jueves, 17 de abril de 2014

El secreto de Maurice. Capítulo XXII



Una semana después Coraline salió del hospital. El médico había querido asegurarse bien de que la joven no tenía ninguna lesión interna, y aunque su cuerpo estaba cubierto de enormes moratones por todas partes, no parecía que la cosa tuviera mayor importancia. 
Afortunadamente, le dieron el alta un miércoles por la tarde, así que pude quedar con ella en la cafetería que había enfrente, junto al jardín del observatorio. Hacía una tarde fría pero el sol brillaba con una luz anaranjada que arrancaba reflejos dorados de su corto cabello. Se le notaba cansada, dolorida, quizás asqueada. Pidió un café au lait y un croissant, y cuando el camarero se alejó, me miró con aquellos enormes ojos de niña que iluminaban su rostro. 
- Je ne sais pas que je dois faire. ¿Comprendes?
Qué debía hacer. Era la misma pregunta que yo me había hecho durante días, después de dejar a Alice en su cuna y disfrutar de mi momento diario de relax. 
- No puedes volver a tu casa - dije-. Sería una locura, una temeridad. 
-  Alors, que puis je faire?
Había lágrimas iluminando sus largas pestañas negras. No podía andarme por las ramas.
- ¿Tienes dinero?
- Un peu. Ce soir je vais dormir dans la maison d´une amie. 
- ¿Puedes dormir en casa de una amiga? pregunté con la esperanza de haber entendido bien. 
- Sí, pero seulement une nuit. Elle a des problèmes avec... son novio. 
- Ve con ella, pues, - dije aliviada-, y mañana buscaremos una solución. Lo cierto es que he tenido una idea...
Sonó mi móvil. Era Guillermo. Su voz sonaba alegre, como si estuviera sonriendo mientras hablaba. 
- ¿Tienes plan para esta tarde? - preguntó confiadamente-. 
- Estoy con una amiga que acaba de salir del hospital. Apenas le había hablado de Coraline a Guillermo, así que tuve la sensación de que aquello sonaba a excusa, incluso para mí misma.  
- Pues nada - dijo resignado-. Otro día...
- ¿Que querías? 
- Quería invitarte al cine.
Vaya por Dios. Dudé. 
- Pues...
Vi que Coraline me hacía toda clase de gestos con las manos. 
- Espera un segundo - le dije- 
- Vous avez un rendez-vous? - preguntó Coraline sonriendo con picardía-. Tranquila, je vais a la maison de mon amie. 
- Pero... - intenté protestar- 
- Pero nada - cortó Coraline tajante- Demain nos vemos
Volví a la conversación interrumpida. 
- Guillermo ¿sigues ahí? 
- Claro. 
- Puedo ir al cine. Mi amiga tiene que hacer una visita. 
- ¿Dónde estás? 
- En el jardín del observatorio.
- En veinte minutos estoy ahí.- aseguró precipitadamente-.
Le dí a la tecla roja y guardé el móvil en el bolso. Coraline me observaba con mal disimulado in terés. 
- Un rendez-vous?
- ¿Un qué?
La muchacha sonreía abiertamente. 
-¿Un... encuentro?
- Una cita, sí, pero con un amigo. 
- Bien -respondió Coraline levantándose con un pequeño brinco. Demain je te telefono. 
La vi alejarse con su contoneo particular. Observé que algunos hombres se volvían para mirarla, pero ella hacía caso omiso. Estaba claro - pensé aún en contra de mi voluntad- que no se podía dejar de ser puta de la noche a la mañana. E inmediatamente me odié por este indeseable pensamiento. 
Estiré las piernas por debajo de la mesa. Guillermo tardaría apenas quince minutos en llegar. Sonreí al pensar de qué extraña forma se estaban liando las cosas. En honor a la verdad, si no hubiera sido por Coraline, nunca hubiera conocido a Guillermo. O sea, que le debía una. Aunque sabía aún muy poco de él, tenía algo que me atraía poderosamente. ¿Podría ser su resolución? ¿El espíritu utópico que le movía? ¿su mirada verde turbio? ¿sus mocasines desgatados y su absoluto desprecio por la imagen? ¿O posiblemente todo ello junto?
En aquella gran ciudad llena de brumas que se extendían sobre el presente y el pasado, Guillermo era quizás la piedra angular, la que en ese preciso momento necesitaba para sostenerme, para no caer en el vacío de la soledad. El incierto futuro de Coraline me pesaba como una mala conciencia. La historia que poco a poco me iba contando François me había producido más de una pesadilla. Guillermo, en ese contexto de realidad presente y pasada pero siempre desgarradora, era el aire fresco en pleno desierto,  el minuto de  calma en la tempestad. Y ni siquiera me había dicho qué película íbamos a ver. 

