sábado, 20 de abril de 2024

Libros y la feria del libro. Última parte.


 Me había quedado agazapada como un conejo tras un matojo.

—¿Qué hace aquí escondida?

Melquiades me había encontrado. 

—Pues eso, esconderme. Si me encuentra su cuñada no salgo viva de la feria.

—No exagere. Es muy protectora con Albertito. Es un niño muy confiado que tiende a hablar con desconocidos. 

—Mala cosa. Ahora voy entendiendo algunas reacciones de su madre.

—Salga del escondite. Aquí no va a vender ni un solo libro. 

—Tiene razón . Tengo que vender mi libro y no consigo ni siquiera asomar la cabeza. ¿Todavía está la Megy en el stand? 

—Y lo que estará. En menos de veinte minutos ha vendido diez libros. 

—Es lo que tiene el erotismo. Se lleva mucho. Alguien me dijo alguna vez que a mí libro le faltaban un par de escenas picantes.

—Yo no lo creo. A mí me gustó tal cual. Pero tengo que pedirle algo. Cuando...

—¿Qué hacen aquí escondidos?

El dueño de la librería Desconeguts nos miraba con curiosidad.

—Hay un montón de gente preguntando por usted. 

Temblé.

—¿En serio? ¿Son peligrosos?

Soltó una carcajada.

—Espero que no. 

Salí de detrás del florido matorral y allí estaban. Mis amigas del barrio, mi familia, mis vecinos, dos bolilleras de Enova, Albertito y sus amigos, dos guardias civiles, el hombre que me regaló el botijo en la feria de cerámica. Eusebio, el narco y...., la mesalina, con su preciosa hija Inés, mis compañeros de blog, mis amigos de facebook. Estaba tan emocionada que no podía hablar. 

—¿Cómo os habéis enterado—pregunté. 

—¿No has visto las noticias?

—No. ¿Qué han dicho?

—Que una señora que iba de feria en feria liándola parda por todas partes, presentaba hoy su libro, por fin, en la feria del libro.

Me iba a dar un infarto. Las emociones me sientan peor que la fabada asturiana.

Al final de la tarde me dolía la mano de tanto firmar libros. Estaba tan feliz que temía llorar. Atardecía y el aire olía escandalosamente a azahar. Melquiades se acercó con una sonrisa dibujada en su rostro.

—¿Va a aceptar ahora mi invitación?

Estaba muerta de hambre.

—Claro —dije—¿Qué quería decirme cuando nos descubrieron escondidos detrás del macizo.

—Hablamos durante la cena ¿le parece?

El restaurante era de buffet libre. Mi perdición. Tantas cosas buenas a mi alrededor y yo me había quedado sin hambre y sin fiambreras. Se me comían los nervios.

—Enhorabuena —me dijo Melquiades— ¿Cuántos libros ha vendido?

—Todos menos uno. Aún no lo puedo creer. 

—Parece que ha hecho buenos amigos en todas esas ferias. 

Me eché a reír. 

—Yo más bien pensaba que había hecho enemigos.

—Pues ya ve que no.

Di un sorbo al cava.

—¿Qué iba a decirme?

—Ah, es un capricho tonto. 

—Dígame.

—Quiero que me lea el primer párrafo del primer capítulo de su novela.

—¿Qué? Si usted ya leyó el libro. 

—Por favor.

Saque el libro de mi mochila y comencé a leer,

"El metro me dejó junto al polígono industrial Fuente del jarro, construido a las afueras de la ciudad, sobre un terreno yermo y desolado. El trayecto desde la estación de Marxalenes duraba apenas diez minutos, pero se me había hecho insoportablemente largo. A pesar de que el aire acondicionado funcionaba a toda mecha, allí dentro hacía un calor pegajoso y, además, el vagón iba atestado de gente en aquellas primeras horas de la mañana y olía a sudor y a colonia barata. Al salir a la superficie, la luz del día entrando a través de las ventanillas había supuesto un alivio, y ahora que bajaba al andén de la estación, la brisa ya cálida de la mañana acabó por despejarme."

—Gracias—dijo—. Solo quería escucharlo de sus...

