miércoles, 29 de mayo de 2013

El secreto de Maurice. Capítulo XV


Desperté presa de una gran inquietud. La lectura que precedió al sueño la noche anterior no consiguió adormilarme sino todo lo contrario.  Estuve leyendo casi durante una hora, adentrándome poco a poco en la historia cotidiana de aquellos días oscuros de la Segunda Guerra Mundial. Para mí, aquellos acontecimientos que sólo había conocido a través de los libros de historia, estaban ya enterrados en la memoria del tiempo, pero no cabía duda de que algunas personas que deambulaban por las calles de París o se sentaban en el rincón más fresco de cualquier parque, habían vivido aquellas trágicas jornadas, y sin duda conservaban en su maltrecho disco duro - su viejo cerebro- miles de imágenes y recuerdos de esos días aciagos.
Alice dormía plácidamente, así que pensé que  era el momento ideal para prepararme un café descafeinado y un par de tostadas  con mermelada de naranja amarga. El día había amanecido nublado pero no hacía frío. Después del desayuno, miraría el mapa de la ciudad a ver dónde podía llevar a dar un paseo a la pequeña. 
Me sentía muy perezosa y extremadamente cansada para estar recién levantada, así que el lugar elegido debía estar cerca de casa. Había visto un parque de toboganes no muy lejos, pero temía que la niña cayese de cabeza desde lo más alto, o resbalase violentamente dándose una espantosa culada contra el suelo. También podríamos ir al zoo, pero estaba muy lejos, y si bien era posible que  los monos y los flamencos hicieran gracia a la niña,  probablemente no le gustaran tanto los aguerridos tigres y los feroces leones. Ya veríamos.
 Mientras me tomaba el café con leche junto a la ventana, sonó mi móvil. A aquellas horas tan tempranas sólo podía ser una persona: Javier. 
- ¿Ya se ha despertado Alice?- inquirió con su habitual tono desenfadado- 
- No -respondí a punto de atragantarme con el sorbo de café-. Duerme aún. 
- Déjala dormir lo que quiera - añadiendo a continuación-. ¿Tienes ya plan para hoy?
Posiblemente, mis planes le iban a parecer descabellados, pero nunca he sido capaz de mentir si no es tras un proceso de larga  premeditación. 
- había pensado  ir al Zoo, pero...
Me interrumpió.