Veinte minutos más tarde llegó. Caía la tarde entre nubes azulonas y rojizas, lo que, según la sabiduría popular, presagiaba un día de viento. Entramos al cine con dos o tres minutos de retraso. La película llevaba por título Entre les murs y describía el día a día de un colegio de secundaria en un barrio marginal de París.

La sala estaba cálida, había poca gente, el asiento era muy cómodo y la compañía, excelente. Sin embargo, sin poderlo evitar, más de una vez desvié la atención de la pantalla para pensar en la posible solución al problema de Coraline. Había pensado que quizás podía quedarse en casa de Francois a cambio de ayudarle en las tareas del hogar, pero también era verdad que no conocía suficientemente bien ni a uno ni a otro para proponerles vivir bajo el mismo techo. A mi precioso pisito no me la podía llevar porque entre otras cosas no era mío, y tenia claro que Coraline no podía regresar a aquel barrio que supuraba abandono por cada una de sus destartaladas ventanas. 
La película acabó pasadas las siete y media. En la calle soplaba un aire frío y desde las cocinas de los pequeños restaurantes llegaban olores de especias que despertaron mi apetito. Aunque no dije nada, Guillermo pareció haber leído mi pensamiento ¿o quizás había escuchado el sordo ruido de mi intestino?
- ¿Tomamos algo? - preguntó -, yo invito- añadió sin darme tiempo a contestar. 
Acepté con un movimiento de cabeza. Nos sentamos en el interior de un pequeño restaurante que extendía sus toldos rojos sobre la acera. Sobre la mesa, un mantel de cuadros, una vela encendida y un pequeño ramo de flores. Guillermo me miró por encima de todo ello desde sus ojos verdes. 
-¿Te ha gustado la película?
- Es casi como un documental ¿no?
- Sí. Es el día a día de un profesor en un barrio marginal. Realmente es como mi día a día. Como no sabía cómo explicártelo, preferí que vieras la película. 
Me tomé un tiempo antes de decir: 
- Es duro, es muy duro. 
- Es duro, sí. A veces te encuentras con jóvenes inteligentes y llenos de ideas que no tienen presente y sabes que no van a tener futuro.  Cuando el día a día se convierte en una carrera por la supervivencia, la vida deja de tener sentido. 
- Eso suena a batalla perdida.
-  Bueno - suspiró profundamente-, aunque las batallas estén perdidas, nunca hay que darse por vencidos. 
Me miró fijamente por encima del humo blanquecino de la vela.
- ¿Qué te preocupa?
Noté que me sonrojaba. 
- ¿Tan transparente soy?
- Ahora mismo,sí.
¿Podía expresar en voz alta mi idea?
- He pensado algo, pero no lo tengo muy claro.
- Dime.
-Es Coraline, la chica con la que estaba hace un rato. Ya ha salido del hospital. 
-Y...?
- No tiene adonde ir. No puede volver a su casa.
- Es evidente ¿Has pensado algo?
- He pensado algo pero es posible que sea una estupidez. 
El camarero dejó sobre la mesa dos platos de salmón con guarnición y una botella de vino blanco. 
- Bon apetit - dijo-, y desapareció rápidamente después de hacer una leve inclinación de cabeza. Guillermo me animó a continuar. 
- Dime Asun. 
- He pensado que podría vivir con François, el anciano del que te hablé. Ese hombre es muy mayor  y está muy solo, y ella también. 
- ¿Lo has hablado con él?
-Todavía no- admití- 
Esperaba que me dijera: ¿y a qué esperas? pero fue más generoso. 
- ¿Qué te detiene?- preguntó- 
-Meterme en un lío. 
Guillermo dio un sorbo al vino y sonrió. 
- Deberías estar ya acostumbrada. 
- No te burles de mí- respondí fingiendo que me había sentado mal-. Ya te dije que para la familia para la que trabajo ese hombre es como el mismo diablo. 
