Apenas pude dormir. Me sentía como si tuviera una sanguijuela mordisqueándome las entrañas. Por fin me habían invitado a una feria del libro, una feria donde habría escritores consagrados y youtubers admirados por las masas. Y entre todos ellos, mi libro y yo. Un libro y una autora que habían vivido mil aventuras juntos y que ahora debían medirse en un nuevo campo de batalla, el adecuado, el propio.
Y llegó el día. Tenía que elegir el look, ¿se dice look? más apropiado. Deseché inmediatamente el disfraz de la resistencia francesa y opté por un vestido cuasidesigual que compré en el mercadillo de los sábados por un euro. Cómo ya había llegado la primavera guardé mis mocasines de medio tacón y me calcé unas sandalias de color verde que, de tan horteras, parecían hasta bonitas. Mis hijos me dieron los últimos consejos: no agobies a la gente, no te arrastres con tal de vender y no pasa nada si no vendes ni un solo libro.
Con tan desalentadores consejos en la mochila, cogí mis libros y me fui a la feria. Mi stand estaba patrocinado por una librería de barrio con un. Nombre inquietante, Desconeguts, desconocidos en castellano, lo cual no presagiaba una jornada de éxito.
Cuando llegué ya habían llegado otros dos escritores, Fabio Martinelli, que había escrito un ensayo sobre la vida íntima de las hormigas rojas, y Megy Pérex, que presentaba su novela erótica festiva, Las bragas de mi abuela. El dueño de la librería, un tal Hipócrates, me saludó con entusiasmo.
—Hoy va a ser un día magnífico. Luce un sol espléndido y cantan los pájaros en sus nidos.
No por Dios. Un positivista tóxico.
—¿Conoces a Megy y a Fabio?
—No tengo el gusto.
—Pues ahora te los presento. Desamparados, este es Fabio Martinelli, autor de varios libros de contenido científico, entre ellos, la vida sexual de las cucarachas rojas y los grillos creen en Dios.
Tragué saliva.
—Mucho gusto.
—Y esta es Megy Pérex, reconocida escritora de novela romántica. Seguro que has oído hablar de su último éxito, Pasiones de ultratumba.
—He oído hablar, sí.
La Megy sonrió encantada. Menos encantada estaría si supiera lo que yo había oído decir sobre su novela.
—Y estamos esperando a otro autor que no tardará en llegar. De hecho, ya debería estar aquí.
—¿Y sobre qué escribe el escritor que esperamos? —Pregunté temiendo la respuesta.
—Sobre las abejas, la polinización y todas esas cosas. Te va a encantar.
Más bichos. Me va a encantar, había dicho el Hipócrates. Tres supuestos escritores, uno que escribía sobre las hormigas rojas, otra sobre las bragas de su abuela y ahora faltaba por llegar el que escribía sobre las abejas. ¿Pero donde me había metido? Sentí ganas de salir huyendo.
Pero se me pasaron enseguida.
¿Recordáis mi paso por la feria de la miel? ¿Recordáis que durante la misma conocí a un flamante caballero que me invitó a cenar y al cual yo rechacé diciéndole que Polifilo me esperaba en casa? ¿Recordáis que en ese momento él pensó que Polifilo era mi marido cuando en realidad era mi burro? Pues allí estaba él, espléndido, sonriente, con su mochila cargada de libros. No parecía sorprendido.
—Tenía la corazonada de que iba a verla —Me dijo.
No me salían las palabras.
—No sabía que usted escribía
—Y no escribía. Este es mi primer libro.
—¿Y cómo se le ocurrió…?
—Por su culpa —contestó sonriendo—. Leí su libro y me animé a escribir.
—Eso me satisface.
—Me gustó su libro. La protagonista, Asun, es muy creíble. Y París, esa ciudad de luz imperfecta, y esa historia de la Guerra mundial que llega hasta el presente. Además…
—Soy Megy Perex, autora de novela romántica. ¿Quién es este flamante escritor que te acompaña, querida?
La hubiera matado. Él mismo se presentó.
—Soy Melquiades Ruiz. Mi primer libro —dijo mientras se lo mostraba—. Un tratado sobre la vida de las abejas.
—Qué interesante, —exclamó ella—. . Tengo una tremenda curiosidad ¿Cuántas veces se embaraza la reina y, sobre todo, —añadió poniendo ojitos— quién la embaraza.
Mi ira aumentaba por momentos ¿Qué clase de preguntas eran esas?
—Oh, ese es un tema muy interesante, —contestó él—. La embarazan los zánganos.
Como en sus novelas, pensé . Una pandilla de zánganos.
De repente me di cuenta de que parecía una estúpida niña enfurruñada y celosa e hice mutis por el foro para entablar conversación con el otro autor, el que había escrito un ensayo sobre la vida íntima de las hormigas rojas.
—¿Muerden, sabe? —Le dije.
—¿Quienes?
—Las hormigas rojas.
El hombre sonrió con condescendencia
—Claro que muerden. Pero no estamos hablando de esas hormiguitas que usted tiene en el jardín de su casa. Estamos hablando de auténticas depredadoras que han llegado a Europa recientemente y…
Y se acercó Mata hari con su libro en la mano.
—¿Estamos hablando de quién embaraza a las hormigas?
—No,—contesté secamente—. Estamos hablando de una posible invasión de hormigas de fuego, pero igual Fabio le dice quién las preña y así tiene usted nuevo material para su próxima novela.
Y me escaqueé en busca de Melquiades. solo Dios sabía que podía salir de aquella conversación sobre las costumbres íntimas de las hormigas de fuego y las bragas de la abuela de Megy. Melquiades, mientras ,se afanaba en organizar sus libros.
—Creo que hoy las ventas van a ir muy bien.
—Es usted realmente optimista.
—No es eso —dijo sonriendo—, es que he convencido a una prima para que venga a la feria con las compañeras de su club de…
—De yoga —interrumpí.
—No, un club de bolillos.
Ay Dios mío.
—¿No será de Énova su prima?
—¿Cómo lo sabe?
—No lo sé. Se lo estoy preguntando.
—De Énova vienen, y todas ellas dispuestas a comprar mi libro.
—Qué bien —dije con un hilo de voz.
—Ha palidecido de repente ¿Se encuentra bien?
—Es que… tuve un pequeño problema en la feria de las bolilleras de Énova.
—¿También estuvo en esa feria?
—También.
—No sé qué problema pudo tener con ellas, pero seguro que lo han olvidado.
—No crea. Soy una persona inolvidable.
—De eso estoy seguro.
Enrojecí como una tímida colegiala.
—No, no me ha entendido bien. Soy inolvidable en el peor sentido de la frase Creo que me he metido en demasiados líos. ¿A qué hora vienen?
—En cinco o diez minutos.
Mi corazón se aceleró .
—Pues para evitar mayores tragedias, me voy dar una vuelta por la feria. Igual me encuentro con Óscar Wilde.
—¿Qué?
—No sería la primera vez. Es una larga historia. En un rato vuelvo.
— Miré, ahí están.
Y eché a correr como alma que lleva el Concorde. El diablo se ha jubilado. Y el Concorde también.