lunes, 25 de febrero de 2013

El secreto de Maurice. Capítulo XIV




 Alice me observaba con los ojos abiertos como lunas llenas.
- ¿Cómo hacen los gatitos? - le pregunté con una sonrisa-
- Mauuuuu.
-¿Y los perritos?
- Guau...
- Bueno Alice -dije dando por concluida la sesión de onomatopeyas-, ¿y qué vestido se va a poner hoy esta princesita?
Y la pequeña, sin dudar un instante, señaló el mío con su dedo regordete. 
- Pero si ese es mío y, además, es muy feo y muy antiguo. Vamos a ver que te ponemos hoy para salir a la calle. 
Buscaba en su armario un conjunto favorecedor y unos leotardos que le fueran a juego cuando escuché que llamaban a la puerta. Supuse que, como todas las mañanas, Javier vendría a ver cómo estaba la niña y a darme alguna recomendación para el día que empezaba. 
Pero me equivoqué. Era Juliette, y por su agria expresión no parecía estar de muy buen humor. 
- Bounjour - dijo mientras intentaba esbozar una sonrisa que más bien fue una horrible mueca-, Javier... il m´ha raconté... puedo pasar?
Claro - contesté sin dejar de sentir cierta inquietud- Esta es tu casa. Estaba vistiendo a Alice.
- Javier, il me ha parlado - hacía un esfuerzo bastante inútil por hablar en castellano-, que vous avez parlé avec l´homme fou dans le parc... el hombre loco- añadió-,¿te ha hablado?
- Sí, es cierto -admití-
- Je suis très inquiet porque es...- dudó- porque es un hombre enfermo, fou, loco. je ne veux pas... no quiero que toque  ma petite fille.
Parecía realmente angustiada. 

- No te preocupes, Juliette. Ni él ni nadie va a tocar a Alice.
- Javier vous dit quoi?
No me gustaban los interrogatorios de buena mañana, así que, sin querer, mi tono fue cortante. 
- Javier me ha dicho que si ese hombre volvía a dirigirme la palabra, llamase a la policía. No debes preocuparte. 
Pero Juliette no estaba dispuesta a dejarme en paz. 
- ¿Sabes qui est cet homme? C´est un traidor, une merde.
Estaba muy alterada. Alice la miraba con los ojos abiertos y sin pestañear.
- Je dois aller... Tengo que marchar. Rappelez-vous. C´est un fou.
Estaba ya un poco harta de tanto sermoneo. 
- Te vuelvo a repetir que no te preocupes. Ve tranquila.


Es un traidor, una mierda, un hombre loco. Así había descrito Juliette al anciano que me había dirigido la palabra en el parque. Más descriptiva no podía ser, y más demoledora tampoco. Cuando cerré la puerta, me pregunté si aquella breve conversación no me habría cortado la digestión del desayuno. 


Acabé de vestir a Alice sin poder dejar de sentir cierto cosquilleo a la altura del estomago. Le coloqué un pequeño pañuelo azul sobre su escaso cabello rubio, y ella sonrió coqueta. Hacía un buen día y necesitaba caminar, tanto como resistiesen mis pies. El suceso del anciano mirón me había desencajado los nervios. Comprobé que la batería de mi móvil estaba suficientemente cargada, coloqué a la niña en su cochecito, y salí al rellano. 