- Ni se te ocurra. Está en el Bosque de Bolonia, demasiado lejos para ir caminando. Va ser muy pesado para las dos ¿Por qué no vas al jardín de Tullerias? A Alice le encanta. 
  El presentido cambio de planes se había cumplido.
- ¿Ah sí-? ¿y está cerca? - añadí al tiempo que me despedía mentalmente de los soberbios tigres y los espectaculares leones. 
- Muy cerca, y en medio del jardín hay un estanque lleno de patos. No puedes imaginarte cómo disfruta Alice viéndolos chapotear.
Sí podía imaginarmelo.
- Bueno - conteste con fingida satisfacción-, pues ya tenemos plan para esta mañana.
No sé si Javier notó mi tono de desaliento, pero la perspectiva de pasar otro día de jardín con estanque y patos, me aburría hasta el límite. Sin embargo, estaba claro que no era yo la que debía divertirse. 
- Podéis incluso subiros a la noria. 
Sentí un intenso terror. 
-¿ Hay una noria en ese parque?
- Gigantesca - respondió con una carcajada-. Supongo que a la peque le dará miedo. 
- Y a mí también, te lo aseguro. 
-Que paséis un buen día. Ya me contarás. 
Colgué la llamada. Estaba claro que aquel era un adiós casi definitivo a las jirafas y a los monos saltarines, y un buenos días  a los patos y a los desagradables cisnes. ¿Había dicho una noria? No hacía falta que me restringieran el acceso a tal artilugio de tortura. Todavía no había olvidado el día - hacía ya muchos años- que la Noria de la feria de Navidad, instalada en el río, se había estropeado y nos habíamos quedado durante casi una hora balanceándonos en el aire y ateridos de frío. Ese día dije adiós para siempre a las norias y a toda suerte de cachivaches agobiantes  que a veces sólo sirven para que más de uno acabe echando hasta la primera papilla. 
Alice se despertó poco después de muy buen humor. Le di el desayuno, la vestí y la senté en su cochecito. Seguí la ruta que Javier me había indicado por teléfono. Desde luego, pensé una vez más, la existencia de un río siempre facilita las cosas, más aún si los alrededores de éste están saturados de bellísimos lugares de interés. 
Llegamos al jardín de Tullerias en poco más de media hora, mientras Alice parecía reconocer el lugar y palmoteaba alegremente golpeando el coche con sus botitas de piel. La miré con ternura. Era una niña encantadora y feliz. No podía comprender cómo su madre podía ignorarla de aquel modo; más aún, no podía comprender cómo Javier guardaba un extraño silencio ante tal inquietante muestra de ausencia de sentimiento materno. ¿O quizás no guardaba silencio?
Cuando camino, suelo pensar, quizás en exceso, así que me aparté el pelo de la cara y con este gesto dí por concluida aquella reflexión que no iba a llevarme a ningún sitio. Al girar y dejar atrás un enorme arbusto de boj, pude divisar la colosal noria de la que me había hablado Javier, y no pude dejar de sentir un estremecimiento a la altura del estomago.  Afortunadamente, antes de llegar a ella, se encontraba el estanque de los patos. Alice daba brincos alocados en el cochecito como si estuviera a punto de descuajeringarlo. Saqué la bolsa de pan duro y eché trocitos al agua no sin antes pensar que, posiblemente,  aquella inocente acción en París podía considerarse un delito. Los patos acudieron mansamente mientras la pequeña estiraba los brazos intentando cogerlos. Antes de que aquello fuera a más,  continué el paseo por el parque y busque un banco al sol para sentarme un rato. Encontré el lugar que buscaba bajo  unos frondosos árboles.y tomé asiento. Estaba realmente cansada aunque era evidente que aquel cansancio no tenía nada que ver con la dureza del trabajo. Cerré los ojos y me descalcé. La luz del sol atravesaba mis párpados y fundía toda mi visión en un plano anaranjado. Escuché pasos sobre la gravilla y abrí los ojos. Temía que en un descuido tonto, me quitaran a la niña. 
- Bounjour Asun...
No me lo podía creer. Siempre en las ciudades más grandes se producen los encuentros más inesperados. 
- ¡Coraline! - exclamé- ¿Qué estás haciendo aquí? 
- Marcher. Je suis tres fatigué...- contestó dando un largo suspiro mientras tomaba asiento junto a mí. 
Conociendo su trabajo, no me extrañó nada su extremo cansancio.
 - Je suis avec la petite Alice- dije señalándole a la niña que la miraba ensimismada. 
- C´est tres belle - exclamó- muy... bonita. Etes vous heureux?- añadió.
Creí haberla entendido. 
- Muy contenta. 
- -Et sa mère? Est sympathique?
- No - contesté sonriendo- 
Y ella se echó a reír tirando el cabello hacia atrás como una niña pillada en una travesura. 
Vous devez venir a ma maison - dijo de repente- 
- Quieres que vaya a tu casa?- pregunté por si no la había comprendido bien- 
- Si, mi casa, si vous plait. Esta... apres-midi.
- ¿Esta tarde? No pue...
Pero sí podía. Era mi tarde libre y no tenía nada planeado. Sería interesante conocer dónde vivía aquella criatura.
- ¿Donde vives?- pregunté- C´est loin?
Abrió su coqueto bolso de terciopelo rojo, sacó una pequeña libre- ta y escribió la dirección. 
- C´ est un quartier... muy lejos. Vous - dudó- coger el bus. 
- De acuerdo - afirmé con una sonrisa mientras guardaba el papel doblado en mi bolso. 
- ¿A cinco horas?
- ¿A las cinco? perfecto - respondí antes de que pudiera arrepentirme. 
Coraline se levantó pausadamente, me estampó sendos besos en ambas mejillas, y se alejó meneando graciosamente su cuerpo joven. Viéndola, me sentí madre sin serlo. Si aquella chiquilla abandonada a su suerte fuera mi hija, la cogería de los hombros y la zarandearía hasta que le cayesen todas las tonterías de la cabeza. Pero ella no era mi hija y ya hacía tiempo que llevaba las riendas de su propia vida. Solo podía aconsejarle, si es que se dejaba. 

