lunes, 3 de junio de 2013

El buen vecino



El hombre permanecía sentado sobre la cama, con el rostro escondido entre las manos. Frente a él, otro hombre, de pie, le miraba atentamente sin decir nada. El primer hombre sollozaba. El segundo encendió un cigarro lentamente y miró hacia la ventana como si el espectáculo de ver a un hombre llorar le resultara insoportable. Hacía una noche plácida y la luz de la luna llena atravesaba los visillos y se extendía por la habitación en penumbra contorneando la silueta de los muebles.  
- Cuéntame - le dijo el segundo hombre al primero-. No tenemos mucho tiempo. 
El primer hombre se quitó las manos de la cara. Su rostro estaba pálido y gruesos regueros de lágrimas lo recorrían. 
- No me acuerdo de nada, te lo aseguro. 
El primer hombre dio una profunda calada a su cigarro.
- ¿Discutisteis?
- Claro que discutimos. Eva se había ido al centro comercial sobre las siete y volvió a las doce de la noche. Ni siquiera me llamó por teléfono para avisarme de que llegaría tarde. 
El segundo hombre tomó asiento en un viejo sillón tapizado de skay.
- ¿Eso te enfado, Pablo?
- ¡Hombre! El centro comercial cierra a las diez y está apenas a un cuarto de hora. Pensé que le había pasado algo.
- ¿Y qué te dijo ella cuando llegó?
- Que se había encontrado con una amiga, pero no la creí. 
- ¿Por qué?
- Sus amigas tienen niños pequeños y no suelen estar a esas horas por ahí. 
- Ya.
Se produjo un silencio tenso, cargado de ansiedad.
-Déjame verla, Rodrigo. Quiero saber qué he hecho. 
Rodrigo se acercó a Pablo y puso sus manos sobre sus rodillas.
- Es mejor que no la veas- aconsejó-. No podrías olvidarlo. 
Una ráfaga de viento entró por la ventana y Pablo se estremeció en un temblor que le recorrió todo el cuerpo. 
- Escucha- le dijo Rodrigo en un susurro-, soy tu vecino además de policía. Sólo quiero ayudarte. Trata de recordar que pasó. 
Pablo volvió a esconder la cara en sus manos. Gimoteaba como un bebé hambriento. 
-Eva había llegado muy tarde. Llevaba un vestido de color azul  muy atrevido. Se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera bebido.
- Sigue- le animó Rodrigo- 
- Comenzó a servirse una copa tras otra. Me decía que no me metiera en su vida, que estaba harta de mis tontos celos,  que había estado con una amiga y punto. 
- ¿Y qué hiciste tu?
- Empecé a beber para que ella no acabara borracha como una  cuba. Después, ya no recuerdo nada.
Rodrigo miró a su alrededor. Sobre el sofá, en el suelo, en la alfombra, enormes manchas de sangre tapizaban el frío suelo de terrazo gris.
- Pues ya ves que la discusión fue a más.
Pablo volvió a sollozar entre grandes espasmos. 
- ¿A qué esperas para llamar a tus compañeros? No alarguemos esto más.  
- Estoy pensando.
- ¿En qué?
- Sabes que no vas aguantar mucho en la cárcel. Estás enfermo.
Pablo se retiró el pelo de la frente. La mano le temblaba. 
- ¿Qué importa ya?
Rodrigo dio una vuelta sobre si mismo, en un gesto estudiadamente teatral. 
- Claro que importa, Pablo. La vida importa. Es lo único que tenemos. ¿Cuantos años tienes?
- Treinta y cinco. 
- ¿Lo ves? Cuando salgas de la cárcel, la vida habrá pasado si es que consigues salir. Serás un viejo derrotado y fracasado, y sólo porque cometiste un error. 
- Soy un monstruo, Rodrigo. No he cometido un error. 
Rodrigo se encaminó hacia la ventana y dejó que  la brisa de la noche golpeara su cara curtida. Habló sin volverse. 
- Te doy una hora.
- ¿Qué?
- Ahí fuera tienes el coche. El aeropuerto está a tan sólo veinte minutos...
- ¿Estás loco? Vas a hundir tu carrera, te vas a meter en un lío...
Rodrigo se acercó lentamente. Su voz era suave y persuasiva.
- Sé lo que hago. ¿Tienes dinero?
- Algo. 
-Vete y no vuelvas nunca. 
Pablo comenzó a llorar de nuevo y esta vez fueron profundos gemidos. 
- No hay tiempo que perder, Pablo. Vete y recupera tu vida.
El hombre se levantó tambaleándose y abrazó a Rodrigo. 
- Eres un buen hombre y un buen vecino.
- No pierdas el tiempo. 
Cinco minutos después el coche de Pablo desapareció camino arriba, hacia la carretera, entre las sombras alargadas de los cipreses.  Las nubes habían semiocultado la luz de la luna y la noche se había vuelto más oscura. Rodrigo se sentó en el sillón y encendió otro cigarro. Cerró los ojos y dejó que transcurriera el tiempo. 
Apenas media hora después unos golpes sonaron en la puerta. Rodrigo gritó sin levantarse. 
- ¡La puerta está abierta!
Unos pasos sigilosos resonaron sobre el parquet. 
- ¿Ya se ha ido?
- Para siempre. Supongo que me merezco un beso, Eva.
- Un beso y más. 
Eva y Rodrigo se fundieron en un abrazo largo, brusco, traidor. Mientras la luna salía de nuevo de entre las nubes para iluminar el escenario de la mentira. 



6 comentarios:

  1. Me has dejado hecho polvo.
    Me recuerda aquel bolero: "los que me envenenan de sucia mentira son mi propia esposa y un amigo mío".
    Sí, redactas tan bien que me he quedado cruzado de brazos, sin saber qué hacer. Ni qué decir.

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    1. Gracias Elías. Eres muy comprensivo conmigo. La verdad es que ahora que trabajo tengo menos tiempo, pero no dejo de escribir ni un sólo día, Gracias por tu comentario.

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  2. Un final que nadie podía esperar, el epítome de traición. Engancha y ya no puedes parar. Enhorabuena!!

    http://misrelatosyesteblog.blogspot.com.es/

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    1. Gracias sastrecillo. No suelo escribir relatos negros, pero de vez en cuando apetece+
      . Gracias por tu comntario.

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  3. He disfrutado de mis dos minutos de lectura.
    Un abrazo.

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    1. Eh comandant. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo.

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