domingo, 1 de junio de 2014

El secreto de Maurice. Capítulo XXV




Poco antes de las siete me desperté. Era todavía de noche y el ambiente de la habitación me pareció inhóspito. Hacía tanto frío que sentía las manos adormecidas y de mi boca salía una larga nube de vaho. No llegaba a comprender cómo Guillermo podía seguir dormido en el sofá a pierna suelta. Me levanté intentando no hacer ruido, me puse una bata que aún guardaba del verano anterior y bajé a la cocina. No habíamos cenado y estaba muerta de hambre. En uno de los armarios encontré café soluble. Al abrir el bote me apercibí de que se había convertido en una piedra, pero supuse que no llegaría a ser venenoso. Junto a él halle un brick de leche al que apenas faltaba una semana para caducar, y el bote del azúcar. Dí el gas, calenté la leche, golpeé con furia la piedra de café y me senté a desayunar. Comenzaba a amanecer, lo que me permitió ver cómo las primeras luces del día iluminaban un jardín que ahora aparecía abandonado, descuidado, salvaje. Mientras sorbía el café me pregunté qué locura había cometido. Era como si la luz del día me fuese devolviendo la cordura. Cada rayo de sol que iba empujando a la oscuridad, me dejaba cara a cara con el despropósito que habíamos llevado a cabo. Aunque, después de todo, no se estaba mal allí. Y la inesperada visita de la noche anterior, y que me había puesto al borde del síncope, había supuesto sin duda una apasionante descarga de adrenalina. Era fácil no ser derrotista porque las cosas habían salido bien cuando habían estado a punto de acabar mal, muy mal. 
- ¿No me digas que has hecho café?
La voz de Guillermo, convertida en susurro, me sobresaltó. Iba despeinado y tenía los ojos levemente hinchados. 
- He hecho café, si a esto se le puede llamar café.  
- Eres un ángel. 
Sonreí en señal de gratitud. 
-  Pues me siento como un diablo. ¿Has dormido bien?- pregunté- 
- Fatal. He tenido pesadillas ¿y tú? 
- He tenido frío. 
- Haberte venido al sofá- añadió con desenfado mientras se servía una taza de café-. ¿No has oído hablar del calor humano? 
No contesté. Me quedé mirando el jardín en el que se dibujaban los primeros rayos de sol. 
- Este lugar es precioso - afirmó-. 
- Sí. 
Una niebla baja se dejaba caer sobre los arbustos mientras la luz fría y tamizada iba tocando cada rincón y devolviéndolo a la vida. 
- Ojalá pudiéramos quedarnos - dije casi sin pensar-. 
- Ojalá, pero nos pillarían con las manos en la masa, nos denunciarían por allanamiento de morada y, probablemente, ambos nos quedaríamos sin trabajo. ¿Estás dispuesta a pagar ese precio? 
- Ni loca - contesté levantando la voz-. Salgamos cuanto antes de aquí. 
Media hora más tarde, Guillermo y yo, agazapados en la maleza como cazadores furtivos, dejábamos la casa por la puerta de atrás. Ya en la pequeña carretera que iba hacia el lugar donde habíamos dejado el coche, Guillermo me cogió de la mano como si quisiera invitarme a acelerar el paso. Me sentía como una adolescente fugitiva. 
- Maldita humedad que se mete en los huesos - dijo-, pero yo no notaba nada porque en aquel momento una pequeña ola de calor había invadido todo mi cuerpo. Callé porque temía que mi voz temblase. 
- ¿En qué pensabas cuando he bajado a desayunar? Te he visto muy meditabunda - inquirió Guillermo cuando ya nos habíamos separado suficientemente de la casa y comenzábamos a recuperar el aliento. 
- En que sido una locura venir hasta aquí y en que, sin embargo, ha sido divertido.
- Pues anoche cuando entró el tal... ¿Cómo se llama? 
- Jean Paul.
- Pues cuando este buen hombre entró, haciendo gala de un gran valor por cierto, estabas pálida como un fiambre. 
-¿Y como quieres que estuviera? Ese hombre me conocía. No hubiera podido darle una explicación coherente. 
Guillermo me apretó la mano en un gesto de absoluta complicidad. 
- Tuvimos suerte. 
- No volveré a hacerlo - manifesté con el tono de una niña pequeña que acaba de hacer una gran travesura. 
