El domingo nos despertamos tarde. Los nervios acumulados del día anterior, sumados a la ingesta nocturna de champagne, habían dejado sobre mi frente una especie de pesada losa que recorría mis párpados y llegaba inmisericorde hasta mis ojos. No era sólo una leve resaca, sino la suma de una serie de acontecimientos inesperados que habían superado con creces los límites de mi aguante emocional.
Por la mañana aún tuvimos tiempo de visitar el cercano parque du Vexin francais, con paisajes de ensueño, y de barajar mil y una posibilidades en torno al suceso de Juliette, aunque lo cierto es que no llegamos a ninguna conclusión. Comimos en ruta y sobre las seis de la tarde ya estaba en casa, cansada y feliz. Al despedirse, Guillermo me dio un beso breve en la mejilla y me acarició por un instante el cabello. Un escalofrío me recorrió el cuerpo mientras perdía por completo mi aplomo.
Cuando fui a recoger a Alice, pregunté por Juliette. Javier me dijo que estaba bien y que, en aquel momento, se encontraba trabajando en su despacho, pero por el tono en el que me lo dijo - casi un susurro-, supuse que estaba durmiendo. A Alice -la verdad sea dicha-, se le iluminó la cara al verme, pero yo me sentía tan exhausta que no supe agradecérselo como hubiera debido. Todavía guardaba la llave de la casa de Octeville sur mer en el bolso y me pregunté si encontraría el momento oportuno para devolverla al lugar del que nunca debió haber salido. Afortunadamente, la niña se durmió pronto. Yo me puse el batín y me senté en el sofá frente a la televisión apagada. Me sentía tan superada por los acontecimientos que incluso me costaba pensar. Por un instante ansié la rutina que me esperaba al día siguiente. Tendría que hablar con François del acogimiento de Coraline y suponía que éste no me pondría ningún problema.
El lunes amaneció lloviendo, una lluvia fina, casi imperceptible, caía sobre una ciudad que había despertado aún anochecido. Alice amaneció como el tiempo, llorona e inquieta. Después de desayunar mostró ya mejor humor, y recuperó su alegría habitual al ver que le ponía unas botitas nuevas. A las nueve y media cogí su mochila y metí en mi bolso las fotos que había substraído del álbum de Juliette, y la lista de los nombres más el trozo de papel recuperado durante el fin de semana.
Evité pasar por el parque para que Alice no se sintiera engañada y me dirigí a la guardería por una de las calles paralelas. Alice parecía tan cansada como yo. Sin duda, la tensión del día anterior y la extensa ración de llantos la habían dejado agotada. A pesar de ello, la pequeña iba golpeando el cochecito con sus botas nuevas, al tiempo que se tarareaba una canción a sí misma.
La separación no fue traumática, ya que la monitora la recogió en la puerta con una enorme sonrisa y ella entró sin volver la vista hacia atrás, lo cual agradecí profundamente. Una vez cumplida la primera misión del día, tenía que dar el segundo paso: ir a hablar con François sobre la posibilidad de acoger temporalmente a Coraline. Y no se por que, sentí una punzada de desasosiego a la altura del estomago.
El día se había vuelto aún más gris y en vez de parecer que íbamos hacia el mediodía, parecía que caminábamos hacia el anochecer. De repente recordé el mensaje de Coraline. Debía haberla llamado la noche anterior pero, con tanto acontecimiento, se me olvidó por completo. Saqué el maldito móvil del bolso y la llamé. Lo cogió enseguida.
- Asun... - dijo suavemente -, je te he telefonato hier soir.
- Vi tu mensaje ¿qué pasa?
- La otra noche, le samedi, yo creo que j´ai vu Juliette llamar a la puerta de François.
Me quedé paralizada, debía tratarse de un error.
- ¿Qué? - dije-. ¿Estás segura?
- Si, si, yo paseo avec una amie y le digo dónde vive Françóis y entonces una mujer como tu dices llama a la puerta, C´est sur.
Aquella podía ser la explicación para la tardanza de Juliette.
- Coraline, ahora voy a hablar con él. Luego te llamo.
