domingo, 8 de diciembre de 2019

Valencia, 8 de diciembre de 1936


No debiste ir a Valencia. Y mira que te lo dijeron. Cientos de veces. Pero tú no escuchabas, no querías oír. Tu hermana te lo dijo hasta la saciedad. Igual tuvo algún mal presentimiento, igual no. Dicen que el amor siempre desafía al miedo, incluso de forma temeraria. Lo convierte en un rumor miserable que intenta hacerse escuchar sin conseguirlo. 

Y aquella tarde de principios de diciembre, brumosa y fría, dijiste que te ibas del pueblo, que él, Diego, te necesitaba. Estaba en la cárcel, en San Miguel de los Reyes, a las afueras de la ciudad. Comía mal, dormía mal. Sufría. El amor suele ser poco razonable. A veces nada tiene que ver con la razón o las razones que otros puedan esgrimir. 
Fuisteis caminando desde Beneixama hasta la estación del tren, situada a las afueras del pueblo, entre campos de trigo y maíz. Ibais cogidas del brazo, en silencio, porque a veces no hace falta decir nada para decirlo todo. Y llegaste a Valencia al anochecer. Tenía razón tu hermana. En el ambiente se respiraba miedo, angustia, muerte. Algunas iglesias habían ardido, grupos armados paseaban las calles con insolencia cruel. Pero tú no sentiste temor. ¿A quién podía interesarle una madre de familia aficionada a las misas y al fútbol? Te movía la ilusión de volver a ver a tu marido, preso por sus ideas carlistas.
Llegaste a casa muy cansada. Por la calle Trinitarios había jaleo. Miraste a través de los visillos, cerraste las contraventanas y te acostaste pronto. Un poco antes de dormir abriste el armario y dejaste sobre la cama algunos mantones de manila. Pájaros y flores, rosas, rojas, anaranjadas, sobre fondos dorados y verdes. Casi sin darte cuenta habías hecho una pequeña colección acudiendo a las subastas del Monte de Piedad. Cuando acabara la guerra —pensaste— te echarías sobre los hombros uno de aquellos mantones y te irías a cenar con Diego, tu marido, junto a la playa. Cuando acabara la guerra. 
Por la mañana, muy temprano, llamaron a la puerta. Pensando que era una vecina abriste confiada. Varios hombres armados preguntaron por él, por Diego. Tú les dijiste que no estaba. Por toda respuesta te empujaron violentamente. Corriste por el estrecho pasillo y te encerraste en el cuarto de baño. Recordaste de repente las palabras de tu hermana: no has d´anar, no has d´anar a València. Ès molt perillós. 
Aquellos hombres enloquecidos abrieron la puerta a patadas, tiraron al suelo tus mantones de manila y los pisotearon con sus botas  sucias. A ti te cogieron del brazo hasta el dolor y te sacaron a la calle entre risas. La  cheka estaba muy cerca, en un antiguo seminario, en la misma calle Trinitarios. Allí pasaste varios días, en una sucia y oscura carbonera, hacinada, incomunicada, aterrada. Hasta que un día te llevaron ante un tipo malcarado que no supo de qué acusarte pero te condenó a muerte. Alguien  te dijo que te habían detenido los anarquistas, los peores, desvariados, violentos, rateros.
Unas horas después tu cuerpo yacía en una cuneta junto al picadero de Paterna, bajo el vuelo alocado de las gaviotas, frente a las miradas febriles de los hombres del pelotón de fusilamiento. Era el día de la Inmaculada de 1936.
No debiste ir, abuela, nunca debiste ir a Valencia. 

Nota de la redactora: MI abuela, Mercedes Pastor Sanjuán, nacida en Beneixama, hija del insigne poeta Juan Bautista Pastor Aicart y de Josefa Sanjuán Payá, fue fusilada en Valencia el 8 de diciembre de 1936. Sus ejecutores, el grupo López, de la FAI, Federación Anarquista Internacional, que destacó en la ciudad de Valencia por la crueldad de sus crímenes. Su cuerpo fue reconocido al acabar la guerra por mi madre, que por aquel entonces contaba apenas veinte años. La ropa que vestía fue clave para el reconocimiento. 








  


26 comentarios:

  1. Muchas gracias por la visita y comentario, Amparo. Estoy hace un rato leyéndote. Te sigo de aquí en más...

    Un abrazo.

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    1. Gracias por tu comentario, Carlos. Nos seguiremos leyéndonos.

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  2. La dirección (yofuiungato) de tu blog Jazmines Abandonados me fascinó, además de sentirme identificado. Yo también alguna vez fui gato...

