sábado, 16 de febrero de 2013

Y Rau se fue al cielo

Os voy a contar un cuento o, quien sabe, a lo mejor no lo es.

Había una vez un viejo cazador que se llamaba Cosme. Vivía en un pueblo perdido en una zona boscosa de un país sureño llamado España. Cuando salía a cazar iba siempre acompañado de sus galgos, machos y hembras, perros nobles que, por desgracia, cuando acababa la temporada de caza, Cosme iba sacrificando de una u otra forma porque ya no le servían para nada.  O bien los dejaba morir de hambre, o bien los tiraba a un pozo, o incluso los abandonaba en el bosque, por no citar otras formas de deshacerse de ellos que sin duda herirían la sensibilidad de mis queridos y escasos lectores. 

Cosme tenía, entre otros, una galga de color pardo a la que llamaba Rau. De joven fue rápida, audaz  e implacable, de ahí su nombre;  pero había ido cumpliendo años, y cuando la temporada de caza acabó en aquel gélido mes de febrero del 2013, Cosme decidió que aquella perra ya había dado de sí todo lo que había podido y se hacía necesario eliminarla de una u otra forma. Así que, después de tomarse dos carajillos y limpiar el arma a conciencia, la encerró en un corral abandonado que tenía lejos del pueblo, junto a un bosque de alcornoques.


Unos días después, Rau murió, como él había previsto. Si murió de hambre, de sed, de frío o de pena, la autora de este cuento no lo sabe ni lo quiere saber,  pero piensa que pudo ser de todo a la vez. A la semana siguiente, Cosme, que se había tomado mucho más que dos carajillos, se despeñó por un barranco al coger una curva y su coche quedó destrozado, él también. Soló tuvo tiempo de ver un túnel largo, interminable desde cuyas paredes rostros transparentes y sin expresión le observaban con frialdad. 



El túnel desembocaba en un lugar muy blanco,  deslumbrante, como si alguien hubiese forrado las paredes con finísimas láminas de algodón. Cosme miró a su alrededor asustado, y casi pierde el conocimiento al ver a Rau sentada sobre un banco, tranquila y aparentemente feliz.  

