lunes, 9 de diciembre de 2013

Corazón de León


Eran apenas las siete de la tarde y el día caía envuelto en una luz rojiza. Gustavo volvía a casa despacio, casi paseando, atravesando las estrechas calles del barrio del Carmen. Dejó atrás el kiosco de prensa y el refugio mal conservado de la guerra civil. Al pasar junto a un oscuro garito aspiró la aleación de olores que formaban la marihuana y el café. No tenía ganas de volver a casa y dar explicaciones.  Aquella tarde la bronca con el jefe había sido excesiva y es que aquel, como perro perdiguero, le perseguía hasta encontrar a la víctima que había en el,  encerrada bajo aquel aspecto de dandy despechado y agotado. 
Gustavo era camarero pero parecía un marqués. Alto, de mirada fría y movimientos felinos, se movía entre las mesas como suave brisa de levante. Ejercitaba un ballet con la bandeja en la mano y se vanagloriaba de que en su ya larga vida no había dejado caer ninguna bebida, ni fría ni caliente, sobre un cliente. Sin embargo, desde hacía un tiempo, su jefe y él mismo se habían dado cuenta de algo evidente, de que los años no pasan en balde y de que aquel improvisado ballet entre las mesas del establecimiento se estaba convirtiendo en una danza torpe y arrítmica. Todos los días llegaban a la barra mocetones cuadrados como armarios y ágiles como gacelas con curriculums jalonados de toda serie de habilidades. Él comenzó a sentirse como ese peso superfluo que dejamos abandonado a un lado del camino cuando pensamos que el esfuerzo de soportarlo ya no vale la pena.
En una palabra, el cabrón del jefe le estaba haciendo la vida imposible. Eran pequeños detalles, como dardos envenenados, que se clavaban en su alma causando pequeñas pero mortíferas heridas. Cada vez que salía de casa, su mujer le decía: "tu aguanta, lo que quiere ese desalmado es que te vayas para ahorrarse la pasta". Y tenía razón, pero Gustavo pensaba a menudo que no era ella la que luego tenía que enfrentarse al abanico de humillaciones que aquel cabrito tuviera a mal poner en práctica. 
Se sentía fracasado, pero no esporádicamente fracasado, sino profundamente fracasado. Lejos, demasiado lejos, quedaban los sueños de la infancia, aquel tiempo en el que ansiaba ser el intrépido Capitán Trueno, el valiente Jabato, o el aguerrido Ricardo Corazón de León,  héroes en desuso tan olvidados como sus propios sueños. No estaba dispuesto a aguantar más. Esa noche le diría a Enriqueta, su mujer, que estaba harto y que lo iba a dejar. Sabía que ella se iba a poner de los nervios, que iba a ir de un lado a otro del comedor alzando los brazos al cielo y preguntando "Y ahora cómo vamos a vivir? y él le diría que como fuera, que no podía más, que iba a volverse loco, y ella acabaría llorando en la habitación que, previamente, habría cerrado de un portazo. 
Cuando enfiló la calle baja para ir a salir a la plaza del Carmen, oyó un revuelo inusual. Podían escucharse gritos y un humo oscuro y denso salía de la primera bocacalle. Gustavo corrió. Todo el mundo corría. Al doblar la esquina se encontró de cara con la tragedia. En el balcón de un segundo piso de un viejo edificio, una mujer y un niño pequeño se abrazaban. Detrás, las llamas de un incendio lamían el espacio y amenazaban con devorarlos. Un joven salía del portal con el rostro ennegrecido y con dificultades para respirar. Algunos vecinos habían puesto colchones en el suelo y gritaban para que la mujer se tirase junto a su hijo. Pero el pánico podía más que el instinto de supervivencia y ésta se agarraba a la barandilla del balcón como si con sólo este gesto pudiera salvarse. Gustavo estaba aterrorizado. También el miedo estaba bloqueando la sangre que corría veloz por sus venas. 
 Sin embargo, de repente, la furia que había sentido durante toda la tarde se comprimió en algún lugar que era probablemente su alma. En un instante se sintió audaz como el Jabato, valiente como el Capitán Trueno, poderoso como Corazón de león.  Sin apenas pensar, corrió hacia el portal, se tapó la boca con un pañuelo y subió las escaleras. Los vecinos contuvieron la respiración mientras se preguntaban de dónde había salido aquel loco suicida.
A  los pocos minutos la mujer y el crío salían por la puerta, justo en el momento en el que llegaban los bomberos. La gente alzaba el cuello como palomos en celo. ¿Dónde estaba el insensato que les había salvado la vida? Un gran estruendo fue la respuesta que vino acompañada de una lengua de fuego intensa y rápida. Los bomberos comenzaron a desalojar la calle. Los chorros de agua caían como aguaceros veraniegos sobre la fachada. 
Dos horas más tarde encontraron el cuerpo de Gustavo, calcinado y roto. Al día siguiente, los periódicos destacaban en primera página la noticia: "Un camarero se convierte en héroe al salvar de una muerte segura a una madre y a su pequeño hijo en un incendio".  
Nadie supo nunca que el sueño de Gustavo no se consumió entre las cenizas.

