viernes, 20 de septiembre de 2013

Amor a primera vista.


Me quedé prendada nada más verle. Tenía los ojos de color verde pálido bajo unas cejas perfiladas, la boca pequeña, los labios carnosos, y una mirada arrogante y al mismo tiempo, dulce.
Cuando me interesé por él, Daría, la del ultramarinos de la calle nueva, me comentó que había estado enfermo, de ahí su palidez y aquellas ojeras violáceas que se extendían bajo sus ojos como dos profundas ciénagas.
Al principio, cuando pasaba por delante de él, sólo le miraba; más tarde, ya fue un tímido saludo con mirada huidiza; después una sonrisa, y al final le hablé. ¿De qué? Pues de cómo me había ido el día, cuántos geranios habían florecido en mi terraza, qué iba a hacer para cenar...
Mi padre me dijo una noche que no le gustaban nada aquellos paseos y que la gente estaba empezando a hablar. Yo me enfurecí como tenía por costumbre hacer cuando alguien osaba entrar en mi intimidad y cuestionar mis actos.
- ¡La gente! - grité desde la puerta- ¿Qué me da la gente? - para rematar diciendo: en todo caso es mi vida.
Mi vida. A él le daba la sensación de que la estaba tirando por la borda, y  era más que probable que tuviera razón.  Yo también presentía que aquella relación  no me llevaría a ninguna parte, pero no estaba dispuesta a reconocerlo.
Cogí la costumbre de verle todos los días, a media tarde, cuando el sol comenzaba a dar una tregua, y le contaba lo indignada que estaba a causa de las habladurías que corrían de boca en boca. El me miraba desde sus ojos verde pálido, desde esa mirada enferma y arrogante que te encogía el corazón como un trapo escurrido.
Aquel martes por la tarde me disponía a salir cuando vi que mi padre pasaba los dos viejos cerrojos de la puerta.
-Hoy no vas a ningún sitio - gritó fuera de sí-. Se acabó esta historia.
Volví a mi habitación lloriqueando, no porque estuviera dispuesta a admitir su tiránica voluntad sin discutir, sino porque su corazón había dado ya señales de alarma hacía unos meses y no quería ser yo la causante de una fatal crisis cardíaca.
Estuve una semana sin verle y sin cruzar una palabra con mi padre, a pesar de que él hacía todo lo humanamente posible para romper aquel insoportable estado de guerra en el que las palabras eran las justas y más hirientes que pacificas.
El viernes abrió despacio la puerta de la habitación y me dijo:
- Ve a verle si quieres. Al fin y al cabo será tu problema.
Los encuentros se sucedieron mientras de los almendros brotaban pequeñas flores blancas, y la primavera se dejaba ver ya sin tapujos.
Hasta aquella tarde luminosa de mayo. Durante la comida, apenas sin levantar la mirada del plato, mi padre me había dicho:
- Esta tarde vienen tus primos. Podrías...
- Está claro -interrumpí-. No iré.
De sus labios salió un suspiro de alivio que parecía haber sido retenido durante semanas. 
- Me alegro. Ponte guapa. 
- Lo haré - contesté en absoluto convencida-
Sin embargo, y más bien por fastidiar que por agradar, me arreglé y me maquillé como una puta de lujo. Me puse un vestido verde sin mangas y con un escote de escándalo, que dejaba ver mi largas y bronceadas piernas. No soportaba la forma de vestir de mi prima, aquella mojigata que, embutida en estrechas faldas que iban más allá de la rodilla, parecía la sacristana Micaela recitando el rosario sobre el altar mayor. 
Llegaron pasadas la seis de la tarde. Yo había preparado una pequeña merienda en el patio, a la sombra jaspeada de una parra cuyos tentáculos se habían ido extendiendo por un conglomerado de alambres puestos para tal fin. 
Como había presentido, Marta llegó con su sonrisa beatifica y su estrecha y larga falda, digna de las Hijas de María. A continuación entró el primo Juan, con el rostro lleno de granos infectos y el cabello tan ensortijado que parecía la reencarnación de Julio Cesar, y tras ellos hizo acto de presencia un joven de aspecto desenfadado: pelos de punta, camiseta negra y una sonrisa de oreja a oreja. 
- Tu debes ser Camila - dijo-. Soy Andrés. 
Le tendí la mano mientras afirmaba con la cabeza. Me la estrechó con un golpe seco, fuerte, decidido. 
Pasamos toda la tarde juntos. Mi prima, a pesar de su apariencia beatifica, era más divertida de lo que yo recordaba, y mi primo, a pesar de estar en la oscura pendiente de la adolescencia, no hizo más tonterías de las debidas. 
pero Andrés... Andrés era la definición de la fiesta. Ocurrente, parlanchín, amable, caballero, ironizaba con todo y acababa riéndose de él mismo. Por la noche, tras un largo paseo por el camino de la era, fuimos a la verbena de la plaza en la que unos cuantos ancianos del club de jubilados mostraban al escaso y aburrido público todo lo que habían aprendido en las clases de bailes de salón. 
- Vámonos a otro sitio - dijo Juan hastiado-. Esto es de viejos...
- De viejos un vals de Strauss? Vadre retro- exclamó Andrés fingiendo que en sus manos portaba una punzante espada. ¿Quieres bailar conmigo? - me preguntó.
- No sé si...
Entre mis habilidades no está la de bailar. Soy como un gato  cojo, borracho y con demencia senil. Suelo pisar a mi escasas y fortuitas parejas, aunque más bien podrían llamarse adversarios por lo magullados que salen tras un baile conmigo. 
Pero dancé  como un ave. Volé en sus brazos como una de aquellas damas diechiochescas, de estrechas cinturas y apretados corsés. Y reí, reí como una loca. 
Después de tomar un agua limón muy fría en la heladería de la plaza, volvimos a casa. Andrés, que no había  cesado de hablar en todo el camino, me pidió una cita para el día siguiente junto a la cruz de término que estaba a las afueras del pueblo. Por un instante, recordé a Samuel. Lo había olvidado durante toda la tarde. ¿No seria todo aquello una artimaña que había ideado mi padre para que, definitivamente, dejara de verle? 
Al día siguiente, a las cinco en punto de la tarde, salí de casa. Había quedado con Andrés a las siete, así que tenía tiempo de sobra para ver a Samuel. Caía una lluvia fina que apenas calaba y casi  que se agradecía. Debía zanjar aquello, y no porque la gente hablara sino porque había conocido a alguien que me había transportado al séptimo cielo al son de un vals. Debía ser breve y tajante.
Me senté junto a él, que seguía observándome con su mirada verde y arrogante.
- He conocido a otra persona - le dije-. No vendré más.
 Me pareció ver en su mirada una chispa de soberbia.
- Me voy- añadí titubeando-
Acaricié por última vez el cristal del nicho de Samuel tras el cual estaba su fotografía, cada día más y más descolorida. Posiblemente tenía razón mi padre. Aquella amistad no iba a llevarme a ninguna parte, en todo caso, a la locura. 