-¡Puta perra! - exclamó-, ¿qué haces tu aquí? Deberías estar muerta.
- Y lo estoy, igual que  tú- le contestó Rau para su sorpresa. 
Cosme se cogió la cabeza con las dos manos como si quisiera arrancársela de cuajo.
- ¡Esto es una pesadilla! - gritó-. Los putos perros no hablan...
- Cuando estamos muertos, sí - aseveró Rau que parecía muy serena.
- ¡Estoy soñando y quiero despertar!- bramó como un loco Cosme-.  Esto no puede estar pasándome a mí. 
Y en esto, entre unas nubes apretadas y grises, apareció un Angel. Era bellísimo, pero no iba vestido con túnicas ni nada por el estilo,  sino con una camiseta verde clara y unos vaqueros desgastados. Llevaba una libreta de apuntes donde, a simple vista, no parecía haber apuntado nada. 
- ¿Tu eres Rau?- le preguntó a la perra con voz solemne y dulce a la vez- 
- Sí -contestó ésta comenzando a mover el rabo alegremente- 
-Y tu debes ser Cosme - dijo dirigiéndose al hombre-
- Si, soy Cosme, y quiero saber donde estoy. 
El ángel extendió las manos y le respondió con una sonrisa.
- En la antesala del cielo, en el preludio del paraíso, en el vestíbulo de... 
- Y entonces - interrumpió el hombre-, ¿qué hace aquí mi perra?
_- ¿Es Rau tu perra? Qué curioso. Haces demasiadas preguntas, Cosme. Tienes que tranquilizarte. Aquí las prisas no se conocen y, además, no sirven para nada. 
Cosme volvió a sentarse en el banco refunfuñando. 
- A ver, Rau, pasa por aquí - le dijo el ángel a la perra-. Y esta pasó por una especie  de arco de niebla que inmediatamente se encendió con una cegadora luz azul cuando ella lo atravesó. 
- Rau - preguntó el ángel-,  ¿ tu crees que has sido una buena perra? 
- Sí- contestó el animal sin dudar un instante-
- ¿Has obedecido a tu dueño?
- Claro. 
- ¿Has cuidado bien de tus hijos?
- Siempre - contesto la perra-, mientras me los dejaron.
- ¿Has sido fiel?
- No conozco otra forma de ser. 
El ángel dio un profundo suspiro de satisfacción y le dijo a la perra que esperase un momento. Después se dirigió a Cosme.
- A ver, Cosme, pasa por debajo del arco. 
Cosme pasó, pero el arco de niebla no se encendió con luz cegadora alguna.  Volvió a pasar una y otra vez mientras el ángel se iba poniendo cada vez más nervioso. 
- Debe haberse estropeado algo - dijo confundido-, aunque por aquí las cosas no suelen estropearse. No lo puedo entender. 
- ¿Qué pasa?- dijo Cosme hinchando el pecho como un palomo en celo- ¿Por qué este trasto no se enciende?
- No lo sé - dijo el ángel, pero creo que tenemos un verdadero problema. 
-¿ Porqué?- dijo el hombre cada vez más inquieto- 
- Pues porque, aunque parezca imposible, si el arco no se enciende, quiere decir que tu no tienes alma.
Ahora si que Cosme se infló como un pavo real a punto de reventar. 
- O sea, ¿qué el trasto ese brilla con la puta perra y no conmigo? ¿Que me estás contando? - bramó fuera de sí-
- La verdad. Aquí nunca mentimos. Parece ser que tu no tienes alma. 
- Y eso qué significa? 
El ángel volvió a suspirar. 
- Cosas terribles.
-¿Cómo que? ¿Me voy al infierno de cabeza?
- Qué poca cultura, Cosme. Ya dijo el Papa que el infierno no existe. 
- ¿Entonces?
- Un cuerpo sin alma está condenado a vagar por el espacio, a merced de todos los peligros y misterios que encierra el universo:  los meteoritos, las estrellas fugaces... A veces, el ser que deambula por el universo es absorbido por los agujeros negros que probablemente destrozarán su cuerpo.  Puede incluso acercarse demasiado a una estrella y achicharrarse en milésimas de segundo.
Cosme se había quedado muy pálido, como si estuviera a punto de desmayarse. Viéndole así el ángel le dijo. 
- No te preocupes, vamos a arreglarlo,  pero este asunto me supera. Voy a hablar con el consejo de arcángeles a ver si encuentran una solución para tu problema. 
Cosme se sentó junto a su perra, que no le quiso dejar solo, pero él ni siquiera la miró. Varias horas más tarde, el ángel regresó con aspecto satisfecho. 
- Ya está todo arreglado, Cosme. - le dijo con una sonrisa que le hacía parecer aún más bello-. Los arcángeles han decidido que tienes que volver a la vida. 
- ¿Voy a resucitar? ¡Bien!- exclamó-, pero tenéis que daros prisa o estaré ya putrefacto. 
- No tienes de qué preocuparte. Vas a volver a la vida pero en el cuerpo de un galgo. Es la única solución.
- ¿Qué?
- Ya te lo dicho, Cosme. Es la única forma de que consigas un alma.
Ahora Cosme estaba a punto de romper en llanto.  
- Pero yo no puedo... yo... a los galgos los maltratan, los matan de hambre, les dan de palos, los tiran a pozos, los...
- Ya veo -dijo el ángel-, que comienzas a tener alma de galgo. Que tengas suerte. 
Cosme despareció en un instante y Rau entró en el cielo dando saltos de alegría. El ángel le acarició la cabeza. Era la primera caricia de su vida... mejor dicho, de su muerte. 

6 comentarios:

  1. A cuanta gente le vendría bien ponerse en la piel del otro. Tu relato es toda una lección de empatía.

    Besos.

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    1. Gracias. No soporto el maltrato de ningún tipo, ni contra las personas ni conttra los animales. De verdad empiezo a pensar que algunas personas carecen de alma.

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  2. Ya dijo hace algún tiempo Roberto Carlos que quería ser "civilizado como los animales".
    Sí, estoy convencido que en el cielo habrá muchos animales. Lo que ya no estoy tan seguro es que estemos los humanos.
    Me ha gustado. Es muy bonito.
    Se debería leer en todos los colegios de España. Tal vez así esos niños cuando fuesen hombres...

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    1. Gracias Elías por tu comentario. La crueldad es la mayor de las cobardías. Y de verdad que hay muchas personas que parecen haber nacido sin alma.

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  3. Una moraleja demasiado frecuente en nuestra tierra. Los animales no son vistos más que meros objetos que una vez usados se desprende uno de ellos. No es en todos los-por fortuna-, pero si es cierto que se dan demasiados casos.
    El relato lo tienes bien presentado y resulta entretenido.
    Un abrazo

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    1. Gracias Arruillo. La lealtad de los animales es asombrosa, y aún así hay personas que les hacen la vida imposible. Realmente pienso que algunas personas carecen de alma.

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