sábado, 18 de abril de 2015

Pesadilla en la ciudad

Paseando por mi jardín de Jazmines Abandonados, en un rincón, junto al porche luminoso y cálido, he encontrado este relato. Es del 2011, o sea, de muchas lunas atrás. Después he comprobado que no tenía ningún comentario y he decidido  airearlo un poco, que le de la brisa primaveral. Os dejo con él. 



Levantarse a las seis de la mañana debería estar prohibido por alguna constitución supranacional. A esa temprana hora es de noche, hace frío y el cuerpo se resiste a abandonar el suave abrazo de la funda nórdica.
Pero no. No está prohibido sino todo lo contrario. Forma parte de esta espantosa forma de vivir que nos obliga a estar doblando ropa a las doce de la noche y cepillándonos los dientes muy pocas horas después. Aquel día no fue una excepción. Con los ojos aún llenos de legañas, me calenté el café con leche, me duché, intenté recomponer de forma armónica mi rebelde cabello, cogí el bolso y la chaqueta,y salí a la calle. Las farolas aún estaban encendidas.
En la parada del autobús esperaban los de siempre. Un par de estudiantes con ojeras que les llegaban hasta mitad de sus mejillas, una mujer de mediana edad abrazada a su bolso como si éste fuera un bote salvavidas, un joven ejecutivo lustroso y repeinado, y dos mujeres latinas que, además del sueño interrumpido, llevaban escrita la añoranza en sus oscuras miradas.
Ahí llegaba el autobús, cruzando la avenida en dirección a nosotros. Rebusqué en el bolso. ¡Mierda! había olvidado el bonobús y ahora tendría que sacar el maldito billete disuasorio que andaba ya por el euro y pico. Tomé asiento donde siempre, hacia el fondo y junto a la ventanilla. ¿Por qué no amanecía de una vez? El vehículo volvió a la avenida y fue recogiendo a los pasajeros habituales en cada parada. El trayecto se me estaba haciendo interminable: semáforo en rojo, nueva parada, semáforo… Una vez pasada la rotonda de Benicalap, se detuvo junto al hospital universitario. Era éste el lugar donde se detenía más tiempo. Habitualmente, el chofer bajaba a la acera y estiraba las piernas mientras que los pasajeros, quizá pensando que podían haberse quedado cinco minutos más entre las sábanas, consultaban impacientes la hora en sus relojes y en sus móviles.
Esta vez la pausa duró apenas dos o tres minutos. El autobús se puso en marcha y, para desconcierto de todos, se saltó el primer semáforo en rojo que encontró en su camino. “Menos mal- pensé- sólo quedan diez minutos de trayecto para mi destino”. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el cristal.
El autobús debía dar la vuelta a la izquierda al llegar al cruce, luego cruzar el río y detenerse junto al colegio de los jesuitas. pero en lugar de eso, dio un violento giro a la derecha, emprendiendo una loca carrera en la que no había stops, paradas ni pausas. Mientras el vehículo quemaba ruedas como un bólido, dentro, la gente gritaba y trataba de sujetarse de cualquier forma. Furiosa, me levanté del asiento y avancé por el vehiculo como si anduviese por una patera en plena tormenta.
- ¿Qué hace?- grité-. ¿Adónde vamos? Esta no es la ruta.
En un primer momento no dijo nada, pero pude ver sus manos. Apenas tenían una capa de piel sobre los huesos y eran blancas como la niebla.
-¿Adónde vamos?- volví a gritar presa del pánico-.
Su rostro se volvió y quedé horrorizada. Aquel ser -no podía llamarse de otra manera-, no tenía ojos, y desde sus cuencas vacías brotaba un fluido viscoso que se deslizaba lentamente hasta su boca.
- Al infierno - chilló- ¡Vais todos al infierno!
Desperté y sentí que mi corazón latía por todas partes. Mi pijama estaba empapado de sudor y apenas podía respirar. Miré el móvil. Eran las seis y media. Me preparé el café aún con un nudo en el estómago, me duché, intenté recomponer de forma armónica mi cabello tan rebelde, cogí el bolso y la chaqueta, y salí a la calle. Las farolas aún estaban encendidas.
Llegué a la parada y pasé lista mentalmente. Allí estaban todos, con los rostros aturdidos por el sueño, dispuestos a irse al infierno.
Vi venir  mi autobús, y un leve temblor recorrió mis piernas. Quizás llegara un poco más tarde, pero esa mañana decidí que no me vendría nada mal darme un largo paseo.

