No estaba muy convencida, pero me animaron a ir a la feria del Manga. Lo cierto es que no sé muy bien de que trata ese estilo, pero bueno, en ferias más extrañas he estado.
Cogí el tren en la Estación del Norte, en un mediodía aún caluroso de primeros de noviembre. Iba cargada con mi mochila llena de libros y, en este caso también de serias y profundas dudas. En el asiento contiguo se sentaron una madre treintañera y su hijo, gente bien parecían. Yo dejé perder mi mirada en la pantalla del móvil. Me sabía de memoria el paisaje: naranjos, palmeras y alguna alquería blanca aquí y allá.
A la altura de Xátiva la mujer se levantó y le dijo a su retoño que se iba al servicio y que no se moviera del sitio. El niño afirmó con la cabeza y se quedó solo.
Más palmeras, menos naranjos, más vid. Montañas peladas. El paisaje comenzó a cambiar. La mujer tardaba. El niño me miró sin disimulo.
—¿Qué llevas en esa mochila? ¿No serás una terrorista?
—No por Dios —le dije—. Llevo libros.
—¿Tantos has comprado?
—Voy a venderlos. Los he escrito yo.
—Ale qué guay, yo también escribo.
El niño debía tener unos ocho años.
—¿Ah si? —dije interesada—. ¿Y qué escribes?
—Historias de piratas, sirenas y cañones. Y también islas desiertas llenas de cocodrilos.
—Muy interesante, y qué...
La madre volvió y me miró con severidad.
—Perdón, ¿qué hace usted hablando con mi hijo?
—Cómo usted tardaba, su hijo, supongo que aburrido, me ha preguntado qué llevaba en la mochila.
—No te he dicho que no hables con desconocidos, Albertito —dijo con tono grave dirigiéndose al niño.
El chiquillo no sabía dónde mirar.
—Es que esta señora escribe libros, como yo quiero hacer de mayor.
—Por Dios hijo, tú vas a ser ingeniero como tú padre. Ya ves esta pobre mujer, va por ahí cargada con sus libros seguro que para venderlos de casa en casa.
—No —Intenté defenderme.
—Albertito, hijo, los escritores son unos fracasados. Escriben porque no saben hacer otra cosa. Y para uno que gana dinero hay cien que pierden y luego culpan a todo el mundo de su fracaso.
Ya me estaba hartando de la doña Col.
—Señora que un niño tenga inquietudes literarias es muy importante. Solo el tiempo dirá si vale o no...
—¿Y ahora quiere darme lecciones a mí? Voy a llamar al revisor.
—Llame a quien quiera . Yo no he hecho nada.
La mujer volvió a marcharse y el niño me miró de reojo.
—¿Es malo escribir?—susurró.
—No —le dije en voz muy baja—, es fantástico.
No pasaron ni dos minutos y allí estaba de nuevo la señora acompañada del revisor, un señor enhiesto, con bigote y cara de malas pulgas.
—Mire, está mujer no para de decirle cosas a mi hijo, cosas que para nada le convienen.
El revisor me miró con severidad y se atusó el bigote daliniano.
—Señora, tendrá que bajarse del tren en la próxima estación.
—Quéééé?—. Estaba alucinada.
—No podemos consentir ningún altercado en el tren y, por encima de todo, debemos proteger a la infancia.
—Pero si yo no he hecho nada —gemí.
—En la próxima parada se baja del tren, señora, no hay más que hablar.
—¿Y cual es la próxima parada?
No me contestó.
Cogí mi mochila mientras todos me miraban con asombro y la mayoría se fundía con la pantalla de su móvil o su tablet. Antes de llegar a la puerta, me giré de forma teatral y grité:
—¡Sigue escribiendo, Albertito!
Y allí en la cantina de una estación en medio de la nada decidí renunciar a la feria del Manga. Mi madre solía decir que si las cosas salen mal es porque no convienen. Yo no lo tengo tan claro, pero decidí volver a la ciudad. El próximo tren pasaba en una hora. Tenía tiempo suficiente para pensar en el incierto futuro de Albertito. ¿Sería capaz de desafiar a su familia y convertirse en un gran escritor?
El tiempo lo diría.
Me ha encantado tu relato, Amparo, me he quedado con las ganas de que alguien le diera una lección a doña col, pero eso no sería lo correcto para la mujer de un ingeniero. Estuve contigo en esa estación escribiendo contigo. Ah, me gustó tu reacción al despedirte del chaval.
ResponderEliminarFeliz martes.
Hola Enrique. Cuánto talento se puede frustrar sin darnos cuenta. Los viajes en tren siempre son muy literarios. Feliz martes y feliz año 23. Gracias por comentar.
EliminarLo ficcionaste? Te pasó en ealidad?... Muy bien narrada, por lo demás... Pero si allá todavía hay gente con cerrazones como las de esa joven madre... Albertito no la tendrá nada fácil, verdad?