—¡Vámonos!

—¿Qué?

—Mire quien acaba de entrar.

La Megy y el Fabio hacían su triunfal  en el restaurante. Iban cogidos del brazo y se comían, en principio, con los ojos. Después de todo, las hormigas rojas y las bragas de la abuela de Megy hacían buena pareja.

Nos fuimos del restaurante por la puerta de atrás, pero antes pagamos la cuenta. ¿Qué habíais pensado?

la noche era plácida, el mar estaba en asombrosa calma . Melquiades me cogió de la mano y me miró a los ojos.

Y hasta aquí puedo contar. 

miércoles, 3 de abril de 2024

Libros y Feria del libro. Segunda parte.

 

No encontré a Óscar Wilde ni tan siquiera a Hemingway . Ahora bien, quedé sorprendida por la larga cola que un famoso tiktoker tenía para vender su libro. Cuando regresé al stand de Desconeguts, las bolilleras ya se habían ido. 

—¿Qué tal ha ido?—pregunté. 

—Muy bien. Debería haber traído más libros. 

—Me alegro. ¿Me han reconocido?

—En cuanto la han visto.

—¿Me odian?

—En absoluto. Incluso algunas de ellas querían comprar su libro. Ha perdido una buena oportunidad. 

—Soy experta en perder buenas oportunidades.

—No se preocupe —dijo Melquiades mientras se acercaba —. Mi hermano viene ahora con la extensa familia de su esposa Seguro que le compran algún libro. 

Respiré aliviada. 

—Es una familia encantadora. Mi sobrino Albertito quiere ser escritor, pero mi cuñada  trata de quitarle esa idea de la cabeza. Dice que escribir es de gente rara y fracasada. 

Tragué saliva. 

—¿Ha dicho Albertito?

Melquiades afirmó con la cabeza. Yo tartamudeé. 

—Tuve... tuve un pequeño problema con una señora cuyo hijo se llamaba Albertito y quería ser escritor. 

El hombre me miró incrédulo. Continué. 

—Todo sucedió en un tren., del que por cierto acabaron tirándome. 

El apicultor se quedó pensativo. 

—Ahora que lo dice... Mi cuñada me habló de una desconocida que había intentado secuestrar a Albertito en el tren. 

—¿Qué?—grité indignada —. Yo no quería secuestrar a nadie. El niño me dijo que le gustaba escribir  y yo simplemente le animé a ello.

—Entonces es un simple malentendido. Mire, por ahí vienen. Ahora pueden hablar con tranquilidad. Los malentendidos son como las madejas , hay que deslisrlas cuando se enredan.

¿Hablar? La mujer venía hacia mí gritando como una loca. 

—¡La secuestradora del tren! Ni te acerques a ella, Albertito.Ni te acerques. 

Volví a huir a la desesperada . Aquello más que una feria del libro parecía la maratón de Nueva York . Llevaba toda la mañana corriendo, pero libros no había vendido ni uno. 

Agazapada estaba tras un florido matorral cuando noté una presencia a mi lado. 

—Albertito—susurré—, ¿Qué haces aquí? Vete antes de que nos vea tu madre y me tire de los pelos. 

—Mi madre se ha ido y me ha dejado con mi tío . Quiere que le firme un libro un señor con nombre de romano , pero no me acuerdo muy bien de quién es.

—Cesar.

—No. 

—Augusto. 

—Tampoco. 

—Máximo.

—Ese, uno que a veces sale en la tele. 

—Pues debe tener una cola tremenda.

—Llega hasta el infinito. 

—¿Y tú? ¿Sigues escribiendo?

—Todos los días, aunque a veces no me sale bien. 

—Eso es normal. Nos pasa a todos. Tú sigue escribiendo . Y lee mucho. 

—Me gustan mucho los tebeos de Mortadelo y Filemón.

—¿En serio? Aún tengo yo un montón de tebeos en casa. A mí hijo le encantaban. Se moría de risa. 

—Y yo me voy. Mi madre ya ha vuelto . No digas nada. 

—Tranquilo —susurré—. Es nuestro secreto.

