lunes, 28 de marzo de 2022

Los quince céntimos


 De mi padre heredé la tendencia a intentar conservar la dignidad, por encima de cualquier circunstancia. Confieso que a veces no lo he conseguido. Pero ayer sí. Era domingo y fui a comprar a un pequeño Charter de mi barrio que abre los festivos. Cogí cuatro cosas, entre ellas una botella de agua fría y una tarrina de helado. Y las apilé en el carrito de forma ordenada como veo que hacen las señoras de bien. Pagué religiosamente, y cuando repasé la factura — hacedlo siempre—, comprobé que me me habían cobrado 30 céntimos por no sabía qué. Sí, habéis oído bien, treinta céntimos. Pregunté, y la joven cajera me dijo que en mi compra había dos bebidas, el agua y un refresco, que había cogido de la nevera, y que esa era la razón del aumento de precio. Le dije que no, que de la nevera sólo había cogido el agua. Ella tomó el refresco y me miró con profunda desconfianza. 

—Pero esto está frío— me dijo con mirada acusadora.

— Porque estaba al lado de la botella de agua y la tarrina de helado—le dije yo. 

Volvió a mirarme con desconfianza. 

— Espere que llamo a la encargada. 

Vino la encargada y palpó la botella y el refresco con la minuciosidad de un cirujano antes de sacarte un ojo. 

—Este refresco lo ha cogido usted  de la nevera —dictaminó. 

Le volví a repetir que no, que yo no mentía, que para qué iba a mentir por 15 cochinos céntimos... Y la encargada me miró aún con más desconfianza que la cajera. Eran las dos contra mi versión, la verdad contra la sospecha. Al final, con una mirada de desprecio inenarrable, me dieron los malditos 15 céntimos. 

Valga como argumento para entender mi estúpida pataleta que el día anterior me habían cobrado tres euros de más en la misma tienda. Y eso es una fortuna. 

Lo siento. No voy a pasar ni una. Nos podrán quitar 15 céntimos, pero no nos arrebatarán la dignidad.  

lunes, 21 de marzo de 2022

¿Batalla o rendición?



 Estos días me cuesta escribir. Mucho. La pandemia, la guerra, la lluvia pertinaz, el cansancio, la ausencia de sol... Y me preguntó, y os pregunto, cuándo hay que rendirse, sacar la bandera blanca, tirar la toalla, como queráis llamarlo. 

Hace unos días, en casa, hablando con mis hijos sobre la invasión de Ucrania nos planteábamos en qué momento era más útil, o más inteligente, rendirse que seguir presentando batalla. Desde luego queda más heroico seguir en la batalla aunque se piense perdida, pero, hasta qué punto esa actitud nos puede llevar a la propia destrucción. 

Y llevando esa duda a nuestra vida cotidiana, me pregunto: cual es el momento de decir hasta aquí he llegado, mi propio sueño me destruye, lo que anhelo quizás no es lo que me conviene.

Y ahí dejo el interrogante, como un pañuelo al vuelo, por si alguien lo quiere recoger y dar una respuesta. 

¿Batalla o rendición?