jueves, 26 de septiembre de 2013

El secreto de Maurice. Cap. XIX.



Me desperté a las siete de la mañana con un sabor de boca tan amargo que me producía arcadas. Era aun de noche y Alice dormía, así que tenía tiempo suficiente para prepararme un buen café y poner en orden los últimos acontecimientos. Observé que tenía dos llamadas perdidas y comprobé que el número del que me habían llamado era extremadamente largo. Lo marqué y no tardé en escuchar una voz femenina  muy aguda y levemente desagradable. 
-Hôpital Saint Vincent de Paul. Bounjour. 
Me quedé sin palabras. ¿Hospital? ¿Había llamado a un hospital? Un escalofrío me recorrió el espinazo y se perdió piernas abajo. Sin duda, algo malo había pasado. Con un pequeño esfuerzo, recuperé la voz y, con mi nefasto francés, le expliqué a aquella mujer que tenía dos llamadas perdidas realizadas desde ese número. Me preguntó mi nombre completo y me rogó que esperase un momento. Eran ya las siete y media. Alice no tardaría en despertarse, tenia que ser ágil ¿Por qué aquella estúpida de voz mecánica no me decía nada?
-Madame... - dijo por fin la voz femenina como si saliese de un profundo letargo- 
- Je suis ici, mademoiselle.
- Oh - exclamó- je veux le dire que mademoiselle Coraline est admis à ce hôpital. Elle a donné son numéro de téléphone.
Maldita torre de babel y  su maldita dispersión de lenguas - pensé antes de contestar- 
- Es que elle est malade?
La voz se volvió aún más firme. Debió pensar que era tonta.
- Je ne sais pas, madame. Elle est a la chambre 220.
- Merci beaucoup. 
Supiera o no supiera más, aquella mujer no estaba dispuesta a darme más información. Me quedé como una boba mirando el móvil como si acabara de comprarlo y no supiera  ponerlo en marcha. A pesar de que en la estancia no hacía frío y llevaba ya un buen rato envuelta en mi aterciopelado batín, tirité. Algo malo le había pasado a Coraline y, por desgracia, aquella joven prostituta sólo conocía en París a una persona de fiar - yo misma- a la que apenas había visto en un par de ocasiones. Era miércoles  y tenía la tarde libre, y por lo tanto, tiempo suficiente para acercarme hasta el hospital, si es que alguien sabía decirme donde diantres estaba. 
A las ocho en punto se despertó Alice. La vestí mientras una idea persistente me rondaba por la cabeza, aunque no sabía si podría llevarla a cabo. La conversación mantenida con François la tarde anterior me había dejado sumida en un mar de dudas, de interrogantes a los que ansiaba dar una respuesta. Necesitaba datos, precisaba profundizar en aquella oscura historia que el tiempo se negaba a enterrar. Ansiaba saber qué había pasado con los judíos extranjeros que habían buscado refugio en la ciudad de la luz. Y lo peor de todo era que no acertaba a saber por qué razón aquel tema me estaba obsesionando lo suficiente para invadir todos mis espacios libres de pensamiento. Invadir. El verbo en sí era repugnante. Entrar en la casa del otro, quitarle su aire, sus paisajes, su vida, arrebatarle su intimidad, su futuro, su dignidad.  
Me urgía ir a alguna biblioteca. Había descubierto que era una ignorante y que esa ignorancia era como una niebla que se pegaba a mis ojos y me impedía ver más allá de mis propias narices. Mientras Alice parloteaba en su lenguaje ininteligible y me apretaba ambas mejillas con sus manitas minúsculas, tomé la decisión. Iría a la biblioteca tras visitar a Coraline. La ansiedad que soportaba era tan grande que sentía como si un gusano gigante me devorase las entrañas. Al final asumí que lo que realmente me faltaba era tiempo y que estaba a punto de caer en las garras del stress. Posiblemente tenia demasiados frentes abiertos y en alguno de ellos caería rendida. 
Después de estar un rato paseando junto al Sena con Alice, le dí la comida y mientras dormía una breve siesta, preparé su merienda. A las cuatro en punto la dejé con su padre que me recibió con una franca sonrisa. 
- ¿Qué piensas hacer esta hermosa tarde?- preguntó Javier una vez se hubo producido el trasvase de la niña, que escondió la cabeza en su cuello como un gorrión adormecido. 
Era cierto. Hacía una plácida tarde de otoño. El ambiente era fresco, pero una luz dorada lo inundaba todo, haciendo que  los árboles, las casas, el cielo, brillaran con sus propios colores. 
Odio dar explicaciones. 
