martes, 25 de abril de 2023

Siniestro total

 Ya estoy de vuelta.  Perdonad mi silencio. Me han tenido "secuestrada" en un hospital de Valencia, aunque la verdad es que llegué a creer que estaba en Guantanamo. Mi vesícula volvió a liarla, mi tensión se disparó y acabé ingresada en una sala de urgencias que era para volver loco al más cuerdo. Mi vecina de cama era un ay, ay, ay constante, y mi vecino, un pobre presidiario custodiado por dos policías nacionales a los que pedía a gritos que lo liberaran de las esposas. 

En la sala, sin ventanas ni conexión alguna con el mundo exterior, reinaba un ruido ensordecedor. Mientras, los estudiantes de sexto curso de medicina hacían cola para fotografiar la imagen que, de mis entrañas, emitía la ecografía. Tres ecografías en tres horas. Pensé que el higadillo me salía por el ombligo. 

Y después de 24 horas de zulo,  por fin me subieron a planta. Eran las once de la noche. Llevaba un día entero, con su noche, sin comer ni beber, y aquello aún se prolongaría 14 horas más. Habría sobornado a alguien por un vaso de agua. 

No os preocupéis. En los próximos episodios os haré reír. La realidad siempre supera a la ficción. 

lunes, 13 de marzo de 2023

Piedras preciosas



 El viento aullaba con fuerza más allá de las ventanas. Me apresuré a recoger la ropa tendida al sol antes de que saliera volando como en otras ocasiones. En esas estaba cuando llegó mi hija. 

—Hay una feria de piedras preciosas en Madrid. 

Se me voló un calcetín. 

—Para piedras las que tengo en la vesícula. No me hables de piedras, hija. Además, estoy cansada de ir de aquí para allá. No paro de meterme en líos, tengo un burro casi ciego, un tarro de miel, un pretendiente perdido y una multa por desorden público. 

—Ya, pero de ésta igual vuelves con una esmeralda o con un zafiro. 

Otro calcetín volador. 

—Sabes que nunca llevo joyas, no sé distinguir una esmeralda de un vidrio de botella de cerveza. 

—Pero la gente que va a esas ferias debe tener pasta. ¿En tu libro no salen joyas? 

—Ni una pulsera de latón, que yo recuerde. 

—Por eso no has triunfado. Mira el señor de los anillos. Hay que ver el provecho que se le puede sacar a un anillo de poder

—Razón tienes. Debería haber pensado mejor el título del libro. ¿Qué tal la señora de las pulseras? 

—Vulgar. 

—¿Y la dama de las gargantillas? 

—Horrible. 

—¿Y desayuno con diamantes? 

—Mamá, eso es un fraude. 

—Pues la Tabla Esmeralda

—Esa novela  ya está escrita.

— Vaya. ¿Y el secreto de los zafiros? 

—Mejor. Pero entonces la trama de la novela debería estar relacionada con esa piedra. 

—Qué complicado es todo . Pero me gusta ese título. Mi próxima novela irá de zafiros. ¿De qué color son? 

—Y yo que sé. Búscalo en Google que para eso está. 

—Apúntame a la feria. ¿Crees que será de mal gusto llevar unos pendientes de bisutería? 

El silencio de mi hija fue suficiente. 

Tenía por algún sitio unos pendientes de plata, pero presentía que si los buscaba solo encontraría uno, como suele ocurrir con los calcetines.¿Anillos? Vaya, en mi mano derecha sólo brillaba un anillo de plata que mi hijo se encontró en las vías del tren, junto a la estación de Manises cuando aún no levantaba dos palmos del suelo. Y también debería llevar algún collar. Pero los collares me agobian y me hacen sentir como un perro pequinés mimado y peleón. 

Miré con horror mi joyero que no contenía ni una sola joya. Pendientes del mercadillo y coloridas pulseras de bolitas de plástico. 

—Hija — le dije—, creo que no voy a ir a esa feria. No soy yo de joyas.