Salimos de Octeville sur mer cuando el sol comenzaba  a iluminar los tejados puntiagudos de las casas, los acogedores jardines, las buganvillas que trepaban por las vallas de madera pintadas de blanco. Había dormido mal. Tenía sueño atrasado, pero temía que Guillermo estuviese tan soñoliento como yo y se durmiera conduciendo, así que intenté mantenerme despierta. Sin embargo, el sol que entraba por la ventanilla, el plácido paisaje, el rumor monótono del motor del coche, se confabularon contra mí y acabé durmiéndome con la cabeza apoyada en el cinturón de seguridad. 
-¿Quieres almorzar, dormilona?
Guillermo me despertó con un leve golpe en la pierna. Nada más abrir los ojos me odié a mi misma. 
- ¿He sido capaz de dormirme?
- Y tan capaz. Casi me duermo yo. 
- Eso hubiera sido peor - contesté riendo mientras desabrochaba a duras penas el cinturón de seguridad. 
Eran pasadas las doce ¿Hora de comer? Después de tantos meses viviendo en Francia, no conseguía acostumbrarme a los horarios europeos. El coche se había detenido junto a un pequeño restaurante. Miré a derecha e izquierda. No sabía dónde estaba. - ¿Te has salido de la autovía?-
- Era eso o morir de hambre. Vamos, por esta zona tienen unos quesos magníficos.
El local era luminoso y muy acogedor. Las paredes estaban pintadas de azul y la mesas, cubiertas por pulcros manteles blancos, se alineaban junto a grandes ventanales.  Al fondo del salón había una chimenea encendida y sobre ella, un horrible cuadro de montañas nevadas.  aldeas diminutas y ciervos desproporcionados. 
-Esto es un sueño - murmuré mientras me quitaba el abrigo-. 
Y era un sueño, no por el sencillo y acogedor restaurante en el que habíamos recalado, sino por todo aquel fin de semana tan disparatado como inesperado. Un sueño del que no quería despertar, un retazo de tiempo dulce que, de tan bueno, me llegaba a hacer sentir mal. 
Pedimos una ensalada, una tabla de quesos y un pollo en salsa. Mi larga tradición de penurias económicas me hizo temer lo peor. 
- ¿Podremos pagar todo esto?- dije bajando la cabeza sobre la mesa hasta que la barbilla casi la rozó. 
-Esta vez invito yo - dijo-. 
Le miré perpleja. 
- ¿Y cuando he invitado yo? - pregunté con curiosidad-.
- ¿Cuando? Me has invitado a pasar la noche en una preciosa casa de Normandia, ¿te parece poco?
Sonreí. Estábamos coqueteando como dos adolescentes y ambos lo sabíamos. 
- Hubiera preferido invitarte a una tranquila y, al menos, legal estancia. 
La camarera se acercó con la ensalada en una mano y el bloc de notas en la otra.
- Qué ce que vous voulez boire?
- Vin de la maison.
- Merci monsieur. 
Cuando la camarera se hubo alejado, susurré con ansiedad:
- Supongo que has cogido el papel. 
- Claro, ¿quieres verlo?
- Por favor. 
Mirando a uno y otro lado como si alguien pudiera espiarnos, Guillermo sacó la cartera del bolsillo de su chaqueta, la dejó sobre la mesa y extrajo suavemente la tira de papel que habíamos encontrado en la biblioteca. Leí: Maurice Girard, Eugène Beauvois. Sólo dos nombres, dos nombres que habían sido desgajados por alguien de la lista de nombres que Alice había estado a punto de comerse. 
- Maurice es el padre de Juliette...
- ¿Y el otro?
- No tengo ni idea.
Guillermo puso su mano sobre la mía. 
- ¿Qué buscas?- preguntó-, ¿Qué información puede aportarnos ese trozo de papel?
Me hubiera gustado tener la respuesta. 
- No lo sé - dije-. Es como cuando no consigues descifrar uno de esos sencillos jeroglíficos que vienen en las últimas páginas del periódico. Es más que posible que descifrarlo no sirva absolutamente para nada, pero llega un momento en el que te obsesionas. 
Dí un pequeño sorbo a la copa de vino. Era magnífico. 
- De todas formas -añadí-, es el sufrimiento que intuyo en François lo que me hace continuar. Es como si algo superior a mi me empujara a seguir buscando. Me faltan piezas para acabar este puzzle.
Me recosté en la silla mientras mantenía la copa en la mano. Sonreí.
- En realidad me siento como cuando vas a la cocina a por algo y cuando llegas allí ya no sabes por qué razón has ido. 
