sábado, 17 de mayo de 2014

El secreto de Maurice. Capítulo XXIV



El viernes, a las cinco en punto llamaron al timbre de la calle. Guillermo me habló por el telefonillo. 
- ¿Has cogido un buen chaquetón? Allí hará frío. 
- Claro. Ya bajo. 
Fui a despedirme de Javier y Alice. Juliette no estaba, y procuré estar el menor tiempo posible tal era la vergüenza que sentía. Alice se me echó en brazos y Javier tuvo serias dificultades para poder recuperarla. Llevaba únicamente un neceser con cuatro cosas imprescindibles y entre ellas, los folletos sobre Versalles que Javier tan gentilmente, me había prestado y que, estaba claro, no iban a salir del bolso.  
Guillermo me esperaba en la puerta apoyado en un coche que tenía las ventanillas bajadas. Se trataba de un vehículo... indescriptible, un Renault 25 de color granate, probablemente adquirido en un anticuario,  en un desguace, o quizás heredado de un tío abuelo de edad indefinida y gusto pésimo. 
No pude disimular mi sorpresa. 
- ¿De dónde has sacado esta... joya? 
No captó mi ironía. 
- ¿Te gusta? Es una pieza de museo. Me lo ha prestado el profesor de matemáticas. No le gustan mucho los coches...
- Está claro - dije con sorna- . ¿Estás seguro de que esta anticualla nos llevará hasta Normandía?
- Estoy seguro. Ha pasado todas las revisiones habidas y por haber. ¿Has cogido las llaves? 
- Sí. 
-¿Fue difícil? 
- Fue sencillo - contesté al tiempo que notaba que me faltaba el aire-. Abrí el cajón, las cambié de llavero y las guardé en el bolso. Ya ves. 
- Más sencillo de lo que creía. 
- Sí - aseguré-, pero tan fácil como arriesgado. Pueden darse cuenta en cualquier momento. 
- No pienses en eso ¿ nos vamos? 
El ruido del motor no era un estertor de agonizante y eso me tranquilizó. Guillermo se detuvo unos metros más adelante en un semáforo en rojo. 
- ¿Qué harías si te pillasen?- preguntó mirándome a los ojos-. 
- Haría las maletas, sin duda, y saldría corriendo, o me tiraría por el balcón... no sé, yo no suelo hacer este tipo de cosas. 
Con Guillermo estaba en ese punto de la relación en el que sabes  que es importante la impresión que causas. Cualquier afirmación o negación, cualquier acto o ausencia del mismo, puede hacer adivinar a tu no todavía pareja, cuáles son tus valores, tus principios, hasta dónde estás dispuesta a llegar en el arriesgado juego de la vida. Pero lo peor no es cuando asombras al otro, sino cuando te asombras a ti misma. Y eso era lo que me estaba sucediendo a mí. 
- Tirarse por el balcón quizás es demasiado - dijo con una sonrisa-. ¿Has visto lo que te escribí en la cuartilla?
- Sí.
- La información que he encontrado es bastante confusa, aunque puedo asegurarte que los colaboracionistas  pagaron cara su traición. 
- Está claro - dije en un susurro-, pero quitando una vida no se sustituían las vidas de los inocentes. ¿Por qué crees que lo harían?
- ¿Los colaboracionistas?
- Sí. 
De nuevo un semáforo en rojo. Salir de París se estaba convirtiendo en una misión  imposible. 
- Quien sabe. Algunos por miedo, otros por dinero y supongo que algunos incluso por empatía política.
- ¿Hasta la traición? 
¿Por qué no? la traición forma parte de la vida. Posiblemente delatando a otros trataban de salvarse a sí mismos. Algunas personas tienen la tendencia de agradar al verdugo. 
- Pero lo niños...
Guillermo respiró hondo. 
- Si piensas aniquilar a los padres ¿qué haces con los niños? Las mentes criminales, Asun, no tienen piedad, no saben lo que es. Por cierto, ¿has cogido la lista? 
Volví a asentir. 
- Perfecto. Relájate, estás tensa como una cuerda de guitarra.  Después de todo, no es para tanto. 
- ¿No es para tanto?
- Sólo hemos mentido, substraído unas llaves, vamos a allanar una morada, y es más que probable que lleguemos a hurtar un documento, si es que lo encontramos. 
¿Era esa la fórmula que tenía él para que me relajase?
- Lo que dices no me tranquiliza mucho -  aseguré mientras sonreía nerviosamente-. 