—Pero...

—Ni pero ni pera. No voy a ir.

A veces las madres contestamos así de mal. 

—Y cuando  por fin me quedé sola en casa,  abrí el primer cajón de la vieja cómoda y saqué los pendientes de oro de la abuela. No volvería a ponérmelos nunca más. La última vez que lo hice tuve extrañas visiones y vi cosas terribles que hubiera preferido no ver. 

Un beso, abuela, allá donde estés. 




miércoles, 22 de febrero de 2023

Ausencia justificada

 Hola. No me he olvidado de vosotros. En absoluto. Hace unos 8 días tuve un tremendo e insoportable cólico biliar y he estado ingresada. Me operarán Dios sabe cuándo porque prefiero no hablar de la sanidad. Ya escribiré sobre ello porque fue absolutamente surrealista. En cuanto me reponga seguiré con las ferias y leyendo vuestros blogs. Cuidaros mucho. El tiempo es veloz como un caballo desbocado. 

Y encima, la primavera está a la vuelta de la esquina. No la soporto, os lo aseguro. 

lunes, 30 de enero de 2023

De vuelta de la Feria del Manga



 Hacía un viento de mil demonios cuando llegué a casa. Me había quedado sin batería en el móvil y mi hija y el gato me esperaban ansiosos tras la puerta. 

—¿Cómo te ha ido la feria del manga?—preguntó mi hija alegremente. 

—No he llegado —repuse intentando recomponer mi peinado. 

Su gesto cambió 

—¿Te has perdido? 

—No—Contesté apesadumbrada—. Me han tirado del tren 

—¿A ti? ¿Que has hecho esta vez, mamá?  

—Nada. Un niño me preguntó y yo le contesté. 

Mi Hija hizo un gesto de desesperación 

—Mamá, no tienes que hablar con desconocidos y menos con niños desconocidos. 

—Tenía que contestarle.

—¿Por qué? 

—Porque , al verme cargada con la mochila, me preguntó si yo era una terrorista. Imagínate si no contesto. El que calla otorga. 

Pero mi hija ya no me escuchaba. Se retorcía de risa sobre el sofá mientras repetía de manera mántrica:¡tú una terrorista!

—sí, ríete. Pues he vendido tres libros. 

—Algo es algo. ¿ A quien?

—A dos borrachos que estaban en la cantina de la estación y a la mujer de la limpieza. Ya sabes que mi libro es para todos los públicos. ¿Pero me estás escuchando?— dije porque me di cuenta que leía algo en móvil. 

—Sí, sí claro. Estaba leyendo que la editorial Anagrama ya ha dado su premio anual. 

—Ah sí, ¿a quien? 

—A una escritora desconocida, muy joven, veintinueve años. 

Sentí vértigo. 

—Tú me quieres hundir en la miseria, hija. 

—Es lo que hay. 

Y me contemplé a mí misma esperando el tren en la estación de no sé dónde junto a dos borrachos y una señora con mocho y fregona. Sentí un inmenso cansancio. Igual había llegado el momento de tirar la toalla, de dejarlo estar, de abandonar la tecla y el cuaderno, de dejar de perseguir sueños escurridizos como lombrices, de entregar las armas... Las nuevas generaciones nos empujan sin tregua al precipicio del desánimo y al olvido. 

—¿En qué piensas, mamá?

—En mi próxima feria— mentí con la sonrisa más franca que encontré.

¿O acaso no mentí? 

nimo









martes, 10 de enero de 2023

Libros y un viaje en tren


No estaba muy convencida, pero me animaron a ir a la feria del Manga. Lo cierto es que no sé muy bien de que trata  ese estilo, pero bueno, en  ferias más extrañas he estado. 

