miércoles, 21 de agosto de 2013

El secreto de Maurice. Capítulo XVIII


El día siguiente fue igual que el anterior. Amaneció tarde, y el cielo, más gris que azulado, presagiaba que iba a seguir lloviendo. Tal y como había pensado, me levanté con dolor de cabeza y un humor de perros escaldados. Había dormido poco y mal. La absoluta certeza de que tendría que pasar el día sin salir de casa, me angustiaba y me desalentaba.
Me preparé un café descafeinado y rebusqué por el armario de la pequeña cocina hasta que encontré un paquete de galletas de esas tan ligeras que no saben a nada. Echaba de menos un balcón, una terraza llena de geranios desde la que pudiera asomarme a ver como la gente transitaba junto al Sena, oculta bajo enormes paraguas de colores. Pero sólo tenía una triste ventana desde la que poder contemplar la ciudad bajo la lluvia, gris, plomiza, tristona, inagotable. 
Al coger el móvil para ver la hora que era, me vino a la mente de inmediato el mensaje de Coraline. Era aún pronto, pero su misiva era tan inquietante que la llamé.
 A pesar de la hora temprana, su voz sonaba muy despierta. 
- Coraline- le dije- tengo un mensaje tuyo... de anoche. 
Guardó silencio durante unos segundos. 
- Oh, je vu hier nuit un filme de peur. 
Mentía. Era evidente. 
- Coraline - volví a decir-, ¿pasa algo? ¡no puedes hablar?
-  Je dois sortir maintenant - dijo precipitadamente- Je t´apelle plus tard. Ça va?
- Ça va - le contesté nada convencida-, pero llámame s´il vous plaît .
Coraline mentía. El tono de su voz no sonaba natural y, además, presentí que podía estar acompañada por alguien cuya presencia le impedía hablar con libertad. ¿Quién pone un mensaje a la una de la madrugada para decir que esta aterrorizada porque está viendo una película de miedo? 
Me acerqué a la ventana para comprobar si seguía lloviendo. Seguía lloviendo. Me fascinaba escuchar el sonido de los coches al deslizarse sobre el asfalto mojado. Me gustaba aspirar el perfume que emanaba de los árboles y ver de qué forma brillaban  sus hojas. Todo era hermoso,  pero sin duda ese no era mi clima. Y si un día de lluvia podía constituir para mí toda una novedad, si ya eran dos o tres seguidos me resultaba algo cansino. Estaba claro que debía tener más libros en casa para afrontar esa retahíla de días grises y lluviosos.  Por asociación de ideas, recordé el poema: llueve, detrás de los cristales llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados, sobre los campos llueve. Pero mi poema climático se vio interrumpido por el timbre de la puerta. Joder - pensé - o quizás dije- ya me han despertado a la niña. Cerré la ventana con prontitud y abrí la puerta. Como había supuesto, era Javier. 
- ¿Molesto?- dijo mientras asomaba la cabeza por el quicio de la puerta- 
¿Qué iba a decir?
- Pasa, Alice aún no se ha despertado.  
- Hace un día horrible. Me temo que hoy no vais a poder salir. 
- Sería una temeridad - corroboré aún a mi pesar- 
Javier tomó aire. Yo me puse en guardia. 
- Quería pedirte un favor. 
- Dime. 
- Esta noche tenemos una cena de compromiso. Juliette volverá tarde y me ha dejado una lista para hacer la compra, pero te aseguro que yo de verdura entiendo menos que de objetos voladores no identificados. ¿Podrías bajar tu? Yo me quedo con la niña mientras tanto.
Me sentí salvada por la campana. Necesitaba salir a la calle y respirar aquel aire fresco y húmedo impregnado de lluvia. 
- Claro que puedo - afirmé intentando disimular mi  repentino júbilo-  No será ninguna molestia. Si se despierta Alice...
- No te preocupes - me interrumpió- le daré el desayuno y le pondré el batín. Y si para un poco de llover, date un paseo...
Sonreí para afirmar que estaba de acuerdo, cogí el dinero y la lista que había dejado sobre la mesa, me puse una chaqueta y salí de casa. 
Tal y como había advertido al abrir la ventana, el aire era fresco y noté alivio al sentir cómo acariciaba mis mejillas. Caminé por la acera en dirección a la tienda más próxima y me sentí agradecida y feliz de haber tenido la ocasión de tener aquel pequeño respiro. La lista no era muy larga. Probablemente Juliette ya había hecho el grueso de la compra y a mí me tocaban los flecos del olvido.  Me tomé mi tiempo para escoger la verdura, cogí algo de fruta, peras confitadas, unas lionesas de nata y un vino dulce. En la cola para pagar apenas había dos o tres personas. Era un supermercado pequeño de caja única y cajera multiusos.  De repente note que alguien me cogía del brazo. 
