martes, 30 de enero de 2024

Libros y gurumelos. 2ª parte.


Donde  haya una pendiente resbaladiza y peligrosa, ahí estoy yo. Nada más escuchar el aullido, salí disparada hacia un terraplén, intenté deslizarme por él y acabé rodando como una pelota de tenis. Anochecía, me había torcido el pie y la linterna de mi móvil no funcionaba. Estaba sentada en el suelo cuando vi que algo, entre las sombras, avanzaba hacia mi. ¿Sería el lobo que aullaba? Pero no, espera, lo que venía hacia mí tenía unos puntiagudos cuernos. Los lobos no tienen cuernos, pero los toros sí. ¿ Y las vacas? ¿Tienen cuernos las vacas? No era momento de dudas. Aquel enorme animal me miraba con cara de mala leche. Con mis mocasines de medio tacón y el pie torcido, salí corriendo por el pedregal sin mirar atrás. Los libros pesaban como piedras y la visibilidad era cada vez menor. Aún así, a unos cuantos metros de mi, pude percibir que algo se movía entre los matorrales. 

—¿Hay alguien ahí?—dije—. Mi voz temblaba. 

—¿Qué puñetas hace usted por aquí? 

Era una voz ronca, tipo Sabina. Su dueño era un hombre alto, malcarado, hercúleo 

—Uy qué bien encontrarse con  alguien por estos lares —dije aliviada.

El hombre me miró sin comprender. 

—¿Qué hace una señora como usted por aquí?— preguntó con voz bronca. 

¿Una señora como yo? ¿ A qué se refería?

—He pinchado una rueda, he escuchado el aullido de un lobo, me he caído por un terraplén, me he torcido el tobillo, me he topado con un toro y... Estoy perdida. 

—¿Y adonde iba, si saberse puede?

—A la feria de las setas y los "guremilos o algo así. 

—¿Vende champiñones?

—Vendo libros.

—¿Sobre champiñones?

—No. ¿Usted también va a la feria? 

—No. Tengo una cita por estos lares, como usted dice. 

—¿Aquí?

—Aquí, si. ¿Le parece mal? 

Mi  intuitivo sistema de alerta se puso en marcha. 

—¡A qué santo!—exclamé—. Cada uno se cita donde quiere...

 Miré a lo lejos. 

—Estamos salvados,  por ahí viene la Benemérita.

El hombre palideció.

—¿Qué dice?

Que la  guardia civil se acerca. Me llevarán a la feria. Todo solucionado. 

Pero mi interlocutor había desaparecido en un pis pas. Estaba hablando sola. Y encima el muchacho se había dejado la mochila. Pobrecillo. Igual llevaba en ella flores para su cita. 

Dos guardias civiles se bajaron del vehículo y me miraron con curiosidad. 

—¿Qué hace aquí señora? ¿Se ha perdido? 

—Totalmente —dije ,y les conté la historia del pinchazo, el terraplén, el lobo, los toros o las vacas con cuernos y el encuentro con el desconocido de voz ronca. 

—¿Y adonde iba? —dijo el guardia más joven. 

—A la feria de los champiñones. 

—¿Qué lleva en las mochilas?

—¿Ah eso? Solo una es mía. La otra es del hombre que estaba aquí y ha salido pitando. 

—¿Qué hombre?

—Pues el que estaba aquí hace un momento. 

Los dos guardias se miraron. Aquello no iba bien. 

—Deme las mochilas. 

Uno de los guardias abrió con parsimonia la primera. 

—Aquí solo hay libros. Y son todos iguales. 

—Si, los he escrito yo, los llevo a la feria. 

—¿A una feria de setas?

 —Eso mismo. 

Los dos hombres volvieron a mirarse. sus ojos sonreían.  Abrieron la otra mochila con la misma parsimonia. 

—Vaya, vaya. 

—Esa es la mochila del chico —dije temiéndome algo desagradable. 

—Aquí no hay ningún chico, señora. 

—Porque se ha ido. 

—Estos canallas cada vez utilizan gente más rara para sus tejemanejes  —le dijo un guardia a otro--.Fíjate en la pinta de está señora... El sindicato del crimen tiene mucha imaginación. 

—¿Qué crimen? ¿Qué sindicato?—pregunté angustiada. 

—¿Cuánto le pagan por transportar... esto? 

—¿Los libros? Nada. Si lo que quiero es venderlos de una vez, que los tengo cogiendo polvo en el altillo. 

—Qué bien se hace la tonta. Le estoy hablando de la cocaína.