El niño se fue al encuentro con su madre y yo me quedé agazapada  como un conejo tras el florido matojo. 

Continuará. 






sábado, 23 de marzo de 2024

Libros y la Feria del libro. Primera parte

 

Apenas pude dormir. Me sentía como si tuviera una sanguijuela mordisqueándome las entrañas. Por fin me habían invitado a una feria del libro, una feria donde habría escritores consagrados y youtubers admirados por las masas.  Y entre todos ellos, mi libro y yo. Un libro y una autora que habían vivido mil aventuras juntos y que ahora debían medirse en un nuevo campo de batalla, el adecuado, el propio. 

Y llegó el día. Tenía que elegir el look, ¿se dice look? más apropiado. Deseché inmediatamente el disfraz de la resistencia francesa y opté por un vestido cuasidesigual que compré en el mercadillo de los sábados por un euro. Cómo ya había llegado la primavera guardé mis mocasines de medio tacón y me calcé unas sandalias de color verde que, de tan horteras, parecían hasta  bonitas. Mis hijos me dieron los últimos consejos: no agobies a la gente, no te arrastres con tal de vender y no pasa nada si no vendes ni un solo libro.

 Con tan desalentadores consejos en la mochila, cogí mis libros y me fui a la feria. Mi stand estaba patrocinado por una librería de barrio con un. Nombre inquietante, Desconeguts, desconocidos en castellano, lo cual no presagiaba una jornada de éxito. 

Cuando llegué ya habían llegado otros dos escritores, Fabio Martinelli, que había escrito un ensayo sobre la vida íntima de las hormigas rojas, y Megy Pérex, que presentaba su novela erótica festiva, Las bragas de mi abuela. El dueño de la librería, un tal Hipócrates, me saludó con entusiasmo. 

—Hoy va a ser un día magnífico. Luce un sol espléndido y cantan los pájaros en sus nidos. 

No por Dios. Un positivista tóxico. 

—¿Conoces a Megy y a Fabio?

—No tengo el gusto. 

—Pues ahora te los presento. Desamparados, este es Fabio Martinelli, autor de varios libros de contenido científico, entre ellos, la vida sexual de las cucarachas rojas y los grillos creen en Dios. 

Tragué saliva. 

—Mucho gusto. 

—Y esta es Megy Pérex, reconocida escritora de novela romántica. Seguro que has oído hablar de su último éxito, Pasiones de ultratumba. 

—He oído hablar, sí. 

La Megy sonrió encantada. Menos encantada estaría si supiera lo que yo había oído decir sobre su novela. 

—Y estamos esperando a otro autor que no tardará en llegar. De hecho, ya debería estar aquí. 

—¿Y sobre qué escribe el escritor que esperamos? —Pregunté temiendo la respuesta.  

—Sobre las abejas, la polinización y todas esas cosas. Te va a encantar. 

 Más bichos. Me va a encantar, había dicho el Hipócrates. Tres supuestos escritores, uno que escribía sobre las hormigas rojas, otra sobre las bragas de su abuela y ahora faltaba por llegar el que escribía sobre las abejas. ¿Pero donde me había metido? Sentí ganas de salir huyendo. 

Pero se me pasaron enseguida. 

¿Recordáis mi paso por la feria de la miel? ¿Recordáis que durante la misma conocí a un flamante caballero que me invitó a cenar y al cual yo rechacé diciéndole que Polifilo me esperaba en casa? ¿Recordáis que en ese momento él pensó que Polifilo era mi marido cuando en realidad era mi burro? Pues allí estaba él, espléndido, sonriente, con su mochila cargada de libros. No parecía sorprendido. 

—Tenía la corazonada de que iba a verla —Me dijo. 

No me salían las palabras. 

—No sabía que  usted escribía 

—Y no escribía. Este es mi primer libro. 

—¿Y cómo se le ocurrió…?

—Por su culpa —contestó sonriendo—.  Leí su libro y me animé a escribir. 

—Eso me satisface.

—Me gustó su libro. La protagonista, Asun, es muy creíble.  Y París, esa ciudad de luz imperfecta, y esa historia de la Guerra mundial que llega hasta el presente. Además…

—Soy Megy Perex, autora de novela romántica. ¿Quién es este flamante escritor que te acompaña, querida?

