martes, 25 de junio de 2013

El Señor de las Zarpas


Había una vez un circo que ya no alegraba el corazón de nadie. La carpa, descolorida y avejentada por los años, cubría una pista en la que los payasos apenas hacían reír y los leones, a causa de la debilidad, parecían dulces gatitos. A pesar de esa decadencia acelerada, la entrada para ver el espectáculo era cada vez más cara, y eran cada vez menos las familias que decidían pasar una tarde en el circo. 

En aquel circo dejado de la mano de Dios, mandaba un señor tan gordo como tonto. Y erra el que piense que con ello quiero insinuar que los gordos son tontos o que los tontos son gordos. Nada más lejos de mi inocente intención. Pero es que el señor del circo era gordo, tonto y lucía una panza generada a base de buen comer y mejor beber. Se llamaba Perpetuo, pero todos le conocían por el Señor de las Zarpas, ya que en su juventud había sido, o al menos eso decía el, un aguerrido domador de tigres.
Una tarde de principios de verano, húmeda y cálida, en la que apenas dos nubecillas etéreas jugaban a formarse y evaporarse en el cielo, el jefe del circo, llamó a sus trabajadores y les dijo así:
- Queridos amigos, no hay otra solución. Después de mucho meditar he llegado a la conclusión de que, para ganar público, debemos bajar el precio de las entradas. 
El payaso patizambo, que además tenia un ojo verde y otro azul, dijo entonces:
-¿Y cómo lo haremos, Señor de las Zarpas? 
- Con sacrificios, payaso. Sólo he encontrado una forma, y es bajar vuestros jornales. 
Se produjo un murmullo hostil que se extendió sobre la arena de la pista como un remolino súbito. 
- Pero si ya cobramos muy poco - protestó el funámbulo-. Mirad mi uniforme. He tenido que hacerle un zurcido allí donde la espalda pierde su digno nombre. 
Todos rieron, no se sabe si por la gracia que les había hecho la ocurrencia del equilibrista, o por los nervios que comenzaban a estar más tensos que la cuerda de un violín. 
- ¿Y que vamos a cobrar? - preguntó la contorsionista que en aquel momento se había hecho un lío con las piernas y parecía un nudo marinero.
El Señor de las Zarpas se infló como una palomo encelado. 
- Pues os confieso que, con todo el dolor de mi corazón, tendré que bajaros el sueldo de seiscientos a cuatrocientos airos al mes. 
Los rumores de malestar crecieron en intensidad. La tensión del ambiente se podía cortar de un tajo con el látigo del domador.
- Mis leones tienen hambre - dijo éste-, y eso no es bueno, ni para ellos ni para mí.
 - Pues tendrán que seguir a dieta, igual que los tigres y los elefantes - afirmó el Señor de las Zarpas con resolución- 
Aquella noche fue muy triste. El domador tocaba la armónica junto a su caravana, mientras el payaso listo se comía un plato de lentejas recalentadas. De repente, alguien emergió de las sombras. 
- Nos vamos, Tarzán.
Eran Mabel, la contorsionista, y Rodrigo, el payaso de los ojos bicolor. 
Tarzán el domador, no se llamaba Tarzan, claro está, pero a fuerza de andar entre grandes felinos, todos habían acabado olvidando su verdadero nombre. Yo confieso que tampoco lo sé. 
- ¿Y dónde vais?
- Adonde sea - contestó Mabel en un susurro-. Esto es ya insoportable. 
- Estáis locos- aseveró Tarzán-. Sin el circo no somos nada, no valemos nada. 
- Pues preferimos no ser nada que permanecer aquí - dijeron a la vez-. 
la pareja, de la que todos decían que eran algo más que compañeros de trabajo, desapareció por un bosquecillo cercano, y en cuanto los demás no pudieron verles, entrelazaron sus manos y siguieron adelante.
Al día siguiente, las entradas bajaron de precio y el circo se llenó un poco más. Sin embargo, el espectáculo había bajado de calidad a causa de la ausencia de los dos artistas fugados. El payaso de los ojos bicolor era gracioso de narices, y la joven contorsionista hacia prodigios con su esbelto cuerpo. 
Por la tarde, cuando el sol ya caía, el Señor de las Zarpas volvió a reunirlos en la pista del circo. 
- Esto marcha muy bien - dijo con el semblante más animado-. Y he tenido otra idea. 
Todos temblaron. 
- Si rebajamos un poco más vuestros jornales, podríamos bajar más las entradas y tendríamos más público. Mantendremos a los chimpancés a dieta y dejaremos morir a Benzo. El pobre ya no sirve para nada. Y os aseguro- añadió cabizbajo-,  que me duele esto más que a vosotros.
- Pero el viejo tigre Benzo - protestó el domador- ha estado en el circo desde que nació. No podemos hacer eso con él. 
- Podemos - dijo el Señor de las Zarpas-, y dio por concluida la reunión. 
Aquella noche el payaso listo liberó a Benzo y lo llevó  al lugar más inaccesible del bosque. Era muy viejo pero muy listo. Sabría buscarse la poca vida que le quedaba.
Y no se sabe cómo -o al menos a mí no me lo han dicho- los chimpancés pusieron pies en polvorosa y se refugiaron en una playa aislada donde crecían los pinos mediterráneos y florecían las jaras.  E incluso hay quien dice que el elefante Dimbo abrió sus grandes orejas y echó a volar. Aunque yo esto último, a pesar de que soy crédula por naturaleza, lo dudo mucho. 
A la mañana siguiente el Señor de las Zarpas estaba furioso. Después de la función, que fue un desastre, reunió a los escasos artistas que quedaban y les dijo así: 
- La situación es insostenible - afirmó-. Vuestros compañeros, e incluso los animales, han huido en desbandada. Con todo el dolor de mi corazón, debo deciros que esta noche dormiréis atados. No puedo exponerme a perderos.
Todos se quedaron atónitos. Aquel gordo, tonto y malvado Señor de las Zarpas les iba a encadenar  como a esclavos. Ni siquiera se escuchó un rumor.  Se miraron unos a otros desolados, atribulados, resignados. Sin embargo, cuando la noche cayó sobre el circo y las estrellas brillaban como lo que en realidad son - soles lejanos-, el mago Linmer desató las cadenas de uno en uno, hasta que todos quedaron libres. Después desengancharon las carretas de los animales procurando no hacer ruido, y salieron al camino sin saber muy bien adonde ir, pero teniendo muy claro lo que dejaban atrás. 
Cuando amaneció, el Señor de las Zarpas estaba solo, solo sobre la arena como un gladiador herido y derrotado. Y sabía que, por mucho que bajara las entradas, nadie más volvería a entrar en aquel circo que ya no alegraba el corazón. 