Me quedé en shock. 

—¿De qué me está hablando?

—De lo que lleva en la mochila. Tendrá que acompañarnos al cuartelillo. 

—¿Detenida?

—Deme su Documento Nacional de Identidad.

Rebusqué en el bolso y se lo entregué.

—¿Es usted Desamparados?

—La misma que viste y calza, pero que no trafica con drogas. 

—Eso ya lo veremos. Tiene derecho a una llamada desde el cuartelillo. 

—Pero oiga si yo solo quiero vender mi...

Las puertas del todo terreno se cerraron. Al menos podría llegar a... ¿Cómo se llamaba el pueblo ese de los champiñones?

(Continuará)






martes, 23 de enero de 2024

Libros y gurumelos

 La feria medieval me fue bien. Vendí seis libros, uno de ellos a mí vecino de enfrente que ofertaba quesos artesanales con olor a calcetín; otro a la echadora de cartas, dos mas al alcalde, un real mozo por cierto, y otro dos a la pareja de la guardia civil que quería desmontarme el chiringuito porque no tenía los permisos municipales correspondientes. Al final, vieron que mi recaudación era tan miserable que no solo no me hicieron pagar la tasa sino que se llevaron sendos libros a sus casas. 

 Había vuelto ya a casa con los pies hechos un migoño, y allí estaba yo, mirando hipnotizada la estantería donde mis libros iban acumulando polvo e insectos.  En esas llegó mi hijo. 

—Tienes una carta de Cerezuela de abajo. 

—Eso no existe. 

—Y tanto que existe. Lo acabo de buscar en Maps. 

—¿Y por donde cae? — pregunté sin pizca de entusiasmo. 

—Lejos, pero puedes coger el coche. 

El corazón me dio un vuelco. 

—Hace seis años que no me habló con él. No me gusta conducir. 

—Pero es que a ese pueblo no llega el tren.

—¿Ni el autobús?

—Nada. 

—Pues vamos bien con el transporte público. ¿Y de qué es la feria? 

—De setas, gurumelos y champiñones 

—¿Gurumelos? Eso tampoco existe.

—Búscalo en...

—Ya, ya, en Google. como todo. ¿Pero es en serio?

—Y tan en serio.

—¿Y tú crees que ahí puedo yo vender mi libro? 

Mi hijo se encogió de hombros. 

—A sitios más raros has ido. 

Tenía razón. Todavía recuerdo la feria de los bolillos y de las tiritas. Seguro que ellos también se acuerdan de mi. 

—De acuerdo, cogeré el coche. ¿De qué color era? 

—¡Mamá!

Y apúntame también la marca. ¿,Era alemán o japonés? ¿Gasolina o diesel?

—Haré como si no te hubiera oído. 


Sali al amanecer del día siguiente. El coche era blanco, aunque yo lo recordaba verde. Las alfombrillas estaban hechas un asco y el maletero parecía tener el síndrome de Diógenes. Allí había de todo. En un hueco metí mis libros mientras los miraba con inmenso cariño. ¿ A que hogares irían a parar? ¿O es posible que se vieran obligados a  volver a casa?

Dejé la autovía una vez hice los  primeros cien km. Mi hijo me había activado un cachivache en el móvil que te decía en todo momento que debías hacer: en la primera rotonda tuerza a la derecha y luego a la izquierda. Tome la primera salida, cruce el puente, coja la carretera secundaria, al tercer pino se desvía a la derecha...  Cuando estaba a punto de matar a aquella máquina siniestra que no paraba de hablar, sentí un plof y luego el coche se desvíó y fue a parar a la cuneta. Mis peores presentimientos se estaban cumpliendo. Había pinchado. Pero ¿Sabía yo acaso cambiar una rueda?  ¿Llevaba  rueda de recambio? Y de llevarla, ¿Dónde estaría? 

Mi ansiedad subió tres puntos. La carretera estaba desierta. Sentí un escalofrío. Miré el móvil. Me estaba quedando sin batería y no tenía cobertura. 

¿Y ese aullido? Ay, por Dios. Debía salir de allí lo antes posible. (Continuará).

 

martes, 16 de enero de 2024

Feria de torreznos


 Ya ni recuerdo la última feria a la que fui, así que tendré que hacer un recorrido por mi propio blog para refrescar...

— Mamá, te acaban de invitar a otra feria. 

Estoy segura de que mi semblante reflejó una gran alegría. 

—Caray, aún se acuerdan de mi —dije ya con una sonrisa de oreja a oreja. 

—Es que tú eres inolvidable...

