El
resto de la semana pasó como una impetuosa ráfaga de viento. El viernes por la
noche me llegó un breve mensaje de Guillermo: "Salimos ya. Pasatelo bien", a lo que yo contesté con un escueto
"igualmente". El sábado salí a hacer algunas compras y el domingo lo
dediqué íntegramente a ordenar la casa. Hacía un día frío y gris, y las nubes,
deshilvanadas, estilizadas, flotaban en el cielo alternando líneas más oscuras
y más claras, hasta llegar a crear una sensación de absoluto agobio.
Mientras
arreglaba los cajones de la cómoda, en la habitación de Alice, no podía dejar
de pensar en la vorágine de sucesos que había vivido durante los últimos días.
Por un lado, estaba el hecho de haberle prometido a Coraline que encontraría
una casa donde pudiera vivir con tranquilidad, y por otro, la sensación de
sentirme cada día más unida a Guillermo que, hasta hacía poco tiempo era un
perfecto desconocido. Y para rematar la escena, aparecían a menudo en mi mente
las palabras de François, palabras que me hacían intuir un sufrimiento
profundo, tal vez un secreto nunca compartido.
Intenté
ordenar mis pensamientos. En primer lugar, Coraline. Si algo tenía claro es que aquella
chiquilla insensata no podía volver a su casa en aquel barrio miserable donde
los sueños se fundían como bombillas baratas. Aquel matón de mala muerte
obsesionado con la joven, volvería a buscarla con promesas de que nunca más
sucedería, de que estaba sinceramente arrepentido. Y ella volvería a caer en la
trampa mortal convencida de que todas aquellas promesas serían ciertas.
Segundo
asunto: Françóis y sus historias. Historias pasadas pero no superadas,
historias que aún vibraban en los ojos cansados de aquel viejo combatiente. Y una
historia de amor inesperada que situaba a Maurice en el centro de mi atención.
¿Cómo era posible - me pregunté mientras doblaba la ropa con meticulosidad excesiva-, que un héroe como Maurice,
capaz de arriesgar su vida por gente anónima, hubiera tenido una hija como Juliette,
incapaz de entregar su tiempo y su cariño a su propia hija? Cosas de la
vida - pensé una vez más como solía hacer cuando no encontraba respuestas a mi
propios interrogantes.
Y
por último, Guillermo, un maestro vocacional perdido en un barrio marginal, una
persona que comenzaba a dar un giro a mi vida como quien intenta abrir una
pesada caja de caudales. Y yo no estaba dispuesta a dar rienda suelta a mis presuntos, y aún no reconocidos, sentimientos sin antes estar segura de muchas cosas.
Cuando
terminé de arreglar la habitación, saqué a Alice de la cuna y le toqué la
frente con el dorso de la mano. La noche anterior Javier me había subido a la
niña con fiebre y me había dado un par de órdenes para el día siguiente: debía
llevar a Alice al pediatra, y si me sobraba tiempo, podía acercarme hasta el Liceo de Saint Louis para entregar la copia de una charla que Juliette había
dado hacía ya algunas semanas, y que algunos profesores habían solicitado. Me
informó asimismo de que la niña había pasado un buen fin de semana junto a su
madre, y cuando ya parecía dispuesto a irse, me preguntó si el miércoles pasado
había encontrado la biblioteca. Le dije que sí, que era una maravilla de
edificio, que había estado muy a gusto y que la señorita bibliotecaria había
sido francamente amable. Cada vez me costaba menos mentir.
Así
que aquella gris mañana de lunes, me levanté pronto, aunque hubiera pagado por
quedarme un par de horas más en la cama. Desayuné con una cierta calma esperando
a que mis ojos se abriesen del todo, mientras intentaba poner un poco de orden en
todo lo que poblaba mi mente de forma caótica.
Alice
se despertó contenta a pesar de que le habían salido unas pequeñas pupas por las
piernas, razón ésta por la que debía llevarla al pediatra. Esa era la prioridad
absoluta en aquella desangelada mañana; después, ya veríamos.