Guillermo soltó una carcajada. 
- Me he olvidado de decir que lo pasaremos bien, pasearemos por la playa y tomaremos café junto a la chimenea ¿te gusta más así? 
- Me encanta. 
Cruzamos dos veces el Sena y  por fin salimos de París por la autovía de Normandía. 
-¿Que te parece la información  que te dejé junto a la lista?
- Insuficiente -respondí sonriendo-, pero inquietante. 
- ¿Inquietante?
- Sí.  Desde siempre, y ahora más, me inquieta pensar qué es lo que transforma a una persona normal y corriente en un  ser peligroso.  
- Es una pregunta turbadora, desde luego ¿Lo dices por Alex Villaplane? 
- Sí. ¿Por qué un futbolista de cierto éxito acaba participando en una banda de criminales?
- El miedo, el ansia de poder, el dinero, o mas posiblemente que antes fuera un hijo de puta encubierto y después lo fuera a todas luces. Sin embargo, he estado leyendo y, evidentemente, en todo ese tiempo oscuro hubo muchas personas que lo dieron todo por salvar a otras. Esa es la grandeza del ser humano - sentenció -, que nunca llegaremos a comprendernos a nosotros mismos. 
Anochecía a la carrera mientras nubes grises aceleraban el atardecer. 
- Tendremos que parar a cenar ¿no? - dije- 
- ¿Y si cenamos allí? Se nos va a hacer muy tarde si nos detenemos. Además, tengo los ojos cansados de tanto corregir pruebas.  
- Como tú quieras - contesté-  eres tú el que conduce. 
 El viaje no se me hizo largo. A derecha e izquierda, prados verdosos, oscuros bosques que parecían dispuestos a saltar a la carretera, amables   pueblos arremolinados en torno a pequeñas iglesias de campanario picudo, extensiones verdes entre las que crecía alguna casa de noble estirpe. Salimos de la autopista a la altura de Octeville sur mer, un pequeño pueblo ya muy cerca del mar, situado entre cuidados sembrados y casas de colores  abrigadas por coquetas vallas de madera pintadas de blanco. Nos detuvimos en lo que parecía ser una de las calles principales. 
- Charline se está portando bien - afirmó Guillermo sonriendo mientras ponía el freno de mano-. 
- ¿Charline?- inquirí. 
- ¿No te lo había dicho? El coche se llama Charline. 
- Dios mío! - exclamé- ¿Quién es capaz de ponerle nombre a un coche? 
Guillermo rió abiertamente.
- Pues el profesor de matemáticas. ¿Sabes cómo se llama su gato? Pitágo...
 Le interrumpí. 
-Hay que buscar la salida - murmuré ansiosa-. Y no lo tengo muy claro. No veo nada.
- No te preocupes, llegaremos. 
Salimos del pueblo en dirección norte. Había anochecido y era difícil situarse. Yo iba guiando a Guillermo cual ciego rodeado de tinieblas. Hasta que llegamos a una bifurcación de caminos. y vi una casa que reconocí al instante. 
- Es por ahí - dije alarmada-, unos doscientos metros adelante, pero no podemos aparcar en la puerta ni dejar el coche en el parking. Seríamos demasiado visibles. 
Noté que mi corazón se aceleraba. 
-¿Hay vecinos?
- Al menos uno. Es el dueño de la casa. Vino a vernos este verano. Vive cerca, así que debemos ser muy prudentes. 
Guillermo frunció el ceño. 
- Sabes lo que te juegas. Aún estamos a tiempo de dar la vuelta. 
Me recosté en el asiento intentando relajarme. 
- Me juego mi trabajo. Si alguien nos ve y conoce a los dueños de la casa, sin duda los llamará. 
-Exactamente, y estos a su vez llamarán a la policía. 
No dije nada. Ni siquiera podía tragar saliva. 
- Creo - siguió diciendo Guillermo-, que te juegas algo más que tu trabajo. 
 Las palabras estaban en mi cabeza pero no llegaban a mis labios. 
- Y todo por una lista de hace más de medio siglo.
Al fin pude hablar.
- Y todo por una lista -repetí mientras me entraba una especie de risa floja-. Creo que estamos locos. 
- Como cabras - afirmó él entre risas-. 
- Como un rebaño de cabras locas. 
Reí hasta que las lágrimas saltaron de mis ojos. 
- Que sea lo que Dios quiera- sentencié-.
Cuando estuvimos a doscientos metros de la casa, le indiqué a Guillermo una zona para aparcar que, en aquel momento, se hallaba sumida en la más absoluta oscuridad. 
