Mi gata, la Pequeña, ha insistido en escribir esta historia, pero me he negado rotundamente. Esta historia es mía porque en ella me he jugado la vida y hay que tener en cuenta que yo sólo cuento con una, no con siete.
El último día de julio de este verano seco y tórrido como esparto, cogí un tren en dirección a Valencia. En el pueblo de mis antepasados dejaba a mis hijos, a mis gatos, y a dos felinos gigantes, de color negro y ojos amarillos que aun teniendo dueña, se nos habían acoplado como uno - dos- más, a la familia. Al día siguiente me llegó la noticia a través del móvil: Tito ha desaparecido. Se fue anoche y no ha vuelto. Muchos no lo entenderán, pero la inquietud se apoderó de mí. Tito es un gato de ciudad, de piso, acostumbrado al ruido de los coches y al sonido de las ambulancias, pero en ningún caso adaptado a las correrías nocturnas, peleas y luchas territoriales a que están acostumbrados los gatos de pueblo.
El primer día de agosto, un día de poniente insoportable, volví al pueblo. Tito no había regresado, así que comencé a expandir la noticia:
- Heu vist al meu gat? S´ha perdut.
Hubo respuestas para todos los gustos, incluso algunas que preferiría no recordar, y que denotan tan mal gusto como falta de sensibilidad. Pero el caso es que pasó la noche del viernes y Tito no volvió. El sábado por la mañana me levanté de la cama sabiendo que tenía una misión prioritaria y única: encontrar al gato.
Bajo un sol vengativo e inclemente, salí del pueblo dejando atrás la Iglesia, y me recorrí el solitario polígono industrial. Sin darme cuenta, llegué hasta el pueblo vecino, Campo de Mirra. Llamé al gato al principio con voz tímida, después a grito pelado, pero la única respuesta fue un silencio dañino e inconsolable.
No podía rendirme. El calor no cedía sino que aumentaba y aquel pobre felino no podría soportar muchas más horas sin comer ni beber. Me recorrí otra zona del pueblo, y a la sombra de un coche encontré a uno de los gatos negros, no sé si se trataba de Pantera Uno o de su hermano Olaf. Me agaché y le pregunté:
- ¿Dónde está Tito? ¿Sabes dónde está Tito?
No se si me entendió o si sólo estaba tratando de huir de mí, pero el caso es que me llevó calle abajo, junto al antiguo convento de las monjas. Y fue entonces, en ese preciso momento, cuando escuché un maullido desesperado, anhelante, atormentado. "Es Tito" - pensé-, y eché a correr seguida de Pantera Uno o de Olaf, que no logro distinguirlos. Efectivamente, frente a la pastelería, en una vieja casa cuyo tejado daba a una inestable terraza, estaba mi gato, con la boca entreabierta, delgado sucio, aterrorizado. Volví a casa y llamé a mi hija, que, siguiendo con la tradición familiar, estaba escribiendo. Una vez ya en la casa, entramos a un patio destartalado en el que había una escalera de hierro que llegaba hasta la terraza, pero desde allí, no había forma de acceder al tejado.
- Tito, salta, salta de una vez - gritábamos-.
Pero el gato tenía más miedo que pelos en el cuerpo y paseaba entre las tejas mientras abría la boca en un acto desesperado de aliviar el tremendo calor que probablemente sentía. Al final nos dimos cuenta: la última opción era buscar una escalera, subirla hasta la terraza, acceder al tejado, estirar del gato y hacer que éste saltase, tarea que sin duda no estaba exenta de riesgos. Nos costó pero lo conseguimos. El gato saltó de mis brazos al suelo de la terraza, y de ésta, dando trompicones y volteretas, cayó por las escaleras de hierro hasta el patio atiborrado de trastos y maleza. Una vez en la calle, corrió hacia casa como alma que lleva el diablo. Tito había vuelto de una aventura nocturna que pudo haberle costado la vida, y es que ya se dice que la curiosidad... puede matar al gato y, en este caso, a cuantos intentaron rescatarle.
Verdadero y autentico amor a tu gato. Es uno más de la familia y por ellos hacemos lo imposible.
ResponderEliminarUn beso, valiente escritora.
La verdad es que me costará olvidar su imágen sobre el tejado, aturdido, temeroso, sediento.No podía dejarlo allí por nada del mundo. Claro que son de la familia pero esto en el pueblo no lo entienden.
EliminarPues por más que te empeñes no me da nada de pena Tito. En todo caso, envidia.
ResponderEliminarEs un gato afortunado, muy afortunado, cualquier ser debería sentirse un elegido de los dioses por tener alguien que le quiera tanto como tú a él.
Muy bueno.
Lo pasamos mal pero al final lo encontramos. Recuerdo, Elías, cuando encontramos a la gata, la pequeña- moribunda en la calle y la recogimos para cuidarla. La gente decía: qué suerte ha tenido esa gata. Así que voy a empezar a creerme lo que dices. Yo también soy afortunada de tenerlo a él.
EliminarDramatismo, acción, ternura y un final feliz. ¿Qué más se puede pedir?
ResponderEliminarEl relato dice mucho de ti, como bien sabrán quienes te conocen (tengan dos o cuatro patas) y consigues transmitirlo a tus lectores.
Muy bueno, aunque he de confesar que ¡no me gustan los gatos!
Ja, ja, nadie es perfecto Paco. La verdad es que pensé que no volvería a verlo, pero allí estaba él, queriendo imitar a los gatos de pueblo que tienen mucha experiencia en eso de corretear por los tejados. Ah, si los conocieses bien, te acabarían gustando. Gracias por tu comentario.
Eliminar¡Qué mal rato habéis pasado! Espero que Tito haya aprendido la lección al menos y mida mejor su capacidad aventurera.
ResponderEliminarTu relato desde luego ha conseguido meternos de lleno en la aventura, con su angustia y con la alegría del final feliz.
Besos
Hola Jara. La verdad es que Tito es un gato muy prudente pero se hizo amigo de Pantera (un gato que ya salió en mis relatos), y una noche se fue con él y es cuando no volvió en dos días. la aventura le quedó grande y, afortunadamente, terminó bien.
EliminarMe pasó casi lo mismo con mi último gato que se llamaba Leny y era un noctambulo de cuidado, por suerte después de 1 semana desaparecido regresó solo, maullando, sucio y consumido.
ResponderEliminarMenos mal que encontraste a Tito, entiendo perfectamente toda tu angustia.
Saludos
:)
La curiosidad es algo innato en los gatos y eso les pone en situaciones muy peligrosas, y no digamos si hay una gata de por medio. Afortunadamente, saben volver a casa, pero el mío es que no se atrevía a saltar desde el tejado a la terraza, vamos un urbanita de pies a cola.
EliminarDespués de todo tuvistes mucha suerte porque es dificil dar con ellos en situaciones así. Una aventura que vosotras no olvidaréis; él, puede que tampoco.- Un abrazo
ResponderEliminarLa verdad es que si no hubiera sido por su "amigo", el Pantera, quizás no lo hubiera encontrado. Realmente, fue una aventura inolvidable para todos.
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