La niña desayunó bien, aunque con menos hambre de lo que era habitual. La vestí, la
abrigué y a las diez en punto ya estábamos en la calle. Hacía un viento
desagradable que soplaba a ráfagas, arrastrando hojas amarillas y anaranjadas
que parecían querer alzar el vuelo como si se tratase de grandes pájaros
espantados. El consultorio médico no estaba muy lejos. Era un edificio
rehabilitado, precedido de un estrecho jardincillo poblado de lirios azules. Ya dentro, había que recorrer un largo pasillo iluminado con luces de
neón antes de llegar a la zona de pediatría. Alice ya debía haber visitado el
centro médico en alguna otra ocasión porque nada más entrar, torció el gesto y
comenzó a moverse inquieta en el cochecito. Pregunté a la enfermera de
recepción la ubicación de la consulta de niños y avancé hacia la puerta
indicada a buen paso, deseando que la pequeña no estallase en lágrimas.
Pero alguien se levantó de uno de los asientos que había junto a la pared y me
detuvo.
- Mademoiselle ¿le pasa algo a la petite fille? Era François, estaba pálido y en
sus sienes pude advertir pequeñas gotas de sudor.
- No
le había visto - dije con una sonrisa mientras miraba a un lado y a otro como
si estuviese robando una cartera-. No creo que sea nada, pero su padre piensa
que podría ser varicela.
El anciano
miró a la niña con ojos repentinamente inundados de ternura.
- La
petite está contenta. Yo no creo en maladie... enfermedad.
-
Eso espero -comencé a empujar el carro-. Pardon moi, tengo que ir a la consulta.
François
volvió a detenerme cogiéndome del brazo.
- Yo no acabé de contar la historia - susurró como si temiese que alguien le oyera-, Es très important.
- Yo no acabé de contar la historia - susurró como si temiese que alguien le oyera-, Es très important.
-
Pasaré una tarde, se lo aseguro.
Y di
por zanjada la conversación. Cuatro o cinco metros más adelante, me di cuenta
de que ni siquiera le había preguntado si se encontraba mal. Desde luego, no
tenía buen aspecto.
El
improvisado diagnostico de François fue acertado. Alice no tenía la varicela
como creía su padre, sino que las pupas podían ser debido a alguna especie de
reacción alérgica a algo que había tomado y no le había sentado bien. El médico - de aspecto friqui y aniñado-, me recetó una simple pomada y un antipirético por si la
niña tenía algunas décimas. Cuando abandoné la consulta, François ya no estaba
allí, así que salí a la calle dispuesta a cumplir el segundo encargo del día, lo
cual, debo admitir, no me apetecía en absoluto ya que, después de todo, a
mí se me había contratado como niñera y no como paloma mensajera de un ave
siniestra. Pero la desobediencia no podía ni cuestionármela, así que pensé
hacer algo que me compensara de la molestia. Podría llamarle una pequeña
travesura.
El
sobre que me había entregado Javier no estaba cerrado, simplemente Juliette
había introducido la solapa por dentro pero no la había pegado. Sería
interesante conocer de qué hablaba aquella mujer en los institutos públicos,
cuál era el ideario y el contenido de sus charlas. Busqué un lugar apartado en el parque que había junto al ambulatorio y saqué del sobre el fajo de folios.
Comprobé con satisfacción que había dos copias, una redactada en francés y
otra en castellano. Perfecto. Así, al menos, estaba segura de poder enterarme de
algo. Puse los folios sobre mis rodillas y comencé a leer.
Historia
de un joven francés, un héroe de la Resistencia, Maurice Girard.
Eso
era algo que ya imaginaba, así que seguí leyendo. La conferencia comenzaba con un interrogante, probablemente dirigido al público.