- Si nos roban el coche... advirtió Guillermo sonriendo- 
- Esto no es barrio parisien. Entraremos en la casa por la puerta de atrás. 
- ¿Tiene puerta de atrás? 
- Entre plantas pinchosas y pegajosas. 
- Vale la pena. 
- Pero no te rías... ni grites, ni hables. 
La noche era negra como el ébano. El silencio, intenso. Ni siquiera soplaba el viento, lo que hacía que pudieran oírse perfectamente nuestros pasos sobre la gravilla. Pensé que incluso podía escucharse el latido de nuestros corazones, al menos del mío. 
El camino hacía la casa se estrechaba más y más. Apenas se veía nada. Guillermo me cogió de la mano y un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Si pretendíamos no ser sospechosos no lo estamos consiguiendo.
Por fin estábamos junto a la cancela. Probé con varias llaves hasta que una de ellas abrió la puerta que daba al jardín. Caminábamos sin hablar, iluminados levemente por la luz blanca de la luna creciente. 
- ¿Llevas linterna?- pregunté
- Mujer...
Supuse que aquello era un sí. Llegamos a la puerta de la casa, abrimos y entramos. El zaguán estaba frío como una cámara frigorífica, frío y oscuro. Me estremecí de nuevo, pero esta vez por distinto motivo. 
- Vamos a quedarnos congelados -aseguró Guillermo mientras se frotaba las manos-. ¿Dónde está la biblioteca?
- Arriba - contesté en un susurro-, pero enciende la linterna, no veo ni torta. 
Subimos la escalera despacio, como si temiéramos despertar a los duendes de la casa. La biblioteca olía a libro viejo. Pensé que ni los pececillos plateados - esos bichejos que se alimentan de papel- podrían sobrevivir entre aquellas paredes heladas. Las contraventanas estaban cerradas pero, aún así, corrí los pesados cortinajes. Guillermo iluminó la estancia con la linterna. Estaba extasiado. 
- Qué maravilla -exclamó-. Lo que yo daría por tener una biblioteca así, bueno - aclaró-, lo que yo daría por tener una casa así. 
-  Ellos la tienen como si fuera suya, pero creo que  no lo aprecian. Pues si la vieras a la luz del día...
Guillermo acarició con los dedos los lomos de los libros.
- O al menos con la luz encendida. ¿Dónde encontró Alice la lista?
- En el segundo estante, aquí a la derecha- señalé-. 
- Pues a buscar.
Sacamos dos docenas de libros de la estantería y los dejamos sobre la mesa. La luz de la linterna era potente, lo suficiente como para iluminar casi toda la estancia. Comenzamos a mirar libro a libro, página por página. Me pesaban los párpados, me caía de sueño.
Y me dormí. Como un tronco centenario, caí muerta de sueño y agotamiento. La mejilla apoyada en la cubierta del libro y la espalda en la pared. No se cuanto tiempo transcurrió hasta que Guillermo me despertó zarandeándome suavemente. 
- ¿Has encontrado algo? - pregunté medio dormida. 
- No, pero creo que alguien ha entrado en la casa.
Me desperté del todo.
- ¿Que dices? apaga la interna.
 Efectivamente,  podían escucharse pasos en el jardín. Y a continuación, una voz masculina. 
- Juliette, Javier ¿estáis aquí? Me ha parecido ver luz en la biblioteca. 
- ¡Dios! - exclamé mientras me tapaba la boca con la mano-. Creo que es Jean Paul.
- ¿Quién es Jean Paul?
- El que te dije, el dueño de la casa.
- Buf... -resopló Guillermo-. Es posible que las contraventanas tengan alguna rendija - susurró Guillermo agazapado a mi lado-. 
Era incapaz de reaccionar. Me sentía como si un tremendo alud hubiera caído sobre mí y me estuviera llevando al borde de la asfixia. 
- ¿Dónde esta tu habitación?
- Ahí mismo - señalé-. 
- Pues vamos. Nos meteremos debajo de la cama.
- ¡Dios! -volví a decir-. 
Pudimos escuchar como Jean Paul introducía la llave y abría la puerta. El suelo, aunque era de madera, estaba frío y polvoriento. De nuevo escuchamos la voz, pero esta vez más cerca. 
- ¿Javier? ¿estáis por aquí?. 
- Estamos perdidos - susurré- 
- ¿Cuántos años tiene?
- ¿Jean Paul? unos setenta ¿Por...?
- No creo que esté para arrodillarse en el suelo y mirar bajo las camas. 
