que cubría su cabeza. 

—¿Ya se va, señora? 

—Si, —repuse—. Algo debe haberme sentado mal y tengo… ligeras alucinaciones. 

—No se preocupe y discúlpeme.

—¿A usted?, ¿por qué? 

           —Porque yo traje el cacao de América y ya ve usted la que armé. 

Estaba a punto de desmayarme. 

—¿Con quien tengo el placer de hablar?

—Con Hernán Cortés, a su servicio. ¿Quiere que mis hombres la custodien hasta su casa? 

—No hará falta. Muchas gracias. 

Cogí el metro al vuelo. En el vagón viajaban un grupo de adolescentes que no paraba de chillar, un hombre que vendía pañuelos de papel, un niño enrabietado que rodaba por el suelo, y cuatro o cinco miembros de una banda que irían a partirse la cara con otra banda en algún barrio periférico. 

Qué alivio. Gente normal.