- Voy a... dar una vuelta. 
Javier se quedó esperando como si la respuesta no le hubiera satisfecho. Así que me arriesgué.
- ¿Sabes el horario de las bibliotecas?
- ¿Las bibliotecas?- repuso Javier extrañado-. Si quieres una novela, tengo la casa llena...
- Gracias - respondí-, pero busco un libro muy concreto. 
Y lo dije esperando que no me preguntara de qué libro se trataba. 
- Supongo que cerrarán a las ocho, incluso más tarde. Hay una cerca de aquí, la biblioteca de Santa Genoveva. Está instalada en un edificio renacentista. Es preciosa. Te apunto la dirección. 
 Garabateó algo sobre un papel y me lo entregó. 
- ¿Vas a pasar el miércoles por la tarde en una biblioteca?- preguntó sonriendo-. ¿Es que no tienes un plan mejor?
Sentí que la pregunta era como una ofensa. ¿Acaso pasar la tarde en una biblioteca no era un buen plan?
- Me temo que no - declaré como si me hubieran pillado en una gravísima falta-
Me habían enseñado en mi más tierna infancia que ocultar verdades es como decir mentiras, pero nunca he compartido esa creencia. Ya he mencionado que  nunca me ha gustado dar explicaciones porque a menudo parece que quieras ocultar algo peor o, al menos, algo diferente a la verdad. 
Me zafé como pude de aquel inadecuado interrogatorio y salí a la calle con paso ligero. De reojo, observé cómo Javier seguía mis pasos desde la ventana. Cuando doblé la esquina, pude respirar con tranquilidad. 
Encontrar el centro hospitalario de San Vicente de Paul no fue sencillo. Cogí  el metro en la estación Saint Michel y después de perderme dos veces y preguntar en numerosas ocasiones, logré llegar a la parada de Ravail, en Montparnasse. El hospital estaba instalado en un edificio antiguo que parecía más bien un centro penitenciario. Supuse que la entrada era libre, así que dije bounjour en un susurro y me dirigí a las escaleras. Si la habitación era la 220, es que estaba situada en el segundo piso. Toqué con suavidad a la puerta, pero nadie me contestó. Abrí lentamente adelantando la cabeza como un palomo. La habitación estaba en semipenumbra y sobre la cama estaba Coraline tapada hasta el cuello con una fina sábana blanca.
- Coraline, soy Asun - susurré-,¿puedo pasar?
- Clago.
 Su voz sonó débil desde la cama situada junto a un gran ventanal por el que entraba la luz amarilla de la tarde. Me senté junto a ella, no sin antes observar que estaba sola en la habitación. Parecía agotada. 
- ¿Qué te ha pasado? - pregunté- 
- Pardon, Asun - dijo con un tono de voz que no acababa de querer despegarse de la garganta- 
- Perdón ¿por qué?
Me percaté de que tenía una mejilla y un ojo amoratado y hablaba trabajosamente.
- Pour donner votre numéro de téléphone.
- No pasa nada - dije de corazón-. ¿ Qué te ha sucedido?
-Un ami.. - dudó- un cliente, il me pegó y me tiró du voiture. 
-¡Dios mío!- no pude dejar de exclamar-. 
Suspiró como si quisiese vaciar de aire sus pulmones-
- N´est pas la premiere fois. Je ne veux aller avec lui. 
- ¿No es la primera vez que te golpea?- me estaba entrando una rabia incontenible-, ¿ y por qué sales con él? 
Una breve sonrisa se dibujó en su rostro de niña. 
- Je suis très stupid.
Pasó de la sonrisa al llanto en un segundo, un llanto alternado con gemidos sonoros y lamentos que apenas conseguía entender. 
-Je ne veux pas retourner chez moi - afirmó entre hipos-.
- ¿No puedes volver a casa?
- No. Si je retourne, il vient. 
Era como una cría asustada perdida en una gran superficie, pero en este caso la gran superficie era su propia vida. 
- Tranquila- le aseguré sin saber muy bien el alcance de mis palabras-, buscaremos una casa segura.
Me miró con sus dulces ojos verdes anegados en lágrimas. 
- ¿Una casa cerca tuyo?
- Sí - volví a afirmar-. No te preocupes. Ahora duerme. ¿Sabes cuando te darán el alta?
- Je ne sais pas. 
Le bajé un poco la persiana y salí despacio de la habitación. Mientras caminaba por el pasillo profusamente iluminado por largos tubos de neón, me dí cuenta de que le había hecho una promesa que ya veríamos si podía cumplir. Pero de lo que sí estaba segura era de que aquella chiquilla dejada de la mano de Dios no resistiría otra paliza como aquella, y eso yo no estaba dispuesta a permitirlo. 