No quise indagar en aquella afirmación. Hay halagos más peligrosos que una serpiente de pitón. 

—¿Y de que va la feria, hija? 

—Es una feria de torreznos. 

No quiero imaginar cuál sería mi expresión en ese momento. 

—Y en concreto—pregunté— ¿Qué es un torrezno? 

—Creo que es tocino frito o asado o algo parecido. Búscalo en Google. 

Y allí me quedé yo, hundida en el sofá, frente a la estufa, al sol del invierno, rodeada de gatos anaranjados e intentando imaginar el color y el sabor del torrezno. 

—No lo veo, hija. Me imagino a piaras de pequeños y dulces cerdos camino de convertirse en terreznos.

—Torreznos—corrigió mi hija—, pero qué dices, si tú comes jamón...

—Poco, que es muy caro. Y desde que mi vesícula se llenó de piedras nivel meteorito, más bien le doy al jamón de pavo. 

—Pues pobres pavos...

—Mira, no empecemos. No veo lo del terrezno...

—Torrezno.

—Pues eso, no me gusta ni el nombre. Me imagino a la piara de cerdos endemoniados cayendo por el terraplén .

—¿Qué piara, qué terraplén? ¿De qué estás hablando?

—La piara de cerdos que  en realidad eran demonios incontrolados, hija. Hebreos 11.Que poco sabéis la juventud de historia sagrada. 

—¿Y quien tiró a los cerdos por el terraplén?

—Nadie. Se precipitaron al escuchar las palabras de Jesús. 

Creo que mi hija quedó en shock. Sin duda era mejor dejarlo estar. 

—Hay otra carta mamá. Una feria medieval en Giletum.

—Oh, eso es ya más apetecible. 

—Pero tú libro tiene poco de medieval. Igual no les interesa.

—Qué más da, hija. Ya sabes que en mi libro, de refilón, sale la Segunda Guerra Mundial, y si algo tienen en común todas las épocas es que los hombres siguen matándose  unos a otros como si no hubiera un mañana, Voy a apuntarme a esa feria y a comprarme en el bazar un disfraz medieval. ¿Crees que tengo yo cara de medieval?


miércoles, 10 de enero de 2024

Respeto

 Qué Dios nos pille confesados. Cómo está la peña y qué mal vamos de salud mental. Me explico. Hace un rato he visto que tenía cinco nuevos comentarios a mí último texto y he entrado a leerlos con toda la ilusión del mundo. 

He tenido que borrarlos, los cinco. Un tal, o una tal, anónimo me decía de todo. Desde puta, vieja y fea, hasta "nadie te lee", pasando por otros insultos que no merecen ni recordarlos. 

Me he quedado a cuadros. ¿Donde ha quedado el respeto y la dignidad? ¿Por qué razón los putos cobardes se esconden en el anonimato para insultar? No sé de quién se trata, pero debería estar en una jaula con cien cerrojos. No tengo miedo. A mí edad ya no se tiene miedo de nada. Pero quiero recordar que este jardín de Jazmines abandonados pretende ser un lugar de concordia, de paz y , si puede ser, de sonrisas y carcajadas. No quiero miserables por aquí. Todos los demás son muy bienvenidos. 

 Feliz año. Y tú, anónimo, púdrete en tus miserias. 

lunes, 8 de enero de 2024

Tanto tiempo

 Han pasado unos cuantos meses desde la última vez que publiqué. Unos cuantos meses y pocas cosas buenas. El mes de agosto fue realmente "inolvidable". Cólicos, urgencias y más urgencias, un pequeño accidente, un error médico inadmisible y unas despedidas dolorosas. Mi hija se fue a trabajar a Letonia y mi sobrino mayor, a Francia. El mes de septiembre también fue denso, pero por fin llegó la deseada operación. Intenté que me dieran la hermosa piedra de mi vesícula, pero se negaron en redondo. "Eso ahora ya no se hace", me dijeron. 

La operación marcó un antes y un después. Mi vida comenzó a normalizarse. A mediados de noviembre mi hija volvió de Letonia. Había encontrado aquí algo mejor y echaba de menos la luz, el calor y el color del mediterráneo. Mi hijo comenzó a dar clases en un instituto de una población cercana a Valencia. Adoptamos un nuevo gato y tuvimos que lidiar con algunas escandalosas peleas entre los dos machos. Pero las aguas turbulentas volvieron a su cauce. Tendré que volver a mis ferias. Todavía me quedan algunas por contar. Seguro que no me vais a creer, pero os he echado de menos.