¿No os ha pasado nunca? Vas por la calle tratando de esquivar a los numerosos viandantes que avanzan a paso rápido, cuando de repente alguien se planta frente a ti, a dos palmos escasos de distancia, y exclama:
- ¡Hooola! Cuánto tiempo sin verte.
Tu te quedas a cuadros mientras tu cerebro se devana a sí mismo intentando encontrar aquel rostro en tu base de datos ligeramente avejentada,
- ¡No te acuerdas de mí! -exclama a continuación la desconocida con una sonrisa entre pícara e indignada.
- ¿Cómo no me voy a acordar?-dices presa del pánico-. Si tienes la misma cara.
Ni puta idea.
- ¿Y tú? -sigue gritando la susodicha-. Si no has perdido ni las pecas.
¿Es que con el tiempo se van perdiendo las pecas?- me pregunto-.
Se suceden unos instantes de incómodo silencio. Pero pronto vuelve ella a la carga.
- ¿Qué tal tu vida?- interroga todavía con la sonrisa puesta en los labios-. ¿Trabajas? ¿tienes hijos?
Le digo que sí, que trabajo y que tengo hijos, sin entrar en más detalles. Después de todo no sé con quién estoy hablando.
- Yo tengo uno -afirma satisfecha-, pero está en Bélgica haciendo un máster.
¿Por qué todo el mundo tiene un hijo en Bélgica menos yo?
- ¿Te ves con alguien de la clase? -interroga-.
Me entran unas ganas tremendas de preguntarle: ¿Quién coj... eres? pero me reprimo. Ahora al menos ya sé que es una compañera del Insti.
- Apenas- respondo. A alguien he encontrado en el faceb.
- ¡Qué bien! - exclama como si hubiera visto una estrella fugaz atravesar el toldo de la heladería-. ¿Tu tienes facebook?
A punto estoy de decirle que vivo allí.
- Claro- le digo-. Búscame y pídeme amistad.
Se la ve emocionada. Viste casual, lleva el pelo recogido en una coleta y unas gafas de sol ligeramente vintage. Si es de mi clase, no hay duda que se conserva mejor que yo.
- En cuanto llegue a casa te pido amistad- afirma-.
Qué bien - pienso-, otro desconocido en mi faceb.
- Yo suelo ver a Alcañiz -dice- ¿te acuerdas de ella?
Ni puta idea otra vez, pero digo que claro, que cómo no me voy a acordar. Seguro que también tiene un hijo en Bélgica.
- Hizo oposiciones. Está en la embajada de España en Irán.
- ¡Joder! - exclamo en voz alta-, eso si que es llegar lejos.
-Ya lo creo. Me tengo que ir. No sabes qué alegría.
Me da un par de sonoros besos y desaparece entre la multitud, entre los mendigos con perros, las terrazas llenas de guiris y las adolescentes uniformadas que vuelven en manadas del colegio de monjas.
A partir de ese momento todo cambia. Mi cerebro, de oreja a oreja, se pone a toda máquina. El ansia de saber quien es la desconocida que me ha abordado en plena calle y me ha sometido a un interrogatorio de tercer grado, se convierte en pensamiento dominante. Enfilo la calle "de los caramelos". Pensaba ir a la librería París Valencia a mirotear las ofertas de libros, pero ya no me apetece. También me había hecho la idea de entrar en el Hula hop ¿o es Ale hop? Bueno, el que tiene una vaca en la puerta, para saber si habían
incorporado alguna chorrada más a su muestrario, pero con el encontronazo se me han ido las ganas.
Al llegar a casa, la rutinaria batalla comienza: lavadora, cena, plancha, doblar ropa, recoger habitaciones... hasta que de pronto, en medio de esa vorágine doméstica, una luz, como un rayo zigzagueante, se abre paso entre los recuerdos no sólo dormidos sino sepultados bajo otros muchos. La ves nítidamente, en la segunda fila, con su melena oscura y sus dientes de ratón. Es Ana, la canalla, la que copiaba en todos los exámenes, la que tenía un novio en el reformatorio por quemar las palmeras del paseo, la que le puso a la seño de dibujo una lagartija muerta en la silla. ¡Qué tiempos aquellos!
Recuperado el recuerdo, siento que ahora sí, ahora tengo ganas de darle un buen abrazo. Dejo la plancha, la cena, la ropa que doblar y corro hacia el ordenador. Tengo que saber si ya me ha pedido amistad en el faceb.
Quizá hasta sea capaz de recordar a esa tal Alcañiz, la que trabaja en Irán. Todo es cuestión de ir removiendo recuerdos.