sábado, 22 de octubre de 2011

La voz

 

Oía voces desde hacia un tiempo. Y esa voz siempre pronunciaba la misma palabra, “ma-má”. Cuando mis hijos, de buena mañana, se iban al instituto y la casa se quedaba en silencio, no tardaba mucho en oir débilmente esa extraña voz que parecía surgida de algún otro e incierto mundo. A veces, me asustaba tanto que cogía el bolso, la chaqueta, y me iba a dar una vuelta sin saber muy bien adónde ir.
Aquella tarde llovía a cántaros. Unas gotas enormes, como monedas de dos euros, había sido el aviso de lo que luego pasó a ser una densa cortina de agua. Fue entonces cuando lo escuché otra vez, ma-maa. Se oía claramente, o al menos eso creía yo. Sentí un escalofrío y unas ganas tremendas de salir de casa. Cogí el paraguas y me fui a la calle sintiendo una gran debilidad en las piernas. Aún eran las cuatro y media y mi hija no salía del colegio hasta las cinco. Las calles tenían todavía la tranquilidad del mediodía, pero esa soledad urbana me reconfortaba. Las gotas de lluvia caían del paraguas y se deslizaban por mi frente hasta mis labios. Cuando llegué al colegio jadeaba como si acabara de subir una descomunal montaña.
- Estás pálida -me dijo otra mamá sonriendo- cualquiera diría que has visto un fantasma.
- No -contesté respirando con dificultad- no lo he visto, pero creo que lo he oído.
Me miró con los ojos abiertos como canicas cristalinas. Y antes de que pudiese decir nada, se lo conté todo, de pe a pa. Advertí en su mirada un destello de desconfianza, de incredulidad. Yo era consciente en aquel momento de que me estaba exponiendo al más severo de los ridículos, pero no me importaba.
- Tengo un vecino – me dijo tras un buen rato de silencio- que es vidente. Si quieres ir, no pierdes nada.
Nada. estaba perdiendo la cabeza, la calma, la paz interior. Si aquellas voces seguían susurrando junto a mi oído, perdería todo lo que había conseguido en la vida. Me alejarían de mi familia. Dios sabe si quizás me encerrarían en un siniestro tugurio. Mi futuro se haría oscuro y sucio como un tubo de escape.
- Vamos en cuanto salgan las niñas -le dije resuelta- es cierto que no pierdo nada.
- Veinte euros – me aclaró sonriendo- es lo que cobra.
La sala de espera era pequeña y cuadrada. Tenía una ventana alargada que daba al patio de luces del que llegaba todo tipo de sonidos y olores. En aquella reducida habitación había unas cuantas sillas y un viejo sofá del año de Maricastaña. Sobre mi cabeza colgaba una descolorida lámina del nacimiento de Venus, y junto a ella, se extendía un gran lienzo de matices amanerados, que reflejaba un utópico paisaje en el que esbeltos ciervos y desproporcionadas ardillas compartían un verde prado junto a un riachuelo.
Me tocó el turno. Pasé, no sin cierta repugnancia, a un saloncito mucho más pequeño. La persiana estaba bajada y la escasa luz que iluminaba la estancia provenía de una lámpara instalada sobre un velador.
El hombre que tenía frente a mí no parecía un curandero ni persona capaz de presagiar lo venidero o descubrir el pasado. Me recibió vestido con vaqueros y una camiseta negra con un gran letrero en inglés acabado en un gigantesco interrogante. Cuando me tomó las manos sentí que una extraña energía recorría todo mi cuerpo como una corriente eléctrica. Después, pasó las manos sobre mi cabello, sin tocarlo apenas, sobre mis brazos desnudos y al fin, volvió a detenerse en mis manos. Tenía los ojos cerrados.
- Tuviste una pérdida – su voz había cambiado y se había hecho aguda como la de un niño-
- Perdí un hijo – dije notando que mi voz iba desapareciendo a medida que hablaba- bueno, en realidad no llegó a nacer…
- Murió durante el embarazo ¿no es así?
Asentí con la cabeza. Era incapaz de hablar.
- Y la voz que escuchas, te llama…
Seguía con los ojos cerrados.
- Puedo oírla claramente. Me dice mamá, pero distanciando las sílabas y alargando la última a. ma-máa.
Se alejó de mí y se apoyó en la pared, como si temiera perder el equilibrio.
- Para mí está claro lo que está sucediendo- dijo con una media sonrisa- aquel hijo que no llegó a nacer es quien la llama desde algún lugar cercano. No sé por qué, pero se resiste a ir hacia la luz. Quiere seguir con usted.
A mi pesar, comencé a temblar como una hoja caída y vapuleada por el viento.
- ¿ Pero qué es lo que quiere?
Aquel hombre me cogió de los hombros con tal fuerza que pensé iba a arrugarme como un acordeón.
- Lo que quieren todos los niños – su voz era muy suave- una caricia, que le lean un cuento, incluso que le den una regañina…
Comencé a sentirme mal. Un sudor frío cubría mi frente y se quedaba sobre mi piel produciéndome una incómoda sensación
- ¿Y qué puedo hacer yo?