Salí a la calle, dejé atrás el hospital y me dirigí de nuevo al metro. Esta vez sólo me perdí una vez y conseguí llegar a la estación de la Sorbona, cerca de la cual estaba la biblioteca. El cansancio comenzaba a hacer acto de presencia y las piernas me pesaban como vigas de hormigón. Sólo me consolaba el hecho de estar relativamente cerca de casa.  Miré el reloj. Aún tenía un par de horas para consultar la información que me interesaba. 
París a aquellas horas de la tarde no era una fiesta, pero sí parecía un dulce thriller de comedia americana. La tarde caía sobre la ciudad como un párpado sobre los ojos. En la acera, sobre el asfalto, hojas amarillas y ocres formaban remolinos que tan pronto aparecían como desaparecían. En las terrazas de los restaurantes, la gente charlaba animadamente, como si realmente no tuvieran otra cosa que hacer. Envidiando esa forma de vida sosegada, llegué a la biblioteca agotada y jadeando como perro vagabundo. Realmente - tal como me había comentado Javier-, era un edificio muy digno y el interior tampoco defraudaba. Una inmensa bóveda le daba el aspecto de ser una estación de tren, pero bajo sus inmensos arcos sólo había mesas con pequeñas lámparas blancas y estanterias repletas de libros.  Detrás de un mostrador, una mujer de mediana edad, cara de asco y cabello recogido en un apretado moño, me observó con un mohín de soberbia. Me dirigí hacia ella mientras me preguntaba por qué razón las bibliotecarias siempre tienen aspecto de bibliotecarias. 
- Pardon- dije- l´histoire de la France en espagnol. 
La mujer me miró como si le hubiera pedido peras al olmo. Después de consultar el ordenador, me indicó con la mano una estantería que estaba al fondo del primer pasillo. 
- Merci beaucoup - musité- 
Comencé a mirar los libros uno a uno. Con alguno de ellos sin duda podía matarse a alguien, tal era su tamaño. Francia en el medievo, el Rey Luis, Los orígenes de Europa, Historia de Francia...   Me detuve en éste último. Seguro que en sus páginas podía encontrar algo. Lo cogí y me senté lo más lejos que pude de la  réplica de la señorita Rotenmeyer. Busqué en el índice a la luz cálida del flexo que bailaba sobre mi cabeza: Prehistoria, Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna, Revolución Francesa... Seguí el índice con el dedo pulgar hasta que dí con lo que buscaba: Segunda Guerra mundial. Comencé a leer ávidamente.
Francia y Reino Unido declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939, en virtud de un tratado suscrito con Polonia. Francia fue derrotada en sucesivas batallas, lo que fue causa de que la mitad norte y parte del oeste del país fuese ocupada por los alemanes y la mitad sur gobernada por un gobierno totalitario y colaboracionista en la ciudad de Vichy, con el mariscal Philippe Pétain como tutor.  Las tropas alemanas invadieron Paris  el día 14 de junio. El general Charles de Gaulle se exilió en Londres y desde allí  organizó el movimiento Francia Libre contra la ocupación, fomentando la resistencia interior y...
 Y un mensaje entró en mi móvil. Afortunadamente, estaba lejos de la bibliotecaria de pelo estirado y sólo tuve que soportar la mirada recriminatoria de un estudiante barbilampiño que, por su palidez, parecía no haber salido jamas de aquellas cuatro paredes. Me disculpé con una breve sonrisa y miré el mensaje. Era de Guillermo. 
"¿Dónde estás?"
"En la biblioteca- escribí-, pero si sigo escribiendo dentro de poco estaré en la calle". 
Y a continuación leí:
"¿Quedamos en media hora?"
"¿Dónde?"- escribí-
Intentaba acallar el aviso de mensaje hundiendo el móvil en las profundidades de mi bolso como si quisiera ahogarlo, pero por las miradas que cada vez me dirigía el lector barbilampiño, parecía que no estaba teniendo éxito. 
"En la Rue Paillet hay un buen lugar para tomar algo, Les Fontaines. ¿Sabrás llegar?"
. "Seguro - escribí - pero dispongo de poco tiempo" 
" Yo también. Ya te cuento". 
 Guardé el móvil sin disimulo, recogí las pocas notas que había tomado, anduve despacio para no taconear, y al salir, evité la mirada de la señora bibliotecaria. Estaba segura de que sus grandes orejas habían captado a la perfección el pitido de mi teléfono. 
Una vez en la calle comprobé que volvía a llover. Y no llevaba paraguas. A mi rancia e insípida melena sólo le faltaba un buen chaparrón para terminarla de arreglar. Pero bueno, tenía ganas de hablar con Guillermo. Quizás él pudiera ayudarme. 