ResponderEliminarEs ficción, pero podría haber sido realidad. En los trenes suelen pasar cosas, sobre todo en los largos trayectos. Hay que potenciar los talentos de los jóvenes, pero aún hay quien los reprime. Gracias por tu visita. Feliz año.
EliminarTanka es una composición poética japonesa compuesta de cinco versos. El primero debe contener cinco sílabas, el segundo siete, el tercero cinco, el cuarto siete y el quinto también siete, lo que conforma un total de 31 sílabas, aunque a veces es casi imposible lograrlo y se admite alguna excepción.
EliminarAbrazo grande.
Es increíble que el revisor te hiciera bajar del tren.
ResponderEliminarDe todos modos, dado los tiempos que nos ha tocado vivir (más bien sufrir), puede pasar cualquier cosa. Siempre que sea una necedad, una insensatez. Ahora la sensatez no vende.
Muy buen relato.
Elías.
Es ficción, eh? Porque tú qué me conoces sabes que no me hubiera bajado del tren sin armar un buen jaleo. Pero podría ser realidad. La sensatez no vende, Elías, y el sentido común tampoco. Gracias por tu visita y feliz año 23!
EliminarAunque sea ficción no creas que no puede pasar algo parecido o haber pasado.
ResponderEliminarBesos.
Cómo dice Esther, en los trenes pasa de todo. Incluso puedes pasar miedo. O encuentros inesperados, romances... Gracias por tu visita a este jardín de invierno.
EliminarEn los trenes pasa de todo, deberian pedir modales antes de que subieran algunos ejemplares. Pobre niño, si llega a ser escritor será de adulto cuando salga de las garras de mama. Un abrazo
ResponderEliminarHola Ester. Entre mis hijos y yo podríamos escribir un libro de historias reales que nos pasaron en los trenes. Dan para mucho. Gracias por tu comentario.
EliminarQue viaje más bonito e interesante , tus viajes me encantan , así que espero subirme alguno de ellos. Un beso.
ResponderEliminarHola Campirela. Cuando quieras te convierto en la actora secundaria y te vienes de ferias virtuales. Gracias por leerme.
EliminarUna buena historia de trenes, yo creo que a veces se viaja en tren por ellas.
ResponderEliminarJa ja. Tienes razón. Es más cómodo y más peliculero que un autobús. A mi me encanta el tren, aunque es cierto que a algunas personas las tiraría por la ventanilla. Gracias por tu visita a mi jardín.
EliminarHola, Amparo.
ResponderEliminarMe ha resultado encantador el relato. Y con fina moraleja además, a contramano de estos raros tiempos que nos tocan trajinar. Se ve que te subiste a esos Trenes Rigurosamente Vigilados en los que nos intentan convertir. Una dulzura el niño, aun con la inocencia sin gastar.
Un beso grande.
Hola Mónica. Los trenes son productores de historias. Me gusta ir en tren, me inspira. Gracias por tu visita a este jardín de jazmines abandonados y resecos.
Eliminar¡Hola Amparamiga!
ResponderEliminarTe encontré en el blog de Toro Salvaje y decidí venir aquí. Y en buena hora lo hice.
Soy un periodista jubilado (81 años) pero mi cabeza sigue funcionando.
Me encanta el español que aprendí de niño y leo y escribo sin muchos errores... Me gusta poner algo de humor en lo que escribo, sobre todo en las crónicas. Ya he publicado tres libros.
Si quieres saber más de mí visítame http://anossatravessa.blogspot.pt
Yo te sigo. Espero que tú hagas lo mismo. ¡Muchas gracias!
Un beso
Henrique
Hola Henríque. Encantada de conocerte y me alegro de verte por aquí. Toro salvaje es un gran poeta. Ahora me paso por tu blog. Feliz año.
EliminarBeautiful blog
ResponderEliminarGracias por tu visita.
EliminarOk. Lo acabo de visitar.
ResponderEliminarA dónde vamos a llegar...
ResponderEliminarMe ha encantado.
Hola Roland. Es ficción pero podía ser real. Estamos perdiendo el Norte. Gracias por tu comentario.
EliminarUn cuento aleccionante sobre el derecho de elegir uno mismo su destino de vida y no lo que quieren los padres que uno sea. Ese final me ensalmó
ResponderEliminarUn abrazo. Carlos
Hola Carlos Augusto. Aún hay niños y jóvenes muy condicionados por lo que quieren los padres. Gracias por tu visita a este jardín de jazmines abandonados.
EliminarA los escritores se nos mira mal en todos lados. Somos malas influencias. No conocía tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece. Gracias y que tengas un buen día.
ResponderEliminarHola Rocío. Es ficción, pero sin duda tienes razón. Se nos mira un poco mal. Ahora me paso por tu blog. Gracias por tu visita a este jardín de jazmines abandonados.
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