domingo, 20 de enero de 2013

Teresa y las hadas del bosque

Las campanas de la vieja iglesia tocaban a fiesta y su sonido se extendía por todo el valle. En Villargordo, las calles estaban vacías a esas horas del mediodía. Hacía mucho calor y todo el mundo estaba dentro de sus casas. Pero Teresa quería salir a la calle. 
- Hace demasiado calor para salir de casa - le advirtió su abuelo Rafael -. Si quieres puedes salir esta tarde. 
La niña le miró con sus ojos claros y enormes y buscó la mirada de su abuela Charo.
- Yo quiero ir al bosque. El tito Rafa me dijo un día que allí había un tesoro escondido. 
- Pues esta tarde irás y te llevarás la merienda por si tienes hambre, pero ahora hace demasiado calor. 
 La niña se conformó enseguida. Charo la miró con cariño. Cómo pasaba el tiempo- pensó-, hacía tan poco que era un bebé... 
A las cinco de la tarde, Teresa, acompañada de su amiga Rosa, salía hacia el bosque más contenta que unas pascuas. Llevaba un precioso vestido de algodón y unas bailarinas de color verde. En la cesta de mimbre que le había preparado la abuela Charo, llevaba de todo: arroz para dar de comer a las hormigas, migas de pan para los gorriones, nueces para las ardillas y, además, su abuela le había dado galletas de canela y miel. 
- Esto es mi merienda ¿verdad? - dijo la niña ilusionada- 
- Bueno... - la abuela hablaba en tono de misterio-, esto es para ti, para tu amiga y para las hadas que habitan en el bosque.
 Teresa abrió los ojos como platos. 
- ¿Hay hadas en el bosque?- preguntó entusiasmada-
- Eso me han dicho - contestó la abuela con una sonrisa-, aunque yo nunca las he visto. 
La niña daba brincos de alegría. 
- Escúchame Teresa - le dijo la abuela Charo-, Cuando escuchéis tocar la campana de la iglesia, tenéis que volver enseguida, porque si no,  se os hará de noche. 
La niña dijo que sí con la cabeza, y al salir a la calle, la abuela puedo ver cómo brillaba su intenso cabello rubio bajo los rayos del sol.
Cerca del pueblo de Villargordo había un lugar de ensueño, un lugar con grandes montañas, lagunas azules y viejos arboles con sinuosas ramas retorcidas. Teresa y su amiga Rosa avanzaban cogidas de la mano cuando descubrieron un gran hormiguero. 
- ¡Mira! - gritó Teresa-, hormigas-, y parece que tienen hambre porque no paran de moverse.
Las dos amigas sacaron el arroz de la cesta y lo fueron tirando alrededor del hormiguero. 
Siguieron caminando y al poco rato se encontraron con unos pájaros de vivos colores que picoteaban por la tierra.
- Saca las migas de pan - dijo Teresa a su amiga-. Estos también tienen hambre. 
Las dos niñas tiraron miguitas de pan por el suelo y, enseguida, los pájaros se pusieron a comer. 
Siguieron andando y muy pronto llegaron a una gran laguna azul. A un lado y a otro crecían árboles enormes que tenían unas preciosas flores amarillas. 
- Mira, una ardilla- gritó Teresa- 
la ardilla daba grandes saltos de árbol en árbol sin parar, así que las dos niñas decidieron dejar las nueces cerca de un viejo olivo para que pudiera cogerlas cuando quisiera, 
Y como ya habían andado mucho, se sentaron junto al lago, se quitaron las sandalias y chapotearon con los pies en el agua. 
- ¿Tu has visto alguna hada?- le preguntó Teresa a Rosa- 
-Yo no- contestó su amiga, pero ya vendrán. Estoy segura de que van a venir. 
- Tampoco hemos encontrado ningún tesoro- murmuró Teresa un poco desilusionada- 
- Estará por ahí - contestó Rosa- . No te preocupes. 