Se escuchó la musiquilla repetitiva y machacona de un móvil. Contuvimos la respiración. 
- ¿Javier?- Se había detenido a mitad de la escalera-, ha sido una falsa alarma. Siento haberte llamado. La casa está tranquila. Pardon moi. La vista de este viejo loco ya le engaña. 
Silencio. Sólo Dios sabía que le estaba diciendo Javier. Inmediatamente pudimos escuchar de nuevo la voz de Jean Paul. 
- D´acord, Javier. Me voy. La casa está muy fría, como un réfrigérateur. 
Con la respiración contenida, escuchamos cómo bajaba las escaleras, abría la puerta y salía al jardín. Escuchamos sus pasos sobre la gravilla y el ruido chirriante de la puerta de la valla al cerrarse. 
- Salvados por la campana - exclamó Guillermo sonriendo. Sigamos. 
- ¿Sigamos? - inquirí procurando no alzar la voz-. Vámonos de aquí pero ya. 
Guillermo me miró atónito, como si no compren diera. 
- ¿Y la lista?
Al carajo la lista - chillé-. Casi me da un infarto ¿no te das cuenta? Me tiemblan las piernas. No me llega la voz al cuello. Vámonos cuanto antes.
Guillermo reptó hasta salir debajo de la cama. Yo hice lo mismo. 
- Dame cinco minutos, Asun. De todas formas, no sería muy prudente salir ahora. Es posible que ese tipo esté acechando por ahí fuera. 
Posiblemente tenía razón. No debíamos precipitarnos. 
- De acuerdo - susurré-, pero no vamos a encender ni una sola luz. 
Me había quedado fría como un pez y estaba polvorienta. Parecíamos dos mopas recién usadas. Volvimos a tientas a la biblioteca y nos sentamos en el suelo, uno junto al otro. Guillermo encendió la linterna mientras yo movía la cabeza en señal de desaprobación. 
- ¿Qué te he dicho? Ni una luz.
- Será sólo un momento. 
Y cogió un libro para velar la luz. Yo sólo quería irme de allí lo más rápido posible. 
- Supón que vuelve - dije en un susurro-. Es lo que pasa en las películas. Cuando más confiado estás, ¡zas, te pillan! 
 A la luz tamizada de la linterna, Guillermo esbozó una sonrisa que parecía una siniestra mueca. 
- No volverá. 
- ¿Por qué?
- Hace mucho frío, es un hombre mayor, y estoy seguro de que está convencido de que ha cumplido con su deber de buen vecino y amigo. Sigamos. Tu el segundo estante y yo el primero. 
En silencio, volvimos a inspeccionar los libros uno a uno. Cada vez estaba más segura de que todo aquello era una locura, pero la pregunta era: ¿por qué había sido capaz de poner en marcha todo aquel disparate?
- Aquí está.
- ¿Que?
- Ya lo tengo -exclamó Guillermo en un susurro- 
Y me mostró una estrecha tira de papel en la que habían sido escritos dos nombres: Maurice Girard y Eugène Beauvois.
-¿Es el mismo tipo de papel? 
Lo cogí con la punta de los dedos, como si el papel ardiera. 
- Creo que sí.
Sentados en el suelo como estábamos, Guillermo me abrazó, mientras a mi un escalofrío me recorría todo el cuero cabelludo. 
- ¿Estaba dentro de un libro?
- Claro. 
- ¿De qué libro?
Hubo un instante de silencio. Realmente, no se por qué razón hice la pregunta. 
Espera... susurró mientras alargaba la mano y enfocaba con la linterna- Suave es la noche, de Francis Scott, ¿por...?
- Por curiosidad. ¿Podemos irnos ya?- dije con ansiedad mal disimulada- 
Guillermo consultó su móvil. 
- Son las dos de la madrugada. Estoy muerto.
Hice una pregunta idiota. 
- ¿Y qué hacemos?
- Dormir, mon cherie - respondió al tiempo que se levantaba y me daba la mano para ayudarme a incorporarme-. Mañana será otro día. Y espero de verdad que todo esto haya servido para algo.
- Yo sólo espero que no sirva para despedirme- susurré- 
La casa estaba aún más fría y temblé. Sin embargo, dejé de estremecerme cuando vi que él se acomodaba en el sofá mientras se tiraba una funda nórdica por encima. A los pocos minutos pude escuchar su respiración pausada y profunda. No habíamos cenado, y el hambre, el frío y el miedo no eran los mejores aliados para cerrar los párpados. Me tapé hasta las orejas. Fuera, el viento silbaba entre los árboles. 