Aún conmocionada por lo que acababa de decirme Coraline, llamé suavemente a la puerta de François, que apenas tardó unos segundos en abrirme, como si hubiera estado esperándome. El anciano se asomó a la calle, miró hacia uno y otro lado ansiosamente y, a continuación, me hizo entrar. Parecía nervioso.
- Pasez- vous, et Alice?
Sin duda comenzaba a perder la memoria.
- En la guardería.
Caminó delante de mí arrastrando los pies por el estrecho pasillo. Cuando llegamos al oscuro salón, se sentó en el sillón con un gesto de dolor mientras me invitaba a tomar asiento. Respiraba con dificultad.
- Avant hier soir, venu Juliette.
O sea, que Coraline no había visto un espejismo.
- ¿El sábado vino Juliette a su casa?
El círculo se cerraba. Esa inesperada visita nocturna era sin duda la "rueda pinchada".
- ¿Por qué?- inquirí adelantando la cabeza como un pato- .
-Le samedi elle fue donner una charla a une association. Alguien le hizo una pregunta incómoda.
Dudé.
- ¿Cómo de incomoda?
François parecía buscar la respuesta adecuada.
- C´est compliqué.
- ¿Complicado?
François parecía buscar la respuesta adecuada.
- C´est compliqué.
- ¿Complicado?
- Sólo un poco. Alguien del público avait lu, leído, una declaration que el pasado verano yo hice a un journal.
- ¿Y esa persona hizo la pregunta incómoda?
- Si, y ella se puso très en colère.
- ¿Furiosa?
- Si, mucho.
El anciano estaba pálido. La siguiente pregunta estaba clara.
- ¿Qué le contó usted al periodista?
- ¿Qué le contó usted al periodista?
- Hablaba de la Resistencia, de nuestro grupo, de la rafle del velódromo d´hivern... Yo no recuerdo todo.
- ¿Hablaba de Maurice?
- Je ne sais pas... Creo que si.
- ¿Hablaba de Maurice?
- Je ne sais pas... Creo que si.
- ¿Conserva usted el periódico?
- Supongo que si, mais je ne sais pas où il est. la memoria se va día a día.
Las piezas del gigantesco puzzle iban cuadrando. Hubiera dado cualquier cosa porque François recordara dónde había dejado el periódico.
- ¿Estuvo Juliette mucho tiempo con usted?
- Demasiado. C´est une femme tres agressif. Elle était... cómo se dice? incontrolé.
- Descontrolada.
Calló Françóis. A veces, de repente, parecía sumergido en un mar de recuerdos, disipados ya por el transcurso del tiempo.
- Vous voulez parler avec moi?
Perdí toda seguridad. Sentía como si caminara sobre brasas.
- Sí, quería proponerle algo, pero ahora veo claro que es un atrevimiento.
Hizo un gesto con la mano como animándome a hablar.
- Parlez-vous.
-Tengo una amiga, Coraline, que necesita una habitación durante algunas semanas. Había pensado que quizá podía quedarse aquí a cambio de hacer la comida, arreglar la casa... las tareas del hogar.
Hizo un gesto con la mano como animándome a hablar.
- Parlez-vous.
-Tengo una amiga, Coraline, que necesita una habitación durante algunas semanas. Había pensado que quizá podía quedarse aquí a cambio de hacer la comida, arreglar la casa... las tareas del hogar.
¿Cómo estaba siendo capaz? El anciano movió la cabeza a un lado y a otro.
- Je suis habitué a vivre seul... no sé...
No podía ni debía insistir aunque lo estuviese deseando.
No se preocupe, François -dije intentando que mi voz sonase a disculpa-. Debía haber pensado que estaba usted hecho a vivir solo. Estoy segura de que encontraremos otra solución. Ha sido un abuso por mi parte.
Me sentía desalentada pero hacía todo lo posible por disimular.
- Lo siento... repuso el anciano- je suis à une âge... a mi... edad, los cambios...
No podía permitir que se excusase cuando la única que debía excusarse era yo.
- Asunto cerrado - afirmé con una exagerada sonrisa-, le aseguro que encontraré otra solución buena para todos. Quiero enseñarle unas fotos- continué diciendo y así pude cambiar de tema-.
- ¿Fotos?
Abrí el bolso, saqué el sobre donde había guardado las fotografías y se lo entregué. Lo cogió con manos temblorosas, sacó las fotos y las miró detenidamente.