¿Alguno
de vosotros conoce el papel que jugó la Resistencia en la liberación de
París? Y luego, entre paréntesis, había una nota interna: la primera
posibilidad es que nadie alce la mano. En este improbable caso, seguiré con el
siguiente planteamiento. Y seguía con unas breves líneas en las cuales se
explicaba cómo nació la Resistencia, quienes la formaban, qué es lo que hacía
y cuáles fueron sus miembros más destacados.
A
continuación, había una segunda posibilidad.
"Puede
ser que alguien del público alce la mano; en ese caso le sugiero a él o ella
que expliquen brevemente lo que saben",
Qué
rollo -pensé-, pero continué leyendo como si intuyera que en aquellas hojas
podría encontrar algo realmente interesante. El texto iba poco a poco
profundizando, con un lenguaje muy sencillo, en el espíritu que movió a la Resistencia, en sus principales objetivos que tenían como prioridad boicotear
las consecuencias de la ocupación nazi en Francia, para pasar después a
nombrar a los componentes de los grupos principales que operaban en aquella
zona de París, y en concreto el grupo al que pertenecía Maurice, que estaba formado, además, por André Cordier, Claude Argy, Jean Pallier, Raymond Aubrac, Roland Archin y Fabian Cravoisier. Inmediatamente, recordé la
lista que había encontrado en la casa de Normandía, la que Alice se metió en
la boca, pero en aquella lista, si no recordaba mal, no figuraba el nombre de Maurice. Sentía palpitar mi corazón como si quisiera emprender una carrera. Definitivamente, aquella historia
perdida entre las sucesivas capas del tiempo, me estaba afectando demasiado.
Seguí
leyendo. Juliette hablaba de su padre, Maurice, de los primeros pasos de éste
en la Resistencia. A continuación, hacía referencia a la detención de Maurice por la Carlingue, de este modo:
"Mi
padre, Maurice fue detenido por la Carlingue el 15 de octubre de 1942, junto a
otro miembro de su grupo, François Lebeau. Fueron trasladado a la Rue Lauriston, donde se hallaba la sede de la Gestapo francesa y donde ambos fueron interrogados. Los dos hombres dieron muestras de gran valor ante el abuso
de fuerza ejercido por las fuerzas de la Carlingue que los golpearon sin
piedad".
Respiré
hondo. Mi imaginación siempre ha sido excesiva y, aun sin quererlo, imaginé la
terrible situación que habían vivido ambos hombres. Me detuve en la lectura.
Maurice y Francois habían sido torturados y golpeados por la Carlingue francesa
y sin embargo, habían sido después liberados. Había dos posibilidades, la
primera era que hubieran logrado huir, y la segunda, que los hubiesen liberado
por falta de pruebas. Seguí leyendo, cada vez con más interés a pesar de que Alice reclamaba mi atención golpeando su sonajero sin piedad contra la barra protectora del cochecito.
En el año 1943 algunos miembros del grupo fueron detenidos por los alemanes y dados por desaparecidos. Es más que probable que fueran conducidos al campo de Auswicht en uno de los llamados trenes de la muerte.
El día 6 de junio de 1944, diez divisiones estadounidenses, británicas y canadienses tomaron tierra cerca del rio Orne. Había comenzado el desembarco de Normandía en el llamado dia D. El 25 de agosto de produce la liberación de París e Inmediatamente quedaron desmantelados se desmantelaron los campos de concentración y exterminio que los alemanes tenían en Alemania y Polonia. Asimismo, los responsables de la Carlingue francesa fueron acusados de alta traición y fusilados al término de la contienda.
Ahí se abría un entreparentesis: Si los asistentes a la charla son alumnos de bachiller, mencionar la redada del Velodromo de invierno: el 16 de julio de 1942 durante la cual 12.884 judios fueron arrestados en Paris y conducidos al Velódromo de invierno antes de ser enviados a los campos de exterminio que la Alemania nazi tenía en el Este de Europa. De ellos, 3.031 eran hombres, 5.802, mujeres y 4.051 eran niños.