Acabé pronto de comer, y sobre las tres de la tarde bajé a la pequeña Alice con su padre. Cuando entré, Javier estaba pasando una carta manuscrita al ordenador. 

- ¿Quieres que me quede esta tarde con la niña? - dije al verle trabajando-. No me importa...
Ya lo creo que me importaba, pero no podía decir otra cosa. 
- En absoluto - contestó mientras se levantaba ágilmente-, es tu tarde libre y la debes disfrutar. Además, estoy encantado de quedarme con la niña. ¿Qué piensas hacer?- preguntó dando por zanjado el tema-
- Voy a visitar a una amiga.
Desdichada de mí, no sabía mentir. 
Javier no dudó en mostrar su extrañeza. 
- ¿Ya tienes una amiga en París?
No tenía ganas de entrar en detalles pero siempre he sido una presa fácil para cualquier tipo de interrogatorio. 
- Realmente, la conocí en Montpellier, y hoy he vuelto a encontrarla en el parque, mientras paseaba a la niña. 
- Pues ya es casualidad. ¿Donde vive?
Demasiadas preguntas - pensé un tanto enojada- 
- Espera- dije- 
Saque el papel de mi bolso, y leí: Clichy sous bous.
Javier dejó de sonreír.
-Eso son los suburbios. Malos barrios. 
- ¿Y...?
Ultimamente ha habido graves disturbios en esa zona. Es un barrio marginal, con mucha gente sin trabajo, delincuencia...
- No me asustes - dije intentando restar dramatismo a una situación que no quería se me fuera de las manos-
- No pretendo asustarte. Solo quiero que sepas donde te metes y que tengas precaución.
- Claro, la tendré. 
No se ocurría otra cosa que decir. Y por un momento dudé en emprender la aventura. 
- Ten cuidado - volvió a repetir Javier-, y procura que no se te haga muy tarde. 
- No te preocupes- dije- Volveré pronto y pasaré a recoger a Alice. 
- ¿Cenarás con noso...?
No le dejé acabar la frase. 

- De verdad que no, gracias. Me haré un sandwich y veré un rato la televisión. 
- Como quieras. 

Después de la breve conversación, Javier no se quedó muy convencido ni yo tampoco, pero a los cinco minutos estaba en la parada  del autobús un par de calles más abajo. No tuve que esperar mucho. El autobús urbano llegó en diez minutos. Tomé asiento junto a la ventanilla y me dispuse a contemplar el paisaje. A la parada siguiente, subieron dos hombres de color y una joven mujer  con shador. Esta última se sentó a mi lado sin mirarme. Sabía -lo había visto en el mapa- que aquel oscuro suburbio estaba a una buena distancia del centro de la ciudad. Efectivamente, después de hacer varias paradas, salimos del casco urbano. Grandes espacios verdes se interrumpían con desangelados bloques de viviendas  que parecían hongos creciendo en medio del bosque, El autobús tomó un desvío a la derecha y subió un pequeño remonte. Allá a los lejos pude divisar el barrio: edificios impersonales, horribles, sin balcones ni miradores, ni el más mínimo adorno. Sólo ventanas, todas del mismo tamaño, sin gracia, con los cristales rotos muchas de ellas. Con toda probabilidad, al arquitecto que las diseñó no le habrían dado ningún mérito a la originalidad.  Bajé en la segunda parada tal y como me había aconsejado Coraline. Junto a mí se apearon otras cuatro personas, tres jóvenes vestidos con ropas tres tallas superiores al volumen de sus cuerpos y la joven magrebí de profundos ojos negros que se había sentado a mi lado y no había levantado la mirada del suelo. Sin duda, este era otro París. 