- Alice -  le dije-, hoy nos vamos a jugar a los Jardines de las plantas, ¿te apetece?
Sin duda, Alice no entendió una palabra, pero sonrió abiertamente y dio palmas con sus pequeñas manos regordetas. Supongo que lo hubiera hecho igual si le hubiera dicho, con el mismo tono de voz, que nos íbamos a cazar ratas a cualquier alcantarilla de París. Estaba claro que la proximidad de salir a la calle, la hacía feliz. Curiosamente, a mí no tanto. 
La mañana era preciosa. No hacía calor ni frío, la temperatura perfecta. Avancé por la acera confiadamente. Javier me había dicho que sólo debía caminar en línea recta para llegar al Jardín des plantes, en cuyo interior estaba el Museo Nacional de la Historia Natural, un edificio de gran belleza, y aunque tenía bastante curiosidad en visitarlo, consideré que Alice era demasiado pequeña para contemplar los esqueletos de los grandes animales del Jurásico, o colecciones inmensas de bichejos, a cada cual más asqueroso. No podía consentir que la pequeña Alice tuviera pesadillas, y tal como estaban las cosas, yo tampoco podía permitírmelas. 
El jardín no estaba lejos de casa y parecía suficientemente grande y tranquilo para pasar una mañana perfecta. El otoño iba abriéndose paso entre los restos del verano, y las grandes alamedas aparecían con el suelo cubierto de hojas amarillas que crujían bajo el peso de las ruedas del coche de Alice.  La niña no tardó en dormirse, y yo tomé asiento en un banco desde el que podía contemplarse el magnífico edificio del Museo de Historia natural. 
El entorno me resultó relajante. Realmente, aquello era un bosque en medio de la ciudad. Y era más que probable que con esa idea lo hubieran diseñado. Era tanta la paz que allí se respiraba que era difícil imaginar que una ciudad bulliciosa y enorme crecía a su alrededor alimentándose de su silencio. Era agradable estar allí, bajo los álamos, estirando las piernas e intentando no pensar en nada. Pero había que ser precavida, porque cuando los bebés despiertan con hambre, no hay consuelo para ellos; ni flores, ni paseos, ni cisnes, ni lirios del campo. Iba a levantarme para acercarme al estanque cuando vi que un anciano se sentaba a mi lado. Me pareció feo irme precisamente en ese momento, así que pensé que cinco minutos más no iban a estropear mi día.
- Bonjour -dijo el hombre mientras tomaba asiento con dificultad-
- Bonjour- respondí con mi lamentable acento francés.
- Vous etes francais? -inquirió-
- No - respondí-, je suis espagnol.
- Je suis Juif - respondió el hombre riendo- 
Probablemente, puse cara de no haber entendido nada porque el hombre añadió: 
- Judio, soy judio. 
- Ah - dije sorprendida.
 Creía que todos los judios llevaban sobre su cabeza la kipá, como  los actores en las películas norteamericanas.
- Mon nom est Fabrice, et vous?
- Me llamo Asun.
- Et la jeune fille, c´est la votre?
- No. Je suis sa... -dudé- niñera. 
- Nounou. 
- Eso, nounou- afirme mientras soltaba una carcajada-
- Elle a des parents?
- ¿Si tiene parientes?- pregunté extrañada-
- Je veux dir... padres. 
- Claro.
- Elle a de la chance... dijo el anciano bajando la mirada-
No había entendido nada. 
- ¿Cómo?
- Que tiene... -vaciló- suerte.
Asentí con la cabeza mientras intentaba averiguar hacía donde derivaría aquella extraña situación, pero Alice la dio por finalizada. Abrió los ojos lentamente y comenzó a poner morritos.
- Se me ha hecho tarde - dije a modo de disculpa, sin importarme demasiado si aquel hombre me entendía o no- Je dois y aller. 
El anciano sonrió nuevamente y me observó mientras recogía mi bolso y me levantaba. Sabía que cuando Alice quería su comida,  la quería ya. Así que volví sobre mis pasos preguntándome qué clase de imán tenía para los ancianos, y  haciéndome la promesa de que mi primera tarde libre la dedicaría íntegramente a visitar el museo que, tal como me había comentado Javier, era un edificio formidable. En apenas veinte minutos llegué a casa. Alice seguía mediodormida, lo que me iba a permitir prepararle la comida con tranquilidad. Había dejado el pollo, la carlota y la patata cocida antes de salir. Sólo tenía que triturarlo.
Llegué a mi planta y cuando me disponía a abrir la puerta, escuché voces alteradas que provenían del piso de abajo. Me detuve en seco y me puse a escuchar, pero apenas se entendía nada. Lo único que estaba claro era que las voces pertenecían a Javier y a Juliette. 
Haciendo gala una vez más de mi perversa curiosidad, bajé diez o doce escalones hasta estar lo suficientemente cerca para poder entender el sentido de las palabras. 
- Es que tu no puedes afirmarlo públicamente- decía a voz en grito Javier- 
- Pourquoi?- respondía Juliette gritando a su vez. 
- Porque no sabes nada, porque no estás segura de nada. Sólo te has empecinado en que ese pobre viejo puede perjudicarte...
- C´est pour l´honneur de la famille...
- ¡Está a salvo! -gritó Javier- 
Subí los escalones lentamente, intentando no dar ningún traspiés que diera al traste con mi torpe espionaje. Abrí la puerta despacio, evitando  hacer el menor ruido, Dejé a Alice aparcada junto al sofá y me fui a la cocina. Calenté su comida, la trituré, y cuando ya estaba lista, conecté la televisión. En cuanto la niña escuchase entre sueños las canciones infantiles, abriría los ojos en un pis pas. Y así fue. Sus padres, mientras, seguían hablando a gritos, pero yo preferí no escucharlos. 