La
charla concluía con un final feliz: Maurice y su prometida Sarah, se unían en matrimonio el 6
de abril de 1949.
Miré
el reloj distraidamente. Las doce del mediodía. Debía correr si quería llegar a
tiempo de encontrar abiertas las puertas del instituto. La lectura había
captado tanto mi atención que había perdido la noción del tiempo. Salí del
jardín con Alice entusiasmada al ver que de nuevo reanudábamos el paseo.
Llegué al instituto cuando apenas faltaba un cuarto para las doce y pregunté en
recepción por la señorita Ana, profesora de castellano.
No
tardó en aparecer por el pasillo. Era pequeña, parva. Llevaba el cabello corto
y unas minúsculas gafas sin montura.
-
Hola - saludé al tiempo que tendía la mano- Traigo la copia de la charla que dio
la señora Juliette Girard.
Era
la primera vez que pronunciaba su apellido.
-
Qué amable ha sido viniendo hasta aquí- dijo la mujer sonriendo-. ¿Quiere un café?
- Nada, muchas gracias.
Sólo
deseaba irme cuanto antes pero aquello no iba a decírselo.
- ¿Y
un té?
Era
evidente que aquella mujer tenía ganas de hablar.
- De
acuerdo.
-
Pasen. Esta preciosidad de niña no será...?
-
Sí -interrumpí-. Es la hija de Juliette.
-
Qué monada. Pasad a la sala de profesores. Te tuteo, si no te importa.
Claro que no- respondí-
Claro que no- respondí-
Las
sala de profesores era de forma rectangular y sus ventanas con postigos de
madera daban a lo que parecía ser un patio de recreo, dado el griterío que
desde allí llegaba. En el centro de la sala había una mesa enorme y junto a ella un hombre tan mayor que si se trataba de un profesor, debía haberse
jubilado hacía ya una década, pero que por alguna razón permanecía allí,
escribiendo en un cuaderno de gusanillo.
-¿Azúcar
o sacarina? - preguntó amablemente la profesora-
-
Azúcar, por favor... perdón - dije azorada-. No sé si me ha dicho su nombre, y si
me lo ha dicho, no lo recuerdo.
-
Soy la señorita Ana, del departamento de lengua- y usted es..
- Asun, la niñera de Alice.
Ana
se quedó observando a la pequeña que en aquel momento estaba totalmente
entretenida jugueteando con sus zapatos.
- Es
una niña preciosa -susurró-. Hace poco ni siquiera sabía que Juliette tenía una
hija.
El
comentario no me extrañó en absoluto. Sonreí.
- ¿La
conoce usted?
-
Relativamente - contestó mientras me servía el te en una pequeña taza de
porcelana-. Durante el último curso dio tres charlas a los alumnos de
secundaria, muy interesantes, por cierto.
-Parece
ser que - me atreví a decir con un hilo de voz- que su padre fue un conocido
líder de la Resistencia francesa.
-En efecto.
Y es bueno que nuestros jóvenes conozcan esa parcela de la historia, es muy
importante que sepan como una parte de la población francesa se opuso a la invasión alema...
-
Oculta datos.
La
voz del viejo profesor que escribía en el cuaderno de gusanillo resonó en la
sala como el graznido de un ave rapaz. La señorita Ana le miró y pareció de
repente muy nerviosa.
- ¡Oh!- exclamó poniendo su mano húmeda sobre mi brazo-. No le haga caso. César
es una excelente persona, pero vive anclado a otra época. El tiempo no pasa en
balde- añadió como intentando excusarlo-.
Vi furia en la mirada profunda y oscura de aquel hombre.
-
No, mademoiselle - dijo levantando la voz cuanto podía-. Hubo hombres y mujeres
que fueron héroes, hijos de la patria, abnegados combatientes, pero otros... ¡oh
Dios! - dijo moviendo la cabeza exageradamente de un lado a otro-, fueron auténticos hijos de la
gran puta que...