- ¿Por qué?
- Historias del pasado que ensombrecen el presente.  ¿Recuerdas que te hablé del padre de Juliette, Maurice, que fue amigo de François en su juventud?
- Sí, Claro.
- Pues a pesar de esa amistad y de que lucharon  juntos en la Resistencia,  algo les debió separar... Posiblemente, una mujer. 
-Y tu temes que tu jefa acabe enterándose que ahora  cuentas entre tus amigos a ese "diablo"- dijo con sorna-
Afirmé con la cabeza.
- ¿Nunca te ha pasado - inquirí- que a veces ocultas algo, una tontería, y eso te lleva a ocultar otra cosa mayor y al final tienes la sensación de que ocultas un gran secreto que ya no puedes desvelar?
- Me ha pasado, pero en tu caso creo que eres muy libre de hacer lo que quieras. Mientras cumplas con tu trabajo...
Guillermo se echó hacia atrás como si quisiera llenar sus pulmones de aire de un gran bocado. 
- Si te sirve de consuelo - dijo- yo muchas veces no se qué hacer cuando algún alumno me dice que no quiere volver a clase, que su padre se ha ido de casa o que su hermano está en la cárcel... ¿Cuál es la actitud, la respuesta adecuada?
- ¿Y qué haces?
- Actúo según mi conciencia, o procuro hacerlo, aunque en ocasiones sabes que eso va a acarrearte alguna que otra bronca, y a veces de las persona que menos te lo esperas. 
- Eso es lo que yo trato de hacer, pero mi conciencia también me dice que no puedo arriesgarme demasiado. 
- Habla con François. Ya sabes que la peor respuesta es un no. 
Sonreí. Era justo lo que quería oír. 
- Y ahora, Asun, procura no pensar y disfruta de la cena. 
El ambiente era agradable, el salmón estaba especialmente sabroso y el vino no podía ser mejor. Todos estos factores sumados hicieron que me sintiera bien, que me olvidara de mis problemas, que tuviera la sensación de que el tiempo se había detenido y que seguiría detenido durante mucho tiempo. Pero eso nunca ocurre. 
- ¿Cómo has dicho que se llama la mamá de Alice?
- ¿Lo he dicho?
- Si lo has dicho no lo recuerdo. 
- Juliette, Juliette Girard.
Guillermo parecía tan concentrado como si pretendiese resucitar al salmón que dormía su último sueño sobre su plato.
- Hace unos días me llamó.
Sentí que no había entendido bien.
- ¿Quién? -pregunté- 
- Juliette. 
El vino debía estar sentándome mal. Un atropello de incógnitas se daban cita en mi cerebro. 
- ¿A ti ?¿por qué? -pregunté-
Posiblemente mi tono de voz no había sonado muy amigable. 
- Bueno- rectificó-, no precisamente a mí. Preguntó por el responsable de Educación ciudadana y como no estaba, habló conmigo. 
Era consciente de que mi voz se había enfriado como el hielo de una cubitera.
-¿Qué te propuso?
- Fue muy amable. Me planteó la posibilidad de dar una charla en el colegio. Yo le respondí que quizá no era el lugar adecuado, pero que de todas formas tendría que hablar con mi compañero. Ella entonces insistió y la pasé con el director. No sé cómo quedarían pero está claro que me enteraré. 
Era curioso. Todo confluía hacia el mismo punto como si alguien, desde algún ignoto lugar, estuviera hilvanando los hilos de una tela de araña. Y lo peor de todo era que cada vez tenia más claro que la mosca atrapada  en esa tela era yo.
Sin duda, en ese momento mi rostro debía ser la expresión misma de la máxima idiotez. No se me ocurría decir nada que tuviera un mínimo sentido. 
En vista de mi silencio, Guillermo retomó el hilo. 
