miércoles, 22 de junio de 2022

Libros y gasolina

Libros y gasolina 

Por fin estaba entre los coches de gasolina y diesel, los de toda la vida. Mi pequeño stand se hallaba situado entre las marcas Fiat y  Renault. Qué de recuerdos vinieron a mi mente. El cuatro latas de color verde claro que, al coger una curva, se le abría la puerta. Pura adrenalina. Otros tiempos. 

No tardó mucho en llegar el ejecutivo de turno. Le tiraba así un aire a nuestro presidente, el Sánchez. 

—¿Libros?—dijo con una voz profunda y subyugante—. No sé si ha dado cuenta de que ésta es una feria de automóviles.

—Naturalmente, y por eso estoy aquí—repuse. 

—Creo que no la entiendo. 

—Pues yo se explico en menos que arranca un bemeuve. Verá, mi novela es una reivindicación de los automóviles de gasolina, de los de toda la vida. En uno de esos coches, mi protagonista se va con su novio, aunque ella no sabe que es su novio, en busca de una misteriosa lista con seis nombres de otros tantos desconocidos..

—Y eso tiene que ver...

—Claro que tiene que ver, acaballero. Nos están metiendo los eléctricos por los ojos a un precio que casi nadie puede pagar. Es por el planeta, es por el planeta — chillé—, pero nadie prohíbe los grandes cruceros que atracan en nuestro puerto. ¿Entiende? ¿Acaso el peón de albañil se puede comprar un eléctrico? ¿Acaso un reponedor de supermercado puede hacerlo? No podemos permanecer callados más tiempo —estaba salida de madre—. Hay que pasar a la acción. 

La gente se había arremolinado en torno a mí. Un joven comenzó a aplaudir. Yo estaba en la gloria bendita. Otro joven comenzó a gritar:

—Tiene razón la señora. La opresión del capitalismo se disfraza ahora de ecologismo. Van a salvar el planeta y van a matarnos as todos. 

Una vez más, aquello se me estaba yendo de las manos.

El joven siguió gritando. Tenía un aspecto encantador. 

—Vamos. No aguantemos más. Destrocemos esos monstruos eléctricos que nos discriminan y nos lanzan hacia un futuro incierto.¡A la carga!

Y allá que se fueron todos, como una manada de búfalos salvajes dispuestos a pisotear cuanto se pusiera a tiro. 

El ejecutivo me miró. 

—Mire lo que ha hecho con su arenga. 

—Usted no me ha visto ni me ha escuchado—susurré.

Le regalé el libro y salí pitando de la feria. Los gritos y los golpes podían escucharse desde la parada del tranvía. Respiré hondo. Hacía calor. Olía a jazmín y a tubo de escape. 

miércoles, 15 de junio de 2022

Libros, Marco Antonio y el mono pardo.



 Me despedí de Toro Salvaje en la estación del Norte. El se fue con Justiniano al manicomio y yo volví a casa exhausta pero contenta por mi éxito en la feria de bolillos. 

Mi hijo me esperaba en la puerta. Radiante. 

— Mamá, te he conseguido dos stand en la feria del automóvil, uno en la sección del eléctrico y otro en el de gasolina. No me acuerdo si en tu novela salen coches...

"!Pero bueno!"—pensé.

—Dos coches, hijo, un tren , un bus de línea y una moto. 

—Olvídate de la moto, del tren y del bus. Céntrate solo en los coches. 

Comencé a sentirme agobiada. 

—lo único que sé de coches es que tienen cuatro ruedas...

— Suficiente. Lo demás te lo inventas, como sueles hacer. 

Así pues, metí diez libros en la mochila cogí el metro y me fui a la feria. No me costó   nada encontrar mi discreto stand. Estaba entre las marcas Woslkwagen y Hiundai. No habían pasado ni dos minutos cuando se acercó un hombre  de rasgos asiáticos, presuntamente coreano. 

—¿libros? Me preguntó con una amable sonrisa. Esta es feria de automóviles. 

—Y por eso estoy aquí —dije haciendo una reverencia como había visto tantas veces en las pelis—. Mi libro aborda el estudio de una nueva forma de potenciar la energía eléctrica para que sea más ecobiológica.

El hombre ladeó la cabeza, como hacia mí jilguero cuando le decía cosas bonitas. 

,— Viene de antiguo—seguí diciendo más animada—, de la alquimia practicada por los magos de Oriente. Vera usted, ya en la antigua Grecia se mezclaba la arena del desierto con los excrementos de camello para producir energía saludable.

El hombre abrió los ojos todo lo que los puede abrir un coreano. 

— En Grecia no camello, no arena...

—¿He dicho Grecia?  Quería decir Egipto. Como le decía, el gran físico y sabio Gaspar, primo segundo de Cleopatra por parte paterna, se especializó en este tipo de experimentos que ahora — bajé la voz— se están llevan a cabo en Namibia. Y usted se preguntará por qué. 

El pobre hombre no se estaba preguntando nada. 