12 comentarios:

  1. Trágico final para Gustavo. A veces la rutina, la infelicidad gana la batalla, y mas si en el trabajo tienes que lidiar con jefes cabrones y desalmados, se pierde la motivación, pero nunca hay que perder el enfoque positivo de la vida, siempre hay una oportunidad para volver a empezar, para buscar la felicidad.
    Saludos
    :)

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    1. Veo Ana que estamos en la misma onda, hablando de trabajos y de jefes-jefas- impresentables. Pero, después de todo, Gustavo se salió con la suya, con su sueño de convertirse en un héroe. Gracias por tu comentario.

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  2. Un final predecible, pero no la frase con la que terminas, eres una artista y a nadie se le ocurre decir que el sueño de Gustavo no se consumió entre las cenizas.
    Un abrazo

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    1. Ja, ja. Y tu me lees con muy buenos ojos. Al fin y al cabo, Gustavo logró su sueño aunque el precio fuera demasiado alto. Un abrazo.

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  3. Sí es amargo el relato, es triste y duro, como la vida misma, que no es justa, que no es fácil.
    Pero la frase final tiene una formulación muy enigmática. A mí me ha costado leerla varias veces hasta entenderla. Hasta entender que "el sueño de Gustavo no se consumió entre las cenizas", precisamente porque "el sueño de Gustavo se consumó entre las cenizas".
    Muy bien. A veces eres desgarradora.

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    1. Perfecto Elías. Gustavo logró su sueño aunque el precio fuera alto, porque es cierto que por algunas cosas -pocas- daríamos hasta nuestra vida. Eres mi mejor lector. Gracias.

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  4. Sí es amargo el relato, es triste y duro, como la vida misma, que no es justa, que no es fácil.
    Pero la frase final tiene una formulación muy enigmática. A mí me ha costado leerla varias veces hasta entenderla. Hasta entender que "el sueño de Gustavo no se consumió entre las cenizas", precisamente porque "el sueño de Gustavo se consumó entre las cenizas".
    Muy bien. A veces eres desgarradora.

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  5. Me tildas como de buen lector.
    Permíteme que cuente una "batallita".
    En mis años mozos, trabajando como topógrafo, hubo una temporada que casi sólo hacía apoyo fotogramétrico.
    Yo era el jefe (¡) y planeaba el trabajo diciendo:
    - Mañana haremos tantos puntos, porque éste es fácil, éste está chupao, éste...
    Y un ayudante me decía:
    - No hay puntos fáciles o difíciles, hay puntos hechos y no hechos.
    Pues eso, no hay lectores buenos o malos: hay o no hay lectores.
    Con todo cariño.

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    1. Bueno, al menos puedo decir que eres el lector fiel y el que siempre dice lo que piensa, así que no te quites méritos. Un abrazo.

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  6. Me tildas como de buen lector.
    Permíteme que cuente una "batallita".
    En mis años mozos, trabajando como topógrafo, hubo una temporada que casi sólo hacía apoyo fotogramétrico.
    Yo era el jefe (¡) y planeaba el trabajo diciendo:
    - Mañana haremos tantos puntos, porque éste es fácil, éste está chupao, éste...
    Y un ayudante me decía:
    - No hay puntos fáciles o difíciles, hay puntos hechos y no hechos.
    Pues eso, no hay lectores buenos o malos: hay o no hay lectores.
    Con todo cariño.

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  7. Me deja un regusto triste tu historia de hoy. Qué cumplir su sueño a Gustavo le cueste la vida es terrible y que se sintiera frustrado con su vida hasta ese momento y ya no tenga oportunidad de cambiarlo. Triste.

    Besos

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    1. No me deja hoy responder el ordenador, pero por si no sale la anterior respuesta, sólo decirte que a todos nos cuesta un poco la vida intentar alcanzar nuestros sueños.

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