17 comentarios:

  1. Un capitulo muy bueno, fresco y ágil, imposible dejar de leer, me ha entretenido muchísimo.
    Saludos
    :)

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    1. Gracias Ana, no sabes lo que me anima tu comentario porque, como verás, no hay muchos, ja, ja. En fin, yo sigo con ella a ver si consigo acabarla.

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  2. A ver si hoy tengo más suerte y me deja entrar.
    Sí, he leído este capítulo con gran interés. Es ágil y fascinante. Sigo sin acordarme de qué va la famosa lista, pero eso es algo que, al final, me enteraré.
    Sigue, Amparo, yo al menos te lo agradeceré.

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    1. Gracis Elías. Espero enterarme yo también porque la historia se va complicando. Se que eres un fiel lector y eso me anima a seguir escribiendo.

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  3. ¡Qué emocionante este capítulo! aunque me cuesta un poquito situarme, me engancho y lo leo con mucho gusto.

    Besos

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    1. Gracias Jara. Aunque no lo creas, a mí también me cuesta situarme. A veces tengo que releer capítulos anteriores para no meter la pata, y aún así, se que hay algún error por ahí, pero bueno, no tengo prisa. Gracias por tu comentario.

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  4. Me ha gustado mucho leer este capítulo. Aunque lo he leído sin conocer nada de la historia, y veo que ya va por el XXIV. Tendré que volver atrás para ver de qué va.
    ¿Hay alguna otra forma de leerlo completo? (Además de ir buscando los capítulos, claro).
    Gracias y a continuar.

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    1. Hola Paco. La verdad es que no. Y podría ponerlos todos juntos en un blog para facilitaros las cosas y, de paso, facilitármelas a mí misma porque yo soy más bien de relato corto y cuando escribo largo suelo cambiar el color de los ojos a los personajes y, con un poco de suerte, hasta el nombre. Tendré que estudiar ese tema. Gracias paco.

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  5. Hola Amparo.
    Quería decirte que acabo de darme de alta en "Seguidores". Y que en la opcción "Enlaces" he añadido la dirección de mi blog.
    No se si lo habré hecho bien (espero que si). ¿Podrías confirmarmelo?
    Gracias.
    1b7.

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    1. He picado en tu nombre y me he hecho seguidora de tu blog. Creo que lo has hecho bien. Ahora paso por ahí a leerte un rato, en cuanto acabe de "mochear"

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    2. Gracias Amparo. Serás muy bienvenida.
      Y se agradecerán tus comentarios.
      1b7.

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  6. Querida Amparo.

    Te luces contu magnifica narrative.

    Miedo, traicion, carcajada, elementos todos de comun ocurrencia.

    Abrazos.

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    1. Gracias Ricardo. En ello estoy, aunque sea más ilusión que otra cosa, pero hay que seguir adelante. Gracias por tu comentario.

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  7. Llego como quien llega al cine, cuando el drama ha comenzado.
    Me gusta lo que leo...

    Te animo para que escribas un libro.
    Saludines.

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    1. Gracias Alonso. LO que necesito es ánimo porque a veces pienso que lo que escribo no vale nada. A ver si consigo acabar esta novela. Tengo poco tiempo y mucha ilusión. mensajes como el tuyo me hacen seguir con este proyecto.

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  8. Querida Amparo.

    No me canso de leerte.

    Me encanta tu narrativa.

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    1. No sabes lo que me animan tus palabras. Dentro de poco el siguiente capítulo. Gracias por leerme.

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