- ¡Por Dios Cesar! -cortó Ana cogiéndole de los hombros-. No ensucies el nombre de
Francia y de los franceses y, sobre todo, no digas palabras malsonantes en este santuario de la educación. ¿Por qué no vas a dar un paseo? Es tarde.
El
hombre se levantó lentamente. Hubiera jurado que sus piernas se iban a negar a
sostenerle.
- El
nombre de Francia ya está sucio- sentenció mientras daba un portazo y
desaparecía por el pasillo. El rostro de Ana no podía disimular la
desesperación.
-
Qué paciencia hay que tener - dijo acompañándose de un profundo suspiro-. No
sabe cuánto lamento este... incidente. Es un viejo profesor lleno de resentimiento.
Aquel
incidente estúpido me había descolocado por completo, sobre todo por lo
inesperado. Tenía ganas de salir de aquella sala claustrofóbica y pasear un
rato con Alice, pero ante mi, en la mesa, ya estaba la taza de te humeante.
-
Tómese el te tranquila, Asun, es de jazmín - dijo mientras ella también se sentaba-. Cesar
se jubiló hace ya tiempo, pero sigue viniendo todos los días a la sala de
profesores, ojea la prensa, habla si alguien le da conversación y vuelve a su
casa a la hora de comer.
- No
parece estar muy de acuerdo con Juliette - dije intencionadamente-
Ana
volvió a suspirar profundamente.
- La
historia, Asun - me dijo en un tono de confianza que yo consideré excesiva-
tiene muchas lecturas. Y en tiempo de guerra se cometen muchos errores, pero
también muchos aciertos, muchos actos heróicos, y esos son precisamente los que
queremos destacar en las charlas.
-Perdon- dije tímidamente-, porque hablo sin conocimiento
de causa, pero a veces los errores también nos enseñan.
La
señorita Ana se había quedado mirando la puerta por la que hacía unos minutos
había desaparecido César.
- A
veces los errores son tan lamentables que sería preferible ocultarlos bajo
toneladas de hormigón- afirmó mientras miraba hacia un lugar indeterminado-.
El sonido estridente de un
timbre se extendió por el espacio con la
consistencia de una sirena antiaérea.
- Tengo
que volver a clase, Asun. Lo siento.
- No
se preocupe- dije un tanto molesta por la repentina interrupción-
La sala se quedó vacía en
apenas unos minutos. Salí a la calle con ganas de sentarme en un parque y
dejar que la hormigas se pasearan sobre mis pies. descalzos ¿Cómo podía ser todo tan
complicado?- pensé- ¿Cómo podía alargarse tanto la sombra del pasado sobre
nuestro presente?
Junto al instituto, en un pequeño parque que se
adivinaba cuidado por manos expertas, había un banco de madera. Allí, sentado al sol
como una lagartija. estaba César, el profesor resentido, según palabras de
Ana.
- Discúlpeme -
dijo al tiempo que se levantaba con dificultad-. He perdido los nervios ahí
dentro. La señorita Ana no quiere ver, no quiere saber…
- No
se preocupe - susurré- no tiene por qué disculparse.
Era un anciano con ganas de
ser escuchado, de llamar, de cualquier forma, la atención.
- Nuestros
jóvenes - dijo-, deben saber toda la verdad, pero ni siquiera les interesa.
Están condenados a repetir nuestros mismos errores - añadió levantando la voz-,
y entonces la historia, el sufrimiento de tantas personas no habrá servido para nada.
Callé mientras pensaba que
el tiempo iba pasando y se me hacía tarde. Ni yo misma estaba dispuesta a
dedicarle unos minutos a los recuerdos de un anciano quisquilloso.
- Las
personas a veces somos un poco estúpidas- dije con una media sonrisa.
- Y otras veces malvadas, señorita. Y yo estoy al borde de la muerte y veo que la
rueda sigue rodando y que volverán las intolerancias y el dolor y el
sufrimiento. Hay que tener cuidado. Si olvidamos la historia ésta volverá a repetirse.
