sábado, 26 de febrero de 2022


 ¿De qué puedo hablar hoy sino de la guerra? De esa guerra indeseada por todos que nos ha abofeteado cuando comenzábamos a salir de una pandemia que ha causado millones de muertos en todo el mundo. ¿Cómo es posible —me preguntaba hace un par de días que la guerra haya estallado otra vez en Europa cuando todavía no hemos olvidado, al menos yo, la guerra en la antigua Yugoslavia, que comenzó en 1991 y acabó casi 11 años después. 

No aprendemos. No aprendemos nada. Y volvemos a caer en la trampa del odio, de la provocación, de la violencia. Hace un par de días, mientras esperaba el tren en un andén solitario y frío escuché cómo una persona decía: ¿Y qué se nos ha perdido a nosotros en esta guerra? Y voy a dejar que conteste Luther King, que de estas cosas sabía bastante: "La injusticia en cualquier lugar es una amenaza en todos lados".

La injusticia nos sacude a todos, o al menos debería hacerlo, para despertar de este cómodo letargo y decir a voz en grito que solo queremos vivir en paz, tranquilidad y justicia.

 Con todo mi corazón, NO a la invasión rusa.


martes, 15 de febrero de 2022

Amor

 Ayer quería escribir sobre el amor, pero por circunstancias que no vienen al caso, lo dejé para hoy. Quería escribir sobre ese amor que irrumpe en la vida como una tormenta de verano. De ese amor que escapa a la razón y la mesura. De ese amor que te hace más fuerte, más integra, más valiente. Y me quedé perdida en mis propios recuerdos cuando sabes ya, a ciencia cierta, que hay cosas que no volverán a pasar.

Por esos amores que se perdieron, por los que nunca llegamos a olvidar, por los que nos robaron... Valió la pena, siempre valió la pena. 

Por lo que fuimos capaces de sentir, feliz San Valentín. 

viernes, 11 de febrero de 2022

20 euros. Conclusión.

 Un mes. Un mes de incertidumbre y de espera. Pero ellos me infravaloraron. Seguramente pensarían: la baby boomer ésta ya no tendrá ni memoria. Pero se equivocaron. Tengo aún una memoria privilegiada, y lo que es peor, una paciencia a prueba de ineptos y garambainas. 

Ha pasado un mes y por fin se han decidido. CaixaBank me ha devuelto esos 20 euros por los que luché a brazo partido.  Y no era por el dinero, claro está, sino por la dignidad, el respeto, la justicia. Dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. 

Y al banco le damos un cero patatero. Se lo ha ganado a pulso. 

miércoles, 9 de febrero de 2022

Mis 20 euros



 18.55. Llamo a Caixabank. Una vez más. Posiblemente he llamado más de 12 veces desde que el pasado 10 de enero el cajero de una oficina cerrada al público, una más de tantas, me apuntara 20 euros en la libreta, pero no me los dio en mi sucursal, después de dos horas de cola, me dijeron que nada podían hacer, así es que comencé a llamar a atención al cliente, día tras día, con la paciencia del santo Job. Hoy otra vez.

—Bienvenido al servicio de atención al cliente de...—dice el robot—. Diga el motivo de su llamada.
Lo digo, una vez más.
—Pulse uno si tiene DNI; pulse dos si...
Pulso uno.
—Diga de uno en uno los números de su DNI.
Los digo. Me los repite.
—Diga sí, si es correcto. En caso contrario...
—Siiiiiií...
—Diga uno si la libreta se ha quedado en el cajero, diga dos si ha perdido la tarjeta, diga...
—Quiero hablar con un operador.
—Diga uno si...
—¡ Que quiero hablar con un operador!—grito.
—Un momento, por favor.
Musiquita machacona. Son ya las 19.15.
—Buenas tardes. Habla usted con Sergio Bolinga. ¿En qué puedo ayudarle?
Le explico. Intento no alterarme sin conseguirlo. Le pregunto que debo hacer para recuperar mis 20 euros.
—¿Ha hablado usted con su gestor?—pregunta.
—No. MI gestor está en Burriana, a sesenta kilómetros de mi casa.
—Pero...¿ usted vive en Burriana?
—No. Yo nunca he vivido en Burriana. Vivo en Valencia de toda la vida.
Silencio.
—¿Se ha bajado la aplicación?
—No—le digo—. Para eso necesito un gestor y no tengo gestor porque está muy lejos. Yo solo quiero mis 20 euros.
—Le paso con Aplicaciones.
Musiquita machacona.
Diez minutos esperando. Cuelgo. Estoy de los nervios.
Vuelvo a llamar.
—Hola, buenas tardes. Le habla Candela del Alma, ¿en qué puedo ayudarle?
Otra vez el mimo rollo, DNI, fecha, incidencia...
Me cuelga.
Vuelvo a llamar. ¿tiene DNI? Pulse uno si... ¡Yo qué sé, ni me acuerdo del número ni de mi nombre. Igual hasta vivo en Burriana y no me he enterado. Yo solo quiero mis veinte euros. Por favooor...
Amenazo con poner una denuncia en la comisaria, pero lo único que deseo es ver arder la sucursal.
—Le habla Toribio Listo. ¿En que puedo ayudarle?
Pienso que ya solo puede ayudarme la Virgen de Fátima. Vuelvo a contar mi versión de los hechos.
—Perdone—me dice—. Voy a hacer una consulta.
Otros diez minutos de espera. Son casi las ocho de la tarde. Me retuerzo como una anguila. No puedo más.
—Me dice mi compañera que su incidencia se ha resuelto a las cuatro de la tarde.
Digiero la respuesta. Trago saliva.
—¿Qué quiere decir se ha resuelto?¿ Me devuelven mi dinero o qué?
—No puedo decirle.
—Es usted muy amable.
Cuelgo. Mañana os diré si me han devuelto los 20 euros. Yo a estas horas ya no salgo ni a rastras.

PD. Los nombres de los operadores son falsos. Todo lo demás es desgraciadamente real.



miércoles, 2 de febrero de 2022

Sombras de París

 

Un anciano camina por las calles de París, la que algunos llaman la ciudad de la luz. Hace un frío de mil demonios. El hombre resbala y cae al suelo. Está aturdido y dolorido. Siente que se ha roto algo porque no puede levantarse. La gente pasa junto a él y lo evita. Todos caminan rápido. Tienen prisa o fingen que la tienen. Un niño lo ve y exclama:

—Mira mamá, ese hombre...

—Calla y no mires. Será un borracho o igual está enfermo de Covid. Ya lo atenderá la policía. 

Y las horas pasan: una, dos, tres, cuatro cinco, seis, siete, ocho y nueve. Nueve horas tendido sobre una acera de París, con un frío que hiela el alma y paraliza el cuerpo hasta que la sangre apenas puede ya circular por sus venas.

Al cabo de nueve horas un vagabundo se acerca a él. El anciano aún respira, está vivo. El vagabundo llama a la policía. Sabe lo que es estar tirado en el suelo, sabe lo que es pasar frío en la calle. Unas horas después, el anciano muere en el hospital. El médico certifica la causa: muerte por hipotermia. Ha muerto de frío, pero también de indiferencia, de desidia, de falta de humanidad. El anciano es René Robert, un reconocido y afamado fotógrafo con una inmensa lista de instantáneas a sus espaldas.

Hay historias que dan mucho miedo. Y ésta es una de ellas. 

Las más sórdidas tinieblas se esconden entre las luces de París.