domingo, 21 de julio de 2019

Todos esos otros domingos de verano

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Mi primer, y por ahora único, libro de relatos se titulaba Domingo de verano. Lo escribí hace años. Es una colección de relatos que cedí a la asociación Proyecto Lazarus, capitaneada por mi entrañable amigo Josep Molina,  cuyo hijo mayor sufrió un grave accidente en la nieve que le dejó tetrapléjico.  Este padre coraje tuvo la idea de editar mis relatos y dedicar los beneficios a la asociación que preside y en la que, literalmente, se está dejando la vida. Un aplauso desde estas líneas. 
El primer relato de aquel libro profundiza en los recuerdos nostálgicos de los veranos de la infancia, de esos veranos felices que somos incapaces de olvidar.  Pero los domingos de aquellos veranos que se pierden en la memoria de los tiempos dan para mucho, y este relato bien podría llamarse  Todos esos otros domingos de verano.
Aquellas jornadas dominicales de los años sesenta y setenta giraban en torno a la misa de doce. Mi padre se ponía su chaqueta blazer azul marino, aunque hiciera un calor infernal, y mi madre un discreto traje de chaqueta que ella misma se había cosido. A mí me vestian con un trajecito de batista de corté evasé, calcetines  blancos de perlé y  zapatos de charol. Y siendo muy pequeña recuerdo incluso haber llevado un velo de tul blanco con pequeños topitos del mismo color. 
Debo reconocerlo. En la misa me aburría como una ostra y, pasada la homilía, no paraba de repetir, ¿cuanto falta, cuanto falta?  En ocasiones venía a predicar algún sacerdote a quien sus provechosos y piadosos discursos habían dado cierta fama. Y entonces la gente acudía en tropel. "Que diuen que hui ve un bon predicador". Y la Iglesia se llenaba hasta las bancadas del Ayuntamiento,  con señoras endomingadas que se abanicaban sin cesar y señores que se sentaban en las últimas filas de bancos por si a mitad de la eucaristía  les apetecía salir a fumarse un cigarrito. Pero lo mejor venia al acabar la misa. De forma espontánea, mientras el sol caía a plomo en las estrechas calles sin árboles, nos reuníamos todos en casa de mis tías, la casa familiar, la casa que había sido de mis abuelos, y allí, entre antiguas fotos de antepasados, patios encalados y zócalos de Manises, se debatía el sermón del predicador. Y los debates eran intensos, apasionados, vehementes. Mientras a unos les había encantado la homilía, otros la habían encontrado trasnochada, anticuada. Y los más jóvenes contemplábamos aquellos combates dialécticos con cierto estupor, porque la realidad era que durante el sermón habíamos estado pensando en la mona de pascua, o más bien oteando el horizonte para comprobar si el chico que nos gustaba estaba unos bancos más adelante. 
Con el paso de los años, los tíos fueron desapareciendo, y los padres, e incluso algunos primos. Y ya no fue lo mismo. Porque aunque digan que las cosas se superan, nunca se olvidan. Y el recuerdo de algunas buenas cosas perdidas, duele como una espina atravesándote el alma encallecida. 
Y después del debate, venía el aperitivo, otra de las buenas costumbres de mi familia, pero esa es ya otra historia. 
Domingos de verano, ardientes, tormentosos, lejanos, felices, que de vez en cuando vuelven a la memoria cargados de sensaciones y de ecos de voces que nunca podremos olvidar. 

10 comentarios:

  1. Cómo siempre, cinco minutos refrescantes y encantadores al leer tu relato cortos escrito de una manera que parece cortísimo. Hoy he oido misa con vosotros y he tomado el aperitivo en la casa familiar de tus abuelos. Al menos me lo ha parecido.
    Pepín.

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    1. Gracias comandant.Muchos recuerdos de aquellos ya lejanos veranos.

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  2. Al leerlo me traslado a mí propia infancia tan lejana y sin embargo tan cercana. Que nostalgia. Que relato más sencillo y más entrañable

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    1. Muchas gracias. El tiempo pasa, inexorablemente. Gracias por tu comentario.

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  3. Desde luego la lectura de tu relato ha sido una mirada al espejo, recuerdos que han pasado por delante de mis ojos y me han sacado una sonrisa pícara:
    Mi vestido azul de los domingos, la mano de mi abuela apretándome la mia y tirando de mi para q aligerara el paso camino de la iglesia de San Eugenio y Santa Inés. Luego,el paseo de los domingos a la Pza. de la Virgen, seguida de una comida familiar... Cuchicheos cómplices entre primos.. Y la vuelta a casa subidos en el tranvia... Buenos recuerdos! Domingos de mi infancia! Gracias por abrir esta ventana al pasado. Saludos calados!

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    1. Hola Marinela. Unos recuerdos despiertan a otros, en cascada. Y eso quería yo, que cada uno sacará a la luz sus domingos de verano. Encantada de leerte. Muchas gracias por tu comentario.

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  4. Como me has hecho volver a los recuerdos de mi infancia..cuando nos poníamos nuestras mejores galas (entre ellas esos zapatos de charol duros que te hacían un daño terrible)te ibas a la iglesia.las niñas en los primeros bancos de la derecha,las jóvenes y las mujeres detrás,los niños y los hombres en los bancos de la izquierda ....deseando que el párroco no se enrollara mucho y que hiciese la misa cortita y al acabar todos en la plaza de charreta llevando los chismes y iendo al bar de la plaza a por una gaseosa y los hombres al vermout.... y por la tarde al guateque en la plaza con el picu y los discos rayados.....donde quedaron esos domingos de verano en los pueblos....

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    1. Pues la verdad es que quedaron en nada o casi nada. Ahora los jóvenes cogen los coches y se van del pueblo los domingos. Pocos, muy pocos, van a misa, y por lo tanto se ha perdido la costumbre de la tertulia a la salida de misa y del aperitivo posterior. Esos veranos ya sólo están en nuestra memoria. Y alli seguirán mientras nuestra memoria permanezca. Gracias por tu comentario.

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  5. Gracias a la memoria esos recuerdos hacen que puedan volver a la vida lugares, personas y situaciones que, pese a parecer olvidados en el día a día, son los que nos han hecho como somos y siempre nos acompañarán.
    Por cierto, no me importaría leer ese libro tuyo de relatos.
    1b7.

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    1. Hola Paco. Qué acertado comentario el tuyo. Somos el resultado de todas esas vivencias. Creo que Aun tengo algún libro de relatos por casa. Muchas gracias por tu comentario.

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