14 comentarios:

  1. Inesperado final, me ha sorprendido. Muy buen relato amparo, escrito de forma impecable. la lectura me ha adsorbido durante un buen rato, me has enganchado a tus relatos, sigue así.
    Saludos
    :)

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    1. Gracias Ana. No sabes lo que agradezco tus palabras. Y espero que sigas pasándote por aquí. Un abrazo.

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  2. Sorprendente.
    Yo estaba esperando que saliera el gato y resulta ser una fotografía de un camposanto.
    ¡ Qué maestría !

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    1. Ja, ja. No me extraña que, conociéndome, estuvieses esperando un gato, pero ya ves, esta vez era... un muerto. Gracxias por tu comentario, Elías.

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  3. Buenísimo Amparo. Me has ido atrayendo, enganchando en el relato y cuando estaba a su merced, ¡zas! el final como una sacudida. ¡Genial!

    Besos

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    1. Gracias Jara. Es un poco de humor negro, pero en fin... Sí, supongo que el final sorprende y, evidentemente, eso pretendía. Gracias de nuevo.

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  4. Hola, Amparo:

    Ante todo, gracias por tu visita a mi blog.

    Vaya final tan sorprendente, todo iba muy bien y pensaba yo en un triángulo a moroso, pero ¡zas!, lo inesperado.

    Un abrazo.

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    1. Hola Rafael. Gracias igualmente por visitar mi blog. La verdad es que me gustan ese tipo de finales para poder daros una pequeña sorpresa.Hasta pronto.

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    2. Hola Rafael. Gracias igualmente por visitar mi blog. La verdad es que me gustan ese tipo de finales para poder daros una pequeña sorpresa.Hasta pronto.

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  5. Ohh! Que bueno Amparo. Me ha encantado tu relato y ese final ¡nada predecible!
    Voy a quedarme a leer mas. Me alegro de que nos hayamos encontrado!

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    1. Hola Luna. me alegro de que te haya gustado. Y puedes quedarte todo el tiempo que quieras por mi pequeño jardín de jazmines abandonados.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. Hola Amparo.
    Un relato muy bonito.
    De verdad que me ha gustado un montón. Yo también esperaba un gato (ja ja).
    Y, es que, el amor todo lo cura. ¿verdad?

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    1. Hola comandant. Los me conocéis siempre esperáis un gato. Pero en esta ocasión era... un muerto. En fin, hay que variar.

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