 Nunca me han gustado los territorios nuevos, me siento insegura y vulnerable como un gato perdido a plena luz del día. Avancé por la acera mientras sostenía el papel con la dirección de Coraline en una mano y miraba hacia uno y otro lado intentando saber en qué punto exacto me hallaba. No había duda de que Javier había sabido meterme el miedo en el cuerpo. De todas formas, sentí que había una calma excesiva, como ese silencio cargado de tensión que precede a las tormentas. Dios, aquel barrio estaba estructurado por algún lánguido descerebrado. Los edificios se sucedían unos a otros en forma de escalera, rodeados de grandes jardines abandonados donde el césped crecía como hierba silvestre. No había tiendas, ni cafeterías ni quioscos. Las aceras estaban rotas y los arbustos sin pedigrí se las comían a bocados.

De pronto, escuché un ruido lejano y sordo. Era una muchedumbre que gritaba, que empezaba a salir por todas partes, de todos los rincones. Al final de la calle tres coches de policía permanecían cruzados. Pude notar cómo se encogía mi corazón. ¿Era el momento de dar media vuelta y salir pitando?. Alertada por un ruido a mis espaldas, me dí la vuelta. De uno de aquellos portales destartalados salió una docena de jóvenes  profiriendo gritos. Llevaban los rostros semitapados con pañuelos y pasamontañas. Uno de ellos lanzó un artefacto contra un coche, y después de una fuerte explosión, éste comenzó a arder. Ese fue el momento en el que varios coches de policía entraron en el barrio haciendo sonar sus sirenas enloquecidas, Sin saber cómo, me vi envuelta en aquel barullo de humo, gritos y confusión. Había viajado desde el paraíso hasta el infierno en apenas unos minutos. Corrí por puro instinto de supervivencia intentando escapar de aquella locura. Y en mi ciega carrera, tropecé y caí al suelo. El asfalto frente a mi rostro y a mi alrededor un alboroto que iba creciendo más y más. Una moto se detuvo junto a mí. Alguien me cogió del brazo y me levantó del suelo. No pude ver su rostro, oculto tras un casco. Con la mano me indicó que subiera a la moto, Puede ser que fuera por el efecto de la caída o por el miedo, pero no lo pensé ni un minuto. Tenía que salir como fuera de allí. 
- Ou habitez.vous?- gritó el desconocido- 
La voz sonó opaca a través del casco. 
- En París - pude contestar casi sin aliento- muy cerca de Notre Dame. 
Sin contestarme, aceleró y atravesó una nube de humo que se extendía sobre el asfalto, dejando atrás a velocidad de vértigo el griterío que llenaba la calle. No llevaba casco, pero si a aquel caballero que me estaba sacando de las mismas fauces de Lucifer no le importaba, a mí tampoco.
La moto sorteó toda serie de obstáculos con pasmosa facilidad. Yo me aferraba con tanta fuerza a la chupa de cuero de mi salvador que no dude ni durante un segundo que estaría clavándole las uñas. en las costillas. Pegué la cabeza a su espalda y cerré los ojos. A pesar de ello, el viento azotó con fuerza mi rostro y despeinó mis cabellos. En apenas unos minutos, dejamos atrás la batalla campal y salimos a una carretera que circulaba junto a un bosquecillo de tilos. El hombre detuvo la máquina y se volvió hacia mí.
- Ça va?
- Ça va- contesté con voz temblorosa.
En sus ojos - lo único que podía ver en ese momento- advertí una mueca de sorpresa.
- ¿No eres francesa?
- No, soy española.
La mueca se transformó en sonrisa.
- Y yo. ¿Pero qué hacías en este barrio? ¿Es que no lees las noticias?
Sonaba a reproche. No pude responder. A nuestras espaldas aún se podían escuchar los aullidos de los coches policiales y el fragor de la batalla.
- Salgamos de aquí cuanto antes- dijo poniendo nuevamente la moto en marcha.