22 comentarios:

  1. Lo sé. Sé a ciencia cierta que la próxima vez que suba a un autobús no voy a poder evitar mirar las manos y la cara del conducto.
    Es que acongojas. Lo tuyo con las pesadillas no es nada normal.
    ¿Has probado a tomar bicarbonato antes de ir a la cama?
    ¡ Cómo escribes, Amparo, cómo escribes !

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    1. Ja, ja. Si escribiera alguna de mis pesadillas, alucinarías. Probaré lo del bicarbonato porque a veces me levanto con los pelos de punta. Gracias por tu comentario, Elías.

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  2. Yo también me hubiera ido andando. un abrazo escritora

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    1. Gracias Ester. Lo de escritora todavía me sobrecoge, más todavía que la propia pesadilla. Andar es muy bueno.

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  3. Es normal, cuando una tiene que levantarse a esas horas se tienen pesadillas como la que nos cuentas. Por cierto muy bien narrada.
    Un abrazo.

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    1. Gracias Rafaela. Es que en este país no dormimos nada, sólo los fines de semana. Gracias por tu comentario. espero que el relato no te produzca pesadillas.

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  4. Ese paseo mañanero te despejaría la mente.
    ¿Viste pasar el autobús?
    Y seguro que apretaste el paso.

    manolo

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    1. Circular por esta ciudad es como circular por Calcuta. Más de una vez he preferido caminar antes que coger el autobús, aunque fuera conducido por un tipo normal. Gracias por pasarte por mi pequeño jardín.

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  5. Es que Valencia en determinadas horas es como viajar por el infierno, jajajaja
    Ay, las pesadillas, cuánto nos hacen sufrir y qué alegría nos da cuando despertamos.
    :)
    Un beso.

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    1. Veo que conoces el paisaje. Tienes razón, por eso mismo a veces me bajo al rio y adelanto mucho. No hay semáforos ni cruces ni atascos. Eso sí, posiblemente te atropellará una manada de bicicletas. Gracias por tu comentario.

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  6. Me ha recordado al piloto que causó el accidente de germanwings...
    Que fuerte.

    Besos.

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    1. Pues lo escribí en el 2011, así que no me he inspirado en esa fatal y terrible pesadilla real. Gracias Toro por pasarte por aquí.

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  7. has hecho bien en sacarlo de nuevo para qué le de el aire y hayamos podido disfrutar de él.
    Muy bueno Amparo. No es que crea mucho en sueños premonitorios, pero desde luego yo también me hubiera ido andando en ese caso, por si acaso...

    Besos

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    1. Estoy contenta, Jara, porque cuando lo publiqué en 2011 no tuve ningún comentario y aún así, seguí escribiendo y publicando. Ahora ya ves, sois un montón comentando. Como decía mi padre, la perseverancia es un don y sobre ella escribiré algún día. Abrazos.

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  8. Inquietante pesadilla, posiblemente un advertencia de que algo iba a suceder de verdad, especialmente si como en el sueño el conductor va saltándose semáforos en rojo. Muy entretenido de leer este relato Amparo.
    :)

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    1. Gracias Ana. Gente de mi entorno me ha dicho que en un poco desagradable, y es verdad, pero ¿cuándo una pesadilla es agradable? Yo siempre intento coger el bus lo menos posible.

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  9. Que susto, muy bien concebido en tu magnifico relato.

    Gran abrazo, muy querida Amparo

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    1. Gracias Ricardo. Hay que superar las pesadillas con bellos sueños. Y hay que trabajar esos bellos sueños. Un abrazo.

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  10. Muy bueno ese giro con un final muy lógico. Me ha encantado.

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    1. Gracias Jesús. Lo lógico era no coger el autobús ¿verdad? Hay pesadillas que te persiguen durante todo el día.

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  11. Amparo te pido mil disculpas por el error que cometí con tu nombre en mi entrada de bienvenida, he cogido un cabreo que no te puedes imaginar, ya he subsanado el error, pero te diré que en la reseña que me aparece en los datos de mis seguidores, no viene tu blog,, ahora sé que lo tienes y muy interesante por cierto, me quedo por aquí para leerte con detenimiento.
    Un abrazo t de nuevo mil perdones.

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    1. No te preocupes. Ha sido divertida mi transformación en Verónica. Pues ya sabes que puedes venir a esta jardín siempre que quieras. Encantada de recibirte en todo momento. Abrazos.

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