Cogí el tren en la Estación del Norte, en un mediodía aún caluroso de primeros de noviembre. Iba cargada con mi mochila llena de libros y, en este caso también de serias  y  profundas dudas. En el asiento contiguo se sentaron una  madre treintañera y su hijo, gente bien parecían. Yo dejé perder mi mirada en la pantalla del móvil. Me sabía de memoria el paisaje: naranjos, palmeras y alguna alquería blanca aquí y allá. 

A la altura de Xátiva la mujer se levantó y le dijo a su retoño que se iba al servicio y que no se moviera del sitio. El niño afirmó con la cabeza y se quedó solo. 

Más palmeras, menos naranjos, más vid. Montañas peladas. El paisaje comenzó a cambiar. La mujer tardaba. El niño me miró sin disimulo. 

—¿Qué llevas en esa mochila? ¿No serás una terrorista? 

—No por Dios —le dije—. Llevo libros. 

—¿Tantos has comprado? 

—Voy a venderlos. Los he escrito yo. 

—Ale qué guay, yo también escribo. 

El niño debía tener unos ocho años. 

—¿Ah si? —dije interesada—. ¿Y qué escribes?

—Historias de piratas, sirenas y cañones. Y también islas desiertas llenas de cocodrilos. 

—Muy interesante, y qué...

La madre volvió y me miró con severidad. 

—Perdón, ¿qué hace usted hablando con mi hijo?

—Cómo usted tardaba, su hijo, supongo que aburrido, me ha preguntado qué llevaba en la mochila.

—No te he dicho que no hables con desconocidos, Albertito —dijo con tono grave dirigiéndose al niño.  

El chiquillo no sabía dónde mirar. 

—Es que esta señora escribe libros, como yo quiero hacer de mayor. 

—Por Dios hijo, tú vas a ser ingeniero como tú padre.  Ya ves esta  pobre mujer, va por ahí cargada con sus libros seguro que para venderlos de casa en casa.

—No —Intenté defenderme.

—Albertito, hijo, los escritores son unos fracasados. Escriben porque no saben hacer otra cosa. Y para uno que gana dinero hay cien que pierden y luego culpan a todo el mundo de su fracaso. 

Ya me estaba hartando de la doña Col. 

—Señora que un niño tenga inquietudes literarias es  muy importante. Solo el tiempo dirá si vale o no... 

—¿Y ahora quiere darme lecciones a mí? Voy a llamar al revisor.

—Llame a quien quiera . Yo no he hecho nada. 

La mujer volvió a marcharse y el niño me miró de reojo. 

—¿Es malo escribir?—susurró. 

—No —le dije en voz muy baja—, es fantástico. 

No pasaron ni dos minutos y allí estaba de nuevo la señora acompañada del revisor, un señor enhiesto, con bigote y  cara de malas pulgas. 

—Mire, está mujer no para de decirle cosas a mi hijo, cosas que para nada le convienen. 

El revisor me miró con severidad y se atusó el bigote daliniano. 

—Señora, tendrá que bajarse del tren en la próxima estación. 

—Quéééé?—. Estaba alucinada. 

—No podemos consentir ningún altercado en el tren y, por encima de todo, debemos proteger  a la infancia. 

—Pero si yo no he hecho nada —gemí. 

—En la próxima parada se baja del tren, señora, no hay más que hablar. 

—¿Y cual es la próxima parada?

No me contestó.  

Cogí mi mochila mientras todos me miraban con asombro y la mayoría se fundía con la pantalla de su móvil o su tablet. Antes de llegar a la puerta, me giré de forma teatral y grité:

—¡Sigue escribiendo,  Albertito!

Y allí en la cantina de una estación en medio de la nada decidí renunciar a la feria del Manga. Mi madre solía decir que si las cosas salen mal es porque no convienen. Yo no lo tengo tan claro, pero decidí volver a la ciudad. El próximo tren pasaba en una hora. Tenía tiempo suficiente para pensar en el  incierto futuro de Albertito. ¿Sería capaz de desafiar a su familia y convertirse en un gran escritor? 

El tiempo lo diría.