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    1. Ja, ja. Yo sigo siendo un gato. Me fascinan esos animales. Aquí, junto al teclado, tengo uno ahora mismo.

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  3. Gracias por compartir tus recuerdos y hacérnoslos sentir nuestros.
    Cuanto dolor, cuanto sin sentido, cuanta barbarie desencadenada por ambos bandos en nombre de la libertad y la justicia.

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    1. Totalmente. Es un tributo a la yaya que no conocí, pero cuyo recuerdo guardo en mi corazón. Por la paz, siempre.

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  4. Jo...

    Tantas heridas aún por cerrar.
    Lo lamento.

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  5. Hola Toro. Qué alegría verte por aquí. Yo a ella no la conocí, pero mi madre arrastró un trauma durante toda su vida. Terrible. Hay que trabajar siempre por la paz y el diálogo.

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  6. Un recuerdo durísimo. Un dolor enorme sobretodo para tu madre.
    Lo has redactado muy bien.
    Un abrazo.

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    1. Fue un trauma para ella. Sus hermanos estaban en la guerra, su padre en la cárcel... cuando ella llegó a casa, con 17 años, no encontró a nadie. No quiero ni imaginarlo. Gracias por tu comentario.

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  7. Guerras que causa reridas que nunca se cerraran. Triste historia Amparo. Me llevo tu enlace.Gracias por tu visitas.

    La cámara es una SONY Lens G Zoon 20x. Muy contenta con ella. Se lleva en un bolsillo.
    Un abrazo.

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    1. Hola Laura. Lo importante es que sigamos adelante e intentemos que nunca más vuelva a pasar. Por todas las víctimas, las de uno y otro bando. Gracias por tu comentario.

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  8. ¡Caramba, Amparo! ¡Qué conmovedora historia!
    Así, con pasiones desatadas e intolerancia extrema, estamos actualmente en Chile.Ojalá el epílogo sea algo más benigno.

    Abrazo austral.

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    1. Hola Esteban. Espero que las cosas se arreglen por ahí y no lleguéis nunca a la crueldad que se dio en la guerra civil española. Mucho ánimo.

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  9. Me complace leer la triste historia que has descrito, en estos tiempos parece que la memoria histórica es solamente contra una de la partes.
    Gracias por comentar en mi blog.
    Abrazo.

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    1. Hola Matías. Desgraciadamente es así. En la provincia de Valencia se cometieron miles de asesinatos que están recogidos en la Causa General con nombre y apellidos. Por toda la memoria histórica. Y gracias por tu comentario.

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  10. Es tremendo y a pesar de que lo has escrito de forma exquisita, no se puede uno imaginar lo que es vivirlo.
    Encantada de conocer tu blog. Seguiré por aquí.
    SAludos.

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    1. Hola Manuela. A mi madre la marcó el resto de su vida. Debió ser muy duro para ella. Saquearon su casa. Solo quedo un mantón de Manila, completamente negro, que aún conservo. Gracias por tu comentario.

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  11. Amargo, triste y doloroso recuerdo... la guerra solamente deja horror a su paso.

    Un abrazo.

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    1. Qué alegría leerte por aquí, Rafael. La guerra es terrible, sobre todo cuando ataca a los civiles, cuando los saca a rastras de sus casas. Gracias por tu comentario.

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  12. Querida Amparo, me trajiste a mi memoria la célebre Valencia hermosa Jardín de España, como la llamará Lara.

    Abrazos

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  13. Y ahora está preciosa y pacífica, pero aquella guerra fue muy dura para todos. Si todas las guerras son horribles, las civiles son las peores. Es agradable leerte de nuevo. Gracias por venir.

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  14. Hola Amparo! desde el blog de Arruillo paso al tuyo y me gustan tus publicaciones, así que con tu permiso me quedo por aquí y te invito a pasar por el mío.

    Saluditos.

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    1. Hola Conchi. Pues me alegro mucho de verte por aquí. A Arruillo, a quien no conozco personalmente, lo "conozco" desde que él, al igual que yo, participaba en la página de Me gusta escribir. Y de eso ya hace años. Gracias por pasarte y quedarte en mi pequeño jardín de jazmines abandonados.

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  15. Todos tenemos historias como la tuya, o con final trágico o con final amargo que nunca se olvida. Un abrazo de luz y afecto.

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    1. Gracias Ester. La vida sigue, siempre sigue. Pero hay que mirar de vez en cuando hacia el pasado para no cometer los mismos errores. Un abrazo.

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