6 comentarios:

  1. Por casualidad, ¿el circo se llamaba España?.
    Esta noche me ha parecido ver, por el jardín de mi barrio, un viejo tigre buscando gatos. Pero, hasta los gatos se habían ido.
    Una bonita fábula. Una triste parábola, pero bastante exacta.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cómo me conoces. El cuento está basado en unas declaraciones que hizo alguien del Banco de España diciendo que había que bajar el salario mínimo porque muchos españoles estaban dispuestos a trabajar por menos. Si perdemos la dignidad lo hemos perdido todo. Si vuelves a ver al tigre, dale recuerdos de mi parte.

      Eliminar
  2. Este circo se ha empobrecido, pero no lo suficiente como para que los que hacen malhabares todos los días para alimentar a sus hijos sean una multitud tan grande que logre meter en una jaula al gordo de las zarpas (o tijeras -es igual-). Los animales aún siguen siendo maltratados y la caja mágica sigue dando las instrucciones diarias a cada uno de los integrantes del circo, desafortunadamente estamos aún muy lejos de ese día en que nos quitemos las máscaras y dejemos de vivir un teatro para afrontar la vida de verdad verdad.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu comentario, Dean. Me preocupa mucho las condiciones de semiesclavitud que se están dando en el mercado de trabajo, y lo quería plasmar en un cuento sencillo y asequible a todo el mundo: no se si veré ese día en que nos quitemos las máscaras y nos decidamos a vivir la vida que queremos vivir.

      Eliminar
  3. Si esta metafora - cuento se ajusta mucho a la realidad que estamos sufriendo y dudo mucho que la gente se se quiera quedar sin circo, se prefiere ganar la copa aunque al día siguiente no tengamos donde ponerla.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tarde, pero respondo. La metáfora es, como tu dices, que vale todo para poder lograr que el circo siga en marcha y que el jefe del circo siga viviendo a costa del esfuerzo de sus artistas. Ya veremos cómo acaba todo esto. Un abrazo.

      Eliminar