martes, 26 de abril de 2022

La amapola



 La amapola abrió sus pétalos al sol de primavera. Había crecido sobre la yerba pisoteada, pero se alzaba arrogante, delicada, roja como la sangre. Miró a su alrededor. ¿Dónde estaban los tulipanes, los tréboles, las margaritas? ¿Por dónde corrían los niños y reían las ancianas? ¿Adónde habían ido los pájaros con sus molestos gorjeos?

Pero no obtuvo respuesta a ninguna de sus preguntas. Cuando llegó la noche, la amapola cerró sus pétalos y se durmió en medio de un silencio que no era agradable, sino inquietante. De vez en cuando escuchaba sonidos rotundos y resplandores que le hacían creer que ya había amanecido. 

Pero la amapola, delicada, roja como la sangre, no llegó a ver amanecer. Con la primera luz del día comenzó a abrir sus pétalos y solo vio ante sí la gran rueda de un viejo tanque que avanzaba sin compasión. ¿Dónde estaban los niños que corrían y dónde las ancianas que reían?

Fue lo último que pensó

martes, 19 de abril de 2022

La niña bajo la lluvia

 


Llovía a cántaros y unas nubes oscuras y deshilachadas cubrían la ciudad. La niña daba saltitos por el vestíbulo, como una alocada rana adolescente.

—¡Aitana!—gritó su madre desde la cocina—, coge la mochila y vete al colegio de una vez. Tienes el almuerzo en la encimera.

Pero la niña no contestó. Correteaba por la escalera, simulaba jugar al sambori sobre las baldosas del recibidor. 

A principios de curso, la tutora había convocado a padres y madres en el colegio para decirles que, a partir de los nueve años, podían ir solos a clase. Según ella, de esa forma se reafirmaba su seguridad e independencia. 

—¡Aitana!—volvió a gritar—. Te vas a encontrar la puerta del colegio cerrada a cal y canto. 

Al final la niña salió con igual ligereza del ave que escapa por una ventana. No había cogido ni la mochila ni el almuerzo.

—¡Por Dios!—exclamó la madre al verlo.

A sus espaldas se abrió una puerta. Era su marido, con el pelo alborotado y los ojos legañosos.

—¿Pero qué pasa? He oído gritos.

—Pues lo de siempre. Aitana ha vuelto a dejarse la mochila y el almuerzo. Ni siquiera ha cogido el paraguas con la que está cayendo. 

El hombre cogió a su mujer de la cintura y la llevó de nuevo a la cocina.

—No te preocupes. Sabes que no se mojará. Y sabes también que no necesita almuerzo.

La mujer palideció.

—No vuelvas a decirlo —rogó. 

—Pero tienes que escucharlo. Aitana murió hace ya cuatro meses y...

—No, no...-susurró ella mientras le daba la espalda.

—Tienes que aceptarlo. El psiquiatra ya nos dijo que es cuestión de tiempo que dejes de tener esas alucinaciones. Todo pasará —añadió abrazándola.

—La tutora —balbuceó ella— estaba equivocada. Aquel día, aquel hombre... El dolor no pasará nunca. 

El hombre sabía que ella tenía razón, pero no dijo nada, solo la abrazó con más fuerza. 

Mientras tanto, en la calle una niña corría bajo la lluvia, saltando de charco en charco, como una alocada rana adolescente. Una niña sin mochila, sin almuerzo y sin miedo. 

jueves, 7 de abril de 2022

Primer amor

 

En verano íbamos al pueblo, un pequeño pueblo del interior de Alicante, de ese Alicante seco, áspero, cuajado de castillos, olivos y vides. Aquel verano yo acaba de cumplir doce años. El tenía catorce. Era rubio, guapo y listo. Fue mi primer amor, el que no se olvida, el que te abre un mundo nuevo e inquietante, el que, es más que probable, te rompa el corazón en mil pedazos. 

Durante aquel largo y cálido verano hubo miradas, risas, alguna que otra palabra que podía interpretarse de muchas formas. Y antes de volver a Valencia, él me pidió mi dirección y me dijo que me escribiría. En aquel tiempo aún se escribían cartas. En aquel tiempo, cuando el cartero llamaba al telefonillo, te precipitabas por las escaleras con el mismo ímpetu que si se hubiera declarado un incendio. Y las cartas comenzaron a llegar. En ellas me hablaba del Instituto, de libros, de excursiones, de sus escritos —sí, también escribía—, y se despedía con un abrazo o con un beso, abrazos y besos que nunca nos habíamos dado, desde luego. 

Y así pasó un curso entero. Y yo me reconocí ilusionada, enamorada, satisfecha de aquella relación epistolar que sin duda prometía tiempos mejores. Y, de nuevo, llegó el verano. Yo ya había cumplido trece años y era toda una señorita. El andaba por los quince. 

Nada más llegar al pueblo, mis amigas y primas me dijeron que se habían peleado con los chicos, una riña pascuera que no había acabado de arreglarse. No me preocupé demasiado. El y yo, a través de las cartas, habíamos ganado en amistad y confianza. Tenía tantas ganas de verle...

Y no tardé mucho. Al día siguiente lo encontré por la calle principal. Mi corazón se aceleró. Los colores subieron a mis mejillas.  Y él pasó de largo, sin mirarme, como si no me conociera, como si nunca me hubiera escrito ni una sola letra. 

Y mi corazón se rompió. Primer amor. Primeras lágrimas. 

¿Cuál fue vuestro primer amor?