Era una pequeña productora, pero después de haber hecho algunas comedias románticas y unos cuantos reportajes sobre los lobos de los pirineos, se habían hecho con algo de dinero. Además tenían una especie de mecenas, un extraño sujeto que, a través de ellos, blanqueaba grandes sumas de dinero. Les iba bien.
Arturo Oms era uno de sus guionistas. Tenía más interés que ingenio, pero cobraba poco y solía escribir buenos diálogos. Aquella noche Arturo había dormido muy mal. Horribles pesadillas habían transitado sus sueños hasta hacerlo despertar con el corazón encogido y la respiración agitada. Mientras desayunaba con Marta, su mujer, le había contado sus pesadillas, pero se las había contado con un extraño entusiasmo.
—He tenido unos sueños, Marta, que pueden convertirse en el mejor guión.
—¿No dices que has tenido pesadillas?
—Claro, y esas pesadillas podrían convertirse en la mejor película.—Espero que no sea de zombis. Lo tuyo es la comedia romántica, ¿no?
—No es de zombis ni de monstruos. Mira, me ducho, me arreglo y me voy a hablar con el productor. Le va a encantar.
La mujer le miró desde detrás de su tostada con mantequilla.
—¿Tan seguro estás de que es una buena idea?
—Completamente seguro.
Estaba tan nervioso que ni siquiera logró recordar dónde había dejado aparcado el coche, así que optó por coger un taxi. Después de todo —pensó— voy a hacerme rico en cuatro días. La gran Vía estaba atascada y el taxista le había salido parlanchín. Que si el fútbol, que si los políticos, que si los autónomos no podían vivir...así un kilómetro tras otro hasta llegar al boulevar sur, donde estaba la oficina de la productora.
—¿Es usted médico? —le preguntó el taxista probablemente por la proximidad del hospital.
—No, no, qué va.
—Pues lo siento, porque hay que ver cómo viven los médicos, como reyes, se lo digo yo que traigo a unos cuantos.
Arturo no contestó. pagó la carrera y bajó del taxi. Una brisa fría llegaba del mar. Se ajustó el cuello. Pronto sería Navidad.
Después de dar dos golpes secos en la puerta del director, entró en el despacho tan veloz como si le persiguieran diez perros de presa.
—Ernesto ¿Tienes un momento?
Ernesto dio un respingo y apagó el ordenador.
—Diez minutos. Tengo una reunión a las doce.
—Me sobran. He tenido una idea magnifica para un guión. Puedo empezar a escribir hoy mismo.
—A ver, cuéntame.
—Imagínate que de un día para otro todo cambia. Piensa en un escenario apocalíptico, un enemigo invisible que se va extendiendo por todos los países del mundo y mata a miles de personas...
—¿Una bacteria, un virus?
—Algo así, algo muy letal. Eso hace que los gobiernos tengan que adoptar medidas totalitarias que ni las peores dictaduras hubieran tomado.
—¿Qué más?
—Obligan a la gente a quedarse en su casa, sin salir. Cierran las escuelas, las fábricas, todo. ¿Te imaginas? las calles vacías, los parques desiertos. los ciervos paseando por las ciudades.Te pueden detener incluso por dar un paseo. El ejército en la calle. Mientras, la epidemia se extiende. Los ancianos son los primeros en morir, pero luego mueren personas jóvenes, médicos, enfermeras, policías...
—Arturo, no es creíble.
—Claro que no. Es una distopía, una catástrofe mundial, una tragedia griega, mucho más que una tragedia griega.
—A ver, Arturo, no sé como decírtelo, pero ahora la gente quiere comedias, historias que puedan suceder en la realidad, no historias que parecen producto de... ¿No te habrás drogado?
—Sabes que detesto las drogas. Esta es una buena historia. En el fondo es una venganza de la naturaleza contra el ser humano. Hasta puede tener una buena moraleja.
—No lo veo, en absoluto. Vuelve a las comedias Arturo. Escribes muy bien. Y olvídate de esas historias demenciales que parecen haber nacido del cerebro de un monstruo.
—Pero...
—No hay más hablar, Arturo. Y perdona, ya te he dicho que tengo una reunión.
Arturo salió a la calle tan enfadado que pensó que era mejor regresar a casa a pie. La gente ya empezaba con la compras navideñas y en el parque central dos ardillas saltaban de árbol en árbol. Estaba convencido. Mas pronto o más tarde, la naturaleza declararia la guerra al ser humano y él ya no podría contar la historia.
Lo que no sabía era que la guerra estaba a punto de comenzar.