En mucho menos tiempo del que había tardado el autobús, llegamos al centro de París. Cuando faltaban apenas unos veinte metros para llegar a casa de Javier y Juliette, le di un toque en el hombro.
- Es aquí - dije mientras intentaba recuperar una respiración pausada-
El hombre detuvo la moto junto a la acera y apagó el motor.
- ¿Vives aquí? perdona,- dijo mientras se quitaba uno de sus guantes y me tendía la mano- soy Guillermo Moujín.
Me presenté.
-  Yo soy Asun. Entonces ¿no eres frances?
- Medio, medio. De padre francés y madre española. Nací en Salamanca.
- Gracias por sacarme de aquel caos. Trabajo aquí- indiqué mientras señalaba el edificio-, de niñera.
- Yo soy profesor de castellano en el barrio, pero hago un poco de todo. ¿Qué hacías allí?
- Tengo una amiga que vive en esos bloques.
- Es una zona realmente explosiva - comentó- la pobreza siempre acaba convirtiéndose en una bomba de relojería.
Se había quitado el casco y lo había dejado sobre la moto. Observé su rostro. Los cuarenta ya no los cumplía, pero eso no hacía mella en un rostro de proporciones clásicas donde destacaban unos hermosos ojos verdes.
- Gracias por todo -dije-. Ha sido una suerte encontrarte.
- También lo ha sido para mí. Nos vemos.
Se colocó el casco, puso la moto en marcha y se alejó siguiendo la orilla del Sena.
Sentí que las piernas me temblaban y noté que tenía los ojos resecos. Debía serenarse para poder poner mis sensaciones en un cierto orden. Tenía claro que, por los pelos, no me había pasado algo. A no ser por la aparición providencial de... ¿había dicho Guillermo?, que me había rescatado del asfalto, igual había acabado siendo una víctima del fuego cruzado entre manifestantes y policía.
Abrí el portal y subí por las escaleras hasta el ático. Necesitaba quemar adrenalina. Entré en casa sin aliento y fui a parar directamente al sofá. Estaba exhausta. Todo había pasado tan deprisa que precisaba detenerme para comprenderlo. Aunque realmente lo que me urgía era una ducha muy caliente -de esas que te dejan la piel enrojecida- y una aspirina. Todavía no me dolía la cabeza pero seguro que acabaría doliéndome. Eran ya las siete de la tarde y debía pasar a recoger a Alice a las ocho. Tenía una hora para darme una ducha y reflexionar sobre todo lo que había pasado aquella tarde. Realmente, había sido providencial que aquel hombre me hubiera recogido como si yo fuera un perro atropellado. Una sensación extraña, que navegaba entre la fatiga absoluta y una rara exaltación, me dominaba. Y sentía también la necesidad de contarlo todo,  a quien fuera, pero en aquella casa tan vacía sólo había alguien capaz de escucharme sin interrumpirme, el oro memorión.
La visión de ese otro París, atormentado por la desesperanza, atrapado en la desmotivación más absoluta, me había dejado un sabor áspero y amargo. Era seguro que Coraline se había quedado esperándome junto a dos tazas de café frías, aunque también era más que probable que, al ver los disturbios en la calle, se imaginase que no había forma de llegar a su casa.
Estaba tan cansada que me quedé dormida, hasta que unos golpes suaves en la puerta me despertaron. La aspirina había hecho efecto. La cabeza no me dolía, pero mi cuerpo estaba cubierto de un desagradable sudor frío. Al abrir la puerta, encontré a quien esperaba: Javier con la niña. La pequeña se lanzó a mis brazos en cuanto me vio, y sin duda Javier se percató de que  algo no había ido bien, porque no tardó en preguntarme:
- ¿Qué tal la tarde libre, Asun?
No me sentía capaz de mentir. Y supuse que mi rostro demudado hablaba por si mismo.
- Desastrosa - contesté mientras cogía a Alice en brazos-. He ido a parar, sin saber cómo, en medio de una batalla campal entre manifestantes y policías.
- Dios mío - exclamó Javier ¿Pero estás bien?
Intenté quitarle importancia al asunto. Lo que menos quería en aquel momento es que Javier pensara que era una insensata.
- No ha sido para tanto. Un susto.
-¿Cómo has vuelto?
Disparaba las preguntas como si fueran flechas.
- En taxi- mentí.
- Menos mal - suspiró- No son buenos barrios, Asun. Otra vez le dices a tu amiga que el café lo tomáis aquí.
Era mejor no llevarle la contraria.
- Si- dije-, seguro que será mejor así.
-La niña ha cenado y está bañada.
- No sabes cuanto te lo agradezco. Buenas noches.
Era verdad. Estaba absolutamente agradecida a que me entregara a la niña cenada y bañada. Cerré la puerta despacio y busqué el pijama de Alice. Después me puse el mío y me fui con ella al sofá. La niña no tardaría mucho en coger el sueño, y aunque la norma recibida de sus padres era que se durmiera sola en la cuna, aquella noche necesitaba sentir su olor a bebé recién bañado y su manita diminuta descansando sobre mi pecho.
Una hora más tarde la acosté en su cuna y la tapé con su manta de algodón. Me caía de sueño y de cansancio, así que entré en el cuarto de baño a lavarme los dientes. Desde el piso de abajo llegaban claras las voces de Javier y Juliette.
Escuché pegando la oreja a la pared.
- Où avez-vous dit qu´elle est partie?
-a Clichy sous Bois.
- Mon Dieu - pude escuchar que contestaba Juliette- .¿ N´est-ce pas un quartier d´immigrants miserable? 
- Juliette...
- C´est la verité, non? 
-¿Que diría tu padre si te oyera hablar así?
Se produjo un silencio prolongado, roto al fin por la voz de Juliette.
- Qui sait...
Me dolía el cuello de tener la cabeza pegada a la pared. ¿Qué pensaría Maurice si la oyera hablar así? ¿Por qué se había referido a aquellos seres marginados con tanto desprecio? ¿Qué demonios les podía importar a ellos donde había pasado yo mi tarde libre? Me encogí de hombros porque no encontraba respuesta para ninguna de mis propias preguntas. El sueño y el cansancio me habían vencido una vez más. Sólo esperaba no tener pesadillas, porque motivos, los tenía.