Había escuchado tantas veces aquella frase que la había despojado de su contenido.
Había escuchado tantas veces aquella frase que la había despojado de su contenido.
- Confiemos en que no.
Estaba deseando que Alice
rompiera a llorar de impaciencia, pero nada, allí seguía, jugueteando con sus
zapatitos mientras yo no encontraba la forma de zanjar aquella conversación.
Fui drástica.
- Perdóneme
César. Debo irme. Se me hace tarde.
- Piense en lo que le he dicho.
Pensar, pensar. Todo el
mundo me incitaba a pensar en algo, a averiguar algo, a leer entre líneas, y yo
no quería pensar en nada. Tenía una sobredosis de información que parecía estar
tejiendo un círculo a mi alrededor, un círculo de oscuras imágenes que proyectaba inquietud sobre la placidez del presente. Experiencias contradictorias,
dolorosas, espantosas, se iban uniendo como en un interminable puzzle a mi
bagaje de recuerdos más o menos anodinos.
Llegué a casa tan cansada
como si hubiera corrido la maratón de nueva York. Me dolía la cabeza y las
piernas. Nada más dejar a Alice en su trona me dirigí a la cocina dispuesta
a paliar aquellos dolores dispersos a base de ácido acetilsalilico. Después
de comer y acostar a la niña en su cuna, me tumbé en el sofá y me tiré una
manta de viaje por encima ¿Sería posible que hubiese atrapado un virus durante
mi corta estancia en el ambulatorio?
Me quedé en el séptimo cielo
hasta las seis de la tarde, hora en la que Javier subió a preguntar por Alice.
Le conté que, afortunadamente, no tenía la varicela y que, según el pediatra,
se trataba de una erupción sin importancia. A continuación, me preguntó si
había podido llevar las copias de las charlas al Instituto. Esta vez no estaba
dispuesta a dar más explicaciones que las debidas. Contesté escuetamente que
sí, pero fue él el que hizo las preguntas.
- ¿Has
conocido a la señorita Ana? Es un encanto.
- Sí- respondí dispuesta a no contar nada.
- Y
seguro que también has conocido a César- añadió-, es todo un personaje ¿lo has
visto?
Tuve la sensación de estar pisando arenas
movedizas.
- Sí,
estaba en la sala de profesores leyendo la prensa.
- Como siempre. ¡Pobre hombre! No consigue olvidar que algún día fue profesor, un
gran profesor de historia y castellano, pero con ideas un tanto controvertidas.
- ¿Y
eso?
- A mí me daba Historia. Yo estudié en ese mismo instituto… Sus clases eran tan... -dudó- fuera de tono que estuvo a punto
de ser expedientado por el Ministerio. Su hermano mayor, Paul, estuvo recluido en un campo de concentración. Fue torturado y sufrió secuelas el resto de su vida. Escapó tirándose de un tren en marcha cuando era trasladado a otro campo. Sin embargo, años después negó el Holocausto. ¿Increible, verdad?
Callé. Tenía razón la señorita Ana cuando afirmó que la historia siempre tiene muchas lecturas. Posiblemente, también muchas versiones, demasiados matices e insondables misterios.
Callé. Tenía razón la señorita Ana cuando afirmó que la historia siempre tiene muchas lecturas. Posiblemente, también muchas versiones, demasiados matices e insondables misterios.
El capítulo es muy denso. Muy largo y muy denso.
ResponderEliminarEn sí es apasionante. La pena, ya se ha comentado antes, es que al ser por entregas se llega a perder un poco el hilo.
Pero centrándose en este capítulo la historia es apasionante.Veremos a ver por dónde sales.
Magnífico.
Gracias Elías. la verdad es que, afortunadamente, tengo poco tiempo para escribir porque hay que ganarse las lentejas. La verdad es que yo también me he quedado satisfecha de este capítulo porque me ha costado un pelín hilarlo. Me gusta que te guste. Y... ya veremos por donde salgo porque la historia se complica.
