lunes, 2 de diciembre de 2019

Desandando lo andado

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La luz que entraba por la ventana no era luz, era un insulto deslumbrante y soez. Hacía brillar los platos de porcelana dejados sobre la mesa, que aún tenían restos de comida que expelían un hedor desagradable. Marcos miró a su alrededor con la mirada empañada en lágrimas. Lo había decidido después de muchos días y muchas noches, días luminosos y noches eternas en las que despertaban a la vez todos los fantasmas que habitaron su pasado y ahora le susurraban palabras que no quería escuchar.

Pero al final esas voces le habían convencido. Sería fácil y además  —sonrió para sus adentros—, mucha gente se sentiría culpable y se arrepentiría de palabras dichas y de silencios cómplices. 
Salió al patio y regó las plantas. El jazmín inundaba de perfume empalagoso el pequeño recinto encalado. El perro del vecino aullaba como un lobo herido. «Otra vez lo han dejado solo los muy cabrones»—pensó. Sacó algunos restos de comida de la nevera y los lanzó por encima del murete que separaba su patio del corral del vecino. El aullido cesó.
Tenía que dejar una nota escrita y dejar la cama hecha. Que luego todo se sabe y todo se comenta. "Qué fíjate tú —dirán—, hasta se dejó la cama sin hacer—. Así que cambió las sabanas y la colcha, le quitó el polvo al Sagrado Corazón que colgaba sobre la cama y rogó para que no le tuviera en cuenta lo que iba a hacer. 
Apenas comió. El hambre se había ido como el rocío de la mañana desaparece con los primeros rayos de sol. A la hora de la siesta el pueblo dormía un sueño profundo. Sacó de la bodega la vieja Orbea oxidada. Para tan largo viaje no le hacían falta ni lujos ni alforjas. Los campos de trigo brillaban bajo el sol inclemente. La sequía era realmente pertinaz, como afirmaban los noticiarios. La tierra, muerta de sed, se resquebrajaba dolorosamente.
El terreno se tornaba difícil. La vieja Orbea, sin marchas, apenas podía avanzar por el camino pedregoso. Se detuvo y cogió aire. Entonces lo vio.
Era como un espejismo escapado del averno, el horror en sí mismo. Tiró la bicicleta al suelo y corrió hacia él. Todavía pateaba, haciendo esfuerzos por sobrevivir. El  animal le miró desde sus ojos color canela. Colgaba su cuerpo de un árbol; sus patas apenas rozaban el suelo. Cortó la cuerda con la navaja que llevaba al cinto. El perro cayó al suelo y respiró.  El hombre blasfemó, maldijo, echó pestes en todos los idiomas. Quitó con cuidado la cuerda del cuello del animal y acarició suavemente su lomo. Este le miró a los ojos. Respiraba trabajosamente pero respiraba. 
Entonces supo que debía volver a casa, desandar lo andado, olvidar su siniestro proyecto mortal, dar de beber a aquel desheredado de la vida, como él mismo. 
Comenzó a bajar hacia el pueblo, sin prisas, lentamente. La tierra brillaba bajo el sol todopoderoso. El can caminaba a su lado, siguiendo el compás de sus pasos vacilantes. 
—Compañero— le dijo mientras le acariciaba las orejas.
Y siguieron caminando. 

12 comentarios:

  1. Cuando otro está peor olvidamos nuestro dolor.Bonito relato. Abrazos

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    1. Cierto. Me alegro de verte por aquí. Muchas gracias por tu visita y tu comentario.

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  2. Que maravilloso es que el sufrimiento de otro pueda hacer olvidar el propio. Sólo las pequeñas grandezas de algunos hacen soportable las miserias de otros, sino que se lo pregunten al perro

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    1. Exacto. Lo has expresado mejor que yo. De cuántas tristezas nos salvan los animales! Gracias por comentar.

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  3. Sólo valoramos lo que tenemos cuando sabemos lo que es perderlo.
    Relato hermoso e inquietante. Y si el hombre no hubiese tenido con qué cortar la cuerda....

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    1. Hombre precavido vale por dos. El sufrimiento ajeno y la empatía nos ayuda a valorar lo que tememos. Y a compartirlo. Gracias por comentar.

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  4. El poder de la mirada de unos ojos que casi vuelven del ...
    No hay quien se resista cuando soledad, desdicha, desamor, abandono son comprendidos, compartidos; las almas que se reconocen en el infortunio caminan paralelas, sea sobre dos o a cuatro 'patas'.

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  5. Tu, que tienes animales en casa, sabes cómo hablan sus miradas y hasta donde no pueden elevar el ánimo. Gracias por comentar.

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  6. Un relato muy emotivo Amparo, el final precioso, y perfectamente redactado, me encanta leerte.
    Un abrazo
    :)

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    1. Hola Ana. Muchas gracias. A mí también me encanta leerte. Nos seguiremos "viendo" en este mundo digital. Gracias por tu comentario.

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  7. ¡Que suerte tuvieron al encontrarse! Cuando los hombres te dan la espalda, un animal nunca te defrauda.
    Me ha emocionado tu relato; como enamorada de los animales que soy nunca me resisto a sus miradas pidiendo ayuda y ellos siempre te devuelven tus cuidados en confianza infinita.
    Gracias a tu visita por mis Pompas de jabón, he descubierto un rincón acogedor.
    Un abrazo y una sonrisa :)

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  8. Gracias Framboise. A mí también me encantan los animales y creo que en este país tenemos un grave problema con su maltrato y abandono. es terrible. Seguiremos leyéndonos, espero. Gracias por tu comentario.

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