lunes, 13 de mayo de 2013

De santos y no tan santos



Que no, que no tengo nada contra los santos. Dios me libre, nunca mejor dicho. Pero es que por circunstancias de la vida, en las últimas semanas estoy leyendo, muy a pesar mío, ciertos libros religiosos escritos en los años cuarenta, que me están rompiendo todos mis píos  esquemas.
Hagamos un viaje en el tiempo e instalémonos cómodamente en el año 1247. No hace falta que cojáis las maletas pero, por si las moscas, podéis pertrecharos detrás de un abrecartas bien afilado o una espada samurai. de esas que se venden en los bazares chinos. 
Estamos a las puertas de Sevilla, codo con codo con el rey Fernando III que cabalga con la imagen de la Virgen pegada a su espuela ensangrentada. Hemos conquistado, junto a él, Jaén y Córdoba y no hemos dejado un sólo musulmán en sus calles. No los hemos matado ¿eh?, los hemos exiliado por la vía rápida.  A ver si nos enteramos de por donde van los tiros, o los sablazos en este caso. Esto no es una reconquista, es una fiera cruzada contra el infiel, aunque este tenga dos meses y se lo haga en sus pañales. Fernando III, el rey que no perdió batallas, el rey piadoso y santo por excelencia, inicia en el año citado el cerco de Sevilla, que va a durar quince meses. Y lo hace, en primer lugar,  cortando el suministro de agua potable a esa ciudad. Todo sea por la fe cristiana.
Sabemos, porque lo estudiamos en primaria, que las primeras víctimas de cualquier asedio son los enfermos, los ancianos, los niños y las mujeres. Pero qué importa, si el fin justifica los medios. No hay datos, evidentemente, sobre la cifra de personas que murieron a consecuencia de ese despiadado sitio que se prolongó durante quince meses, pero probablemente fueron miles. A continuación, una vez rendida la ciudad, Fernando pasa la fregona, hace un rápida limpieza étnica y deja las calles vacías, silenciosas, unas calles en las que el viento hace golpear las contraventanas y las voces y las risas se han apagado porque allí no queda nadie. Todo sea por la fe cristiana. 
Fernando - ya lo hemos dicho-  no conoce derrota. Es además de un guerrero profesional, un padre vocacional - tuvo quince hijos- , y sin duda, un artífice de la reconquista, un creyente abnegado y un buen estratega, pero... ¿un santo?
 Corre el año 1252. Cuando el rey ve que su muerte se acerca, deja la cama y se tumba en el suelo, sobre cenizas. Se ata una soga al cuello y coge una candela en su mano. A su alrededor amigos y parientes rezan y cantan mientras él pide perdón por los errores cometidos. No sabe cuántos.
En el año 1671, el papa Clemente X canoniza a Fernando III que pasa a ser San Fernando, seguramente como agradecimiento por haber echado a patadas al Islam de lo que algún día fue Al-Andalus.  De todas formas, confieso que a mí los Papas de aquella lejana época no me merecen demasiada confianza. Sin ir más lejos, baste el ejemplo de que en el año 1233 al Papa Gregorio IX se le ocurrió decir que los gatos eran "seres diabólicos", a consecuencia de lo cual se inició en Europa una matanza gatuna sin precedentes. Así, los gatos diabólicos desaparecieron, pero no tardó en llegar Mickey Mouse con toda su extensa familia de ratas de alcantarilla. La peste Negra azotó Europa y dejó un reguero de cientos de miles de víctimas. El Papa Gregorio hubiera hecho bien en estar más calladito y ocuparse de las cosas de la Iglesia. 
Y hablando de Iglesia, pienso que ésta debería  dar un concienzudo repaso a su lista de santos y sacar de la misma a algunos de ellos, como por ejemplo, a este santo guerrero sobre cuya conciencia  recae probablemente la muerte de numerosas personas, muchas de ellas totalmente inocentes
Y repito: no tengo nada contra los santos. Otro día -lejano espero-  hablaré de San Jerónimo, un santo docto, culto, sencillo, y a quien suelen siempre representar junto a un león, que al fin y a la postre, resultó que era un gato, su gato. 
Sólo por eso ya me cae bien. 

3 comentarios:

  1. La historia hay que verla en perspectiva. Hay que situarse en la época y sus costumbres. En aquellos tiempos se echaban a patadas unos a otros utilizando machetes, espadas y lanzas. Antes el Islam hizo lo mismo. Ahora ocurre igual solo que con metralletas, cañones y bombas. Lo dice el telediario todos los días. Nadie es mejor que su enemigo. :)

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  2. Jamás he sido devoto de ningún santo, y a los curas (el papa también es un cura) los he visto como a hombres mundanos, comunes y corrientes. Los milagros los hacemos cada uno, día a día y los altares los hacemos también los hombres en nuestra ignorancia. Primero fueron el sol y las estrellas, luego el hombre se construyó sus propios ídolos para poderlos tener más cerca; después vinieron todos los dioses de los griegos y los romanos, uno para cada actividad humana, y más recientemente, como contraposición a esa multitud de dioses, aparecieron las grandes religiones monoteistas y alrededor de ellas un sinnúmero de santos, ungidos y personas cercanas a dios. Hoy reina un dios que se ha hecho global, el dinero, y ante él se rinden tanto los reyes y los poderosos como los hombres comunes. Muy pronto se agorarán los recursos y el hombre adorará otras cosas, quizás el aire o el último pozo de agua limpia; pero santos, los que se dice santos, las madres y las abuelas.
    Un saludo.

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    1. Tienes razón, para santos, las madres y las abuelas. Porque me pone de los nervios ver cómo en los relatos sobre santos se exalta el maltrato del propio cuerpo, como si de esta forma pudieran acercarse más a Dios. ¿Pero qué clase de Dios? La Iglesia debería depurar a muchos de sus santos. Gracias Dean por tu comentario.

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