Guillermo sonrió con dulzura y sus ojos brillaron como los de un gato en la oscuridad. 
- Porque eres curiosa y eso me gusta. 
Pisando arenas movedizas de nuevo. 
- Cuando buscas algo a ciegas - afirmé-, es posible que encuentres cosas que no te gustan. 
- Es posible - corroboró Guillermo-, aunque siempre se ha dicho que el que busca, encuentra, pero nadie te asegura que encuentres lo que deseabas. Ese es el reto.
Ya no sabia ni de lo que estaba hablando. Afortunadamente, la camarera vino con la bandeja de pollo en salsa de setas. Tenía un aspecto bonísimo pero mi hambre había menguado como un suéter de lana en una lavadora de agua caliente. 
- Tengo una especie de rompecabezas en la cabeza - dije entre bocado y bocado-, un lío tremendo. No logro colocar ni una pieza en su sitio, y una de ellas es la información que me dio César. 
Guillermo tardó en contestar. 
- Me he perdido. 
- Cesar, ¿no recuerdas? te hable de él. El profesor jubilado que estaba en el Instituto donde fui a entregar las charlas de Juliette. Interrumpió a la profesora Ana con acritud, puso en duda los datos que aportaba Juliette en su conferencia y, para colmo, lo que después me contó Javier. 
- ¿Que te dijo?
- Que el hermano mayor de César, Paul, importante miembro de la Resistencia, fue detenido y torturado por la Gestapo. Después estuvo interno en un campo de concentración del que consiguió escapar cuando era trasladado a otro campo. Sin embargo, años después de finalizar la II Guerra Mundial, negó la existencia del holocausto. No lo entiendo. ¿Sindrome de Estocolmo o qué demonios...?
Guillermo me miraba como si no comprendiese mi ataque de indignación. 
- Es posible, pero puedo decirte, aunque no es comparable, que por la experiencia que he tenido con chavales de ambientes marginales, cuando el sufrimiento que otra persona ejerce sobre ti es desmedido, intolerable, excesivo, a veces no sólo intentas hacerte fuerte frente a él sino incluso puedes llegar a justificarlo. 
No sabía si había comprendido. 
-¿Como un mecanismo de defensa?
- Exacto. No puedes concebir que haya gente tan malvada,  hasta el punto de que intentas buscar, desesperadamente, una explicación. En ese proceso, llega un momento en el que te acabas ocultando la verdad a ti mismo. Es como si te volvieses ciego o amnésico. 
- Terrible - afirmé mientras dejaba perdida la mirada en el fuego que ardía en la chimenea-, Justificar algo para poder negar lo que has vivido. 
Guillermo dio un largo sorbo de vino. 
- En el fondo, supongo que es puro instinto de supervivencia que acaba haciéndole un flaco favor a la historia. ¿Quieres postre?
- No puedo más. Creo que voy a pasar directamente al café. 
El café ardía y quemaba la lengua. Puro instinto de supervivencia - había dicho Guillermo-. Negar algo que no somos capaces de recordar ni de soportar, eliminar el recuerdo, perder voluntariamente la memoria. Quizás como yo había hecho con Ana. Apenas la recordaba. Era como un personaje que se había perdido en la niebla de la memoria. Recordar era sufrir, por lo tanto ¿para qué recordar? Guillermo interrumpió mis pensamientos.
- Si no recuerdo mal de lo que he leído durante estos últimos días, fue Paul Rassinier el que inició esta corriente,  con la publicación de un libro que se titulaba La mentira de Ulises... 
-Me suena ese título...
- ¿Si? pues yo no lo había oído nombrar hasta que comencé con todo este lío en el que me has metido. 
Ignoré este último comentario.
-¿De qué habla?
- Recoge testimonios de personas que estuvieron presas en los campos de concentración alemanes, donde él también  estuvo. 
-¿Por...?
Por Pertenecer a la Resistencia a la ocupación alemana. Fue detenido por las SS e interrogado durante doce días, a consecuencia de lo cual tuvo secuelas durante el resto de su vida. Sin embargo, ya ves, acabó negando que la Alemania nazi tuviera una voluntad de exterminio.
- Qué complicados somos los seres humanos- susurré- 
- Y qué contradictorios. ¿Nos vamos? 
  