- C´est Juliette.
Cogió la otra foto. Sonrió.
- Este soy yo, avec Maurice, et l´autre... no recuerdo el nombre.
Miré la fotografía con atención. François tenía una sonrisa franca. Era un hombre alto y bien parecido. Dejó la foto a un lado y cogió la última.
- Este soy yo, avec Maurice, et l´autre... no recuerdo el nombre.
Miré la fotografía con atención. François tenía una sonrisa franca. Era un hombre alto y bien parecido. Dejó la foto a un lado y cogió la última.
- Estos son Maurice y Marguerite, creo.
- ¿Marguerite?
- Marguerite Matisse, une amie de Judith.
- ¿Matisse, como el pintor?
François me miró por encima de sus gafas como regañándome por mi ignorancia.
- Es la hija de Matisse. La hija y la mujer de Henri, el pintor, colaboraban avec la Resistence. La Gestapo detuvo a Marguerite et apres de torturarla elle a ete envoyée a un campo de concentración, mais pendant el trayecto...
Sonó mi móvil con la inoportunidad de siempre. Estaba empezando a odiar aquel aparatejo que siempre interrumpía mis mejores momentos. Hice un gesto de disculpa y cogí la llamada. Era la monitora de la guardería. Al parecer un niño había mordido a Alice en un momento de descuido de su cuidadora. Me dijeron que aunque la niña apenas tenía una leve marca, lloraba amargamente por lo cual me recomendaban que, si podía, fuera a por ella lo antes posible.
- Tengo que irme - le dije a François precipitadamente-. Un niño ha mordido a Alice.
- Oh ma petite!- exclamó el anciano disgustado-. Ve, ve a por ella.
Avancé por el pasillo a paso rápido. De repente me volví hacia él.
- ¿Qué le pasó a Marguerite?
- Cuando era conducida al campo de Ravensbrück, le train que la transportaba a´larrete por un ataque des forces aliées. Ella escapó.
- ¿Sobrevivió?
- Sobrevivió.
Suspiré tranquila como si Marguerite se hubiera tirado del tren hacía media hora y corriera por los bosques en busca de un escondrijo seguro. Necesitaba buenas noticias, historias de esperanza y supervivencia que me dieran la fuerza suficiente para seguir fascinada con esta historia, aunque realmente no sabía muy bien si estaba fascinada o atrapada.
La niña tenía la huella de un buen bocado en la mejilla, y suspiraba como si hubiera estado largo rato llorando. La profesora no encontraba palabras para disculparse, evitaba mi mirada y trataba de minimizar el suceso. Yo -no pude evitarlo-, la miré con desdén cuando recogí a Alice.
- Así es la vida, peque - le dije mientras la sentaba en el cochecito-, en cuanto te descuidas te han pegado un buen bocado en toda el alma.
Alice me miró con extrañeza. Su primera agresión en una vida colmada de mimos y caricias. Sus primeros pasos en sociedad, en una sociedad donde aún imperaba la ley del más fuerte, aunque por todos los medios esta misma sociedad tratara de desmentirlo.
Lo estaba esperando para seguir tu historia. Bien, bien, siempre nos dejas con ganas de más.
ResponderEliminarGracias Marisa. tengo poco tiempo, pero la historia creo que va tomando cuerpo. Ya veremos qué pasa en el siguiente capítulo.
EliminarEStoy en ascuas y desgraciadamente no son las de las sardinas de la noche de San Juan.
ResponderEliminarTodo se irá resolviendo en esta historia que tengo la sensación de que se escribe sola. Gracias Elías por tu comentario.
EliminarNuevos descubrimientos, parece que lentamente la madeja se desenreda.
ResponderEliminarHasta el siguiente capitulo, saludos amparo
:D
Y espero que se desenrede de la mejor forma. Gracias por leerme Ana.
EliminarQuerida Amparo.
ResponderEliminarHas combinado una magnifica narrativa con parrafos escritos tambien en la bella lengua francesa.
Me encanto visitarte.
Au revoir
Bueno Ricardo, se hace lo que se puede. Me alegra que te guste y espero que me sigas leyendo. Au revoir.
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