12 comentarios:

  1. Estupendo relato. No es corto, pero me has atrapado y leermelo de un tirón, creo que eso dice mucho en tu favor.

    Un saludo

    http://misrelatosyesteblog.blogspot.com.es/

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    1. Gracias satrecillo. Como habrás visto es el capítulo XV de una novela que está saliendo a flote a trancas y barrancas. Me cuentas muchísimo las novelas. Me suelo cansar cuando voy por el cincuenta por cien. Espero poder acabar ésta. Gracias por tu comentario.

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  2. Es una descripción perfecta de "Clichy sous bous", no creo que vaya a verlo, si alguna vez vuelvo a París.
    Sigue el interés, in crescendo.

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    1. Gracias Elías. Lo que ocurre es que el tiempo que tengo para escribir va "in disminuyendo", pero hacemos lo que podemos.

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  3. Emocionantísimo capítulo, Amparo. Espero que vuelva a ver a su salvador, ay! no que era Guillermo. Chapeux!!! amiga escritora.

    Besos.

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    1. Pues Mar, si quieres que te diga la verdad no lo sé ni yo porque parece que esta novela se escribe sola. A ver qué pasa. Yo estoy tan intrigada como tú.

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  4. Vaya, me he perdido unos cuantos capítulos...Aun así, he leído éste con verdadero interés y enseguida me he zambullido dentro de la historia gracias a tu buen hacer literario. ¡Espero no perderme el resto a partir de ahora!

    Un abrazo y buen fin de semana.

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    1. Gracias Mercedes. Es un honor tu comentario. Voy mal de tiempo, pero espero poder subir pronto el siguiente capítulo. Yo soy más de relato corto y las novelas me cuestan un horror.

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  5. Me gusta leer las novelas de un tirón, y con todos los interrogantes que dejas, me he quedado en vilo esperando otros capítulos. Deliciosa narrativa.
    Un saludo.

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    1. Gracias Dean. Soy un desastre con las novelas, pero ésta constituye todo un reto para mí porque soy más bien de relato corto. Espero que pronto puedas leer el siguiente.

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  6. Vaya con Asun. ¿Qué papel tendrá en su vida ese nuevo personaje, Guillermo.
    Escribe pronto el capítulo XVI. Ya lo estoy esperando.

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  7. Ay comandant, ya me gustaría saber a mí qué papel va a jugar el nuevo personaje, pero eso lo tendrá que decidir Asun.

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