EliminarEl capítulo es muy denso. Muy largo y muy denso.
ResponderEliminarEn sí es apasionante. La pena, ya se ha comentado antes, es que al ser por entregas se llega a perder un poco el hilo.
Pero centrándose en este capítulo la historia es apasionante.Veremos a ver por dónde sales.
Magnífico.
A medida que leía el capítulo iba recordando la historia y a los personajes...Me he sentido envuelta por las situaciones, por los diálogos, por lo que se dice... y por lo que no se dice. Sencillamente fantástico, Amparo.
ResponderEliminarA ver si el 2014 te regala tiempo para dedicarle... porque la inspiración ya la tienes. Un beso!
Mercedes, no sabes cuánto agradezco tus palabras porque estaba a punto de tirar la toalla con esta historia. Yo soy más de relatos cortos y seguro que cuando por fin acabe esta novela y la revise seguro que encuentro personajes que han cambiado el color de su pelo e incluso su nombre. Tus palabras son un empujón para mí. Gracias por tu comentario y prometo que buscaré el tiempo allá donde se esconda. Un abrazo.
Eliminar¿....Tirar la toalla? .....Ni se te ocurra :-) ¡Adelante con ella!
EliminarUn abrazo.
Gracias. Seguiré adelante.
EliminarEnhorabuena por tu constancia, sé lo que cuesta escribir, desarrollar y conectar las tramas y cuidar la historia de cada personaje, es un ejercicio al que hay que echar horas. Sólo decirte que te admiro como escritora, tienes un estilo muy bueno, fresco, nada pesado y usas muy bien las palabras. Un capitulo muy bueno, no nos hagas esperar mucho para la siguiente entrega.
ResponderEliminarUn abrazo
;)
Gracias Ana. La verdad es que vivo en una vorágine en la que cuesta sentarse a escribir. Hace unos años me quedé sin trabajo y ahora voy apañándome como puedo, por eso, y como le dije a Mercedes, algún día estoy tan agotada que tiraría la toalla. Pero gracias a vuestros comentarios pienso que vale la pena seguir adelante.Ya estoy con el siguiente capítulo. A ver qué sale. Un abrazo.
EliminarEres una mujer magnífica que nos deleitas con tus magníficas narraciones.
ResponderEliminarVaya un abrazo grande.
Gracias Ricardo. No sabes cómo me nutren esas palabras. Pero te aseguro que no soy una mujer magnífica, sólo intento hacer bien - y a veces no lo consigo, las pequeñas e importantes cosas de la vida. Gracias por tu comentario.
EliminarHola, Amparo.
ResponderEliminarGracias por tu visita a mi blog. Mi casa está abierta para cuando quieras pasarte.
Bien, creo que he llegado justo para leer el capítulo XX de una novela que estás escribiendo. Enhorabuena por animarte a escribir en formato largo. La cosa promete porque tienes una estupenda voz narradora que fluye sin interrupciones. Tendré que leer desde el principio para ponerme al día y tener una visión global de la historia. A ver si dispongo de tiempo y lo hago poco a poco. Igual haré con los relatos y micros.
Un saludo.
Bueno Luísa, gracias por tu comentario. la verdad es que no soy de formato largo porque se me olvida hasta el nombre de mis personajes, sobre todo en esta novela que he ido cogiendo y dejando según las circunstancias. De hecho, he revisado algunos capítulos anteriores y hay hasta contradicciones, pero bueno, lo iré arreglando. Tengo más voluntad que tiempo, pero nunca he dejado de escribir, así que espero, algún día acabar esta novela. Gracias.
EliminarTu historia me parece bien interesando, impactándome aquello de la vorágine de sucesos.
EliminarUn abrazo.
Gracias Ricardo. La verdad es que yo también creo en esta historia aunque, desde luego, me siento más cómoda en los relatos cortos. pero pienso que hay que intentarlo. Ya veremos el resultado.
Eliminar