lunes, 13 de marzo de 2023

Piedras preciosas



 El viento aullaba con fuerza más allá de las ventanas. Me apresuré a recoger la ropa tendida al sol antes de que saliera volando como en otras ocasiones. En esas estaba cuando llegó mi hija. 

—Hay una feria de piedras preciosas en Madrid. 

Se me voló un calcetín. 

—Para piedras las que tengo en la vesícula. No me hables de piedras, hija. Además, estoy cansada de ir de aquí para allá. No paro de meterme en líos, tengo un burro casi ciego, un tarro de miel, un pretendiente perdido y una multa por desorden público. 

—Ya, pero de ésta igual vuelves con una esmeralda o con un zafiro. 

Otro calcetín volador. 

—Sabes que nunca llevo joyas, no sé distinguir una esmeralda de un vidrio de botella de cerveza. 

—Pero la gente que va a esas ferias debe tener pasta. ¿En tu libro no salen joyas? 

—Ni una pulsera de latón, que yo recuerde. 

—Por eso no has triunfado. Mira el señor de los anillos. Hay que ver el provecho que se le puede sacar a un anillo de poder

—Razón tienes. Debería haber pensado mejor el título del libro. ¿Qué tal la señora de las pulseras? 

—Vulgar. 

—¿Y la dama de las gargantillas? 

—Horrible. 

—¿Y desayuno con diamantes? 

—Mamá, eso es un fraude. 

—Pues la Tabla Esmeralda

—Esa novela  ya está escrita.

— Vaya. ¿Y el secreto de los zafiros? 

—Mejor. Pero entonces la trama de la novela debería estar relacionada con esa piedra. 

—Qué complicado es todo . Pero me gusta ese título. Mi próxima novela irá de zafiros. ¿De qué color son? 

—Y yo que sé. Búscalo en Google que para eso está. 

—Apúntame a la feria. ¿Crees que será de mal gusto llevar unos pendientes de bisutería? 

El silencio de mi hija fue suficiente. 

Tenía por algún sitio unos pendientes de plata, pero presentía que si los buscaba solo encontraría uno, como suele ocurrir con los calcetines.¿Anillos? Vaya, en mi mano derecha sólo brillaba un anillo de plata que mi hijo se encontró en las vías del tren, junto a la estación de Manises cuando aún no levantaba dos palmos del suelo. Y también debería llevar algún collar. Pero los collares me agobian y me hacen sentir como un perro pequinés mimado y peleón. 

Miré con horror mi joyero que no contenía ni una sola joya. Pendientes del mercadillo y coloridas pulseras de bolitas de plástico. 

—Hija — le dije—, creo que no voy a ir a esa feria. No soy yo de joyas.

—Pero...

—Ni pero ni pera. No voy a ir.

A veces las madres contestamos así de mal. 

—Y cuando  por fin me quedé sola en casa,  abrí el primer cajón de la vieja cómoda y saqué los pendientes de oro de la abuela. No volvería a ponérmelos nunca más. La última vez que lo hice tuve extrañas visiones y vi cosas terribles que hubiera preferido no ver. 

Un beso, abuela, allá donde estés.