- Madame...
 Me sobresalté y me dí la vuelta cual peonza. Allí, junto a mí, estaba François, el anciano a quien la Gestapo arrebató a su hijo, el hombre con el que Juliette no quería que cruzara ni una palabra. Sin embargo,  yo sí quería hablar con él, más bien lo necesitaba para poder despejar de una vez mis dudas. 
- Bounjour- me dijo con una breve sonrisa-. Sabe que je veux parler avec vous?
- Sí- contesté - lo se, y lo cierto es que a mí también me gustaría hacerle algunas preguntas. 
Se mostró extrañado.
- ¿Es posible- interrogó-, esta noche?
- No lo sé, François. No sé si tendré a la niña o no...
- Si puede, esta noche a las nueve, dans le parc. 
- Si no acudo es que no es posible. 
- Très bien - repuso el anciano-. Y cuidado con la lluvia. 
 Pagué la compra y salí a la calle, presintiendo la mirada del hombre clavada en mi persona. Javier me había concedido un poco de tiempo para airearme, pero no me apetecía ir de aquí para allá cargada con las bolsas, así que me senté en un banco cuya estratégica posición bajo un árbol, había evitado que se mojara. Pensé en la conversación que había mantenido hacía apenas unos segundos. No debía haberle creado falsas esperanzas a François, porque era más que probable que no pudiera bajar aquella noche al parque. Tiempo al tiempo - me dije mientras contemplaba la imponente figura de Notre Dame bajo el aguacero-. El rumor de las gotas al caer me producía una sensación vaga, quizás de melancolía, pero no de una melancolía angustiosa, sino de esa que parece que te abraza y te da un calor reconfortante. Dejé pasar quince minutos y volví a casa. Alice se había despertado y jugaba en los brazos de su padre. 
- Ya está todo comprado - le dije nada más entrar-. Si necesitas algo más, me lo dices. 
- Gracias Asun. Esa era toda la lista. Pero quería pedirte otro favor.
Temblé. 
- Dime. 
- ¿Puedes arreglar esta noche a la niña y bajarla un rato? Juliette quiere que la vean sus primos. La última vez que la vieron era un bebé de pocos meses. 
- Ningún problema - dije alegremente-. ¿Te la bajo a las ocho? 
- Perfecto.
- Intentaré que duerma una buena siesta para que no esté cansada. 
Javier se fue por donde había venido y yo puse a la niña en su mantita rodeada de sus múltiples rompecabezas de gomaespuma. Estaba contenta, muy contenta. El hecho de tener que bajar a la niña con sus padres alrededor de las ocho de la tarde, me permitiría acercarme al parque de San Julián donde, y según lo hablado, me estaría esperando François. Sólo él podía aclararme algunas dudas.
El día se deslizó con la misma parsimonia que la lluvia: lento, apagado, aburrido. La tarde la aproveché para coser algunos desperfectos en la ropa de Alice y sacar la orilla de uno de sus trajes de invierno. La niña estaba creciendo a la carrera, tal y como correspondía a su edad.
A las siete de la tarde comencé a arreglarla. Después de bañarla, le puse un traje de punto rosa y una rebeca blanca. A pesar de que ella estaba empeñada en que quería ponerse mis zapatos, pude convencerla de que los suyos eran los que se pondría una princesa de verdad. Y un poco a regañadientes, acabó poniéndoselos. 
La mire. No podía estar más guapa. Le di la mano y bajamos lentamente la escalera, Juliette abrió la puerta. 
- Bone nuit, Asun- me saludó mientras miraba a la niña como si no la reconociera-. Está preciosa. 
Me invitó a pasar, pero yo, alegando que no estaba muy presentable, decliné la invitación. No podía perder ni un minuto. Subí al ático, me puse unos zapatos, cogí una chaqueta y abrí la puerta. Tenía media hora larga, quizás una hora, para acudir a la cita con françois. Por si me encontraba a alguien de la casa a esas tardías horas, necesitaba un pretexto para salir, así que cogí la bolsa de basura y accedí al rellano. El silencio era absoluto, y sólo era roto por  los parloteos de Alice, que parecía estar muy satisfecha, y que podían escucharse perfectamente a través de la puerta.  Bajé de puntillas la escalera, como si escapara de una emboscada y salí a la calle por la que, a aquellas horas, transitaba poca gente. El parque de San Julián estaba desierto y poco iluminado. Sin embargo, junto a la puerta de la iglesia pude distinguir una figura oscura, afilada, que comenzó a moverse en cuanto me vio. 