La hubiera matado. Él mismo se presentó. 

—Soy Melquiades Ruiz.  Mi primer libro —dijo mientras se lo mostraba—. Un tratado sobre la vida de las abejas. 

—Qué interesante, —exclamó ella—. .  Tengo una tremenda curiosidad ¿Cuántas veces se embaraza la reina y, sobre todo, —añadió poniendo ojitos— quién la embaraza. 

Mi ira aumentaba por momentos  ¿Qué clase de preguntas eran esas? 

—Oh, ese es un tema muy interesante, —contestó él—.  La embarazan los zánganos. 

Como en sus novelas, pensé . Una pandilla de zánganos. 

De repente me di cuenta de que parecía una estúpida niña enfurruñada y celosa e hice mutis por el foro para entablar conversación con el otro autor, el que había escrito un ensayo sobre la vida íntima de las hormigas rojas. 

—¿Muerden, sabe? —Le dije. 

—¿Quienes?

—Las hormigas rojas. 

El hombre sonrió con condescendencia  

—Claro que muerden. Pero no estamos hablando de esas hormiguitas que usted tiene en el jardín de su casa. Estamos hablando de auténticas depredadoras que han llegado a Europa recientemente y…

Y se acercó Mata hari con su libro en la mano. 

—¿Estamos hablando de quién embaraza a las hormigas? 

—No,—contesté secamente—. Estamos hablando de una posible invasión de hormigas de fuego, pero igual Fabio le dice quién las preña y así tiene usted nuevo material para su próxima novela.

Y me escaqueé en busca de Melquiades.  solo Dios sabía que podía salir de aquella conversación sobre las costumbres íntimas de las hormigas de fuego y las bragas de la abuela de Megy. Melquiades, mientras ,se afanaba en organizar sus libros. 

—Creo que  hoy las ventas van a ir  muy bien. 

—Es usted realmente optimista. 

—No es eso —dijo sonriendo—, es que he convencido a una prima para que venga a la feria con las compañeras de su club de…

 —De yoga —interrumpí.

—No, un club de bolillos. 

Ay Dios mío. 

—¿No será de Énova su prima? 

—¿Cómo lo sabe?

—No lo sé. Se lo estoy preguntando. 

—De Énova vienen, y todas ellas dispuestas a comprar mi libro. 

—Qué bien —dije con un hilo de voz. 

—Ha palidecido de repente ¿Se encuentra bien?

—Es que… tuve un pequeño problema  en la feria de las bolilleras de Énova. 

—¿También estuvo en esa feria?

—También. 

—No sé  qué problema pudo tener con ellas, pero seguro que lo han olvidado. 

—No crea. Soy una persona inolvidable.

—De eso estoy seguro. 

Enrojecí como una  tímida colegiala. 

—No, no me ha entendido bien. Soy inolvidable en el peor sentido de la frase Creo que me he metido en demasiados líos. ¿A qué hora vienen? 

—En cinco o diez minutos. 

Mi corazón se aceleró . 

—Pues para evitar mayores tragedias, me voy dar una vuelta por la feria. Igual me encuentro con Óscar Wilde. 

—¿Qué? 

—No sería la primera vez. Es una larga historia. En un rato vuelvo. 

— Miré, ahí están. 

Y eché a correr como alma que lleva el Concorde. El diablo se ha jubilado.  Y el Concorde también. 


lunes, 11 de marzo de 2024

Libros y magia

 

Con un poco de resaca me fui a la feria de la magia. Mi hija me había dicho que era un poco bruja, y no es sólo ella la que lo piensa.  Yo les digo que no, que están equivocados, aunque en el fondo pienso que sí, que algunas propias experiencias me han demostrado que soy un poco brujilla. Pero dejando eso aparte, ya sabéis que tras la feria del vino, me invitaron a la feria de la magia blanca, negra y de colorines. 

Me sentí tentada, sobre todo para saber  hasta qué punto los participantes de este tipo de ferias son capaces de engañar a la gente inocente que cree en el poder de las cartas, el Universo, las piedras, los conjuros y las bolas de cristal. 