Guillermo pagó y salimos al exterior. Entre el calor del local y el producido por el vino, me quemaban las mejillas que supuse enrojecidas. Guillermo volvió a tomarme de la mano, lo que se estaba convirtiendo en una maravillosa costumbre. Habíamos dejado el coche al sol y una ligera calidez caldeaba el ambiente.
- Es sábado - dijo Guillermo-, son las dos de la tarde y no hemos de volver hasta mañana. ¿Adónde te apetece ir?
Contesté de corazón y, además, no conocía la zona. 
- Donde tú quieras. 
- Entonces cierra los ojos y déjate llevar. 
Cerré los ojos y me hice la dormida. El tiempo pasaba muy deprisa y yo no quería que acabase el fin de semana. Sin embargo, por otra parte, tenía ganas de ver a Alice, de hablar con François, de devolver las llaves de la casa antes de que Javier o Juliette se dieran cuenta del cambiazo. Aquel fin de semana estaba siendo como un entreparéntesis, una pausa - un poco inquietante, es cierto-, en la cansina rutina diaria. Me sentía tan bien junto a Guillermo que era como si le conociese de toda la vida. El tiempo parecía haberse detenido entre aquellas estrechas carreteras parapetadas de casitas que parecían sacadas de cualquier cruel cuento centroeuropeo. Aunque no quería, acabé durmiéndome. La mala noche pasada en la casa, la tensión soportada la tarde anterior, me estaban pasando factura. Y con el sueño perdí la noción del tiempo. Me despertó un brusco frenazo, a la vez que la cabeza se me iba hacia delante y hacia atrás en un violento balanceo.
- ¿Dónde estamos? - dije mientras intentaba abrir los ojos. 
-Ahora lo verás. 
Nos habíamos detenido junto a la valla de una pequeña casa envuelta en hiedra y grandes macizos de jazmín. El sol ya se había puesto pero las nubes rojizas del  atardecer daban al entorno una apariencia irreal. 
- Vamos Asun - dijo Guillermo impaciente-. Esta vez no vamos a allanar ninguna morada. 
Caminé por un sendero estrecho serpenteado de hierbas silvestres. Intentaba averiguar dónde estaba a sabiendas de que aquello era completamente imposible. 
-¿De quién es esta casa?
- Del profesor de matemáticas. Este era el plan B por si el plan A salía un poco mal, como así ha sido. 
Era una casa pequeña, agradable, pero tan destartalada como el coche. 
- ¿Tiene nombre? - pregunté- 
Guillermo arrugó las cejas y no contestó. Yo me sentí cruel mientras él sacaba las llaves y abría la puerta. 
Fue como si de repente me hubiese trasladado a los años sesenta. En la estancia que descubrían mis ojos vi un coqueto aparador a la izquierda de la puerta con dos horribles lámparas clónicas de fieltro verde. En el centro, una mesa camilla cubierta por una falda de enormes flores rojas. Sobre él, un jarrón de cristal azul y diseño dudoso con los restos de lo que alguna vez debió ser un hermoso ramo de flores silvestres. Al fondo, junto a la ventana, un sofá de skay marrón y junto a él una lámpara de pie que, pese a su nombre, apenas se mantenía en pie, con una pantalla de color naranja. La cortinas, con grandes volantes, eran de un estampado que dañaba  la vista. 
- ¡Oh Dios! - murmuré sin poderlo evitar-. 
Guillermo pareció adivinar mis malos pensamientos. 
- De acuerdo- musitó-, no es un ejemplo de buen gusto, pero al menos es un lugar donde no hace frío y donde podemos estar a salvo de espías nocturnos. 
- Si no he dicho nada - protesté-. 
- Pero tu cara sí.
- Pasé los dedos suavemente por los reposabrazos de ganchillo. 
- No está mal - aseguré intentando que Guillermo no me mirara a los ojos-. ¿Y cómo es que tienes tú las llaves? 
- Cuando le pedí el coche al profesor de matemáticas, me preguntó si pensaba hacer alguna excursión. Le conté lo de Normandía y me dijo que tenía una casa a mitad de camino y que si quería las llaves. En previsión de posibles conflictos, le dije que sí. 
- Hiciste bien- admití-, supongo que será cuestión de acostumbrarse.
Contemplé el salón que me rodeaba. Irradiaba el más absoluto abandono.
-¿ El no viene nunca?
- Me dijo que desde que se divorció, no ha venido. Según me comentó esta casita es uno de esos sueños que se construyen juntos y que se vienen abajo cuando el sueño se convierte en pesadilla. 
Intenté no ser más cruel. 
- No está tan mal si la miras con buenos ojos. ¿Por qué no me habías dicho nada? 
- No sabía cómo iba a resultar el "desembarco" en Normandía. Era más que posible que tu y yo hubiésemos acabado en cualquier comisaria de pueblo. 
- No me lo recuerdes - rogué- ¿Dónde está la cocina?
- Por ahí debe estar. 
Abrimos una puerta y allí estaba. La cocina era tan deprimente como el resto de la casa. Afortunadamente, sobre el fregadero había  una amplia ventana que daba al jardín y por la que durante el día debía entrar una luz espléndida.