- Ha podido venir- dijo sonriendo- 
Llevaba un abrigo oscuro y deslucido. Caminaba con las manos en los bolsillos y parecía muy cansado. 
- Sí - contesté-, pero tengo muy poco tiempo. 
- Hace frío- susurró mirando hacia un cielo donde no podía distinguirse ninguna estrella-. Podemos ir a mi casa. 
Dudé. 
- ¿Por que no hablamos aquí?
- Porque hace frío, madame - volvió a repetir- y je suis un vieil homme. 
Tenía razón. La humedad de la noche se colaba por los pliegues de la ropa y no era cuestión de que el hombre cogiese una pulmonía por mi culpa, así que accedí. Cruzamos un par de calles  y entramos en un portal oscuro y lóbrego. 
- Ocupo la planta baja - explicó al tiempo que me precedía- 
Tuve una extraña sensación. No hacía mucho había leído una horrenda novela en la que un anciano invitaba a los mendigos de la calle a almorzar a su casa, para luego asesinarlos, vestirlos con uniformes militares  y esconderlos bajo la tarima flotante de su dormitorio. Apreté con fuerza el móvil que yacía en el fondo de mi bolsillo. La curiosidad mató al gato- pensé-, ¿que podía pasarme a mí por ser tan curiosa?
En aquella casa el tiempo se había detenido. Era como moverse por un anticuario. Viejas cómodas repletas de portafotos, chifoniers de nogal desvencijados, descoloridas alfombras persas, apliques que apenas daban luz. El lugar perfecto para el crimen perfecto. 
- Sientese, s´il vous plaît.
Tomé asiento en un enorme sillón tapizado de terciopelo rojo, mientras él desaparecía por una puerta para volver al cabo de unos minutos con una bandeja sobre la que temblaba una botella de vino y dos pequeñas copas. 
 -Es vino dulce - aclaró-, y sin preguntarme siquiera si me gustaba o no, sirvió con mano temblorosa en ambas copas. 
- Es tan viejo como yo- musitó mientras tomaba dificultosamente asiento en un sillón semejante al que yo estaba sentada.
 Le observé sin disimulo. Aquel hombre debía haber sido alto y bien parecido, pero el paso de los años había hecho estragos en su cuerpo. Suspiré. 
-¿De qué quería hablarme? -pregunté sin más preámbulos-
El echó la cabeza hacia atrás como si mi brusquedad le hubiera  sorprendido. 
- De cosas, de muchas cosas. 
 Yo seguía a piñón fijo: 
- ¿Por qué Juliette no quiere que hable con usted?
Pareció no escuchar mi pregunta
- Maurice, le pere de Juliete y yo eramos muy, muy amigos, como uña y dedo...,
- Uña y carne - rectifiqué con una sonrisa- 
- Eso, muy amigos. El 14 de junio de 1945, las tropas alemanas entraron en París. ¿Vous savez...?
- Algo- mentí, ya que la historia nunca había sido mi fuerte- 
- Los soldados alemanes entraron en la ville sin encontrar resistencia, sólo unos cuantos obreros les grit... abuchearon, mais ils non rien fait... no hizon nada. 
Dí un sorbo al vino. Estaba buenísimo y me produjo una inmediata sensación de calor. Preferí no corregirle.
 -La vida cambió en París, aunque ellos, los alemanes, hacían todo lo posible para que el resto de Europa creyese que tout etait la même. 
Por un momento temí que fuera a contarme toda la Segunda Guerra Mundial. Así que intente reconducir. 
- Pero Maurice y usted...
- Eramos amigos. Vimos pasar el desfile de las tropas alemanas desde le bois de boulogne. Fue horrible. La rendición siempre es horrible, y sigue aquí, en estos viejos ojos - dijo tapándose ambos ojos con las manos-.
- ¿Y la gente?
- El pueblo estaba desconcertado. Al principio sólo hubo silence et des larmes...
- Larmes?
-Lágrimas, llanto, y también miedo. pero poco a poco, comenzó a organizarse la Resistence. Yo tenía un ami, Jean Moulin, que me invitó a participar con ellos, y yo mismo invité a mon ami, Maurice
El anciano dio un largo suspiro  que dejó salir el aire entrecortado.
