martes, 8 de mayo de 2012

Gotas de lluvia sobre el alma



















Anoche llovía. Era un sirimiri suave que dejaba un rumor dulce y envolvente. Recogí la ropa que estaba tendida y la fui dejando caer sobre las sillas del comedor. El aspecto era algo dudoso. O bien parecía un mosaico romano de vivos colores, o un sencillo campamento de gitanos. Posiblemente, ni una cosa ni la otra.


Desde hace un tiempo me gusta ver llover, me fascina cuando las gotas de agua son tantas que llegan a formar cortinas de agua que apenas dejan ver el paisaje. Me gusta incluso cuando las nubes se vuelven negras como trozos de asfalto y comienzan a soltar chispas, relámpagos y truenos.

Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo ya lejano, un lugar en la infancia, en el que le tenía miedo a la lluvia. Y me quedo corta, porque era más bien pánico. En cuanto veía que algunos nubarrones oscuros aparecían en el horizonte, comenzaba a temblar como una hoja golpeada por el viento. Y en cuanto las primeras gotas comenzaban a caer, llamaba a mi madre con voz desesperada y ella se quedaba a dormir conmigo. Entonces mi pregunta se repetía cada pocos minutos: mamá ¿cuándo parará? y ella decía que ya estaba parando mientras la lluvia arreciaba y los truenos se escuchaban cada vez más cerca.

Es probable que si estos hechos hubieran ocurrido unas décadas más tarde, seguro que habría acabado frente a un psicólogo calvo y progre que me habría obligado a enfrentarme a mis miedos situándome en el ojo del huracán, o sea bajo el nubarrón más sombrío. Pero, a Dios gracias, cuando yo era niña esos remedios eran sólo para clases adineradas, y los demás superábamos nuestros miedos a pelo, simplemente esperando que estos se fueran.

Y se iban. Se iban del todo. Del miedo a la lluvia pasé a la más absoluta indiferencia, y de ésta, a la pasión. Sí, dí un giro de 180 grados. Los años han pasado como un bálsamo y el tiempo, ese tiempo que dicen que todo lo cura, ha transformado el pánico en fascinación. Quien me conoce, sabe que ahora pasaría horas viendo cómo se dibujan los rayos en el cielo y cómo el agua cae a cántaros sobre la ciudad.

Me acosté dejando la ventana entreabierta. El ruido de los coches al deslizarse sobre el asfalto mojado me llevó de la mano hacia un sueño relajado y feliz.

5 comentarios:

  1. Estupendo como los demás.
    Me lo llevo para el blog Amparo.

    Siempre es grato que te acuerde de mi.

    Un beso muy grande.

    Manolo.

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    Respuestas
    1. Gracias Manuel. Eres muy generoso. Es un relato muy sencillo. Y claro que me acuerdo de tí.

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  2. Aquí te mando el enlace como siempre, para que veas como ha quedado.

    Un beso cariño.

    Manolo.

    http://labolsadelmercader.wordpress.com/2012/05/08/gotas-de-lluvia-sobre-el-alma-por-amparo-puig-valdes/

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  3. Muy bonito, como todos los demás.

    ¿Lo podemos incluir?

    Tú decides.

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  4. El título la dice todo, Amparo: sobre el alma. Ahí es donde tenían que caer esas gotas de lluvia para que se evaporasen los miedos, y sobre todo el paso del tiempo que de alguna u otra manera va cicatrizando y alejándonos de los fantasmas. Muy bien descrito.
    Un abrazo

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