- Es acogedora - afirmé para contrarrestar mis comentarios anteriores-. 
-Sí- corroboró Guillermo-. Creo que voy a ir a la gasolinera a comprar leña y algo para cenar. ¿Vienes?
- Mejor me quedo, así me voy familiarizando con la casa y si veo algo que pueda quemarse, encenderé fuego. Hace frío aquí. 
- No quemes las lámparas - advirtió Guillermo con una sonrisa antes de salir por la puerta-. 
No bien había oído el sonido del coche dirigiéndose a la salida, comencé a investigar. Encontré unos cuantos troncos bajo del fregadero y algunos periódicos viejos junto a la chimenea. El fuego no tardó en arder pero no duraría mucho. Mire a mi alrededor a ver qué podía quemar. Aquella casa era un quiero y no puedo, un sueño a medias, probablemente limitado por la falta de recursos económicos. Y el paso inexorable del tiempo había contribuido a aumentar esa sensación de orfandad, de abandono, de carencias. Respiré hondo mientras me frotaba las manos junto al fuego. Seguro - me dije a mí misma-, que con la luz de la mañana aquel lugar parecería otro. Estaba convencida de que unos rayos de sol podían arreglar cualquier cosa.
Guillermo no tardó en llegar. Escuché como detenía el coche en el jardín, cerraba la puerta, y   dirigía sus pasos hacia el porche.
- Hace un frío que pela - dijo al entrar-. Veo que has podido encender fuego - miró hacia las lámparas clónicas-. Esto ya es otra cosa. 
- Acércate al fuego y entrarás en calor ¿Has encontrado leña?
- Sí- respondió al tiempo que dejaba un saco junto a la chimenea-, y sandwichs de pollo, papas fritas, vino y fruta. ¿Será suficiente?
- Más que suficiente. Voy a buscar unas copas.
Fue en ese preciso momento cuando pude escuchar la musiquilla machacona de mi móvil. Sin poderlo evitar hice un gesto de fastidio. 
- Te llaman - avisó Guillermo mientras iba apilando los troncos junto a la chimenea-. 
- No pienso cogerlo. 
Al menos, mira a ver quién es...
- Publicidad, seguro - afirmé sin mucha convicción-. Había dejado el móvil en el bolsillo del abrigo. Lo cogí y busqué la última llamada.
- Dios mío!- exclamé-.
- ¿Qué pasa?
- Es Javier. 
- ¿El padre de Alice?
- Si. 
- ¿Qué puede querer a estas horas? 
Yo estaba pensando lo mismo y no se me ocurría ninguna respuesta optimista. Sentí que mi frecuencia cardíaca se aceleraba. Noté calor en mis mejillas. 
- Seguro que nos han visto salir, Guillermo. Ese viejo espía nos ha visto salir. 
- No lo creo - respondió Guillermo en un tono forzadamente relajado- . Puede tratarse de cualquier otra cosa. Saber cómo estás o a qué hora vas a regresar mañana. 
Estaba comenzando a perder el control. 
- No, no, Guillermo - bramé-.  Nos han pillado y llama para pedirme explicaciones. ¿Qué le digo, Dios mío, qué le digo?
Guillermo me cogió de los hombros y me zarandeó levemente. 
- Tranquilízate, Asun. Es posible que no vuelva a llamar. 
Estaba desesperada. 
- ¿Apago el móvil?
- Ni se te ocurra.
Volvió a sonar al cabo de unos minutos. 
- Cógelo Asun. No demores más esta angustia. 
Sudaba por cada poro de mi piel. 
- No puedo. 
- Va a estar llamando toda la noche. Cógelo. 
Lo cogí. la voz no me llegaba al cuello. 
- Javier?
- Asun, perdona que te llame a estas horas...
Podía escuchar al fondo el llanto desconsolado de Alice. 
- ¿Pasa algo? 
- Juliette no ha vuelto. Se ha ido después de comer a dar una charla en una asociación de mujeres en Villeparisis y debía haber regresado hace ya más de dos horas. 
A pesar de la inquietante noticia, respiré tranquila. 
- ¿La has llamado?
- Sí, pero no contesta. 
- ¿Has llamado a la asociación?
- Sí y me han dicho que ha salido hace más de dos horas. Estoy muy preocupado Asun, y Alice, seguro que la estás oyendo, no para de llorar. Yo...- dudo- ¿Estás muy lejos de Paris?
- A una hora. más o menos. 
- Si pudieras venir. No sé qué hacer y con la niña en casa no tengo muchas posibilidades de movimiento. Sé que te estoy pidiendo...
- No te preocupes - dije ya totalmente aliviada-. En una hora estoy ahí. 
Colgué y dejé el móvil sobre la mesa. Guillermo me miraba expectante. 
-¿Qué ha pasado?
Respiré lo más profundamente que pude. 
- Juliette ha salido a dar una charla y no ha vuelto. Javier está asustado. 
Sin decir nada, Guillermo se volvió hacia la chimenea y comenzó a apagar el fuego. 
-¿Volvemos, pues?
- Creo que no hay más remedio -afirmé totalmente desconsolada-.
- No te preocupes, princesa - afirmó sonriendo-.  Está claro que siempre nos quedará París. 
A los diez minutos ya estábamos en ruta. Era noche cerrada. 