-Pero la peor parte la sufrieron los judíos de París.
Asumí que mi ignorancia era desmesurada. 
- ¿Por...?
El anciano hizo un gesto de condescendencia. 
- Los alemanes, ayudados por la police francáise hicieron un censo con los nombres y las direcciones de todos los judíos que vivant à Paris. Lo sabían tout sobre ellos. Maurice y yo comenzamos a colaborar activamente en la resistencia, en un grupo de información. Era muy peligroso porque podía haber un... traite, ¿como se dice?
- Traidor- dije convencida por el contexto de la frase-
- Eso, un traidor podía estar en cualquier parte. 
Dí un pequeño sorbo de vino aunque en aquel momento me hubiera bebido la botella entera. 
- El gobierno de Vichy era colaboracionista. Conoce usted...
- No -interrumpí- 
- Es largo de explicar y no intento darle una lección d´histoire. Pero en la vida de este país. como en la de casi todos, hay un... ¿lado oscuro? dicen ahora. Muchos fueron los franceses que colaboraron avec l´Etat français, creado por los alemanes. Para aligerar el trabajo de la Gestapo y las SS, se creó la Carlingue, cuyo jefe era Henri Lafont, un miserable...
- ¿La Carlingue?
- La Gestapo francesa. Más de treinta mil hombres se apuntaron a ella. ¡Une honte pour la France!- exclamó alzando la voz-, una total vergüenza.
El móvil sonó desde el fondo de mi bolsillo. Lo cogí con desgana, no sin antes hacerle un gesto a  François para que guardara silencio. Era Javier que me pedía que pasase a recoger a la niña. Según él, estaba cansada y no paraba de lloriquear. 
- Tengo que irme- dije al tiempo que me levantaba-. Lo siento. 
El anciano puso su mano sobre la mía. 
-Serán sólo unos minutos - susurró- 
- No puedo demorarme - contesté- Es mi trabajo. 
El hombre me contempló en silencio, como si se sintiera ofendido. 
-¿Otro día? - inquirió- 
- Otro día, se lo prometo. 
Salí de aquella casa-anticuario que olía a tiempo perdido y agradecí el frescor que hacía en la calle. Cuando llegué a casa de Javier y Juliette comprobé que, efectivamente, Alice era un mar de lágrimas. Había babeado su precioso vestido y se había quitado la diadema de un manotazo.  La cogí en brazos y la subí a casa. Le di un baño rápido, le puse su pijama y la acosté. No tardó ni cinco minutos en dormirse. 
Me tumbé en el sofá y me tire una manta por encima, no ya porque sintiese frío, sino por la necesidad de sentirme protegida. La breve charla con François me había puesto nerviosa. ¿Adónde quería ir a parar? ¿De qué se trataba? ¿Sería verdad toda aquella historia o quizás producto de una demencia que no aparentaba?
No se cuanto tiempo llevaba dormida cuando escuché la señal que me indicaba que un mensaje entraba en mi móvil. Miré el reloj. Era la una y media de la madrugada. Me había quedado fría como un pez. Abrí el mensaje no sin cierta inquietud. Era de Guillermo.
 ¿Tienes algún plan para el miércoles? Te llamaré.
El mensaje fue como un soplo de aire fresco que entrara de repente en la estancia empujando las contraventanas con ímpetu. No tenía nada que hacer ese miércoles, evidentemente. Me volví a tumbar en el sofá al tiempo que pensaba que tenía demasiados frentes abiertos. Pero siempre había sido una experta para meterme en líos y eso parecía no haberlo cambiado el paso de los años. 

2 comentarios:

  1. Sí está muy bien escrito y la intriga va en aumento.
    Tienes razón en lo de "más vale tarde que nunca", pero es una pena esto de tener que leerlo por entregas. Tengo la sensación de que se me escapan detalles, de tener sólo una idea del conjunto de la trama, pero que se me pierden flecos.
    Tal vez sea porque la intriga pide más y hay que aguantarse las ganas hasta la próxima entrega.

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    1. Gracias Elías. Si alguna vez lo publico, sé que tendré al menos un lector. La verdad es que entre el trabajo, la casa, y los continuos desplazamientos a Benejama los fines de semana-éste no-, voy escribiendo como puedo. Y más ahora que la gata también escribe, ja, ja. Lo peor es que a mí también se me escapan detalles. Tendré que darle un buen repaso y leer capítulos anteriores.

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