Cuando llegué a Les Fontaines, ya me estaba esperando. Sentado bajo el toldo, tomando una cerveza, parecía Huphrey Bogart esperando a Ingrid Bergman en Casablanca. Pero el caso es que yo no era precisamente Ingrid Bergman, aquello no era el café de Rick, y la lluvia había corrido mi rimmel hasta dejarlo extendido  a chorretones por mis mejillas, acabando con mis esperanzas de estar encantadora. Guillermo se levantó en cuanto me vio. 

-¡ Dios!- exclamó-, ¿te has mojado?
Hice un gesto para quitarle importancia y me senté junto a él, bajo el toldo. 
- ¿Quieres que entremos dentro?
- Aquí se está bien.
Me miró de esa forma que quieres y al mismo tiempo no quieres que te mire un hombre.  Hacerse ilusiones es más fácil que hacer punto de cruz. 
- ¿Una cerveza?
Asentí con la cabeza.
- ¿Qué hacías en la biblioteca? inquirió despues de pedirle al camarero la cerveza. 
- Culturizarme. 
No pareció satisfecho con la respuesta. 
-¿Sobre qué tema?
- Segunda Guerra Mundial, ocupación de Paris, la Resistencia...todo eso.
Me miró como si aquella respuesta fuera la última que esperara. 
- ¿Por alguna razón en particular?
- Supongo - dije-. Es largo de explicar, muy largo. Ni siquiera se si sabría explicártelo.  ¿Y tu que tal? - pregunté para intentar dar un giro de ciento ochenta grados a la conversación. 
Meneó la cabeza de un lado a otro mientras fruncía el ceño. 
- Regular. 
- ¿Qué pasa? 
- La subvención que tenemos está en el aire. Si nos la quitan no podremos seguir con las clases de apoyo. Además, el consejo escolar quiere expulsar a un chaval, un chaval un tanto conflictivo, pero no un mal chico. 
- ¿No ha sido un buen día?
- Ahora empieza a serlo. 
Enrojecí como una colegiala y para disimular mi sonrojo, dí un trago largo a la cerveza.
- Este fin de semana nos vamos de excursión con los chicos ¿te apuntas?
En milésimas de segundos consideré la proposición. 
- Creo que no sería una buena idea. Vosotros os conocéis, sabéis cómo son  los chavales. Mejor me quedo. 
-¿Seguro?
- Seguro - dije convencida de haber tomado la mejor decisión- 
Guillermo se recostó en la silla y sonrió. 
-¿Me cuentas que te interesa de la Segunda Guerra Mundial?
- Si te lo cuento- dije-, pensarás que soy una paranoica. 
- Inténtalo. 
- ¿Ser una paranoica?
La cerveza iba haciendo efecto y soltando mi lengua. Le hablé de Alice, de Javier y de Juliette, de la extraña relación que había entre madre e hija, de François, de la ocupación alemana, de la carlingue, de Maurice...
- Maurice ¿qué más? - me interrumpió al tiempo que se enderezaba. 
- Maurice Cravoisier, el padre de Juliette. Parece ser que fue un héroe de la Resistencia. 
Guillermo estaba absorto, como si intentase recordar algo.
- Me suena el nombre - dijo-. Creo que leí algo sobre él al principio del verano. 
Recordé en ese momento la obstinación de Juliette  en que yo no cogiese el periódico que un momento antes ella leía. Había sido a principios de verano, durante la estancia  en Normandía.
- ¿Qué decía?
- No lo recuerdo, pero suelo guardarme algunos artículos de prensa para trabajarlos con los chicos en clase. Lo buscaré si tanto te interesa. 
Dudé.
- No sé si me interesa tanto- afirmé-. Es la historia que me cuenta François la que me está seduciendo poco a poco. Creo que trata de decirme algo, pero no sé qué es.  
- ¿Crees que puede ser interesante?
- Estoy segura. 
La alarma de mi móvil sonó desde el fondo del bolso. 
-Y Cenicienta tiene que irse - dije sonriendo-, porque en este caso le espera una pequeña princesa. 
- Pues el ogro también se va - rió Guillermo haciendo ademán de levantarse-. Escucha, me estoy acordando...
- Dime. 
- ¿Vas a hablar de nuevo con ese tal François? 
Esperaba algo más personal. 
- Eso intento.
- Preguntale si conoció a Alex Villaplane. 
- Alex Vallaplane ¿quién es? 
- Era un futbolista. Pregúntale y hablamos con más tiempo. ¿Te acerco?
Negué con la cabeza mientras él se ponía el casco y montaba sobre su moto. 
- Que pases un buen fin de semana - pude desear desde la confusión-.
- Y tú también, Cenicienta. 
Y él y su moto desaparecieron entre el tráfico denso de la tarde. Sólo entonces me di cuenta de lo cansada que estaba.