Dediqué la tarde, húmeda y neblinosa, a jugar con Alice sobre la alfombra. A la hora de la merienda, mientras la pequeña se tomaba su potito de frutas, le conté el cuento de la princesa y el guisante. Ignoro si entendía algo, pero no dejaba de mirarme atentamente mientras yo le hablaba de palacios inmensos,  hermosas doncellas, y camas en las que un diminuto guisante podía distinguir a una princesa de una joven aldeana. 

Sobre las siete de la tarde subió Javier. Alice jugaba con el oso mientras yo leía una revista de moda inalcanzable sentada en el sofá. Se sentó a mi lado. 
- ¿Qué tal el paseo de esta mañana?- preguntó con una sonrisa que no acababa de ocultar un gesto de preocupación. 
- Magnífico -afirmé- Alice, como siempre, se ha portado muy bien, aunque yo he dejado para otro día la visita al Museo de Historia natural. 
- Mejor- afirmó Javier mientras asentía con la cabeza- allí hay muchos monstruos que podían asustar a Alice. 
Guardó silencio. Era evidente que presentía que la bronca del mediodía había traspasado las paredes. 
- ¿Dónde me recomiendas ir mañana?- pregunté para romper el tenso silencio. 
- Hay tantos sitios.... Lo pienso y te dejo una nota mañana por debajo de la puerta. 
-Estupendo - afirmé con una exagerada sonrisa-, pero que no esté muy lejos. Tengo los pies...
- Tranquila. te buscaré un sitio cercano y que os pueda gustar a las dos.  
Se hizo de nuevo el silencio. Javier se levantó y tomó en brazos a Alice, que le cogió la cara con sus pequeñas manitas. Se volvió y me dijo: 
- Si quieres salir un rato, me puedo quedar con la niña.
Supuse que era una invitación para que me fuera. 
Si no te importa- dije-. Tengo que comprar algo de verdura. 
- Pues no tengas prisa. Así estoy un poco con la niña. No te puedes imaginar cómo la echo de menos durante todo el día. 
Sonreí discretamente, me calcé las sandalias, cogí el bolso y me fui. No tenía que comprar verduras, evidentemente, pero sí necesitaba una porción de aire fresco sobre mi rostro. Era casi de noche y la calle estaba llena de gente que paseaba mirando las paraetas instaladas junto al muelle. Me llamó la atención una en la que vendían libros de segunda mano. Me acerqué y comencé a hojear algunos de los volúmenes. La mayoría estaban escritos en francés. 
- Vous avez des livres ecrits a espagnol?- pregunté-
- Ils sont la - me contestó señalando una estantería a su izquierda-
Fui mirando títulos al tiempo que no le quitaba la vista a mi reloj. No podía demorarme demasiado porque, al fin y al cabo, había salido a comprar verdura. Al final me decidí por dos volúmenes, Paris en el siglo XX, de Julio Verne, y Siguió la fiesta, de Alan Riding. El joven, bellísimo por cierto, me recomendó este último, no sé si por su propio interés o porque pensaba que era realmente un libro interesante. Antes de volver a casa, pasé por la frutería y compre un kilo de cebollas y apio. Verduras para una coartada
Javier me esperaba junto a la puerta con la niña ya dormida. Me dijo que Juliette subiría a darle un beso en cuanto llegase, pero no lo hizo. Una vez más me pregunté cómo podía haber madres así, madres que no sentían pasión por sus hijos, madres que no deseaban comerse a besos las mejillas de sus bebés, madres que no sentían la llamada del cachorro que le echa de menos. Y también una vez más pensé que gente hay para todos los gustos y los disgustos, y, sin duda, Alice tendría que ir acostumbrándose a crecer sin los mimos de su madre. 
Después de cenar un ligero hervido y un yogur desnatado que no sabía a nada, me tumbé en el sofá y encendí la lámpara de pie que había junto a él. Leí el titulo del libro, Siguió la fiesta", y la sinopsis que había en la contraportada. Se trataba de cómo se había desarrollado la vida cotidiana en la Francia ocupada por los nazis. No parecía un tema muy agradable, pero me interesaba ¿Cómo se puede conocer un país si no se conoce su historia. Comencé a leer

2 comentarios:

  1. Un capítulo en el que no pasa nada.
    Entonces, ¿no sirve para nada?
    Ya lo creo que sirve, para tensar la intriga, para manterte en tensión mirando a todos lados, preguntándote ¿por dónde va a salir el monstruo? Porque se trata de eso de mantener constante el interés en la acción.
    Muy conseguido.

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    1. Me habías asustado con tu primera frase,. Pasan dos pequeñas cosas que intentan mantener la intriga, como tú dices: el encuentro con el anciano del parque y la bronca marital que Asun escucha desde la escalera. Si tu crees que he podido mantener constante el interés, me doy por satisfecha. Gracias Elías.

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