domingo, 15 de marzo de 2020

Estado de alarma


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Soy una persona muy intuitiva, extremadamente intuitiva, rayando a veces en la adivinación. Y no me gusta nada porque, en el fondo, yo nunca he creído en esas cosas esotéricas. Desde que allá en la lejana China comenzó el tema del coronavirus, tuve un terrible presentimiento. Incluso llegué a discutir con personas cercanas cuando afirmaban que esto era como una gripe. Algo me decía que no, que no era como una simple gripe. Cuando escuchaba a Sánchez o a Simón quitarle hierro al asunto me ponía de los nervios. No hay que alarmarse —decían—, mientras yo pensaba que sí, que había que alarmarse y tomar medidas rápidamente antes de que en España acabásemos como en Italia. 
Soy una negada para las ciencias, para las matemáticas y para la física y la química. No tengo conocimientos científicos, evidentemente, pero presentía que algo muy malo iba a suceder.
Y ha sucedido. Parece una película de ciencia ficción, una distopía, un guión producido por alguna mente perversa, pero no. Es real y nos obliga a estar confinados en casa escuchando el desagradable grito de las gaviotas y el silencio de la ciudad, un silencio que ensordece, que molesta, que entristece. Pero no nos queda otra. En esta época en que los conceptos espíritu de sacrificio, disciplina y responsabilidad suenan un poco a chino, con perdón, nos vemos obligados a sacrificarnos, disciplinarnos y ser responsables ante una situación que nos desborda y que, probablemente, nos desbordará más. 
Para poner un poco de humor en este texto apocalíptico, solo decir que antes en casa nos peleábamos porque nadie quería bajar la basura al contenedor. Ahora nos peleamos porque todos queremos bajarla y de paso, dar una vueltecita. 
Bueno, os dejo. Voy a intentar  convencer a mis gatos para dar un paseo por la calle. pero creo que va a ser que no. 
Animo y adelante. Volverán a llenarse las calles de gente, y las terrazas de los bares. Los niños regresarán al cole y a los parques. El autobús irá de bote en bote y el metro ni te digo. Y volverá esa vida normal y rutinaria que ahora tanto echaremos de menos.
Abrazos virtuales. 

domingo, 8 de marzo de 2020

Vida saludable

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Estas últimas semanas he leído algunos artículos sobre nutrición, por el tema de la salud, la vida saludable  y todas esas cosas de las que tanto se habla ahora. Y he llegado a una terrible conclusión:  si seguimos al pie de la letra algunas directrices, podemos morir de hambre. Los artículos suelen llevar títulos apocalípticos, tales como: los alimentos que nunca debes probar o Si comes  tal o cual cosa,  con toda probabilidad desarrollarás cáncer en un par de meses. En resumen, la carne roja ni tocarla. Si te comes un chuletón de Ávila, en dos o tres días caerás fulminado. El azúcar, veneno puro; la sal, ni te digo; Las conservas, peligro potencial; la leche un alimento que sólo deben tomar los bebés; la fruta, si pero con prudencia, porque contiene  fructosa. El pescado tiene Mercurio y anisakis. Vamos a dejarlo aparcado. El embutido... placer de dioses obesos y colestéricos. Las plantas de hojas verdes, sí pero con prudencia; las pizzas, un festival de grasas saturadas... Y así hasta el infinito y más allá. 
Hábitos de vida saludable, de acuerdo. Hay que comer variado y saludable. Pero yo me pregunto por qué  nadie  habla de lo que realmente hace daño no sólo a nuestro cuerpo sino también a  nuestra mente. Sin ir más lejos, el stress es mas peligroso que una buena costilla acompañada de patatas fritas y salsa barbacoa. Lo que es realmente malo para la salud es levantarse  a las seis de la mañana y salir a la  calle cuando aun no han puesto el día y hace un frío que pela. Lo que es malo para la salud es dejar a un  niño pequeño en la guardería e irse después llorando al trabajo. Lo que es malo para la salud es  no tener tiempo para dedicarlo a  nuestros padres, hijos, hermanos o amigos. Lo que es malo para la salud es pasarse el día haciendo sumas y restas —con lo poco que nos gustan las matemáticas—, para ver si podemos llegar a fin de mes. Lo que es malo para la salud es trabajar diez horas al día y llegar a casa con el ceño fruncido y sin ganas de hablar con nadie, o peor aún, con ganas de discutir. Pero de todo eso te hablarán poco porque no les interesa. Al sistema le interesa la gente productiva, la que pone su trabajo por encima de su familia y de su propia salud, la gente que obedece  sin plantearse nada,  la que aguanta lo que le echen porque no tiene otro remedio. Lo que es malo para una vida saludable es lo que daña el espíritu: el desprecio, la humillación, la indiferencia, la falta de tiempo. ¿De que nos puede servir un cuerpo diez si nuestro espíritu se arrastra por el suelo como una lombriz deprimida?
Así que seamos prudentes con la comida, desde luego, pero cuidemos especialmente nuestros sueños, conservemos nuestras ilusiones, regocijémonos en nuestros logros, aprendamos de nuestros fracasos, tocando, si podemos, el cielo con la punta de nuestros dedos pero sin dejar de tener los pies sobre la tierra. 
Ale, y ahora a preparar la paella, que para algo es domingo.