Y hacia allí que me fui, dispuesta a escuchar de todo, hasta  el relato de mi propio futuro, que todo puede ser.

Me vestí de negro de pies a cabeza, que siempre queda más esotérico y adelgaza, me eché polvos de talco por la cara y me pinté los labios de  rojo pasión. Cuando me miré en el espejo me pegué un susto de muerte. Me había convertido en una bruja de cuento, de esas que envenenan a la gente con una oronda manzana,  envenenamiento tipo kremlim vamos. 

Mi  pequeño stand  estaba situado entre la paraeta de la vidente Alberta y el de sanación por Reiki. En el ambiente sonaba una música extraña, subliminal, ese tipo de musica que, o bien te relaja o bien te saca de quicio. El público asistente pasaba de largo por delante de mi stand. Igual mi aspecto les daba algo de miedo. Sin embargo, no tardó mucho en acercarse la vecina vidente, que llevaba un largo vestido floreado, unas botas rojas y ocultaba sus cabellos bajo un pañuelo de formas geométricas

—¿Vende libros, amiga?

 —Eso intento.

—¿Quiere que le lea la mano?

Es probable que la susodicha diera por sentado que mi libro iba de magia y esoterismo, pero ni por asomo. 

No, no quería que me leyera la mano, no me iba a creer lo que pudiera decirme, fuera bueno o malo. Pero cómo me suele costar decir no, le dije que sí. 

 Entré en su stand con cierta desconfianza.  El aire estaba saturado de un perfume dulzón. Hacía calor. Era como una pequeña tienda de campaña con una mesa de camilla cubierta con un tapete de estampado étnico,  y  sobre él, una  gran bola de cristal .

—Siéntese querida amiga. 

 Y dale con lo de  amiga.  Si no la conocía de nada. Me senté al borde de la silla. Estaba incómoda. La mujer comenzó a  mirar la bola de cristal con ojos ansiosos. 

—Ha escrito usted un libro. 

—Lo acaba de ver —dije un poco mosqueada.  

—Veo que está teniendo un gran éxito con él. 

No pude reprimir una sonrisa que ella no supo interpretar.

—Parece ser que se está haciendo famosa. 

En eso llevaba razón. Pero no por el libro sino por mis travesuras. 

—Sus  numerosos lectores —dijo— están esperando su próximo libro. 

—Con ansia —repuse al borde de la carcajada.

—Sin duda es usted una mujer de éxito, afirmó convencida. 

Me había tocado la peor bruja del mundo. Seguí en silencio. 

— Veo que ha cosechado éxitos personales, laborales, literarios...

Y ahí ya no pude más. La carcajada brotó de mi garganta como un torrente, perdí el equilibrio, me cogí  del mantelito étnico que cubría la mesa, el cual arrastró la bola mágica y acabamos todos en el suelo. La mujer comenzó a increparme mientras  me revolcaba de risa en la moqueta. Sabéis que se puede morir de risa. A punto estuve. 

—No ha dado una —le dije, llorando de risa—.  Es usted una estafa, una pifia como la copa de un pino! 

Y tuve que salir de allí corriendo mientras el rostro iracundo de la bruja se reflejaba en los mil cristales que  había dejado la bola al estrellarse contra el suelo. 

Ni un solo libro vendí. Pero ahora sé que soy una mujer de éxito. 

Igual hasta sigo escribiendo. 


viernes, 1 de marzo de 2024

Libros y feria del vino. II parte.

  


Me di el gustazo de coger un taxi, más aún, de llamar por teléfono para que viniera a recogerme, como a una princesa. Y ya que, presuntamente, era una experta en vinos franceses, me vestí al uso. Suéter y falda negra, boina de medio lado y botas casi militares

 El taxista me miró con desconfianza. Creo que, o bien pensaba que era una espía belga surgida del frío, o una simple señora extravagante con ganas de llamar la atención. 

—A la feria del vino —le dije con fingido acento francés. 

Mi primera sorpresa se produjo al llegar a la feria. La entrada a l recinto costaba diez euros, así que era obligado vender algún libro. Tenía que recuperar a toda costa tan arriesgada inversión. 