El hombre de vaqueros y camiseta negra se acercó a una estantería y sacó un viejo libro en el que había múltiples anotaciones a mano.
- Cuando escuche su voz, tiene que decirle que se vaya, que se agarre al carro de una estrella fugaz, y marche hacia un lugar mejor que éste.
Lugares mejores que éste seguro que había a miles, pero no sabía si el dueño de aquella vocecilla era muy obediente o un rebelde sin causa. No muy convencida, pague los veinte euros de la consulta y salí a la calle acompañada de Sonia, la otra mamá, que me miraba en silencio. Seguía lloviendo pero no abrí el paraguas.
- Necesito un café.- dije- o algo más fuerte
Capítulo II
La explicación que mi médico de cabecera me dio al día siguiente fue bastante diferente, pero no menos angustiosa. Después de leer mi historial médico durante un buen rato, me habló con voz tranquilizadora.
- Sin duda- dijo mientras se repantigaba en su silla- sufre usted un trauma no asumido. A veces pensamos que hemos superado la cosas, pero no es así. Es bueno hablar de nuestras tragedias, sacar todo ese dolor que llevamos dentro y que puede manifestarse en cualquier momento y de cualquier forma. De todas formas- añadió- si sigue escuchando esas voces…
- ¿Me estoy volviendo loca? – pregunté sin rodeos-
- Yo no diría tanto. Haríamos alguna prueba antes de dar un diagnóstico. Quizás se trate de un leve brote de esquizofrenia. ¿tiene antecedentes familiares?
Salí de la consulta aterrada. Estaba perdiendo la cabeza. Me volvía majareta sin remedio. Quién sabía si dentro de poco las voces que escuchaba en mi cabeza irían incrementándose hasta obligarme a hacer cosas horribles e indeseables.
Volví a casa muy despacio, abriéndome paso entre patinadores kamikazes y paseantes de perros. Sin darme cuenta, me metí en el carril bici y casi se me llevan por delante. Pasé a la acera de enfrente donde las ramas de los eucaliptos me golpeaban la frente a cada paso que daba. Iba remoloneando, haciendo tiempo. Estaba segura de que las voces seguían allí, esperándome detrás de la puerta, dispuesta a torturarme aún más.
Fue mi hija la que abrió la puerta mientras yo buscaba las llaves en un bolso atestado. Por lo visto mi rostro hablaba por sí mismo.
- -Estás enferma, mama.
- No-mentí- ¿por qué había de estarlo?
- Porque tienes carusina.
Era lo que yo solía decirle a ella cuando, de pequeña, se ponía enferma. Esa palabra recuperada del pasado me hizo sonreír.
- No me pasa nada -volví a mentir-
- Mamá…
- Vale sí- reconocí- a veces creo escuchar voces que no existen -dudé antes de continuar, pero seguí confesando- Escucho una voz que me llama mamá.
Sus ojos, habitualmente como platos, se abrieron como ensaladeras..
- ¿Estas pirada, mama?
No lo podía haber dicho más claro.
- No digas eso – le respondí airada- Estoy cansada, muy cansada. El médico me ha dicho que hoy no haga nada, que me tumbe en el sofá y pase de todo ¿qué te parece?
Mi intento de quitarle leña al fuego había sido en vano.
- Mamá…
- Y ahora déjame descansar. Si algo necesito, es silencio.
- Pero mamá.
- Déjame un poquito en paz. Tengo muchos problemas y ninguna gana de afrontarlos. Te hago la cena y me acuesto.
- ¡Mamá!
- Qué! -chillé yo también y al instante me arrepentí de haberlo hecho.
- Que nuestro gato, Botines, habla.
“Dios”- pensé atribulada- mi enfermedad es contagiosa.
- ¿Qué dices?
- Que habla. ¿Nunca te has fijado? A veces dice miau, otras, mau, y cuando tiene hambre dice ma-maa.
No me lo podía creer, pero una sensación de alivio crecía dentro de mí como una de esas pelotas gástricas que te introducen en el estómago y te ayudan a adelgazar.
- Es eso cierto o me estás tomando el pelo?
- Es verdad. No sé como no te habías dado cuenta…
Corrí hacia el teléfono como si en la casa se hubiera prendido fuego. Tenía una cita con mi médico al día siguiente a las diez en punto. Me habían hecho un hueco en su agenda dado mi estado de ansiedad.
- Don Julián – dije muy alterada- soy Marisa, la que oye voces -añadí en un susurro-
Su voz sonó extremadamente tranquila.
- ¿Se encuentra bien?
- Perfectamente. Ya he descubierto el misterio de las voces…
Dígame.
- Es el gato, doctor. Mi gato habla y me llama mamá cuando tiene hambre.
Se hizo un silencio más largo de lo que yo hubiera deseado.
- Véngase esta misma tarde a la consulta.- me dijo- quizás esté usted un poco peor de lo que yo había valorado en un principio.
Pero no fui.
De todo eso han pasado ya dos años. Botines, el gato parlante, murió tras una breve enfermedad y una larga agonía. Pero esta mañana, mientras preparaba la comida, he escuchado claramente una voz que me llamaba.
- Ma.maa.

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