Y, de repente, vieron como algo se deslizaba sobre las aguas azules del lago. Parecían mariposas gigantes que brillaban como espejos. 
- Mira- gritó Teresa- Deben ser las hadas. 
Efectivamente, Teresa no se equivocaba. Tres pequeñas hadas con preciosos vestidos de tul y gorros de seda, se acercaron hasta ellas.
- Hola niñas - dijeron alegremente-  ¿Os gusta el bosque?
Las niñas apenas podían hablar de tanta emoción.
-Nos gusta mucho - contestaron a la vez- 
-¿habéis visto a las ardillas? - preguntaron las hadas. 
- Sí - dijeron las niñas- 
- ¿Y a los pájaros del bosque?
- Sí.
- ¿Y a las diminutas hormigas?
- Siiiii - contestó Teresa un poco cansada de tanta pregunta-, pero no hemos podido encontrar el tesoro. 
- ¿Estás segura? - le preguntó unas de las hadas que llevaba el sombrero tan arrugado que parecía un champiñón-
-A lo mejor lo habéis encontrado y no os habéis dado cuenta. 
Fue entonces cuando Teresa recordó algo. 
- Hemos traído galletas de canela y miel para vosotras. 
- ¡Que bien! - exclamaron las hadas-. Hacia mucho tiempo que ya nadie nos traía galletas al bosque. Y eso es porque ya muy poca gente cree en nosotras - dijeron un poco apenadas- . Pero nosotras también tenemos un regalo para vosotras.
Y le entregó a Teresa una caja de madera muy pequeña que estaba adornada con piedras de colores y lentejuelas. 
- Pero no la podéis abrir hasta que lleguéis a Villargordo- advirtieron- 
En ese momento, en la lejanía escucharon la campana de la iglesia: tilín, tilón, tilín, tilon. 
-Tenemos que volver - dijo Teresa-.la abuela Charo ha dicho que volviésemos en cuanto escucháramos las campanas. 
Y las dos amigas se despidieron alegremente de las hadas y volvieron caminando por el bosque.
Cuando llegaron al pueblo, la abuela Charo y el abuelo Rafael  ya estaban esperándolas en la plaza de la Fuente. 
- ¿Como os ha ido ?- preguntaron-
- Hemos visto a las hadas-. gritaron las dos niñas a un tiempo- 
La abuela Charo no pareció extrañarse. 
- ¿Y les habéis dado las galletas?- preguntó el abuelo Rafael-
- Claro -contestó Teresa-. Y ellas nos han dado también un regalo. 
Y la niña sacó  de su cesta la preciosa caja de madera, dentro de la cual encontraron un pequeño sobre de color azul. La abuela Charo lo cogió y leyó la nota que había escrita. 
"El tesoro, queridas niñas. es el propio bosque", Y la nota iba firmada por el Tito Rafa. 
- ¿Qué quiere decir esto, abuela Charo?- preguntó Teresa- 
- Pues eso mismo, que el bosque es el mejor tesoro que podíais haber encontrado. ¿Os apetece un chocolate caliente con galletas y mientras os lo voy explicando? 
-¡Sí! - gritaron las niñas-
Y la abuela Charo, el abuelo Rafael, Teresa y Rosa se alejaron por las soleadas cales de Villargordo cuando la tarde caía con la dulzura de una cortina de seda. 

3 comentarios:

  1. Muy poético y enigmático. Seguramente para ver a las hadas haya que tener ojos de niño y los míos lo único que ya tienen es presbicia.
    De todos modos la próxima vez que vaya al bosque miraré bien, a ver si las veo.
    Leerte refresca el alma, es como un soplo de aire fresco. Volar como las golondrinas en verano y olvidarnos por un momento de los vuelos de las gallinas a ras del suelo.

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  2. Me encantan los cuentos, debe ser que aún no he perdido la niña que llevo dentro, y me es fácil encontrarla en el tuyo con la naturalidad con que lo relatas.
    La verdad es que el bosque es un tesoro que muchos niños urbanitas no pueden disfrutar como debieran, han perdido esa unión con la naturaleza silvestre.

    Besets.

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  3. Yo sigo queriendo creer en las hadas, y que mejor que un bosque para encontrarlas...
    Los cuentos nos proporcionan la fantasía necesaria para sacar al exterior, todo lo que nos guardamos dentro y no queremos descubrir, o al menos eso creo yo....

    Bonito relato Amparo

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