Comencé en la sección de vinos valencianos, por aquello de hacer patria. Había blancos brillantes, rosados afrutados y tintos seductores. 

—¿Cuál quiere probar? —me preguntó el responsable del stand. ¿Sabe que tiene derecho a dos consumiciones? 

—¿En este stand?

—No —contestó riendo—. En toda la feria. 

—Vaya. 

Y dije vaya por no decir otra cosa. Así que solo dos consumiciones. Tenía que elegir muy bien. 

—¿A qué casa representa usted? ¿O quizás es algún medio de comunicación?

—Les deux ivrognes, una bodega muy antigua del sur de Francia, aunque  soy toda experta en vinos franceses —mentí— . También escribo en la revista Vinos y vinilos. 

—Oh, eso es perfecto entonces  me va  a decir que le sugiere este vino.

 Y me ofreció una copa de vino blanco y fresco. 

Primero olisqueé la copa como había visto hacer en las películas. Luego  di un pequeño sorbo.

—Aromas del bosque —dije al tun tun—, con un toque de espino blanco y una base de… menta. 

Aquel vino sabía a vinagre, pero hay cosas que no se pueden decir. 

—¿Le parece bueno? 

—Bueno no, espléndido. 

Su sonrisa desapareció de repente. 

—¿Conque aromas del bosque? 

—De bosque Mediterráneo —maticé. 

—Pues se acaba usted de beber un vino de brick de cartón . Es usted una farsante. Lo supe desde el principio. ¿De qué va disfrazada? ¿De miembro de la resistencia francesa?

Me habían pillado. Me fui de allí lo más rápido que pude. No me pareció conveniente ofrecerle a aquel tramposo mi maravilloso libro. ¿O quizás la tramposa era yo? 

Con esa duda me acerqué al Stand de vinos riojanos. Apuesta segura. 

—Blanco, tinto o rosado. 

—Rosado, repuse con una sonrisa edulcorada

el hombre se  fijó en mis libros. 

—¿Es usted escritora? 

—Bueno, podría decirse. 

—¿Y alcohólica? 

—¿Qué?

—¿Qué si es alcohólica? 

—Por supuesto que no —contesté indignada— ¿Por qué lo pregunta?

 

—Porque muchos escritores de reconocida fama lo fueron. Hemingway, Baudelaire, Bukowsky, Margueritte Duras, Patricia Highsmith, e incluso Óscar Wilde, gran aficionado al consumo de absenta. 

—¿En serio? Nunca lo hubiera pensado. Lo conocí en la feria del chocolate y me pareció todo un  respetable señor.

—¿Lo conoció usted?

—Efectivamente. En la feria del chocolate. También tuve el placer de hablar con María Antonieta y con Hernán Cortés. Pero no me haga usted  mucho caso, en esa feria estaba yo un poco indispuesta después de pasar una noche en el calabozo con una mesalina y un narcotraficante de poca monta. 

El hombre estaba pálido como la cera.

—Me ha querido usted engañar. 

Y dale, otro que piensa que miento.Intenté defenderme.

— El vino es magnífico, en serio. 

—No me refería a eso.

—¿Entonces?

—Es usted alcohólica. Triunfará. 

—Eso me dijo una bruja, en no sé qué  feria…

—La invitó a una cerveza

— ¿En la feria del vino? bueno, Pero  que sea cero cero. Esto me está subiendo como la espuma. ¿Cuántos grados tiene este vino?

—Sobre catorce. 

—Dios mío del amor hermoso. Igual me tomo un agua mineral

 Me compró  dos libros, uno para él y otro para un vecino que sufría de agorafobia y se pasaba los días leyendo y sin salir a la calle. 


Llegué a casa como si me hubiera pasado por encima una manada de bisontes enfurecidos. Mis hijos me esperaban en el comedor. Pensé que tramaban algo. 

—¿Pasa algo?¿ por qué me miráis así?

—Te ha llegado otra invitación, mamá. 

—Mañana, por Dios. Ahora estoy un poco perjudicada. 

—No, espera.  Es una invitación que igual te gusta.