Y yo se lo digo —seguí poseída por mis propias mentiras—,porque Marco Antonio, que era el amante de Cleopatra y el sobrino de Plinio el joven, le robó la fórmula y se fue a Namibia donde desapareció de un día para otro.

— ¿Marco Antonio? 

-—No. El mono pardo que le sustrajo la fórmula y se perdió en la jungla. 

—¿Y ahora han encontrado a Marco Antonio? 

—No. Al mono, disecado. Se había comido la fórmula y ésta ha permanecido intacta. 

—Ooooh, muy interesante.  Alto secreto todo. ¿Y en su libro se habla de todo ello? 

Afirmé con la cabeza para no atragantarme con la risa. Aquello no era una trola. Era un trolón. Qué vergüenza.  Y acto seguido me compró diez libros, según dijo, para regalarlos a los miembros de su consejo de administración. 

Tras cobrarlos, salí pitando hacia el segundo stand que me había reservado mi hijo, en la zona destinada a coches nuevos y usados, de gasolina.

Allí, entre los coches de toda la vida, me sentí mejor. Ya os seguiré contando. La que se armó. 







martes, 7 de junio de 2022

De libros y bolillos



De cabeza me fui a la feria de bolillos. Estaba decidida a vender todos los libros que me quedaban. El stand estaba situado junto a la ermita de la Aurora, así que a la dicha  patrona le rogué tener más éxito que en Xátiva, petición bastante fácil de satisfacer, por cierto. 

Al cabo de unos minutos se acercaron varias mujeres. Tenían las manos grandes y los dedos largos, supongo que de tanto bolillear. 

-—¿Libros? dijo una de ellas. 

— Efectivamente —dije con una sonrisa de oreja a oreja. 

La mujer, alta como la luna, pasó sus dedos por la portada de mi libro. Sentí escalofríos. 

—¿Y de qué va tu libro?—preguntó. 

Tragué saliva. 

—A ver. Va de una mujer que se va a París y allí conoce a una prostituta y a un anciano que formó parte de la Resistencia francesa. Entonces, un día...

La mujer me miró. Yo diría que antes tenía los ojos verdes y ahora negros. Inquietante. 

— ¿Y que tiene eso que ver con los bolillos? 

Empecé a dudar. 

— ¿No querrá que le haga spoiler? —pregunté.

Vi el terror reflejado en el rostro de una de ellas. 

-Ay Maruja, vámonos que ésta te quiere hacer magia negra. 

—No, no por favor —grité— que el spoiler es solo un tipo de bolillos como el Cluny. 

—Cuéntenos entonces — ordenó la mujer alta como la luna con gesto serio. 

" De esta no salgo viva" — pensé —. Me estrangulan con las puntillas y tiran mi cadáver al río. 

— El caso es — dije con cierto aplomo— que las bolilleras de París se unieron a la Resistencia para tejer trampas a la Gestapo. Ponían puntillas de fino encaje entre los árboles y cuando llegaba un nazi, guantazo que se pegaba. Y luego lo remataban con los ganchillos. 

— ¡Dios mío !—exclamó otra mujer— eran auténticas heroínas. 

— De los pies a la cabeza — dije.

La tercera mujer afirmaba con la cabeza, muy convencida. 

— Joaquína, Díselo al Benito,  tu marido, que dice  que hacer bolillos no sirve para nada. 

— Pues claro que se lo voy a decir. Me va a escuchar esta noche cuando le diga que en la revolución francesa no quedo un Gestapo vivo gracias a las bolilleras guerrilleras.

Aquello se me estaba yendo de las manos. 

—  A ver, señoras. Es la Segunda Guerra Mundial, no la Revolución Francesa, aunque no me extrañaría que a María Antonieta le hubieran atado las manos con encajes de bolillos antes de cortarle la cabeza. 

— Que finos son los franceses —dijo la mal alta. 

—Y qué salvajes los nazis cortando cabezas en la guillotina —dijo otra. 

Ya no quise decir nada. Tampoco la historia era mi fuerte. Me compraron diez libros, ! Diez!

— ¿Y lleva patrones y plantillas? —me preguntó una de aquellas mujeres con cara de buena persona. Me dio hasta pena. 

— Patrones y protones. Ale, a disfrutar de la lectura y a seguir bolilleando. 

Y me fui de allí por patas. Al cabo de unos minutos escuché una cierta algarabía. Chillaban diciendo que el libro no llevaba patrones. Corriendo cual loca como iba no vi que un hombre me salía por la esquina y me caí de bruces.

—¡Toro salvaje! ¿Qué haces tú por aquí?

Parecía angustiado. 

—He perdido a Justiniano. No lo encuentro por ninguna parte. 

 —Tranquilo, Lo encontraremos. Pero ahora corre. Las bolilleras nos persiguen.

— ¿Y eso? 

—Están locas como cabras. Creo que quieren cortarnos la cabeza. 

Y por los pelos, cogimos el tren. Respiramos tranquilos hasta que nos dimos cuenta de que el maquinista era Justiniano.