- Antes de que se me olvide - dijo al tiempo que abría una pequeña carpeta-, toma la lista, en la cuartilla que hay junto a ella he anotado los datos que he podido recoger. De todas formas- añadió-. es evidente que el papel está roto. Supongo que te has dado cuenta. 
Cogí el papel con precaución y observé su margen inferior. Era cierto. Estaba rasgado de la forma en que doblamos un papel y lo cortamos con la mano. 
- No me había dado cuenta - reconocí-. 
- Parece ser que alguien no quería que, si la lista fuera encontrada, pudiera acceder a todo el contenido. 
Pensé una vez más que estábamos rizando el rizo. 
- Y entonces- inquirí-, ¿por qué no la rompieron del todo?
- Esa es una buena pregunta, Asun. Supongo que para alguien esa lista era un as en la manga. 
Me estaba perdiendo por completo pero disimulé. 
- Es posible.
Dí un sorbo breve al vino y comprobé una vez más que su calidad era inversamente proporcional a mi capacidad para razonar. 
- ¿Qué propones? - interrogué sonriendo-. ¿Nos vamos a Normandía? ¿Buscamos el trozo de papel perdido? ¿Hacemos una locura? 
Definitivamente, estaba perdiendo el norte y los demás puntos cardinales. 
Guillermo se había quedado con un trozo de lechuga y otro de tomate enganchados en la punta de su tenedor, a medio camino entre el plato y su boca. 
- ¿Podrías pedir permiso para el viernes por la tarde?
- Tendría que hablarlo ¿por qué?
Guillermo se reclinó en el asiento. Sonreía con picardía. 
- Porque me apetece conocer esa hermosa casa de Normandía.
El vino había llegado a mi mejillas y las había coloreado suavemente. 
- Estás loco, loco - reí a carcajadas- 
- Como una puta cabra.
¿Y qué vamos a hacer con Coraline?
- Seguro que puede quedarse unos días más en casa de su amiga. 
El terror, aunque apaciguado, me asaltó. 
- ¿Y como entramos en la casa?
- Abriendo la puerta, Cenicienta. Ya sabes lo que debes hacer.
- ¿Pedir la llave?
Guillermo sonrió de oreja a oreja.
- No había pensado precisamente en eso -susurró como si alguien pudiera oírnos-.
Sí, era cierto, ya sabía lo que debía hacer. Conseguir un hogar para Coraline, hablar con François, pedir una tarde de permiso, mentir como una bellaca y, lo peor de todo, sustraer una llave e invadir una morada ajena. No era un mal plan. 
- ¿Hecho?- preguntó Guillermo levantado la copa-
- Hecho- contesté levantado la mía. 
Fue entonces cuando me dí cuenta de que mi mano temblaba. Y no era para menos. 




5 comentarios:

  1. No sé cómo lo haces. No sé cómo puedes escribir tanto y hacerlo tan bien.
    Sólo hay un fallo. Pero éste es mío: ¡ No consigo recordar nada de la maldita lista !
    Pero ya me enteraré.
    Muy bueno.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Le robo tiempo al tiempo, Elías, porque hoy jueves santo he trabajado hasta las tres. pero poco a poco van saliendo las cosas. Por cierto, no eres tu el único que se lia con esta historia. ya veremos cuando lea el conjunto los fallos garrafales que voy a encontrar. feliz Semana Santa.

      Eliminar
  2. No sé cómo lo haces. No sé cómo puedes escribir tanto y hacerlo tan bien.
    Sólo hay un fallo. Pero éste es mío: ¡ No consigo recordar nada de la maldita lista !
    Pero ya me enteraré.
    Muy bueno.

    ResponderEliminar
  3. Umm, ¿qué esconderá el trozo de lista que falta?
    Este capitulo lo he leído del tirón, ¡como me entretienen tus letras!
    Saludos, feliz finde
    ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Ana. A ver si estos dos o tres festivos le doy un empujón a la novela. me alegra que te guste. A ver cuando consigo publicar el siguiente.

      Eliminar