—¿ De qué es la feria?

—Te han invitado a una feria de magia. 

— Para magias estoy yo ahora. ¿Os podéis creer que me han llamado alcohólica? Solo falta que me llamen bruja. 

—Un poco bruja sí que eres… en el buen sentido. 

—Ahí llevas razón. Igual me apunto. 

Y no sé si fue por el cansancio o por los tanganazos de vino que llevaba encima, caí desmayada sobre mis libros. 

Cuando desperté me di cuenta de que no había sido un sueño. Efectivamente, me habían invitado a una feria de magia, esoterismo y conjuros . 

Igual me encontraba a Harry Potter. O al mago Merlín. Quien sabe. 


miércoles, 21 de febrero de 2024

Libros y la feria del vino. 1ª parte


 Cuando llegué a casa era bien entrada la noche. No podía ni con mis pies ni con mis párpados ni con mi alma.  Me encontré a mi hija leyendo a Tolstói. 

—Llegas pálida, mamá. ¿Cómo ha ido?

—Ni te lo imaginas —dije mientras me dejaba caer en el sofá. 

—¿Eso es que ha ido bien o mal? ¿Te han dado chocolate?

—Yo no sé lo que me han dado, hija, pero algo raro he tomado…

Dejó a Tolstói descansando sobre la mesa. 

—Te has atiborrado de chocolate, seguro. 

—Qué va. No he tenido tiempo. Lo que he tenido son alucinaciones. ¿Te puedes creer que he estado hablando con Napoleón , María Antonieta…?

—¿Antonieta? —me interrumpió—,la vecina de la prima Amalia, la que vive puerta con puerta con Tonet, el hijo de Fina la filipina?

—No, no, María Antonieta, la reina de Francia, a la que le cortaron la cabeza.

Ahora era ella la que había palidecido. 

—¿Cómo?

—Cómo lo oyes. Y espera, que no he acabado. También he estado hablando con Óscar Wilde, muy elegante, él, y luego, cuando ya me iba al borde del soponcio, me he topado con Hernán Cortés. Parece ser que lo han contratado como guardia de seguridad.

Mi hija estaba ausente, no conseguía reaccionar. 

—¿No sería mejor que dejases ya lo de  ir a las ferias? Igual no te sientan bien. 

—Lo que me ha sentado mal es ese chocolate con algo que me han dado.  Por cierto, Napoleón me ha parecido  más listo que el hambre, y Hernán Cortés un poco brusco. ¿Qué es esa carta que tratas de ocultarme?  —pregunté al ver que mi hija escondía un sobre en un cajón.

—Otra feria, pero no creo que estés en condiciones…

—Pues claro que estoy en condiciones. ¿Quién no se encuentra a Napoleón alguna vez en la vida?  ¿De qué va esa feria? 

Me entregó el sobre con desgana

—Te invitan a la feria del vino. 

—¿Del vino? mira, para rematarme. Solo Dios sabe con quién puedo encontrarme entre los efluvios de un buen caldo.. 

—Sería mejor que te lo pensaras antes de aceptar.

—Ni hablar. Igual vuelvo con un buen rioja o una buena cogorza, pero vale la pena intentarlo . Cuando la gente bebe más de la cuenta, lo compra todo. Me voy a hacer de oro. ¿Dónde es la feria? 

— Aquí, en la ciudad.

—Hecho.  Hasta puedo ir en taxi, como los ricos. Diles que sí, que voy, que soy una gran experta en vinos…franceses, por ejemplo. 

—Pero si tú bebes don Simón.

—Pero ellos no lo saben. ¿Quieres que te cuente lo que me ha dicho Óscar Wilde? 

—Mamá!

—Un hombre muy interesante. Ojalá me lo encuentre en la feria del vino. ¿Sabes si bebía?

—Yo creo que más bien le daba al opio. 

—¿Al apio? Qué chico más sano

—¡he dicho al opio! No tiene nada de sano. 

—Y encima me estoy quedando sorda. Voy a pedir cita con el médico. 

—Será lo mejor. 

La noche cayó sobre la ciudad como una guillotina de niebla.