6 comentarios:

  1. Magnífico, me ha gustado.
    Al principio creía, parecía, que tan sólo iba a ser un soberbio ejercicio de descriptiva. Se veía muy largo, pero la descripción de los lugares era estupenda.
    Pero, de pronto, todo ha cambiado. Se ha transformado en un suspense que te deja en vilo. Pidiendo más.
    ¿Cómo lo consigues?
    Sí, ya sé: los magos nunca dicen el truco.
    Muy bueno.

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    1. Gracias Elías. Me alegro muchísimo de que te haya enganchado. La verdad es que pienso que mis protagonistas van cobrando vida poco a poco y ahora ya son ellos mismos. No hay trucos. perseverancia, voluntad e ilusión... y lectores tan fieles como tú.

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  2. ¡Fantástico Amparo! Cuando comienzas no puedes parar de leer. El viernes ya estaba deseando leerlo. Me has tenido en vilo. Le he recomendado a una amiga mía que te siga, pues estoy segura de que también se enganchará.

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    1. Qué buena eres Marisa. Me alegra mucho que te guste. Ya estoy con el siguiente capítulo, robándole tiempo al tiempo. Ahora me espera la cena, hacer la cena, quiero decir.

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  3. Bueno, bueno en ascuas. Es ágil la lectura, amenaza con ser larga pero vas leyendo y se pasa en un pis pas, Genial . Saltos y brincos

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    1. Gracias Ester. Me alega mucho eso que dices de que se pasa en un pis pas. Eso pretendo, no hacerme pesada y que vayáis entrando en la historia. Gracias por tu comentario.

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