15 comentarios:

  1. Me quedo con ganas de saber de donde viene y como continua esta historia. Veo cap. XIX así que no va a ser fácil ponerme al día. ¿Los dieciocho anteriores están en el blog? ¿forma parte de una novela que estás escribiendo o que ya está escrita?
    El caso es que me ha gustado mucho. Estaré pendiente al menos de la continuación. Una vez iniciada la intriga resulta difícil resistirse.

    Besos

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    1. Qué alegría verte aquí. Es una novela que voy escribiendo sobre la marcha y la verdad es que la marcha es de tortuga. Todos los demás capítulos están en el blog, Pero algún día tendré que revisarlos todos porque me estoy armando un lío... me legra de que te haya gustado. Lo mío es el relato corto, pero algún día tenía que intentarlo conb una novela. Ya veremos.

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  2. Vuelvo a contestarte aquí la pregunta que me hacías el otro día en mi blog. Como ando liada no contesté ningún comentario de la entrada de los libros del verano I, aunque pensé en contestar tu pregunta, al final se me pasó.

    Primero la pregunta, no he leído ese libro, la verdad es que no tengo ninguna referencia de él así que no puedo ayudarte. En cuanto a La reina descalza, yo creo que merece la pena, es entretenido y a mí conocer la novela histórica me gusta bastante y esta me ha resultado muy interesante. En cuanto a Las cenizas de Angela lo leí hace años y me gustó mucho, su supuesta segunda parte "Lo es", sin embargo, no estaba a su altura, me defraudó mucho.

    Besos

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    1. Gracias por tu respuesta. la verdad que las cenizas de Angela me está resultando un libro muy duro, y eso que tiene toques de humor a raudales. Tengo poco tiempo para leer, pero leo todos los días. Algo es algo. Gracias.

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  3. Este capítulo es kilométrico, casi maratoniano. La acción es trepidante, engancha, arrastra, pero me cuesta seguirla, me pierdo.
    Ya me cuesta trabajo leer en una pantalla. Me he acostumbrado a leer en papel y hacer anotaciones.
    Bueno, ese es mi caso. El tuyo es que escribes muy bien.

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    1. Gracias Elías. Cuando la tenga terminada la imprimiré en papel y espero tus siempre sabias correcciones, que las habrá y muchas.

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  4. Interesante, Asun tiene un cabo de la madeja de la historia y ya va a tirar de él.
    Sería un gustazo poder tener esta novela en papel, yo también leo mejor con el libro en las manos.

    Te sigo.
    Besos.

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  5. Buen trabajo amparo, eres una escritora de calidad. Como no conozco la trama anterior me he sentido algo perdida leyendo este capítulo sin saber lo que ocurre antes, a ver si un día con mas tiempo hojeo los capítulos anteriores.
    De todas formas decirte que manejas bien las palabras y creo que podrías publicar perfectamente si te lo propones.
    Saludos y feliz finde
    :)

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  6. Me ha encantado Amparo. No puedo esperar el siguiente capítulo. Hay tres intrigas abiertas, La familia de la niña, Coraline y Guillermo. En algún momento se cruzarán sus caminos. ¿No?

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    1. A ver comandant, no lo tengo muy claro porque escribo sobre la marcha, pero ya te puedo adelantar que François será la punta del iceberg.

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    2. A ver comandant, no lo tengo muy claro porque escribo sobre la marcha, pero ya te puedo adelantar que François será la punta del iceberg.

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    3. A ver comandant, no lo tengo muy claro porque escribo sobre la marcha, pero ya te puedo adelantar que François será la punta del iceberg.

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  7. Estimada Amparo, me agrada bastante la forma como escribes.

    Te dejo un abrazo.

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    1. Hola Ricardo. Hago lo que puedo pero me gustaría disponer de más tiempo. Soy más bien de relato corto pero había que arriesgarse con la novela. Ya veremos el resultado. Gracias por pasarte por este jardín de jazmines abandonados. Un abrazo igualmente.

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    2. Hola Ricardo. Hago lo que puedo pero me gustaría disponer de más tiempo. Soy más bien de relato corto pero había que arriesgarse con la novela. Ya veremos el resultado. Gracias por pasarte por este jardín de jazmines abandonados. Un abrazo igualmente.

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